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Charla «Cómo la música me hace una mejor neurocientífica» de TEDxSanFrancisco en español.
Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx
La Dra. Viskontas es neurocientífica y soprano. En su charla nos habla de cómo y por qué es una pionera en la aplicación de la neurociencia para el entrenamiento musical.
La Dra. Indre Viskontas combina su pasión por la música con la curiosidad científica. Trabaja en el Conservatorio de Música de San Francisco, donde es una pionera en la aplicación de la neurociencia al entrenamiento musical; también es Profesora Adjunta de Psicología en la Universidad de San Francisco. Sus alumnos la llaman afectuosamente “la Dra. Dre”. Obtuvo su Licenciatura de Psicología y Literatura Francesa en la Universidad de Toronto, un Máster en Técnica Vocal en el Conservatorio de Música de San Francisco y un doctorado en Neurociencia Cognitiva en la UCLA. Indre es una comunicadora de ciencias muy buscada en todos los medios. Fue coanfitriona del sexto episodio de las series documentales “Miracle Detectives” en la Red de Oprah Winfrey, y estuvo en “The Oprah Winfrey Show”, y en las mayores estaciones de radio en los EE.UU., incluyendo varias apariciones en el programa “City Arts & Lectures” en la NPR (National Public Radio, por sus siglas en inglés), y en “The Sunday Edition” en la CBS en Canadá. Es la cocreadora y anfitriona del podcast de ciencia popular “Inquiring Minds”, que ha recibido más de cinco millones de descargas desde su creación.
- Autor/a de la charla: Indre Viskontas
- Fecha de grabación: 2016-10-06
- Fecha de publicación: 2019-08-19
- Duración de «Cómo la música me hace una mejor neurocientífica»: 1102 segundos
Traducción de «Cómo la música me hace una mejor neurocientífica» en español.
La música no es música hasta que el cerebro la hace.
Los sonidos pueden ser ruido en un contexto y música en otro.
Todos podemos distinguir cuando alguien habla de cuando canta, pero, como Diana Deutsch descubrió, si tomamos una oración hablada, extraemos una frase, y la repetimos una, y otra, y otra vez, empezará a sonar musical.
Luego, si escuchamos nuevamente la oración completa, sonará como si la persona empezara a cantar, cuando llega a la parte repetida.
Pero los sonidos que llegan a los oídos son los mismos en todos esos casos; lo que cambió fue el cerebro.
Y cómo el cerebro convierte el sonido en música continúa siendo uno de los misterios más grandes de la neurociencia.
La inmensa mayoría de nosotros ama algún tipo de música; si no lo hacen, son muy raros y los científicos querrán estudiarlos.
Los denominamos una persona con «amusia», un nombre nuevo e interesante.
Pero no todos amamos la misma música.
Personalmente, no soy una gran fanática del jazz suave, y quizás a Uds.
no les guste la ópera.
Esta característica de la música, el hecho de que sea universalmente amada pero altamente subjetiva, ha asegurado que nos continúe anonadando.
Todos necesitamos ciertas cosas para sobrevivir y reproducirnos: comida, agua, sexo.
Nuestra mente ha evolucionado de tal modo que cuando no tenemos esas cosas, las buscamos.
Se vuelven agradables; las llamamos «reforzadores primarios».
Pero la música solo es un montón de sonidos enlazados, no nos provee de los nutrientes esenciales; no se une a nuestras neuronas como lo hacen las drogas; no asegura que nuestros genes continúen viviendo, aunque eso puede ser debatible.
¿Por qué amamos la música?
Es una pregunta que me he esforzado en responder, y hoy no les puedo prometer una respuesta completa, pero quisiera compartirles algunos conocimientos científicos que me han hecho una mejor música, y algunos de los conocimientos artísticos que espero ayudarán a los neurocientíficos a resolver este misterio.
Vengo de una familia de médicos: dos anestesistas, un gastroenterólogo, un médico general, un cirujano ortopédico, un oftalmólogo y un médico de urgencias.
La cena de Acción de Gracias en nuestra casa es el lugar más seguro para estar fuera del hospital
(Risas)
pero no puedo asegurar que sea la más divertida.
Y luego está mi madre; ella es directora, para la desilusión de mi hijo de dos años, no conduce locomotoras, sino que dirige música.
Al crecer, observé lo difícil que es ganarse la vida como músico, en una sociedad donde la música es universalmente amada pero infravalorada.
Ella trabaja muchas horas, todavía sacrifica cada día festivo, y hay una parte de ella que nunca deja de preguntarse lo que la gente pensó de su última actuación.
Si contamos todos los premios, los reconocimientos y las distinciones, ella es, de lejos, el miembro de nuestra familia más exitoso, aunque ella seguramente no lo cree así.
No es que ser médico no sea estresante, lo es, pero al final del día, uno ha pasado el tiempo intentando extender o mejorar la vida de una persona,
¿y quién puede discutir el valor de eso?
Así que cuando fue mi turno de decidir qué hacer con mi vida profesional, la elección pareció bastante sencilla: ir a la universidad de medicina, y en el tiempo libre continuar con el entrenamiento musical.
Pero luego vi a mi hermano estudiando para ser cirujano ortopédico, y entendí que en la escuela de medicina no existe el tiempo libre, especialmente en los años que le siguen.
No quería renunciar a los años más importantes de mi entrenamiento vocal.
Tampoco podía ver cómo podría mantenerme y pagar por esas costosas lecciones de canto si no tenía alguna otra forma de ganar dinero.
Así que me decidí por la neurociencia.
Para mí, era la mezcla perfecta de ciencia y poesía.
Como casi todos los otros neurocientíficos de mi generación, devoré los escritos de Oliver Sacks; estudié algunos temas como la memoria autobiográfica, el razonamiento analógico, la creatividad.
Pensarán que me dediqué a la ciencia para convertirme en una mejor música.
Después de todo, si estaba usando la ciencia para comprender algo tan elusivo como el conocimiento,
¿no tendría sentido que me dedicara a eso para aprender las cosas que amaba?
Pero la verdad es que, cuanto más observaba dibujos anatómicos de la laringe, la lengua y el diafragma, menos sentía que entendía sobre mi instrumento.
No podía ver cómo el saber qué partes del cerebro estaban activas o acrecentadas en los músicos me haría cantar mejor.
Por un tiempo, incluso traté de renunciar al canto, porque, después de todo, hay muchos grandes cantantes en el mundo.
Todos necesitamos recibir los cuidados personalizados de un médico, pero el mismo músico puede conmover a cientos de miles de nosotros.
¿No sería mejor para mí y los demás si me dedicaba a la investigación médica?
El problema era que cuanto más tiempo dejaba pasar entre mis citas musicales, más sentía que faltaba algo muy importante en mi vida.
Cuanto más sentí que no podía ser la persona que necesitaba ser, me volví malhumorada, irritable, un poco irracional, a menudo cruel; y descubrí que muy a menudo terminaba un día difícil en el laboratorio con uno o dos martinis y una hora de odio hacia mí misma.
Así que cuando terminé mi doctorado en neurociencia, decidí dedicarme tiempo completo a la música.
Me inscribí en un Máster de Música.
El entrenamiento clásico musical sigue el modelo de aprendizaje en el cual uno estudia con uno o dos maestros por muchos años hasta que puede producir los sonidos que escucha de su instrumento en su imaginación.
Pero el tema que me carcomía una y otra vez, era lo poco que la neurociencia había influido en este modelo.
Después de todo, la mayoría de las técnicas se basan en realizar los mismos ejercicios una, y otra, y otra vez, del mismo modo, cada día, hasta construir esas habilidades.
Para demostrar esto, quiero introducirles a uno de mis colaboradores favoritos, Keisuke Nakagoshi.
(Aplausos)
Keisuke va a darnos un ejemplo de cómo suena un ejercicio típico de entrenamiento de piano.
(Comienza la música del piano) (Finaliza la música del piano) ¡Una, y otra, y otra vez! Pero si realmente quieren absorber lo que están aprendiendo, las habilidades que están desarrollando, y aplicarlas a cualquier pieza de música, los estudios sobre el aprendizaje motor sugieren que deberían intercalar y distanciar los ensayos, hacerlos un poco impredecibles; lo que llamamos «dificultades deseables».
Incluso hay un estudio sobre pianistas demostrando este efecto, pero muchos maestros jamás han oído de algo así.
Y empecé a preguntarme qué pasaría si lo intentara conmigo, como los científicos que se usan a sí mismos en experimentos, y descubrí que comencé a mejorar mucho más rápidamente.
Y desarrollé un curso: «Entrenando el cerebro musical»; cómo usar la neurociencia para desarrollar estrategias de práctica más efectivas, que ahora enseño en el Conservatorio de Música aquí en San Francisco.
Comencé a preguntarme: «
¿Hay otro modo en que la ciencia me convierta en una mejor música que no pude haber visto hace diez años?
«.
Cuando era una niña, recuerdo una de mis evaluaciones en el Real Conservatorio de Música; siempre se quedará conmigo.
Era una niña, canté bien todas mis partes y no cometí ningún error; los jueces dijeron que mi tono era muy bueno y que tenía una buena técnica, pero mi actuación fue considerada «poco musical».
Estaba devastada.
¿Cómo podían estos jueces medir mi musicalidad?
¿No podían ver que sentía y entendía esta música profundamente?
Pero la verdad es que sentir la música y producir música que otros puedan sentir son dos habilidades distintas.
En la sala de ensayo, puedo llorar todo lo necesario si mi personaje está muriendo, pero cuando me subo al escenario es su momento de llorar, no el mío.
¿Y qué podía decirme la ciencia sobre eso?
Allí es cuando mis dos mundos colisionaron porque, después de todo, arte y ciencia van detrás de la misma cosa: el objetivo es entender la experiencia humana.
La ciencia lo hace extrayendo principios generales sobre el mundo, y el arte usa la experiencia individual para destacar lo que es universal.
Así que, en resumen, esto es lo que aprendí: el cerebro está primado para buscar significados y patrones en un mundo aleatorio y caótico.
Buscamos estas cosas en todos lados, y hemos evolucionado de tal modo que disfrutamos cuando hacemos una conexión nueva, cuando aprendemos algo nuevo, cuando entendemos algo significativo.
Encontramos placer en ello.
Vemos cosas significativas para nosotros, aun cuando no lo sean.
Vemos caras en todos lados; ellas son importantes para nosotros.
Atribuimos rasgos humanos a nuestras mascotas, autos, o dispositivos digitales.
Cuando escuchamos sonidos repetidos y sabemos lo que significan, lo llamamos música.
El habla se convierte en música solo por repetición.
La repetición es la única característica de la música que parece ser común a todas las culturas y los géneros.
Incluso en el único género en el cual es explícitamente evitada, —esto lo llamamos «composición de música clásica contemporánea»—.
Elizabeth Margulis descubrió que si insertamos artificialmente repeticiones en estas piezas, la gente las encuentra más agradables y más interesantes, y es más probable que sean consideradas como compuestas por un humano en lugar de una computadora.
¿Por qué?
Porque la repetición indica una intención, expresa un patrón, muestra que hay allí hay algo significativo para escuchar.
Pero eso no es suficiente para explicar una obsesión humana.
Después de todo, la música puede causar disturbios, derrocar gobiernos, hacer que se eleve el vello de la nuca.
¿Qué puede decirnos la ciencia sobre eso?
Resulta que cuando el cerebro está disfrutando una pieza de música, que quizás hasta produce escalofríos, está inundado de un neurotransmisor llamado dopamina.
La dopamina, a pesar de su extensa fama, ha sido subestimada de varias formas; la gente piensa en ella como el «químico del placer», pero eso no es todo lo que hace.
Un mejor término para ella sería el «químico de la relevancia», porque inunda algunas partes del cerebro, cuando intentamos retener cosas importantes en la mente, cuando sentimos náuseas, cuando queremos algo, o cuando debemos encontrar un significado.
El modo en que ella inunda el cerebro cuando la música nos da escalofríos es muy específica con respecto a cuándo y dónde sucede.
Un trabajo del laboratorio de Robert Zatorre en McGill con Valorie Salimpoor —el primer autor en documentar estos cambios— me mostró, finalmente, lo que significa ser musical.
Incluso como estudiante del máster, dudaba de mi habilidad para cantar musicalmente; era un poco como ser divertido: todo el mundo parecía saber lo que era y cómo hacerlo, pero si tan solo uno hacía la pregunta, mostraba que no era divertido.
Supongo que el hecho de dirigirme a la ciencia en busca de ayuda resuelve la cuestión de si soy divertida.
(Risas)
Incluso en la sala de ensayo, pasaba casi todo mi tiempo perfeccionando mis notas altas; ya que eso es lo que hace que nos contraten.
Aparecen en el clímax de la obra, ellas obtienen la mayor reacción de la audiencia y si uno se equivoca, son las más memorables.
Pero mi profesor de canto me decía: «las notas que llevan a la nota alta son más importantes que la nota alta, y debes practicar esas».
Yo entendía eso desde una perspectiva técnica, pero no desde una musical, hasta que leí el trabajo de Salimpoor.
El trabajo de Salimpoor muestra que en el cerebro hay dos regiones implicadas en la obtención de escalofríos por la música, y rastrea la dopamina en estas regiones.
Estas son el núcleo caudado y el núcleo accumbens.
Pueden pensar en el caudado como en sus padres: les dice que su comportamiento tiene consecuencias, controla cómo las cosas que ven, escuchan observan y hacen tienen resultados; prepara la expectativa de una recompensa gratificante y asegura que, en el futuro, se comporten de tal modo que busquen la gratificación y eviten las cosas que llevan al castigo.
El caudado está inundado con dopamina cuando están llegando al momento especial que les dará los escalofríos.
Pero cuando llegan al momento en que sienten escalofríos, hay una subida de dopamina en su núcleo accumbens.
El núcleo accumbens es su mejor amigo de por vida, porque a más dopamina en el núcleo accumbens se correlaciona con una sensación mayor.
En la década de los 50, Olds y Milner pusieron electrodos en el núcleo accumbens de unas ratas.
Luego enseñaron las ratas a presionar una palanca y cada vez que lo hacían, recibían una descarga eléctrica leve que estimulaba su núcleo accumbens.
Esas ratas no querían hacer nada más que presionar la palanca.
Una rata la presionó 7500 veces en 12 horas, lo que sugería que prefería morir de hambre que dejar de presionar.
El núcleo accumbens «gusta», pero el núcleo caudado «quiere».
La intensidad de los escalofríos que sienten con la música depende de cuánta dopamina hay en su núcleo accumbens, pero el número de veces que sienten escalofríos, o si no los sienten, depende de la cantidad de dopamina en su núcleo caudado.
Eso es lo que aprendí, eso es lo que significa ser musical.
Deben preparar su intención musical para la audiencia, para que presten atención, de modo que el caudado sepa que recibirá una recompensa, y que es mejor estar atento.
Luego, como músico, una vez establecida la tensión, uno usa herramientas para demorar la entrega.
Hay toda clase de herramientas musicales que se pueden usar para aumentar el deseo, las expectativas, la motivación para recibir la recompensa, porque, después de todo, el placer es la muerte del deseo.
Pero cuanto mayor es el placer, mayor es el deseo.
Eso es lo que aprendí.
Les voy a demonstrar esta pequeña teoría en la práctica.
Una de mis óperas favoritas es «La Traviata» de Verdi.
Cuenta la historia de una cortesana parisina de clase alta, que está muriendo de tuberculosis, como muchas sopranos.
(Risas)
Está dando una fiesta fastuosa porque brinda placer a todos.
Es su medio de vida, da placer, y queda exhausta por la fiesta; pero en esa fiesta, ella conoce a un joven que ha estado sentado frente a su ventana cuando ella estaba enferma, incapaz de dar placer, cuando todos sus amigos la han abandonado, y él la estaba esperando porque realmente la amaba.
Y, sola en su habitación, se pregunta: «
¿cómo será sentir amor verdadero?
«.
«
¿Qué es eso misterioso, este pulso del universo?
«.
Se da cuenta de que es una espada de doble filo, que el amor es tortura y deleite, (En italiano) «croce e delizia».
Esa es la intención que les quiero comunicar, musicalmente hablando, ya que, por supuesto, la idea es mucho más complicada.
Para hacerlo, primero cantaré una repetición de lo que dice el tenor antes en el acto.
¡Verdi era sabio! Nos gustan más las cosas la segunda vez, con la repetición.
Luego voy a preparar la expectativa, y les digo, directamente, que habrá una nota alta.
¿Preparados?
pero voy a demorar al máximo esa nota alta para aumentar su motivación por la dopamina recibida en sus caudados, para que cuando relajemos esa tensión haya una subida de dopamina en su núcleo accumbens.
(Risas)
(Empieza la música de piano) (Canto) (Finalizan el canto y la música de piano)
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/indre_viskontas_how_music_makes_me_a_better_neuroscientist/