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Cómo estar en desacuerdo de forma productiva y encontrar un terreno común – Charla TED@BCG Toronto

Charla «Cómo estar en desacuerdo de forma productiva y encontrar un terreno común» de TED@BCG Toronto en español.

Algunos días, parece como si lo único en lo que estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo en nada. Basándose en su experiencia como campeona mundial de debate, Julia Dhar nos ofrece tres técnicas para reformar la manera en que nos hablamos para que podamos empezar a estar en desacuerdo de forma productiva y encontrar terreno común en reuniones familiares, reuniones de trabajo y conversaciones nacionales.

  • Autor/a de la charla: Julia Dhar
  • Fecha de grabación: 2018-10-03
  • Fecha de publicación: 2018-11-19
  • Duración de «Cómo estar en desacuerdo de forma productiva y encontrar un terreno común»: 896 segundos

 

Traducción de «Cómo estar en desacuerdo de forma productiva y encontrar un terreno común» en español.

Algunos días, parece como si lo único en lo que estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo en nada.

El discurso público está dividido.

Y sentimos que, en todas partes, los panelistas en la televisión se gritan, vamos a la red a encontrar una comunidad y conexión, y nos vamos con una sensación de enojo y alienación.

En el día a día, probablemente porque todos los demás están gritando, nos asusta tanto entrar en una discusión que estamos dispuestos a no entablar conversación.

El desdén ha remplazado a la conversación.

Mi misión en la vida es ayudarnos a estar en desacuerdo de forma productiva.

A encontrar formas de traer la verdad a la luz y crear nuevas ideas.

Pienso…

espero…

que haya un modelo para un desacuerdo estructurado que sea más o menos respetuoso mutuamente y que asuma un deseo genuino de persuadir y ser persuadido.

Y para descubrirlo, déjenme llevarlos en el tiempo.

Cuando tenía 10 años, amaba discutir.

Esta posibilidad seductora de que podemos convencer a alguien de nuestro punto de vista solo con el poder de nuestras palabras.

Y no resulta sorprendente que a mis padres y maestros esto no les gustara tanto.


(Risas)
Y casi de la misma forma en que decidieron que a una Julia de 4 años le vendría bien hacer gimnasia para gastar energía, decidieron que me sería beneficioso unirme a un equipo de debate.

Así, iría a discutir a algún lugar donde ellos no estuviesen.


(Risas)
Para los novatos en el tema, las premisas del debate formal son muy simples: Hay una gran idea en la mesa, como estar a favor de la desobediencia civil, el libre cambio…

y un grupo de personas hablan a favor de esa idea y otro grupo en contra.

Mi primer debate en el cavernoso auditorio del Canberra Girls Grammar School fue un conjunto de todos los peores errores que se ven en el noticiero.

Me resultaba más fácil atacar a la persona que presentaba los argumentos que el contenido de las ideas.

Cuando esa misma persona cuestionó mis ideas, me sentí muy mal, me sentí humillada y avergonzada.

Y sentí que la respuesta sofisticada a eso era ser lo más extrema posible.

Y a pesar de este ingreso tambaleante al mundo del debate, me encantó.

Vi la posibilidad, y durante muchos años trabajé muy duramente en ello, de volverme muy hábil en el arte técnico del debate.

Llegué a ganar el Campeonato Mundial de Debate Escolar tres veces.

Ya sé, recién se están enterando de que eso existe.


(Risas)
Pero no fue hasta que empecé a entrenar a otros en el arte del debate, personas persuasivas que están en la cima, que lo entendí.

La forma de llegar a las personas es encontrando un terreno común.

Es separando las ideas de la identidad y estar realmente abiertos a la persuasión.

El debate es una forma de organizar conversaciones sobre cómo es, puede y debe ser el mundo.

En otras palabras, me encantaría ofrecerles mi guía basada en mi experiencia y puesta a prueba sobre cómo hablarle a su primo sobre política en la próxima reunión familiar, reorganizando la forma en que su equipo debate nuevas propuestas, teniendo en cuenta cómo cambiamos nuestro discurso público.

Y así, como punto de entrada a eso: el debate requiere que nos involucremos con la idea conflictiva de forma directa, respetuosa, cara a cara.

La base del debate es la refutación.

La idea de que tú haces una afirmación y yo respondo, y tú respondes a mi respuesta.

Sin la refutación, no hay debate.

Solo estamos pontificando.

Y en un principio imaginaba que los debatientes más exitosos, los más persuasivos, debían ser muy buenos yendo a los extremos.

Debían tener una habilidad mágica para que la polarización fuera más agradable.

Me llevó un largo tiempo darme cuenta de que en realidad es lo opuesto.

Las personas que están en desacuerdo más productivamente, empiezan por encontrar un terreno común, sin importar qué tan pequeño sea.

Identifican qué es eso en lo que todos estamos de acuerdo y lo usan como punto de partida: el derecho a la educación, la igualdad entre las personas, la importancia de comunidades más seguras.

Lo que hacen es invitarnos a lo que los psicólogos llaman realidad compartida.

La realidad compartida es el antídoto a los hechos alternativos.

Por supuesto, el conflicto sigue ahí.

Por eso es un debate.

La realidad compartida nos da una plataforma para empezar a hablar de ello.

El truco del debate es que acabamos haciéndolo directamente, cara a cara, en la mesa.

Y hay estudios que sostienen que esto realmente importa.

La profesora Juliana Schroeder de la Universidad de Berkeley y sus colegas tienen estudios que sugieren que escuchar la voz de alguien que sostiene un argumento controversial es, literalmente, humanizante.

Hace que sea más fácil involucrarnos con lo que esa persona tiene que decir.

Así que, sepárense de los teclados, empiecen a conversar.

Si debemos expandir esa noción un poco más, nada nos impide pausar el desfile de discursos de apertura, la secuencia de respetuosos paneles de discusión, y reemplazar parte de eso con un debate estructurado.

Todas las conferencias podrían tener, como centro, un debate sobre las ideas más controversiales del área.

Todas las reuniones semanales del equipo podrían dedicarle 10 minutos a debatir una propuesta para cambiar la forma en la que el equipo trabaja.

Y en lo que respecta a ideas innovadoras, esta es fácil y gratis.

Podrían empezar mañana.


(Risas)
Y una vez dentro de esta realidad compartida, el debate requiere que, además, separemos las ideas de la identidad de la persona que las debate.

En el debate formal, nada es un tema si no es controversial: que deberíamos elevar la edad para votar, prohibir las apuestas.

Pero los que debaten no eligen su postura.

Por eso es que no tiene sentido lo que hizo aquella Julia de 10 años.

Atacar la identidad de la persona que hace el argumento es irrelevante, porque no lo eligieron.

La única estrategia para ganar es involucrarnos con la mejor versión, la más clara y la menos personal de la idea.

Puede que resulte imposible o ingenuo de imaginar que uno puede llevar esa noción fuera del auditorio de la secundaria.

Pasamos demasiado tiempo desechando ideas como demócratas o republicanas.

Rechazando propuestas porque vinieron de la oficina central o de una región que pensamos no es como la nuestra.

Pero sí es posible.

Cuando trabajo con equipos que intentan concebir su próxima gran idea o resolver un problema muy complejo, empiezo por pedirle a cada uno que haga una propuesta anónima.

Para hacerlo más claro, hace dos años, estaba trabajando con varias agencias gubernamentales para generar soluciones para el desempleo a largo plazo.

Que es uno de esos problemas realmente difíciles y muy bien estudiados de las políticas públicas.

Así que, tal como dije, al principio se buscaron soluciones potenciales en todos lados.

Las acumulamos, cada una fue producida en una plantilla idéntica.

A esa altura, todas se ven iguales, no tienen identidad propia.

Y luego, por supuesto, son debatidas, analizadas refinadas, finalizadas.

Al final de ese proceso, se presentan más de 20 de esas nuevas ideas a los ministros del gabinete a cargo de considerarlas.

Pero en más de la mitad de ellas, el creador de esas ideas fue alguien que tuvo dificultades para que un asesor político lo escuchara.

O alguien que, por su identidad, no es tomado seriamente si lo hiciese.

Aquellos que atienden llamadas, los asistentes que llevan las agendas, los representantes de agencias en los que no siempre se confió.

Imaginen si los medios hicieran lo mismo.

Se puede ver hoy…

un segmento semanal de noticias con una gran propuesta política sobre la mesa que no la define como liberal o conservadora.

O una serie de artículos de opinión a favor y en contra de una gran idea que no dicen dónde trabajaron los autores.

Nuestras conversaciones públicas, incluso nuestros desacuerdos privados, pueden transformarse en ideas de debate en lugar de discutir la identidad.

Y luego, lo que el debate nos permite hacer como seres humanos es abrirnos, realmente abrirnos a la posibilidad de que quizás estemos equivocados.

La humildad de la incertidumbre.

Una de las razones por las que es difícil estar en desacuerdo de forma productiva es porque nos aferramos a nuestras ideas.

Creemos que las poseemos y que, por extensión, nos poseen.

Pero finalmente, si debates lo suficiente, cambiarás de lado, argumentarás a favor y en contra de la expansión del estado de bienestar.

A favor y en contra del voto obligatorio.

Y este ejercicio acciona una especie de interruptor cognitivo.

Las sospechas que tienes sobre las personas que sostienen creencias que no compartes empiezan a evaporarse.

Porque puedes imaginarte en sus zapatos.

Y cuando te pones en sus zapatos aceptas la humildad de la incertidumbre.

La posibilidad de estar equivocado.

Esa humildad es la que nos ayuda a tomar mejores decisiones.

Mark Leary, neurocientífico y psicólogo de la Universidad Duke, y sus colegas descubrieron que las personas que practican —y es una habilidad— lo que estos investigadores llaman humildad intelectual son más capaces de evaluar un amplio rango de evidencia, son más objetivos cuando lo hacen y no se ponen a la defensiva cuando se enfrentan con evidencia contradictoria.

Todas las cualidades que queremos en nuestros jefes, colegas, compañeros de discusión, gente que toma decisiones, todas las virtudes que nos gustarían para nosotros mismos.

Y así, mientras aceptamos la humildad de la incertidumbre, deberíamos hacernos una pregunta.

Los moderadores de debates, los periodistas deberían preguntarle a nuestros representantes electorales y candidatos a cargos políticos.

¿Sobre qué cambiaste tu opinión y por qué?

¿Qué incertidumbre te hace humilde?

Por cierto, esto no es una fantasía sobre cómo podrían funcionar la vida y las conversaciones públicas.

Tiene un precedente.

En 1969, el amado presentador estadounidense de programa infantil Míster Rogers se sentó frente al subcomité de comunicaciones del Congreso de EE.

UU.

presidido por John Pastore, que aparentaba ser bastante irascible.

Míster Rogers estaba allí para presentar un caso clásico de debate una propuesta muy audaz: un aumento en el presupuesto federal para la radiodifusión pública.

Y al principio, el muy disciplinario Senador Pastore no estaba de acuerdo.

Esto iba a terminar mal para Míster Rogers.

Pero con paciencia, de forma razonable, Míster Rogers argumentó por qué la radiodifusión infantil de buena calidad, la clase de programas de televisión que trataban los problemas que ocurrían en las familias más comunes, nos importaba a todos.

Incluso si nos costaba.

Él nos invitaba a una realidad compartida.

Y del otro lado de esa mesa, el Senador Pastore escuchaba, participaba y abría su mente.

En voz alta, en público, de forma oficial.

El Senador Pastore le dice a Míster Rogers: «Sabe, se supone que soy un tipo duro, y esta es la primera vez que tengo piel de gallina en dos días».

Y luego, «Parece que se ganó los USD 20 millones».

Necesitamos muchos más Míster Rogers.

Personas con la habilidad técnica del debate y la persuasión.

Pero del otro lado de esa mesa, necesitamos muchísimos más Senadores Pastore.

Y la magia del debate es que te permite, te da el poder de ser simultáneamente Míster Rogers y el Senador Pastore.

Cuando trabajo con esos mismos equipos de los que hablamos antes, les pido al principio que se comprometan con la posibilidad de estar equivocados.

Que expliquen qué se necesita para que cambien de parecer.

Y es una cuestión de actitud, no del ejercicio.

Una vez que empiezas a pensar en ello, empiezas a preguntarte por qué estabas tan seguro en primer lugar.

La práctica del debate nos ofrece mucho sobre cómo estar en desacuerdo de forma productiva.

Y deberíamos incorporarlo en el trabajo, en nuestras conferencias y reuniones del consejo.

Los principios del debate pueden transformar cómo hablamos con el otro, nos enseñan a dejar de hablar y empezar a escuchar.

A dejar de desestimar y empezar a persuadir.

A dejar de cerrarnos y empezar a abrir nuestras mentes.

Muchas gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/julia_dhar_how_to_disagree_productively_and_find_common_ground/

 

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