Saltar al contenido
Deberes escolares » Charlas educativas » Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar el arte «inútil» – Charla TEDxMet

Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar el arte «inútil» – Charla TEDxMet

Charla «Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar el arte «inútil»» de TEDxMet en español.

Lucas Syson fue comisario de arte renacentista, de pinturas trascendentes de santos y solemnes damas italianas; arte serio. Y luego cambió de empleo y heredó la colección de cerámica del Met: jarrones y candelabros «inútiles», bonitos y con adornos. No le gustaban. No los entendía. Hasta que un día… (Filmado en TEDxMet.)

  • Autor/a de la charla: Luke Syson
  • Fecha de grabación: 2013-10-16
  • Fecha de publicación: 2014-01-16
  • Duración de «Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar el arte «inútil»»: 791 segundos

 

Traducción de «Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar el arte «inútil»» en español.

Hace 2 años, tengo que decir que no había problema.

Hace 2 años, sabía exactamente cómo era un ícono.

Era algo así.

Un ícono de todos, pero también la posición predeterminada de un comisario de pinturas del Renacimiento italiano, como era yo entonces.

En cierto modo, esta es otra selección predeterminada.

La imagen exquisitamente conmovedora de Leonardo da Vinci de «La dama del armiño».

Y uso la palabra «conmovedora» deliberadamente.

Y luego esta, o más bien estas: las 2 versiones de «Virgen de las rocas» de Leonardo que estaban a punto de reunirse en Londres por primera vez.

En la muestra que estaba a punto de organizar.

Estaba saturado de Leonardo, y lo había estado durante 3 años.

Ocupaba todo mi cerebro.

Leonardo me había enseñado, en esos 3 años, el potencial de la pintura.

Me había transportado del mundo material al mundo espiritual.

Él dijo, en realidad, que creía que el trabajo de pintor consistía en pintar todo lo visible y lo invisible del universo.

Es una tarea enorme.

Y en cierta forma lo logró.

Nos mostró, creo, el alma humana.

Nos mostró nuestra capacidad para entrar al terreno espiritual.

Para tener una visión del universo más perfecta que la propia.

En cierta forma, a ver el plan divino.

Por eso, en cierto modo, esa era mi idea de ícono.

Por ese tiempo empecé a hablar con Tom Campbell, director aquí en el Museo Metropolitano, sobre cuáles serían mis próximos pasos.

Pasar, de hecho, volver a una vida anterior que empecé en el Museo Británico, volver al mundo tridimensional —de esculturas y arte decorativo— para dirigir el departamento de escultura europea y arte decorativo, aquí en el Met.

Fue un momento muy ajetreado.

De conversaciones en horarios muy peculiares del día…

por teléfono.

Al final, acepté el empleo sin haber estado aquí.

De nuevo, había estado hacía un par de años, pero en esa visita particular.

Fue justo antes del momento de la inauguración del programa Leonardo que finalmente regresé al Met, a Nueva York, a ver mi nuevo dominio.

A ver cómo eran las esculturas europeas y el arte decorativo aparte de las colecciones renacentistas que ya me eran tan familiares.

Y pensé, aquel primer día, mejor recorro las galerías.

57 de estas galerías…

como 57 variedades de frijoles al horno, creo.

Empecé el recorrido por mi zona de confort en el Renacimiento italiano.

Y luego me moví gradualmente por el lugar sintiéndome un poco perdido a veces.

Mi cabeza, todavía llena de la muestra de Leonardo que estaba por inaugurar, y me encuentro esto.

Y pensé:

¿Qué demonios he hecho?

No existía conexión alguna en mi mente en absoluto; de hecho, de haber alguna emoción era una especie de repulsión.

Este objeto era total y completamente extraño.

Tonto a niveles insospechados.

Y luego se puso peor…

había 2 de ellos.


(Risas)
Empecé a pensar por qué me disgustaba tanto este objeto.

¿Cuál era la raíz de mi disgusto?

Bueno, era demasiado oro, tan vulgar.

Muy de nuevo rico, francamente.

El propio Leonardo hablaba en contra del uso del oro, era absolutamente un anatema en ese momento.

Y luego esos pequeños retoños por todos lados.


(Risas)
Y, por último, ese rosado.

Ese condenado rosado.

Es un color sumamente artificial.

Es decir, es un color que no creo se pueda encontrar en la naturaleza, que se parezca a ese tono.

El objeto tiene incluso su propio tutú.


(Risas)
Esa parte volante, con lentejuelas de la parte inferior del jarrón.

Me recordó, por lo extraño, el 5° cumpleaños de mi sobrina cuando todas las niñas venían como princesas o hadas.

Vino una disfrazada de princesa-hada.

Tendrían que haberla visto.


(Risas)
Y me di cuenta de que este objeto estaba en mi mente, producto de la misma mente, de la misma matriz, que la Barbie Bailarina.


(Risas)
Y luego están los elefantes.


(Risas)
Esos elefantes extraordinarios con sus pequeñas expresiones extrañas y siniestras con pestañas a lo Greta Garbo, colmillos de oro y cosas así.

Me di cuenta de que este elefante no tenía absolutamente nada que ver con una marcha majestuosa por el Serengueti.

Era una pesadilla Dumbo.


(Risas)
Pero también ocurría algo más profundo.

Estos objetos, me parecía, eran la quintaesencia de lo que mis amigos liberales de izquierda en Londres siempre habían visto como un resumen de algo deplorable de la aristocracia francesa del siglo XVIII.

La etiqueta me decía que eran piezas de la fábrica Sèvres, hechas de porcelana a fines de la década de 1750; concebidas por un diseñador llamado Jean-Claude Duplessis, realmente alguien de extraordinaria distinción, como supe después.

Pero para mí, resumían esa especie de inutilidad de la aristocracia del siglo XVIII.

Con mis colegas siempre pensamos que estos objetos, en cierta forma, resumían la idea…

no es de extrañar que fue una revolución.

O, más bien, gracias a Dios que fue una revolución.

Rondaba una idea que decía que si uno tenía un jarrón como este no había más que solo un destino posible.


(Risas)
Así las cosas…

sentí una suerte de paroxismo del terror.

Pero acepté el empleo y fui a ver estos jarrones.

Tuve que hacerlo porque están omnipresentes en el Met.

Casi a cualquier lugar que iba, allí estaban.

Producen esa especie de fascinación extraña, como los accidentes de auto.

No podía parar de mirarlos.

Y conforme lo hacía empecé a pensar: «Bueno,

¿qué estamos viendo aquí?

» Primero empecé a entender que esta es una obra suprema del diseño.

Me llevó un poco de tiempo.

Pero ese tutú, por ejemplo, es una pieza que tiene vuelo propio.

Cuenta con una ligereza extraordinaria y, sin embargo, también es increíblemente equilibrada.

Tiene estas componentes escultóricas.

Y luego está el juego entre…

el color y el dorado tan cuidadosamente dispuestos, y la superficie escultórica, realmente es bastante notable.

Y luego me di cuenta de que esta pieza fue al horno 4 veces, al menos 4 veces, para llegar a esto.

¿Cuántos accidentes potenciales creen que pudo tener esta obra?

Recuerden, no solo uno, sino dos.

Tuvo que lograr 2 jarrones exactamente coincidentes de este tipo.

Y luego está la cuestión de la inutilidad.

Bueno, los extremos en realidad eran candelabros.

Tenían velas a ambos lados.

Imaginen el efecto de la luz de las velas en esa superficie.

En ese rosado ligeramente irregular, en el dorado hermoso.

Debe haber brillado en un interior, como un diminuto fuego artificial.

Y en ese momento se disparó un fuego artificial en mi cerebro.

Me recordó que la palabra ‘fancy’ —que en cierto sentido, para mí, representaba este objeto— en realidad viene de la misma raíz que la palabra «fantasía».

Y que este objeto era, en cierto sentido, a su modo, como una pintura de Leonardo da Vinci, un portal hacia otro lugar.

Un objeto de la imaginación.

Si pensamos en las locas óperas del siglo XVIII, ambientadas en oriente.

En divanes y alucinaciones de elefantes rosados inducidas por el opio, en ese punto, este objeto empieza a tener sentido.

Este objeto representa la pura evasión.

Es una evasión que ocurre…

que la aristocracia francesa buscaba deliberadamente para distinguirse del vulgo.

Sin embargo, no es una evasión feliz como la de hoy en día.

Seguí pensando en esto y caí en la cuenta de que todos somos víctimas de cierta tiranía del triunfo del modernismo en la que forma y función en un objeto tienen que ir de la mano, o así se pensó.

Y los ornamentos extraños se ven esencialmente como críminales.

Es el triunfo, en cierta forma, de los valores burgueses sobre los aristocráticos.

Y eso parece bien.

Salvo por el hecho de que se torna como un secuestro de la imaginación.

Así como en el siglo XX, mucha gente tenía la idea de que su fe ocurría el día de reposo, y el resto de sus vidas —de lavadoras y ortodoncia— ocurría otro día.

Creo que empezamos a hacer lo mismo.

Nos hemos permitido vivir la fantasía en frente a las pantallas.

En la oscuridad del cine, con la TV en la esquina de la habitación.

Hemos eliminado, en cierto modo, esa constante de la imaginación que estos jarrones representaban en la vida de las personas.

Quizá ya es hora de recuperar un poco eso.

Creo que está empezando a ocurrir.

En Londres, por ejemplo, con estos edificios extraordinarios que han ido apareciendo en los últimos años.

Reminiscencias de la ciencia ficción, que vuelven a Londres una suerte de fantasía lúdica.

Es increíble la vista hoy en día desde lo alto de un edificio allí.

Pero incluso allí, hay una resistencia.

Londres ha llamado a estos edificios Gherkin, Shard, Walkie Talkie…

bajando a tierra estos altísimos edificios.

La idea es que no queremos en nuestra vida cotidiana estos viajes de la imaginación que generan ansiedad.

Tuve suerte en cierto sentido de encontrar este objeto.


(Risas)
Lo encontré en Internet al buscar una referencia.

Y allí estaba.

Y a diferencia del jarrón del elefante rosado, este fue un amor a primera vista.

De hecho, lector, me casé con él.

Lo compré.

Y ahora adorna mi oficina.

Es una figura de Staffordshire, hecha a mediados del siglo XIX.

Representa al actor Edmund Kean interpretando a Ricardo III de Shakespeare.

Y se basa, en realidad, en una obra de porcelana más preciosa.

Me encantaron, a nivel artístico, esos estratos de calidad que tiene.

Pero más que eso, me encanta.

De un modo que creo que habría sido imposible sin el jarrón Sèvres rosado de mis días de Leonardo.

Me encantan sus pantalones naranjas y rosados.

Me encanta el hecho de que parece que se va a la guerra, después de haber terminado de lavar los platos.


(Risas)
Parece haber olvidado su espada.

Me encantan sus pequeñas mejillas rosadas, su brío.

En cierta forma, se ha convertido en mi alter ego.

Espero que tenga un poquito de dignidad pero es más bien vulgar.


(Risas)
Y energético, espero.

Ha entrado en mi vida porque el jarrón Sèvres del elefante rosado me lo permitió.

Y antes de ese Leonardo, comprendí que este objeto podía ser parte de mi recorrido, cada día, sentado en mi oficina.

Espero que otros, todos Uds., viendo los objetos en el museo, los lleven a casa, los busquen Uds.

mismos, permitan que esos objetos florezcan en sus vidas imaginativas.

Muchas gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/luke_syson_how_i_learned_to_stop_worrying_and_love_useless_art/

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *