La arquitectura mesopotámica: elementos básicos
La escasez de piedra y madera en los valles del Tigris y del Éufrates determinó el uso de la arcilla para la construcción, ya que era el único material abundante en toda la zona (gracias al limo depositado por los ríos).
Este material favoreció la búsqueda de formas adaptadas a las posibilidades que ofrece la dúctil arcilla. Por tratarse de un material perecedero y de escasa resistencia las viviendas tenían que reconstruirse constantemente. De ahí el que se fueran superponiendo las distintas construcciones.
Los edificios se construyeron, pues, con ladrillos de adobe (secados al sol o cocidos), unidos con mortero. Se trataba, por tanto, de una construcción sólida, con muros muy gruesos que se mantenían en pie por su propio peso, gracias a los refuerzos dispuestos a lo largo de todo el paramento. El grosor de los muros no permitía la apertura de vanos al exterior que diesen entrada a la luz. El espacio interior se articulaba, pues, en función de patios centrales, abiertos al cielo raso y rodeados de habitaciones. En el exterior, se añadían bandas verticales a lo largo del muro, reminiscencia de una arquitectura originaria en madera, creando un ritmo que rompía con la monotonía del muro liso y servía, al mismo tiempo, de ornamentación pues originaba fuertes contrastes de luz y sombra. Los edificios se levantaban sobre una terraza para protegerse de la humedad del suelo. En las techumbres se utilizaban troncos de palmera, no demasiado largos, para evitar el peso excesivo. El ancho de las habitaciones se adaptaba entonces a la longitud de la madera. Ello daba lugar a habitaciones largas y estrechas.
Aunque la bóveda y el arco son elementos constructivos que aportaron los sumerios no existió, sin embargo, un interés en aplicarlos indiscriminadamente. No se prodigó el uso de la bóveda en estructuras monumentales, sino que se restringió a la construcción de cámaras mortuorias (hiladas de ladrillos superpuestos o falsa bóveda) y también a la decoración de las casas. Por lo que se refiere al arco, éste se construyó con ladrillos plano-convexos.
Se utilizó la columna de ladrillo, enriquecida con incrustaciones de conos de arcilla policromados. Estos conos formaban auténticos mosaicos geométricos con rombos, zigzags y triángulos en negro, blanco o rojo. No obstante, los muros fueron el principal elemento de sustentación y no se desarrollaron estructuras con columnas como base de soporte.
La pobreza de los muros de barro también se mitigó cubriendo las superficies, tanto en el interior como en el exterior, con la misma decoración policromada de conos de arcilla incrustados y con paneles en relieve y taracea.
Los primeros templos mesopotámicos
La evolución arquitectónica de los templos
Los primeros yacimientos de arquitectura sagrada datan del período protohistórico, V milenio a.C. En ellos se pueden seguir las sucesivas trasformaciones del templo modelo, principal edificio religioso. En fecha temprana se construyeron santuarios con el fin de depositar ofrendas y realizar sacrificios para los dioses. La aparición de los primeros templos refleja la generalización del culto, convocando a los creyentes en un recinto colectivo. Así, de las pequeñas estatuillas, situadas en las viviendas familiares, se pasa a un santuario para la divinidad.
Estos primeros templos se construyeron siguiendo el modelo de vivienda familiar. La planta rectangular fue la habitual en ambas edificaciones durante todo el V milenio a.C.
Posteriormente, la vivienda adoptó una planta más cuadrada mientras la estructura del templo continuó siendo una sencilla planta rectangular con un altar central para ofrendas. Al templo tenían acceso todos los fieles.
En Eridu, la ciudad sumeria más antigua, se encuentran dieciocho templos superpuestos. En el nivel XVI, perteneciente a la cultura de El Obeid, se puede reconstruir la planta de un edificio de dimensiones muy modestas, ideado para albergar actividades religiosas. Es un recinto rectangular, edificado al nivel del suelo, con gruesos muros, a cuyo interior se accede por una única puerta de entrada. Desde ésta se pasa a una nave donde hay una mesa central para las ofrendas, hecha de adobe, y, al final de la sala, un espacio en forma de ábside cuadrado con el altar del dios.
Esta tipología se mantuvo hasta el I milenio a.C., al mismo tiempo que en casi toda Mesopotamia los santuarios evolucionaron hacia formas que situaban al edificio sobre una plataforma que podía alcanzar dimensiones colosales.
En el nivel XIII del poblado de Tepe Gaura, en el norte de Mesopotamia, se erigieron, durante el IV milenio, tres templos, uno de los cuales presenta ya la tipología característica de las posteriores construcciones de santuarios monumentales. Se trata de un edificio concebido con una visión unitaria. Tiene planta rectangular con una única sala. Las paredes forman nichos que más tarde dieron lugar a capillas. La superficie de los muros queda interrumpida por los intervalos regulares en que están situados los contrafuertes. A la funcionalidad de éstos se añade una intención decorativa.
La evolución arquitectónica de los templos
Entre el IV y el III milenio a.C. la sociedad agrícola se transformó. La población se concentró en ciudades organizadas en torno a templos. Éstos se convierten en centros que administraban los bienes de la población a través de los sacerdotes. Adquirieron, pues, una importancia creciente, paralela a la evolución tipológica de los edificios.
En la ciudad de Uruk se hallan restos que permiten constatar una organización urbanística, con una arquitectura religiosa (templos) compleja. En Uruk se construyó el centro religioso sumerio más importante, consagrado a los dioses Anu e Inanna. La concepción arquitectónica del santuario se transformó. Éste no estaba situado al nivel del suelo. En el exterior se construyeron plataformas elevadas y se revistieron los muros de piedra caliza. Se utilizó también el ladrillo plano-convexo que confirió a los muros su característica forma almohadillada. El templo se concebía como el lugar de la divinidad con diferentes salas de ceremonias. El interior se dividía en numerosas capillas contiguas de planta rectangular, destinadas a sacrificios. La cella se situaba en un eje longitudinal con salas perpendiculares. Alrededor de la zona central se emplazaban recintos y salas adicionales, destinadas a almacenes, talleres y a las viviendas de los sacerdotes.
La idea del templo se modificó y se produjo un creciente distanciamiento físico entre el creyente y los dioses. Así, el original espacio unificado para fieles y estatuas divinas se diferenció cada vez más. Una muralla rodeaba el templo, instaurando así la barrera entre el espacio interior sagrado y el exterior profano.
En Uruk se construyeron numerosos templos, el más monumental fue el templo D, erigido hacia el año 3000 a.C., con unas dimensiones de treinta metros por cincuenta, que tenía una planta en forma de «T».
En otro edificio, el templo Blanco de Uruk, los principios estructurales fueron más osados, sobre todo en lo que afectó a la modificación del alzado. Estaba levantado sobre una plataforma elevada sobre sucesivas construcciones de épocas anteriores. Se trataba de una torre escalonada de diferentes pisos en cuya cima se erigía el santuario con muros encalados. Se accedía al promontorio por rampas, que comunicaban las diferentes terrazas entre sí y facilitaban el acceso hasta la cúspide. Los muros exteriores inclinados estaban reforzados por contrafuertes espaciados que, además de su función constructiva, tenían también una simbólica para ahuyentar los espíritus malignos. El interior estaba compuesto por una cella con cámaras laterales. El altar se alzaba en uno de los ángulos de la cella, en forma de plataforma con escalinata. Ante él se situaba una mesa de ladrillo destinada a las ofrendas.
Los perímetros de los recintos amurallados de los templos adquirieron formas diversas durante el período histórico, como el templo oval de Hafaya, alrededor del año 2700 a.C. En él se multiplican las dependencias de talleres, almacenes y zonas de servicio. Fuera de las murallas, las estrechas callejuelas ponían en contacto otras viviendas y dependencias que también se aprovechaban como anexos del templo. Posteriormente, estas ampliaciones desaparecieron, pues las provisiones necesarias para la comunidad del templo se almacenaron fuera de los recintos sagrados y las cámaras situadas en sus muros se dedicaron a ofrendas.
El templo plasma en la práctica un proceso de abstracción, a través del cual se estructura un espacio interior dividido y cerrado por muros que se articulan con gran plasticidad. La elevación progresiva del templo refleja el esfuerzo de todo un pueblo que desea eliminar el espacio que le separa de los dioses para establecer un contacto más próximo.
Ilustración del modelo de templo mesopotámico
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