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Charla «Cómo hablamos del abuso sexual en línea» de TEDSummit en español.
Hace falta un enfoque más atento sobre el uso de las redes sociales para la justicia social, dice el escritor y activista Ione Wells. Después de haber sido víctima de un abuso sexual en Londres, Wells publicó en un periódico estudiantíl una carta a su atacante que se volvió viral y pusó en marcha la campaña #NotGuilty contra el abuso sexual y la victimización.
En esta charla emotiva describe cómo, al compartir su experiencia personal, dió esperanza a otros, constituyendo un mensaje de gran alcance contra la cultura de la humilliación en línea.
- Autor/a de la charla: Ione Wells
- Fecha de grabación: 2016-06-30
- Fecha de publicación: 2016-10-10
- Duración de «Cómo hablamos del abuso sexual en línea»: 849 segundos
Traducción de «Cómo hablamos del abuso sexual en línea» en español.
Era abril del año pasado.
Pasaba la noche con unos amigos celebrando el cumpleaños de uno de ellos.
No nos habíamos visto en un par de semanas; era una noche perfecta ya que estábamos todos juntos.
Al final de la noche, tomé el último metro de vuelta al otro lado de Londres.
El viaje transcurrió sin problemas.
Llegué a mi parada y me quedaba caminar 10 minutos hasta mi casa.
Al girar la esquina de mi calle, ya vi mi casa y oí pasos detrás de mí que parecían que se acercaban de la nada y cada vez más rápido.
Antes de que tuviese tiempo de procesar qué estaba ocurriendo, una mano me tapa la boca dejándome sin respiración y el joven que tenía detrás de mí me tiró al suelo, golpeándome la cabeza repetidamente contra la acera hasta que mi cara empezó a sangrar.
Me dio patadas en la espalda y el cuello al empezar abusar de mí, me quitó la ropa y me dijo que me callase ya que intentaba pedir ayuda.
Cada vez que mi cabeza golpeaba el suelo de cemento una pregunta me pasaba por la mente, que aún me persigue hoy en día: «¿Así es como todo termina?» No me había dado cuenta que me había seguido todo el rato desde el momento en el cual salí de la parada.
Y horas más tarde, estaba de pie desnuda frente a la policía, llena de cortes y moretones, un cuerpo desnudo que fotografiaban para las pruebas forenses.
Hay pocas palabras para describir la sensación abrumadora de vulnerabilidad, vergüenza, malestar e injusticia a la cual me enfrenté en aquel momento y durante semanas.
Pero quería encontrar una manera de resumir estos sentimientos en algo ordenado para que pudiera repasarlos, y decidí hacer aquello que era lo más normal para mí: escribir sobre ello.
Comenzó como un ejercicio catártico.
Escribí una carta a mi agresor; lo humanicé llamándole «tú» para identificarlo como parte integrante de la misma comunidad que había abusado de forma tan violenta aquella noche.
Sacando en evidencia el efecto de sus acciones, escribí: «¿Alguna vez piensas en las personas en tu vida? No sé que gente hay en tu vida.
No sé nada de ti.
Pero sí sé esto: no me atacaste solo a mí esa noche.
Soy una hija, soy una amiga, una hermana, una alumna, una prima, una sobrina, una vecina; soy la empleada que sirve el café a todos en el café bajo la estación.
Y toda la gente que tiene relación conmigo conforma mi comunidad.
Y agrediste a cada uno de ellos.
Violaste la verdad por la que nunca voy a dejar de luchar y que representa a todas estas personas, que es que en el mundo hay infinitamente más gente buena que mala».
Sin embargo, decidida a no dejar que este incidente me hiciera perder la fe en la solidaridad de mi comunidad o en la humanidad en general, recordé los ataques terroristas de julio del 2005 en el transporte público londinense y cómo el alcalde de Londres por aquel entonces y de hecho, mis propios padres, habían insistido en que todos volviéramos a usar el metro al día siguiente, de modo que aquello que nos había hecho sentir inseguros no nos defina o cambie.
Le dije a mi atacante, «Llevaste a cabo el abuso, pero yo vuelvo a usar mi metro.
Mi comunidad no se siente insegura caminando a casa después del anochecer.
Seguiremos tomando los últimos trenes a casa y caminaremos solos por la calle, porque no nos someteremos o aceptaremos la idea de que nos estamos poniendo en peligro al hacerlo.
Vamos a seguir juntarnos como un ejército, cada vez que algún miembro de nuestra comunidad se vea amenazado.
Y esta es una lucha que no vas a ganar».
Cuando escribí esta carta… (Aplausos) Gracias.
En aquel momento estaba estudiando para mis exámenes en Oxford y trabajaba en el periódico estudiantil local.
A pesar de tener la suerte de tener amigos y familia que me apoyaran, me sentía sola.
No conocía a nadie que hubiera pasado por esto antes; al menos eso pensé.
Había leído las noticias, las estadísticas y sabía lo frecuente que era la agresión sexual, pero no podía nombrar una sola persona a la que hubiera oído hablar sobre una experiencia de este tipo.
Así que, decidí un tanto espontáneamente publicar la carta en el periódico con la esperanza de llegar a otras víctimas en Oxford que podrían haber tenido una experiencia similar y se sentían de la misma manera.
Al final de la carta, les pedí que contestaran escribiendo sobre sus experiencias usando el hashtag: «#NotGuilty» para enfatizar que los supervivientes podían expresarse sin sentir vergüenza o culpa por lo que les pasó, para demostrar que todas podíamos hacer frente a un asalto sexual.
Lo que nunca esperé es que de la noche a la mañana esta carta ya publicada se volviese viral.
Pronto, empezamos a recibir cientos de respuestas con las historias de hombres y mujeres en todo el mundo, que empezamos a publicar en una nueva página web.
Y el hashtag se convirtió en una campaña.
Había una madre australiana de 40 años que describió cómo en una noche de fiesta, alguien la siguió al baño, un hombre que le agarró repetidamente su entrepierna.
Un hombre de los Países Bajos describió cómo fue violado en una cita que tuvo en Londres y que nadie lo tomó en serio cuando informó del hecho.
Tenía mensajes personales en Facebook de gente de la India y América del Sur, preguntándome cómo podían llevar el mensaje de la campaña hasta allí.
Una de las primeras respuestas vino de una mujer llamada Nikki, quien describió cómo su propio padre abusó de ella.
Yo misma tenía amigos que empezaron a contarme experiencias desde las ocurridas la semana anterior a las de hace muchos años y de las que no tenía ni idea.
Y cuanto más mensajes recibíamos, más mensajes esperanzadoras llegaban también: personas que se sentían respaldadas por todas estas voces que se levantaban contra la agresión y la victimización.
Una mujer llamada Olivia, después de describir cómo fue agredida por alguien en quién confiaba desde hacía tiempo, dijo: «He leído muchas de las historias publicadas, y tengo la esperanza de que si tantas mujeres pueden seguir adelante, yo también.
Me inspiré en muchos y espero ser tan fuerte como ellos algún día.
Estoy segura de que lo seré.» Gente en todo el mundo comenzó a tuitear con el hashtag mientras que la carta se re-publicó en la prensa nacional, y tradujo a varios idiomas mundialmente.
Sin embargo, me sorprendió la atención mediática que la carta estaba atrayendo.
Para que una noticia sea titular y dada la definición de la palabra «noticia, hay que asumir que debe ser algo nuevo o sorprendente y sin embargo, el abuso sexual no es algo nuevo sino que junto con otras injusticias, siempre aparece en los medios de comunicación.
Pero con la campaña, estas injusticias ya no eran noticias, sino experiencias de primera mano que afectaron a personas reales, que estaban creando, en solidaridad con los demás, lo que necesitaban y que no tuvieron: una plataforma para protestar, con la certeza de que no estaban solos o los únicos culpables de lo que pasó y mantener discusiones abiertas que ayudarían a reducir el estigma.
En el primer plano estaban las voces de los directamente afectados y no las de los periodistas o comentaristas en las redes.
Y es por eso que mi historia era noticia.
Vivimos en un mundo increíblemente interconectado donde la proliferación de las redes sociales es por supuesto un recurso fantástico para promover el cambio social, pero que también nos ha vuelto cada vez más sensibles a cosas desde las quejas de menos importancia: «Mi tren se retrasa» hasta las graves injusticias cómo la guerra, los genocidios y los ataques terroristas.
Nuestra respuesta predeterminada es reaccionar ante cualquier tipo de agravio por Twitter y Facebook, usando hashtags que muestren a otros que nosotros también hemos reaccionado.
Reaccionar de esta forma, en masa, se transforma en un problema porque a veces esto significa que en realidad no reaccionamos en absoluto, no en el sentido de que realmente hacemos algo.
Podría hacernos sentirnos mejor, porque contribuimos a apoyar a los directamente afectados pero en realidad esto no cambia nada.
Y es más, a veces puede silenciar las voces de las personas directamente afectadas por la injusticia, cuyas necesidades deben de ser escuchadas.
También es preocupante la tendencia creada por algunas reacciones a esas injusticias de levantar aún más muros, por gente que se apresura hacer acusaciones en seguida con la esperanza de proporcionar soluciones fáciles a problemas complejos.
Un periódico británico incluyó este titular al publicar mi carta: «Estudiante de Oxford lanza una campaña en línea para avergonzar al atacante».
Pero la campaña nunca tuvo la intención de avergonzar a nadie.
Quería dejar que la gente hablara y que los demás escuchen.
Los trolls de Twitter se apresuraron a provocar aún más injusticias, haciendo comentarios sobre la etnia o la clase social de mi agresor para reforzar sus propios prejuicios.
Algunos incluso me acusaron de fingir todo el asunto para impulsar, y cito, mi «agenda feminista andrófoba».
Lo sé.
Como si fuera a decir, «¡Hola chicos! Lo siento, no puedo acudir, estoy ocupada tratando de odiar a todos los hombres antes de llegar a cumplir los 30».
Estoy casi segura de que estas personas no dirían esto en persona.
Pero ya sea que está detrás de una pantalla, en la comodidad de su propia casa o en las redes sociales, la gente olvida de que lo que escribe se vuelve público y otras personas lo leerán y les afectarán.
De vuelta a mi idea de volver a tomar el metro, otra de mis preocupaciones frente a este ruido que nace de nuestras respuestas en línea a la injusticia es que fácilmente puede definirnos como la parte afectada, que puede llevar a causar una sensación de derrota, a una barrera mental que bloquea cualquier oportunidad para la positividad y el cambio después de una situación negativa.
Un par de meses antes del inicio de la campaña o del hecho que me pasó, fui a un evento TEDx en Oxford y vi hablar a Zelda la Grange, la ex secretaria personal de Nelson Mandela.
Una de las historias que contó realmente me llamó la atención.
Habló de cuando Mandela fue llevado a los tribunales por la Unión Sudafricana de Rugby después de encargar una investigación sobre asuntos deportivos.
Se acercó en el tribunal a los abogados de la Unión Africana de Rugby del Sur, les dió la mano y conversaron, cada uno en su propio idioma.
Y Zelda quería protestar, diciendo que no tenían derecho a su respeto después de esta injusticia que le habían causado.
Él se volvió hacia ella y le dijo: «Nunca se debe permitir al enemigo que decida los motivos de la batalla».
Al escuchar estas palabras, realmente no sabía que eran tan importantes, pero sentí que lo eran y las apunté en un cuaderno que llevaba.
He pensado mucho en esta frase desde entonces.
La venganza, o la expresión del odio hacia los que nos han hecho injusticias puede parecer un instinto humano frente al mal, pero tenemos que romper este círculo si aspiramos a transformar hechos negativos injustos en un cambio social positivo.
Hacer lo contrario significa dejar que el enemigo determine el campo de batalla, crea un arma de doble filo donde los que hemos sufrido somos los afectados que nos enfrentamos a ellos, los agresores.
Y al igual que volvimos a nuestro metro, no podemos dejar que nuestras plataformas para la interconectividad y la comunidad sean lugares que aceptan la derrota.
Pero no quiero desanimar la respuesta de las redes sociales, porque debo el desarrollo de la campaña #NotGuilty casi en su totalidad a las redes sociales.
Pero sí quiero fomentar un enfoque más atento acerca de la forma en que las usamos para responder a la injusticia.
Creo que para empezar hay que preguntarnos dos cosas.
Primera: ¿Por qué siento esta injusticia? En mi caso, hubo varias respuestas.
Alguien me hirió; a mí y a los que quiero, bajo el supuesto de que no tendría que rendir cuentas o reconocer el daño que había causado.
No solo eso, sino que miles de personas que sufren cada día un abuso sexual, a menudo en silencio, siguen siendo afectadas por un problema al que no damos la misma cobertura que otras cuestiones y en el cuyo caso todavía muchas personas culpan a las víctimas.
Pregúntense, al admitir estos motivos: ¿podríamos revertirlos? Con nosotros, obligaba mi atacante a rendir cuentas, y a muchos otros.
Se les llamó la atención sobre lo que habían causado.
Se estaba dando cobertura a la cuestión del abuso sexual, abriendo la discusión entre amigos, familias, en los medios que habían estado cerrados por mucho tiempo, insistiendo en la inocencia de las víctimas por lo sucedido.
Todavía hay un largo camino para solucionar este problema por completo.
Pero podemos usar de ese modo las redes sociales, como una herramienta activa para la justicia social, para educar, para fomentar diálogos, para que los que están en posiciones de autoridad sean conscientes de una cuestión escuchando a las personas directamente afectadas.
Porque a veces estas preguntas no tienen respuestas fáciles.
De hecho, rara vez la tienen.
Pero esto no quiere decir que no podemos ofrecer una respuesta prudente.
En situaciones donde es imposible no pensar en cómo revertir este sentimiento de injusticia, todavía se puede pensar tal vez no lo que puedes hacer sino en lo que puedes dejar de hacer.
Puedes dejar de construir más muros y luchar contra la injusticia con más prejuicios y más odio.
Puedes dejar de levantar la voz por encima de los afectados por una injusticia y no se puede reaccionar ante la injusticia para olvidarse de ella al día siguiente solo porque Twitter ha seguido adelante.
A veces, irónicamente, no reaccionar en seguida es la mejor acción inmediata que podemos tomar porque podríamos estar enfadados, molestos y motivados por la injusticia, pero consideremos nuestras respuestas.
Hagamos que la gente rinda cuentas sin degradarnos avivando una cultura que se nutre de la vergüenza y la injusticia.
Recordemos esta diferencia, tan a menudo olvidada por los internautas, entre la crítica y el insulto.
No olviden pensar antes de hablar, solo porque tenemos una pantalla delante de nosotros.
Y cuando hacemos ruido en las redes sociales, no dejemos que se ahoguen las necesidades de los afectados, sino que se amplifiquen sus voces, para que el Internet se convierta en un lugar donde no seas la excepción si hablas acerca de algo que realmente te ha sucedido.
Todos estos enfoques atentos frente a la injusticia evocan la razón de ser y la base sobre cual se construyó el Internet: la de comunicarse, transmitir, conectar, todos términos que implican unir a la gente no separarla.
Porque si buscan la palabra «justicia» en el diccionario, antes de «castigo», «administración de la ley» o «autoridad judicial» se define como «Respetar lo que es correcto».
Y creo que hay algunas cosas más «correctas» en este mundo que acercan a las personas, que los sindicatos.
Y si permitimos que los medios sociales lo hagan, entonces ofrecerán una forma muy potente de la justicia.
Muchas gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/ione_wells_how_we_talk_about_sexual_assault_online/