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INTRODUCCIÓN al SURREALISMO
El surrealismo fue por excelencia la corriente artística moderna de la representación de lo irracional y el subconsciente.
Sus orígenes deben buscarse en el dadaísmo y en la pintura metafísica de Giorgio De Chirico.
Este movimiento, al igual que sus predecesores, predicaba la transgresión de los valores morales y sociales, la nulidad de las academias y la desacralización del artista, con una salvedad: el nihilismo fundamentalista del dadaísmo se oponía a una actitud de esperanza y compromiso con su tiempo.
La publicación del Manifiesto del Surrealismo, firmado por André Breton en octubre de 1924, marcó históricamente el nacimiento del movimiento.
Propuso la restauración de los sentimientos e instinto humanos como punto de partida para un nuevo lenguaje artístico. P
ara ello era necesario que el hombre tuviera una visión totalmente introspectiva de sí mismo y encontrara ese punto del espíritu en el que se percibiera la realidad interna y externa totalmente libre de contradicciones.
La libre asociación y el análisis de los sueños, ambos métodos del psicoanálisis freudiano, se convirtieron en los procedimientos básicos del surrealismo, aunque aplicados a su manera.
A través del automatismo, es decir, de cualquier forma de expresión en la que la mente no ejerciera ningún tipo de control, los surrealistas trataron de moldear, ya sea a través de formas figurativas abstractas o simbólicas, las imágenes de la realidad más profunda del ser humano: el subconsciente.
Dentro del surrealismo cabe destacar tres períodos importantes y bien diferenciados: el período de los sueños (1924), representado por obras de carácter simbólico, obtenidas mediante diferentes procedimientos de automatismo, de un cierto figurativismo; el período del compromiso político (1928), expresado en la afiliación de sus dirigentes al comunismo; y una tercera fase (1930), de difusión, que se dedicó a la formación de grupos surrealistas en toda Europa, habiendo logrado la adhesión de grupos americanos.
PINTURA SURREALISTA
En uno de los números de La revolución surrealista, que André Breton editó, no sólo aceptó la teoría freudiana del automatismo verbal (libre asociación de palabras), sino que también admitió la posibilidad del automatismo gráfico (libre asociación de imágenes), dos procesos que, en su opinión, están estrechamente relacionados.
El poeta citó concretamente a dos artistas: Pablo Picasso y Max Ernst. Por primera vez, se aprobó la existencia de la pintura surrealista.
Según Breton, hay dos métodos que son exactamente surrealistas: el automatismo rítmico (por el cual se pinta siguiendo el impulso gráfico) y el automatismo simbólico (la fijación de imágenes oníricas o subconscientes de forma natural).
De acuerdo con esto, surgieron diferentes grupos de pintores: Miró, Hans Arp y André Masson, por ejemplo, representaron el surrealismo orgánico o automático, mientras que Dalí, Magritte, Chagall y Marx Ernst, entre otros, desarrollaron el surrealismo simbólico.
Los surrealistas no representaban subjetivamente la realidad, al contrario, trataban de objetivar su mundo interno, como muestran sus obras.
En América Latina, este tipo de representación encontró eco principalmente entre pintores del tamaño de Frida Kahlo y Wilfredo Lam, entre otros. Su pintura estaba impregnada de ese aspecto telúrico y casi ingenuo que tanto interés había despertado en los surrealistas europeos, aunque no carecía de características expresionistas.
ESCULTURA SURREALISTA
En el surrealismo, mejor que hablar de escultura, se debería hablar de objetos tomados de su contexto, algo muy similar a lo que el francés Marcel Duchamp, en ese momento también miembro del movimiento, había comenzado con sus ready mades.
Los surrealistas se han dedicado conscientemente a reunir los objetos más dispares, privados de su funcionalidad, para expresar las necesidades más íntimas del hombre. Al principio, incluso hablaban de dos tipos de objetos: los naturales (vegetales, animales y minerales) y los de uso diario.
Un claro ejemplo del culto al objeto, iniciado por este movimiento, fue la Exposición de Objetos Surrealistas de 1936. Representaba las combinaciones más extravagantes, producto de las asociaciones inconscientes de sus autores.
Algunas podían ser interpretadas casi automáticamente por el público, tan simples que estaban en su composición, mientras que otras permanecían dentro de un hermetismo simbólico poético, al mejor estilo de las esculturas dadaístas.
Sin embargo, hay que señalar que los objetos surrealistas, en el límite entre la ironía y la perversión, trataron de abrir la imaginación del espectador a la multiplicidad de relaciones existentes entre las cosas, a la libre asociación de los condicionamientos.
Prueba de ello fueron el ingenioso Telefono-lagosta, de Dalí, o las combinaciones de objetos de Miró. Refiriéndose a la escultura surrealista, André Breton, precursor del movimiento, dijo: «no encontramos nada más que lo que necesitamos profundamente».
FOTOGRAFÍA Y CINE SURREALISTA
El cine y la fotografía surrealista han asimilado lógicamente los parámetros de la pintura y la escultura en esta cadena. Los directores de cine buscaban el exorcismo del subconsciente por medio de imágenes totalmente simbólicas o al límite del absurdo.
La crítica a las convenciones morales, religiosas y políticas no faltaba en estas disciplinas, pero siempre en forma de metáforas visuales herméticas, alienadas y provocadoras, que tenían poco en común con el cine y la fotografía tradicionales.
Hay dos grandes representantes del cine surrealista: el español Luis Buñuel y el francés Jean Cocteau. De la filmografía de la primera hay que destacar las películas El perro andaluz y El Siglo de Oro.
En ambas obras, una especie de ejercicio de filmación, el cineasta no escatima en imaginación para crear mundos completamente fantásticos. Basado en escenas de apariencia onírica, paradójicamente subversiva y a la vez poética, cuenta historias poco realistas y atrevidas. En el primero, trabajó en colaboración con Salvador Dalí.
La obra de Cocteau se mantuvo dentro del lenguaje simbólico de los sueños con imágenes absurdas, producto del fotomontaje. Sus películas más conocidas son «La sangre de un poeta» y «La bella y la bestia».
El fotógrafo por excelencia del surrealismo fue el americano Man Ray. Después de militar en las filas del dadaísmo, no dudó en pasar al grupo de amigos de Bretón, interesados en lo que el inconsciente y el automatismo podían dar a la fotografía.