El retrato escultorico en la época de los Antoninos
En esta nueva dinastía la evolución del retrato desemboca en un franco barroquismo. Se busca el mayor contraste posible entre la suavidad y la tersura de la piel y la riqueza ornamental de luces y sombras de las cabelleras y las barbas.
Las facciones se pulen, dando al mármol una calidad de porcelana, mientras que las partes capilares se revuelven, entrecruzan y enroscan de un modo cada vez más pintoresco y estudiadamente descuidado. Guedejas, rizos, ondas y mechones de pelo se labran atentamente, alternando fuertes relieves con profundas perforaciones, buscando vibraciones «puntillistas» de golpes vivos de luz junto a concavidades de intensas negruras mates. A veces se acentúa más este contraste dejando adrede estas partes sólo esbozadas. El propósito del artista es provocar en el contemplador una sensación predominantemente táctil. A ello hay que añadir la policromía, hoy perdida, pero que animó estos retratos.
Los bustos se amplían en esta época algo más que en el período precedente, pero sin sobrepasar la caja torácica ni destacar demasiado los brazos. El caso de los retratos de Cómodo-Hércules con la maza al hombro es excepcional. Los bustos imperiales se presentan preferentemente vestidos con el «paludamentum» abrochado al hombro por medio de una fíbula. Los retratos más notables conservados son los siguientes:
– Busto de Antonino Pío (British Museum)
– Cabeza colosal de Antonino Pío (Museo de Atenas)
– Retrato ecuestre de bronce de Marco Aurelio de la plaza del Capitolio (Roma), salvada de la fundición medieval por creérsela efigie de Constantino, emperador de la Paz de la Iglesia. Se ha perdido la imagen del bárbaro que tenía a los pies del caballo.
– Cabeza de Lucio Vero, hermano de adopción de Marco Aurelio y corregente durante algunos años (Museo del Bardo, Túnez).