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Charla «Cómo hablar de la guerra con los veteranos» de TEDSalon NY2014 en español.
Wes Moore ingresó al ejército de los Estados Unidos para poder pagar la universidad, pero la experiencia se transformó en una parte fundamental de su vida. En su sentida charla, el paracaidista y capitán —que además escribió «El otro Wes Moore»— explica el choque de realidades al regresar de Afganistán. Comparte la única frase que escuchó una y otra vez de los civiles y muestra por qué simplemente no es suficiente. Este es un llamado para que todos nosotros les preguntemos a los veteranos por sus historias, y los escuchemos.
- Autor/a de la charla: Wes Moore
- Fecha de grabación: 2014-01-16
- Fecha de publicación: 2014-05-23
- Duración de «Cómo hablar de la guerra con los veteranos»: 867 segundos
Traducción de «Cómo hablar de la guerra con los veteranos» en español.
Me emociona estar aquí para hablar de los veteranos porque no ingresé al ejército porque quisiera ir a la guerra.
No ingresé al ejército porque tuviera el deseo o la necesidad de ir al extranjero y combatir.
Para ser sincero, ingresé al ejército porque la universidad es realmente muy cara y el ejército iba a ayudarme a pagarla, y también ingresé al ejército porque era algo que conocía y era algo conocido que creí que podría hacer bien.
No provengo de una familia de militares.
No soy hijo de militares.
Nadie en mi familia jamás estuvo en al ejército, y mi primer contacto con el ejército fue cuando tenía 13 años y me enviaron a una escuela militar porque mi mamá me había advertido que me enviaría a una escuela militar desde que tenía ocho años.
Era un poco problemático cuando estaba creciendo y mi madre siempre me decía cosas como: «Si no cambias tu actitud te enviaré a una escuela militar».
Yo la miraba y le decía: «Mami voy a esforzarme más».
Luego, cuando tenía 9 años, comenzó a darme folletos para probarme que no estaba bromeando, yo los miraba y le decía: «Bien, mami, veo que es en serio y voy a esforzarme más».
Y, luego, cuando tenía 10 u 11 años, mi comportamiento siguió empeorando.
Estaba en probatoria académica y disciplinaria, antes de cumplir los 10 años, y a los 11 años tenía esposas en las muñecas.
Entonces, cuando tenía 13 años, mi madre se me acercó y me dijo: «No voy a hacer esto de nuevo.
Te enviaré a la escuela militar».
Yo la miré y le dije: «Mami, entiendo que estés molesta y voy a esforzarme más».
Y me dijo: «No, te vas la semana próxima».
Y así fue como tuve mi primer contacto con el ejército, porque ella pensó que era una buena idea.
No podía estar más en desacuerdo cuando entré allí por primera vez, porque durante los primeros cuatro días ya me había escapado cinco veces.
Tenía esas grandes puertas metálicas negras que la rodeaban y en cuanto los militares se daban vuelta simplemente las cruzaba y aceptaba su oferta de que podíamos irnos cuando ya no quisiéramos estar allí.
Y yo pensaba: «Bueno, si así son las cosas, entonces quiero irme».
(Risas)
Nunca funcionó.
Y continué yéndome.
Pero finalmente luego de estar allí por un tiempo, y luego de terminar el primer año en esta escuela militar, me di cuenta de que estaba madurando.
Supe que lo que me gustaba de esta escuela y lo que me gustaba de su estructura era algo que nunca antes había encontrado: finalmente me sentí parte de algo mayor, parte de un equipo, y que a la gente realmente le importaba que estuviera allí, que el liderazgo no era solo parte del discurso sino que de verdad era una parte esencial de toda la experiencia.
Entonces, cuando llegó el verdadero momento de terminar la secundaria, comencé a pensar qué quería hacer, y, al igual que probablemente la mayoría de los estudiantes, no sabía qué significaba eso ni qué quería hacer.
Pensé en todas las personas que respetaba y admiraba.
Pensé en muchas personas, en particular en muchos de los hombres, que conocía, y que admiraba.
Todos ellos usaban el uniforme de los Estados Unidos de América, entonces, la pregunta y su respuesta se volvieron mucho más fáciles.
La pregunta «
¿Qué quiero hacer?
» fue respondida muy fácilmente con «Supongo que seré oficial del ejército».
Entonces, comenzó en el ejército el proceso de mi entrenamiento, y cuando digo que no entré al ejército porque quisiera ir a la guerra, la verdad es que ingresé en 1996.
En ese entonces, no estaba sucediendo mucho.
Nunca me sentí en peligro.
Cuando fui donde mi madre, ya que como tenía 17 años necesitaba su permiso para entrar al ejército, ella pensó que eran papeleos similares a los de la escuela militar.
Ella pensó: «Le hizo bien antes así que lo dejaré continuar con esto», sin saber que al firmar esos papeles en realidad estaba inscribiendo a su hijo para que se convirtiera en oficial del ejército.
Luego, comenzó todo ese proceso, y yo seguía pensando: «Esto es genial.
Quizás tendré que estar de servicio algún fin de semana, o dos semanas en el año, hacer simulacros».
Sin embargo, un par de años después de inscribirme, un par de años después de que mi madre firmara esos papeles, el mundo cambió por completo.
Luego del 11 de septiembre, el contexto de la profesión que había elegido era completamente distinto.
Cuando ingresé no tenía pensado combatir, pero ahora que ya estaba dentro, eso era exactamente lo que iba a suceder.
Y pensé mucho en los soldados que finalmente me tocaría liderar.
Recuerdo que muy poco después del 11 de septiembre, 3 semanas después estaba en un avión hacia el extranjero, pero no iba al extranjero con el ejército iba porque me dieron una beca para ir al extranjero.
Recibí esa beca para ir a estudiar y a vivir en el extranjero, vivía en Inglaterra y eso era interesante, pero al mismo tiempo, la misma gente con la que me entrené, los mismos soldados que entrenaron junto conmigo y que se prepararon como yo para ir a la guerra, en ese momento estaban yendo a combatir.
Estaban a punto de hallarse en el medio de lugares que la mayoría de la gente, y que la mayoría de nosotros durante el entrenamiento, no podíamos ni siquiera ubicar en el mapa.
Pasé un par de años terminando mis estudios universitarios y mientras estaba sentado en edificios de Oxford que fueron construidos cientos de años atrás antes de que se crearan los EE.
UU., estaba sentado allí, hablando con catedráticos acerca del asesinato del archiduque Fernando y cómo ese hecho influyó en el inicio de la I Guerra Mundial, sin que mi corazón y mi mente se olvidaran de mis soldados que estaban en ese momento colocándose cascos, agarrando sus chalecos antibalas, e intentando descubrir cómo cambiar de posición o cómo limpiar una ametralladora en la oscuridad.
Esa era la nueva realidad.
Cuando terminé mis estudios y me reuní con mi unidad militar para desplegarnos hacia Afganistán, había soldados en mi unidad que se encontraban en su segundo o tercer despliegue antes de que yo realizara el primero.
Recuerdo salir con mi unidad por primera vez, y cuando uno se une al ejército y realiza sus recorridos de combate, todos te miran el hombro porque allí se encuentra tu insignia de combate.
Entonces, apenas uno conoce gente, les das la mano, y tus ojos se dirigen a su hombro porque uno quiere saber en qué combates estuvieron o en qué unidad estuvieron, y yo era el único que caminaba con el hombro vacío, y eso me avergonzaba cada vez que alguien me miraba.
Pero uno tiene la oportunidad de hablar con sus soldados y preguntarles por qué se alistaron en el ejército.
Yo me alisté porque la universidad era cara.
Muchos de mis soldados lo hicieron por razones totalmente diferentes.
Porque sintieron la obligación de hacerlo.
Porque estaban enojados y querían hacer algo al respecto.
Porque sus familias les dijeron que era importante.
Porque querían algún tipo de venganza.
Lo hicieron por muy diferentes razones.
Y, entonces, estábamos en el extranjero luchando en estas guerras.
Y lo que me resultaba increíble era mi inocencia al oír una frase que nunca comprendí del todo, porque después del 11 de septiembre la gente se te acerca y te dice: «Bueno, gracias por sus servicios».
Yo les seguía la corriente y comencé a decirles lo mismo a mis soldados.
Esto incluso antes de mi primer despliegue.
Pero en realidad no tenía idea de su significado.
Simplemente la decía porque sonaba bien.
La decía porque parecía correcto decírsela a aquéllos que combatieron el extranjero.
«Gracias por sus servicios».
Pero no tenía idea del contexto, ni siquiera tenía idea de qué significaba para los que la escuchaban.
Cuando volví de Afganistán, pensaba que si lograbas volver de la guerra entonces los peligros se habían acabado.
Pensaba que si lograbas volver de una zona de conflicto de algún modo podías limpiarte el sudor de la frente y decir: «Me alegra haber esquivado esa bala», sin entender que para muchos soldados cuando vuelven a casa la guerra continúa.
Continúa en nuestras mentes.
Continúa en nuestras memorias.
Continúa en nuestras emociones.
Discúlpennos si no nos gusta estar en grandes multitudes.
Discúlpennos si pasamos una semana en un lugar con luces militares.
Porque en la guerra no se puede caminar con luces blancas, porque si algo tiene luces blancas se puede ver a kilómetros de distancia, pero si se usan luces verdes o azules pequeñas estas no pueden verse desde lejos.
Entonces, discúlpennos si, de repente, pasamos de estar con luces militares a caminar una semana después por el medio de Times Square, y nos cuesta acostumbrarnos.
Discúlpennos si al volver a nuestra familia, que se las ha ingeniado para funcionar sin nosotros, nos resulta difícil volver a la normalidad porque nuestra idea de normalidad ha cambiado.
Recuerdo que cuando volví quería hablar con la gente.
Quería que me preguntaran por mis experiencias.
Quería que se me acercaran y me preguntaran: «
¿Qué hiciste allí?
» Quería que la gente me preguntara: «
¿Cómo era todo allí?
¿Qué tal la comida?
¿Cómo era la experiencia?
¿Cómo estás?
» Y la única pregunta que me hicieron fue: «
¿Le disparaste a alguien?
» Y eso, en el caso de los que eran lo suficientemente curiosos para decir algo.
Porque a veces la gente siente miedo o recelo de decir algo que pueda ofender al otro o teme desencadenar alguna reacción, entonces la única opción es no decir nada.
El problema con eso es que uno siente que su servicio ni es siquiera reconocido, como si a nadie le importa.
«Gracias por sus servicios», y seguimos con nuestras vidas.
Lo que quería entender mejor era el significado detrás de esa frase y por qué «Gracias por sus servicios» no es suficiente.
El hecho es que tenemos 2,6 millones de hombres y mujeres que son veteranos de Irak o Afganistán entre nosotros.
A veces sabemos quiénes son, a veces no lo sabemos, pero tenemos ese sentimiento, la experiencia compartida, ese lazo que nos une y que nos indica que aunque esa experiencia, y ese capítulo de nuestras vidas, esté cerrado, aún no se acaba.
Cuando pensamos en «Gracias por sus servicios», y la gente nos pregunta: «
¿Qué significa para Uds.?
» Para mí «Gracias por sus servicios» significa reconocer nuestras historias, preguntarnos quiénes somos, comprender la fuerza que muchos de los que combaten con nosotros tienen y por qué ese servicio tiene tanta importancia.
«Gracias por sus servicios» significa reconocer que el hecho de que hayamos vuelto a casa y nos hayamos quitado el uniforme no quiere decir que nuestro servicio a este país esté de algún modo terminado.
En realidad, aún hay muchísimo para ofrecer y brindar a la comunidad.
Uno conoce personas como nuestro amigo Taylor Urruela, que perdió su pierna en Irak.
Él tenía dos grandes sueños.
Uno era ser soldado.
El otro era ser jugador de baseball.
Pierde su pierna en Irak.
Vuelve de allí y en lugar de decidir que como perdió su pierna su segundo sueño es imposible, decide que aún sueña con ser un jugador de baseball y arma un grupo de deportes para veteranos, que ahora incluye a veteranos de todo el país y utiliza el deporte como una terapia.
Personas como Tammy Duckworth, que era piloto de helicópteros.
Y en el tipo de helicópteros que manejaba era necesario usar ambas manos y piernas para dirigirlo.
Su helicóptero recibió un impacto y ella intentaba dirigirlo pero el helicóptero no obedecía sus instrucciones y órdenes.
Ella intenta aterrizar de modo seguro pero el helicóptero no la obedece, y no le obedece porque no responde a las órdenes que le dan sus piernas porque había perdido sus dos piernas.
Apenas logra sobrevivir.
Los médicos logran salvarle la vida pero, a medida que se recupera en su hogar, se da cuenta de que su servicio aún no estaba concluido.
Y ahora trabaja como congresista por Illinois y lucha por la inclusión de los asuntos de veteranos en la agenda política.
Ingresamos al ejército porque amamos el país que representamos.
Nos unimos al ejército porque creemos en los ideales y porque creemos en las personas a nuestro alrededor.
Y lo único que pedimos es que «Gracias por sus servicios» sea algo más que una frase.
Que «Gracias por sus servicios» signifique realmente interesarse por las personas que dieron un paso al frente simplemente porque se lo solicitaron, y lo que eso significa para nosotros no solo ahora, no solo durante el transcurso de la guerra sino también mucho después de que el último vehículo se haya ido y de que el último disparo haya sido recibido.
Esas son las personas con las que luché y esas son las personas a las que respeto.
Así que «Gracias por sus servicios».
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/wes_moore_how_to_talk_to_veterans_about_war/