Saltar al contenido
Deberes escolares » Charlas educativas » Cómo la cárcel extorsiona a los pobres – Charla TEDxStanford

Cómo la cárcel extorsiona a los pobres – Charla TEDxStanford

Charla «Cómo la cárcel extorsiona a los pobres» de TEDxStanford en español.

¿Por qué se encarcela a la gente por ser pobre? Hoy en día, medio millón de estadounidenses están encarcelados porque no pueden pagar su fianza, y aún más están encarcelados porque no pueden pagar sus deudas de juicio a la corte, algunas veces por cosas tan insignificantes como multas por estacionamiento sin liquidar. Salil Dudani comparte historias de individuos quienes han experimentado encarcelamiento por adeudos en Ferguson, Missouri, y nos reta a pensar de manera distinta sobre cómo se castiga a los pobres y marginalizados.

  • Autor/a de la charla: Salil Dudani
  • Fecha de grabación: 2016-04-24
  • Fecha de publicación: 2017-02-16
  • Duración de «Cómo la cárcel extorsiona a los pobres»: 763 segundos

 

Traducción de «Cómo la cárcel extorsiona a los pobres» en español.

Una tarde de verano de 2013, la policía de DC detuvo, interrogó y registró a un hombre que parecía sospechoso y potencialmente peligroso.

Esto no es lo que vestía el día de la detención, pero también tengo una foto de ello.

Es aterrador — traté de mantener la calma.


(Risas)
En ese tiempo, hacía mis prácticas en el Servicio de Defensa Pública en Washington, DC, y visitaba una estación de policía para trabajar.

Iba de salida, y antes de llegar a mi auto, dos autos se detuvieron para bloquear mi salida, y un oficial se me acercó por detrás.

Me pidió que me detuviera, que me quitara la mochila y que pusiera mis manos sobre el auto estacionado junto al nuestro.

Alrededor de una docena de oficiales se acercaron.

Todos portaban armas, algunos, rifles de asalto.

Desvalijaron mi mochila.

Me palparon.

Me tomaron fotos extendido sobre el auto, se reían.

Y todo esto estaba pasando — mientras estaba en el auto intentando ignorar el temblor de mis piernas, intentando pensar claramente sobre lo que debía hacer — algo me pareció muy raro.

Cuando me miro en esta foto, si tuviera que describirme, creo que diría algo como «Varón indio de 19 años, de anteojos, camiseta colorida».

Pero ellos no vieron ninguno de estos detalles.

Me describieron a través de sus radios como «varón del Medio Oriente con una mochila.

Varón del Medio Oriente con una mochila».

Y esta descripción prosiguió en sus reportes policíacos.

Nunca me esperé ser descrito en estos términos por mi gobierno: «al acecho» «criminal» «terrorista».

La detención continuó así.

Trajeron perros detectores de explosivos para revisar el área.

El gobierno federal revisó si yo estaba en alguna lista de alerta.

Enviaron un par de detectives que me interrogaron sobre por qué, si decía que no tenía nada que esconder, no consentía que registraran mi auto.

Podía ver que no estaban felices conmigo, y que no tenía idea de qué querrían hacer conmigo.

Hubo un punto en el que el oficial que me palpó escaneó la estación de policía buscando la cámara de seguridad para ver cuánto de esto estaba siendo grabado.

Y cuando lo hizo, comprendí que estaba completamente a su merced.

Creo que desde jóvenes nos acostumbramos a los oficiales de policía, los arrestos y las esposas, que es fácil olvidar cuán humillante y coercitivo es tomar control sobre el cuerpo de otra persona.

Creerán que el punto de mi historia es lo mal que me trataron por ser de mi raza — y sí, no creo que me habrían detenido si hubiese sido blanco.

Pero de hecho, lo que tengo en mente hoy es algo distinto.

Lo peores que pudieron ser las cosas si no fuese pudiente.

Pensaron que quizá yo iba a plantar un explosivo, e investigaron esa posibilidad durante hora y media, pero nunca me esposaron, ni me llevaron a una celda de detención.

De haber sido de una comunidad pobre de color de Washington, y de haber pensado que la vida de los oficiales peligraba, todo habría terminado de manera distinta.

En nuestro sistema creo que es mejor ser pudiente y sospechoso de querer explosionar una estación de policía que ser pobre y sospechoso de mucho mucho menos que eso.

Les daré un ejemplo de mi empleo actual.

Actualmente, trabajo en una organización de derechos civiles en DC, llamada «Justicia igualitaria frente a la ley».

Empezaré por hacerles una pregunta.

¿A cuántos de Uds.

les han puesto una multa por estacionamiento?

Alcen la mano.

Sí.

Yo también.

Y cuando tuve que pagarla, me molestó y se sintió feo, pero la pagué y seguí adelante.

Supongo que la mayoría de Uds.

también pagaron sus multas.

Pero

¿qué pasaría si no pudiesen costear la multa y su familia no tampoco tuviera el dinero?

¿Qué pasaría?

Algo que no se supone que debiera pasar según la ley es, no se supone que deban ser arrestados y encarcelados sólo porque no puedan pagarla.

Eso es ilegal según la ley federal.

Pero eso hacen los gobiernos locales de todo el país a la gente que es pobre.

Y muchas de nuestras demandas en Justicia igualitaria frente a la ley se concentran en estas modernas prisiones de deudores.

Uno de nuestros casos es contra Fergurson Missouri.

Sé que cuando digo Ferguson, muchos pensarán en violencia policíaca.

Pero hoy quiero hablar de otro aspecto sobre la relación entre la fuerza policial y los ciudadanos.

En Ferguson se emitían en promedio dos órdenes de arresto, por persona, por año, en su mayoría por adeudos a la corte.

Cuando imagino qué se sentiría si, cada vez que saliera de casa, un oficial revisara mi placa de auto, y viera una orden por adeudo, y me capturara como hicieron en DC y me llevara a la cárcel, me enferma.

Conocí a mucha gente en Ferguson que experimentó esto, y escuché algunas de sus historias.

En la cárcel de Ferguson, en cada pequeña celda, hay una litera y un inodoro, pero amontonaban a cuatro personas en cada una.

Así que había dos personas en las literas y dos en el suelo, y otra sin lugar a dónde ir excepto junto al inmundo inodoro, que nunca nadie lavaba.

De hecho, nunca nadie limpiaba la celda, el suelo y las paredes estaban cubiertas de sangre y mucosidad.

Sin agua para beber, excepto la que salía por un grifo conectado al inodoro.

El agua lucía y sabía a suciedad, nunca había suficiente comida, tampoco duchas, las mujeres que menstruaban no tenían productos de higiene, ni atención médica de ningún tipo.

Cuando le pregunté a una mujer sobre la atención médica, se rió y dijo «Oh, no, no.

La única atención que recibes de los guardias ahí es sexual».

A este lugar llevan a los deudores, y les dicen, «No dejaremos que te vayas hasta que pagues lo que debes».

Y si llegan a tener la posibilidad de llamar a un familiar que pueda conseguir un poco de dinero, quizá entonces logran salir.

Si es suficiente, salen.

Pero si no lo es, se quedan ahí días o semanas, y cada día los guardias vienen a las celdas para regatear el precio de la liberación ese día.

Se quedan hasta el punto en que se llena la cárcel, y aún siguen metiendo más.

Entonces, piensan, «OK, es poco probable que tal persona consiga el dinero, es más probable que esta persona lo consiga».

Unos salen, otros llegan, la máquina sigue en funcionamiento.

Conocí a un hombre a quien, hace nueve años arrestaron por mendigar en un Walgreens.

No pudo pagar las multas y tasas judiciales de su caso.

De joven sobrevivió un incendio en casa, porque saltó de la ventana del tercer piso para escapar.

Pero esa caída le causó un daño cerebral y afectó varias partes de su cuerpo, incluida su pierna.

Por lo tanto, no puede trabajar, y depende de los pagos del servicio social para vivir.

Cuando lo conocí en su departamento, no tenía nada de valor — ni siquiera comida en el refri.

El estaba crónicamente hambriento.

No tenía nada de valor en su casa excepto un pedazo de cartulina donde tenía escritos los nombres de sus hijos.

El lo apreciaba mucho.

Se alegraba de enseñármelo.

Pero no podía pagar las multas y cargos porque no tenía nada.

En los últimos nueve años lo arrestaron 13 veces, y lo encarcelaron en total 130 días por mendigar.

Una de esas condenas duró 45 días.

Imaginen pasarlo desde hoy hasta Junio en ese lugar que les describí hace un rato.

Él me contó de los intentos de suicidio que vio en la cárcel de Ferguson; acerca de un hombre que encontró cómo ahorcarse lejos del alcance de los otros reclusos, y lo único que podían hacer era gritar y gritar, tratando de llamar la atención del guardia para que viniera y lo bajaran.

Les tomó más de cinco minutos a los guardias para responder, y cuando llegaron, el hombre estaba inconsciente.

Llamaron a los paramédicos y estos fueron a la celda.

Y dijeron «Estará bien» y sólo lo dejaron ahí en el piso.

Me contaron muchas historias así, no debería sorprenderme, porque el suicidio es la mayor causa de muerte en la cárcel.

Está relacionado con la falta de cuidado de salud mental en la cárcel.

Conocí a una madre de tres, soltera, que ganaba siete dólares la hora.

Dependía de cupones de comida para alimentar a sus hijos y a ella.

Hace una década, le dieron unas multas de tráfico, y un cargo menor por robo, y no pudo pagar las multas ni pagos de esos casos.

Desde entonces, ha sido encarcelada 10 veces por esos casos, pero tiene esquizofrenia y desorden bipolar, y necesita medicación cada día.

No tiene acceso a esa medicación en la cárcel de Ferguson, porque nadie la tiene.

Me dijo que era como pasar dos semanas en una jaula, alucinando gente y sombras y escuchando voces, suplicando por la medicina que detendría todo eso, y que sólo la ignoraban.

Tampoco es esto anómalo: treinta por ciento de las mujeres encarceladas tienen necesidad de cuidado de salud mental, pero sólo una de seis recibe atención en la cárcel.

Escuché todas estas historias de ese grotesco calabozo al que Ferguson sometía a sus deudores, y cuando al fin pude verlo y visité la cárcel de Ferguson.

no estoy seguro de qué esperaba ver, pero no esperaba esto.

Es un edificio ordinario de gobierno.

Podría ser una oficina de correos o una escuela.

Me recordó que estos sistemas de extorsión no operan en las sombras, sino a plena luz, y nuestros funcionarios públicos los operan.

Son una cuestión de política pública.

Me recordó que la pobreza en la cárcel, en general, incluso fuera del contexto de los deudores, juega un rol central y evidente en nuestro sistema de justicia.

Pienso en nuestra política de fianza.

En nuestro sistema, si te detienen o eres libre, el juicio no depende de cuán peligroso eres o de cuánta probabilidad hay de que huyas.

Sino de si puedes pagar la fianza.

Bill Cosby, cuya fianza era de un millón de dólares, esccribe el cheque y no pasa ni un segundo en la cárcel.

Pero Sandra Blan murió en la cárcel sólo porque su familia no pudo pagar 500 dólares.

De hecho, hay medio millón de Sandras Bland en el país, 500 000 personas que están en la cárcel ahora mismo, sólo porque no pueden pagar su fianza.

Se nos dice que las cárceles son lugares para criminales, pero estadísticamente ese no es el caso: tres de cada cinco personas encarceladas esperan juicio.

No han sido condenadas por ningún crimen; no se han declarado culpables de ningun delito.

Aquí en San Francisco, 85 por ciento de los prisioneros están en detención preventiva.

Esto significa que San Francisco gasta cerca de 80 millones de dólares cada año para financiar detención preventiva.

Muchos de los que están encarcelados por no poder pagar la fianza enfrentan acusaciones tan insignificantes que el tiempo que les toma esperar juicio es mayor que el de la condena que recibirían, lo que significa que saldrían más rápido si se declaran culpables.

La elección es:

¿Debería quedarme en este horrible lugar, lejos de mi familia y dependientes, perder mi empleo, y pagar todos los gastos?

O

¿debería declararme culpable de lo que el fiscal quiera con tal de salir?

En este punto, ellos están en detención preventiva, no son criminales.

Pero si aceptan el acuerdo de declaración, se vuelven criminales, una persona pudiente nunca estará en esta situación porque simplemente habría pagado la fianza.

Quizá se pregunten, «Este tipo está del lado de la inspiración —

¿qué hace?


(Risas)
«Esto es deprimente.

Quiero que me devuelvan mi dinero».


(Risas)
Pero en realidad, Hablar sobre la cárcel es menos deprimente que la alternativa, porque si no hablamos de estos problemas y juntos cambiamos nuestra idea sobre la cárcel, al final de nuestras vidas, tendremos todavía cárceles llenas de gente que no debería estar ahí.

Eso es realmente deprimente para mí.

Me emociona cómo estas historias nos hacen reflexionar acerca de la cárcel de manera distinta.

No desde la estéril idea de «encarcelamiento masivo» o «sentencia de delincuentes no violentos», sino en términos humanos.

Cuando ponemos a un humano en una jaula por días o meses o inluso años,

¿qué le hacemos a la mente y cuerpo de esa persona?

¿Bajo qué condiciones queremos realmente hacer eso?

Si empezamos con unos pocos de cientos de nosotros aquí, podemos ver la cárcel desde otra perspectiva, y así deshacer esa costumbre a la que me refería antes.

Si les dejo algo hoy, espero sea la idea de que si queremos que algo cambie realmente— no sólo reformar nuestras políticas en fianzas y multas — sino asegurarnos de que las nuevas políticas no castiguen a los pobres y marginalizados de una nueva manera.

Si queremos ese tipo de cambio, este cambio de pensamiento es necesario.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/salil_dudani_how_jails_extort_the_poor/

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *