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Charla «¿Cómo podemos contribuir al bienestar emocional del profesorado?» de TED Masterclass en español.
El profesorado ofrece apoyo moral a nuestros hijos, pero ¿quién apoya al profesorado? En esta reveladora charla, la educadora Sydney Jensen explica cómo el profesorado corre el riesgo de sufrir “traumas secundarios”, es decir, absorber la carga emocional de las experiencias de sus alumnos, y nos muestra cómo las escuelas pueden ser creativas a la hora de contribuir al bienestar y la salud mental de todos.
- Autor/a de la charla: Sydney Jensen
- Fecha de grabación: 2019-10-06
- Fecha de publicación: 2019-11-13
- Duración de «¿Cómo podemos contribuir al bienestar emocional del profesorado?»: 691 segundos
Traducción de «¿Cómo podemos contribuir al bienestar emocional del profesorado?» en español.
Como muchos profesores, cada año, en el primer día de clase organizo una actividad con mis alumnos para romper el hielo.
Soy profesora en la Secundaria Lincoln de Lincoln, en Nebraska, una de las escuelas secundarias más antiguas y diversas de nuestro estado.
Hasta donde sabemos, somos la única secundaria del mundo cuya mascota es Eslabones.
Como una cadena.
(Risas)
Como ese es nuestra mascota, tenemos una escultura frente al edificio de cuatro eslabones formando una cadena.
Y cada eslabón significa algo.
Nuestros eslabones significan tradición, excelencia, unidad y diversidad.
En el primer día de clase explico a mis nuevos estudiantes de noveno el significado tras esos eslabones y reparto un trozo de papel a cada uno.
Les pido que escriban algo sobre sí mismos en ese papel.
Puede ser algo que les guste, algo que desean…
cualquier cosa que describa su identidad.
Entonces recorro el aula con una grapadora y grapo esos trozos de papel para formar una cadena.
Y colgamos esa cadena en el aula como un adorno, por supuesto, pero también como recordatorio de que todos estamos conectados.
Todos somos eslabones.
¿Qué ocurre cuando uno de los eslabones se siente débil?
¿Qué ocurre cuando esa debilidad es la de la persona que sostiene la grapadora?
La persona que se supone que debe crear esas conexiones.
El profesor.
Como profesores, trabajamos todos los días para ofrecer apoyo social, emocional y académico a estudiantes que acuden a nosotros con variadas y duras circunstancias.
Como muchos profesores, tengo alumnos que regresan a casa todos los días y se sientan a la mesa de la cocina mientras uno o ambos progenitores les preparan una comida nutritiva.
Pasan la hora de la comida resumiendo la historia que han leído ese día en la clase de inglés de noveno curso o explicando cómo funcionan las leyes del movimiento de Newton.
Pero también tengo alumnos que acuden al refugio para personas sin hogar o a una vivienda tutelada.
Regresan al automóvil en el que duerme su familia.
Acuden a la escuela traumatizados, y cuando regreso a casa todos los días, eso se viene conmigo.
¿Saben?
Eso es lo duro de ser profesor.
No es la evaluación, la planificación de lecciones, las reuniones, aunque todo eso ocupa gran parte del tiempo y energías del profesorado.
Lo duro de ser profesor es todo aquello que no podemos controlar para nuestros alumnos, todo lo que no podemos cambiar para ellos cuando salen del aula.
Y me pregunto si siempre ha sido así.
Recuerdo que cuando estudiaba en la Universidad de Georgia, en la clase de métodos nos enseñaron que el concepto de buena enseñanza había cambiado.
No formamos a estudiantes que van a salir al mercado laboral para trabajar en la cadena de una fábrica.
Más bien los mandamos a un mercado laboral en el que necesitarán saber comunicarse, colaborar y resolver problemas.
Eso ha conducido a que las relaciones profesor-alumno muten en algo más fuerte que el proveedor de contenidos y el receptor de conocimientos.
Recibir clases y estar sentado en filas silenciosas ya no es suficiente.
Debemos poder construir relaciones con los alumnos y entre ellos, para que se sientan conectados en un mundo que depende de ello.
Recuerdo mi segundo año como profesora.
Tenía un alumno al que llamaré «David».
Recuerdo que sentía que había hecho un buen trabajo como profesora ese año: «Oye, ya no es mi primer año de profesora.
Ahora sé lo que hago».
En el último día de clases, le deseé a David un buen verano.
Lo vi alejarse por el pasillo y me dije: «Ni siquiera sé cómo suena su voz».
Entonces me di cuenta de que no lo estaba haciendo bien.
Así que cambié casi todo de mi manera de enseñar.
Creé muchas oportunidades para que mis alumnos hablaran conmigo y hablaran entre ellos, para que compartieran sus escritos y verbalizaran lo aprendido.
Y a través de esas conversaciones empecé no solo a reconocer su voz, sino también su sufrimiento.
Al año siguiente tuve a David de nuevo en mi clase y supe que su padre no tenía papeles y que lo habían deportado.
Empezó a portarse mal en clase porque todo lo que deseaba era tener a su familia unida de nuevo.
Yo sentía su sufrimiento de muchas maneras.
Y necesitaba a alguien que me escuchase, alguien que me apoyara para poder apoyarlo yo a él en algo que ni siquiera comprendía.
Y reconocemos esa necesidad para los policías que han sido testigos de una escena del crimen grotesca y las enfermeras que han perdido un paciente.
Pero cuando se trata de profesionales de la enseñanza, la urgencia queda atrás.
Opino que es primordial que alumnos y profesores, administrativos, auxiliares y otros empleados de apoyo dispongan de un acceso fácil y asequible a servicios de apoyo al bienestar mental.
Si estamos constantemente al servicio de los demás, normalmente entre 25 y 125 estudiantes al día, nuestras huchas emocionales se vacían constantemente.
Con el tiempo, pueden quedar tan agotadas que ya no podemos soportarlo.
Se conoce como «trauma secundario» y «fatiga por compasión», la idea de que absorbemos los traumas que los alumnos comparten con nosotros.
Con el tiempo, nuestras almas se hunden por toda esa carga.
El Buffett Institute de la Universidad de Nebraska ha descubierto que la mayoría del profesorado, el 86 % de los de educación preescolar, había experimentado síntomas de depresión la semana anterior.
Descubrieron que aproximadamente uno de cada 10 informó acerca de síntomas clínicamente significativos de depresión.
Las interacciones con mis colegas y mis propias experiencias me llevan a pensar que se trata de una lucha universal en todos los niveles.
¿Qué nos falta?
¿Qué permitimos que rompa la cadena y cómo la reparamos?
En mi trayectoria he vivido la muerte por suicidio de dos estudiantes y de un magnífico profesor que amaba a sus alumnos; incontables estudiantes sin hogar y jóvenes entrando y saliendo del sistema de justicia.
Cuando esto ocurre, el protocolo es decir: «Si necesita alguien con quien hablar, entonces…» Y afirmo que no es suficiente.
Soy muy afortunada.
Trabajo en una escuela maravillosa con grandes líderes.
Sirvo a un gran distrito con muchas colaboraciones sanas con agencias de acción comunitaria.
Nos han proporcionado cada vez más asesores, terapeutas escolares y personal de apoyo para ayudar a nuestros estudiantes.
Incluso ofrecen a los empleados acceso a asesoramiento gratuito como parte del plan de empleo.
Pero muchos distritos pequeños e incluso algunos grandes no pueden afrontar el gasto sin ayuda.
(Suspira) Las escuelas no solo necesitan personal de apoyo social y emocional, profesionales formados que puedan solventar las necesidades del centro, no solo de los estudiantes o profesores, sino de ambos.
También necesitamos esos profesionales formados para buscar con afán a aquellos más afectados por el trauma y ver cómo están.
Muchas escuelas hacen lo que pueden para llenar las lagunas, empezando por reconocer que el trabajo que hacemos es extremadamente duro.
Otra escuela de Lincoln, el Instituto Schoo, tiene lo que llama los «miércoles del bienestar».
Invitan a instructores de yoga de la comunidad, patrocinan caminatas por el barrio a la hora de comer y organizan eventos sociales con el propósito de reunir a la gente.
La escuela primaria Zachary, en Zachary, Luisiana, tiene algo llamado «Encuentro entre semana» en el que invitan al profesorado a comer juntos y hablar sobre las cosas que van bien y aquellas que pesan en sus corazones.
Estas escuelas crean espacios para las conversaciones que importan.
Finalmente, mi amiga y colega Jen Highstreet dedica 5 minutos al día a escribir una nota de ánimo a un compañero para hacerle saber que ve lo duro que trabaja y el corazón que comparte con los demás.
Sabe que esos cinco minutos pueden tener un efecto en cadena poderoso e inestimable por toda la escuela.
La cadena colgada en mi aula es algo más que un adorno.
Los eslabones cuelgan sobre nuestras cabezas durante los cuatro años en los que los estudiantes recorren los pasillos.
Todos los años mis antiguos alumnos vuelven a mi aula, el salón 340, y todavía pueden señalar dónde cuelga su eslabón.
Recuerdan lo que escribieron.
Se sienten conectados y apoyados.
Y tienen esperanza.
¿Acaso no es eso lo que necesitamos?
Alguien que se involucre y se asegure de que estamos bien.
Que vea cómo estamos y nos recuerde que somos un eslabón.
A veces necesitamos un poco de ayuda para sostener la grapadora.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/sydney_jensen_how_can_we_support_the_emotional_well_being_of_teachers/