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Charla «Cómo podemos diseñar ciudades atemporales para nuestro futuro colectivo» de TED2018 en español.
Hay una creciente monotonía en muchos de nuestros edificios y paisajes urbanos actuales, afirma el arquitecto Vishaan Chakrabarti. Y esta homogeneidad física –consecuencia de normativas, la producción en serie, cuestiones de seguridad y consideraciones económicas, entre otros factores– ha cubierto también nuestro planeta en una homogeneidad social y psicológica. En esta visionaria charla, Chakrabarti reivindica un retorno al diseño de ciudades líricas y evocadoras que personifiquen sus culturas locales y se adapten a las necesidades de nuestro mundo y clima cambiantes.
- Autor/a de la charla: Vishaan Chakrabarti
- Fecha de grabación: 2018-04-10
- Fecha de publicación: 2018-06-25
- Duración de «Cómo podemos diseñar ciudades atemporales para nuestro futuro colectivo»: 793 segundos
Traducción de «Cómo podemos diseñar ciudades atemporales para nuestro futuro colectivo» en español.
Viajen conmigo a algunos de los rincones más bellos en ciudades alrededor del mundo: la escalinata de la Plaza de España en Roma; los barrios históricos de París y de Shanghái; el paisaje ondulado del Central Park; los aglutinados edificios de Tokio o Fez; las extremas pendientes de las calles de las favelas de Río de Janeiro; los vertiginosos pozos escalonados de Jaipur; los arqueados puentes peatonales de Venecia.
Veamos ahora unas ciudades más modernas.
Seis centros urbanos del siglo XX construidos en seis continentes.
¿Por qué ninguno de estos lugares tienen las pintorescas características de nuestras viejas ciudades?
O veamos seis suburbios construidos en el siglo XX en seis continentes.
¿Por qué ninguno de ellos poseen las cualidades líricas que asociamos con nuestros lugares más queridos?
Tal vez piensen que me estoy dejando llevar por la nostalgia.
¿Qué más da?
¿Qué importa esta creciente monotonía que se cierne sobre nuestro planeta?
Bueno, importa porque la mayoría de los habitantes del mundo se están desplazando hacia núcleos urbanos a escala global.
Y el modo en que diseñamos esas áreas urbanas bien podría determinar si prosperamos o no como especie.
Ya sabemos que las personas que viven en zonas de alto tránsito, que residen en bloques de apartamentos, generan muchas menos emisiones de carbono que sus homólogos suburbanos.
Tal vez una lección de todo esto es que quien ama la naturaleza, no debería vivir en ella.
(Risas)
Pero opino que las estadísticas a secas sobre lo que llamamos «desarrollo orientado al transporte» solo explican parte de la historia.
Porque las ciudades tienen que ser excepcionales para poder atraer gente.
Deben ser poderosos reclamos con un encanto especial para captar a todos esos nuevos urbanitas ecologistas.
Y sepan que no se trata solo de una cuestión estética.
Es un asunto de importancia internacional.
Porque hoy mismo, todos los días, cientos de miles de personas se están mudando a una ciudad en algún lugar, sobre todo en el hemisferio sur.
Cuando piensen en eso, pregúntense:
¿están condenados a vivir en las mismas ciudades monótonas que construimos en el siglo XX, o podemos ofrecerles algo mejor?
Y para responder a esa pregunta, hay que indagar cómo llegamos aquí en primer lugar.
Primero: la producción en serie.
Al igual que los bienes de consumo y las cadenas comerciales, producimos vidrio, acero, hormigón, asfalto y paneles de yeso en serie, y los empleamos de un modo sumamente similar en todo el planeta.
Segundo: las normativas.
Pongamos como ejemplo los autos.
Los autos circulan a velocidades muy altas.
Son susceptibles a errores humanos.
Entonces, como arquitectos, cuando nos toca diseñar una nueva calle, tenemos que revisar planos como este, que nos indican la altura que debe tener una acera, que los peatones van aquí y los vehículos allá, una zona de carga aquí y un área de descarga por allá.
Lo que el auto realmente consiguió en el siglo XX fue modelar un paisaje segregado.
O tomemos el camión de bomberos, esos grandes camiones con escalera para rescatar personas atrapadas en edificios en llamas.
Esos camiones tienen un radio de giro tan amplio, que se necesita una cantidad enorme de pavimento, de asfaltado, para hacerles sitio.
O tomemos la silla de ruedas, absolutamente indispensable.
Una silla de ruedas requiere un paisaje con pendientes mínimas y doble circulación vertical.
O sea que, donde haya una escalera, se requerirá un ascensor o una rampa.
Por favor, no me malentiendan: estoy 100 % a favor de la seguridad peatonal, la lucha contra incendios y el acceso para sillas de ruedas, claro.
Mis padres, al final de sus vidas, estaban en sillas de ruedas así que entiendo muy bien esa limitación.
Pero también hay que reconocer que todas estas normas bien intencionadas tuvieron la enorme e inesperada consecuencia de ilegitimar el modo en que solíamos construir las ciudades.
Otra cosa ilícita: a fines del siglo XIX, justo después de la invención del ascensor erigimos estas encantadoras edificaciones urbanas, estos hermosos edificios, por todo el mundo, desde Italia hasta la India.
Tenían unos 10 o 12 apartamentos, con un pequeño ascensor, una escalera que los circundaba, y un tragaluz.
No solo eran edificios con encanto que además eran rentables, sino que eran comunitarios: te encontrabas con tu vecino en esa escalera.
Pues bien, esto tampoco se puede seguir construyendo.
Ahora, cuando tenemos que levantar un nuevo bloque de apartamentos, tenemos que poner montones de ascensores y montones de escaleras de incendios, y tenemos que conectarlos con estos largos, anónimos y lúgubres corredores.
Los contratistas, a la hora de afrontar el coste de toda esa infraestructura común, tienen que repartir ese gasto entre más apartamentos, con lo que optan por construir edificios más grandes.
Esto deja como resultado un ruido sordo.
El ruido sordo, tedioso de la construcción del mismo edificio de apartamentos en todas las ciudades del mundo.
Y esto no solo crea uniformidad física, sino también uniformidad social, porque estos edificios son más caros de construir, lo que fomentó una crisis de asequibilidad en las ciudades de todo el mundo, incluso en lugares como Vancouver.
Antes dije que había una tercera razón para toda esta uniformidad, y es realmente una razón psicológica.
Es el miedo a la diferencia.
Los arquitectos escuchan esto continuamente de sus clientes: «Si pruebo esa nueva idea,
¿me demandarán?
¿Seré objeto de burla?
Más vale prevenir que lamentar».
Y todas estas cuestiones han contribuido a cubrir nuestro planeta en una monotonía que me parece sumamente problemática.
Entonces,
¿cómo podemos hacer lo opuesto?
¿Cómo podemos volver a construir ciudades que sean física y culturalmente diversas?
¿Cómo podemos construir ciudades emblemáticas?
Yo diría que deberíamos comenzar por inyectar lo local en lo global.
Esto ya está sucediendo con los alimentos, por ejemplo.
Fíjense en cómo la cerveza artesanal se ha impuesto sobre la comercial.
O,
¿cuántos de ustedes siguen consumiendo pan de molde?
Apuesto a que la mayoría no lo hacen.
Y apuesto a que no lo hacen porque no quieren comida procesada en sus vidas.
Y si no quieren comida procesada,
¿por qué querrían ciudades procesadas?
¿Por qué querrían estos lugares descoloridos y producidos en serie donde tenemos que vivir y trabajar cada día?
(Aplausos)
La tecnología fue una gran parte del problema en el siglo XX.
Cuando inventamos el automóvil, el mundo se amoldó al invento.
Y recreamos nuestro paisaje en torno a él.
En el siglo XXI, la tecnología puede ser parte de la solución, si se amolda a las necesidades del mundo.
¿Qué quiero decir con eso?
Tomemos el vehículo autónomo.
No creo que el vehículo autónomo sea interesante por carecer de conductor.
En mi opinión, eso solo implica que hay mucha más congestión en las carreteras, francamente.
Creo que lo interesante sobre el vehículo autónomo es la promesa, y quiero resaltar la palabra «promesa», dado el reciente accidente en Arizona, la promesa de que podríamos tener estos pequeños vehículos urbanos que podrían mezclarse de forma segura con peatones y bicicletas.
Eso nos permitiría volver a diseñar calles humanas, calles sin aceras, tal vez calles como las pasarelas de madera en la Isla de Fuego.
O quizá podríamos diseñar calles con el adoquinado del siglo XXI, algo que capte la energía cinética, que derrita la nieve, que te ayude a mantenerte en forma mientras caminas.
O esos camiones con escaleras,
¿recuerdan?
¿Y si los pudiéramos reemplazar, junto con el asfalto que suponen, con drones y robots capaces de rescatar personas de edificios en llamas?
Si creen que eso es disparatado, les sorprendería saber cuánta de esa tecnología se utiliza ya en tareas de salvamento.
Pero ahora quisiera que se imaginaran algo conmigo.
Imaginen si pudiéramos diseñar la silla de ruedas aerodeslizadora.
¿No?
Un invento que no solo permitiría la igualdad de acceso para todos, sino que también nos permitiría construir el pueblo italiano escarpado y montaraz del siglo XXI.
Creo que les sorprendería saber que tan solo unos pocos de estos inventos, sensibles a las necesidades humanas, podrían transformar por completo nuestra forma de construir ciudades.
Apuesto a que también estarán pensando: «Todavía no tenemos adoquines cinéticos o sillas de ruedas voladoras, así que,
¿cómo podemos resolver esto usando la tecnología de hoy en día?
» Mi inspiración para esa pregunta procede de una ciudad muy dispar, la ciudad de Ulán Bator, en Mongolia.
Tengo clientes allí que nos han pedido que diseñemos una aldea al aire libre para el siglo XXI, calentada de forma sostenible utilizando la tecnología actual, en pleno centro de la ciudad, para poder hacer frente a sus gélidos inviernos.
El proyecto es a la vez poesía y prosa.
La poesía está en la evocación de lo local: el terreno montañoso, el uso de tonos que realcen la luz espectacular, entender cómo se interpretan las tradiciones nómadas que dan vida a la nación de Mongolia.
La prosa está en el desarrollo de un catálogo de edificios, de pequeños edificios razonablemente económicos, empleando materiales y tecnología constructiva locales que aun así permiten elaborar nuevos conceptos de vivienda, nuevos espacios de trabajo, nuevas tiendas y edificios culturales, como un teatro o un museo, incluso una casa encantada.
Mientras trabajábamos sobre esto en nuestra oficina, nos dimos cuenta de que estamos continuando el trabajo de algunos colegas, incluida la arquitecta Tatiana Bilbao, que trabaja en la ciudad de México; Alejandro Aravena, premiado con el premio Pritzker, que trabaja en Chile; y el más reciente ganador del Pritzker, Balkrishna Doshi, que trabaja en la India.
Todos ellos están edificando nuevas y magníficas formas de viviendas económicas, pero también están construyendo ciudades singulares, porque están construyendo ciudades que responden a las comunidades locales, a los climas locales y a los métodos de construcción locales.
Seguimos apostando por esa idea, estamos investigando un nuevo modelo para las ciudades en crecimiento con procesos de gentrificación, que podría basarse en el modelo de finales del siglo XIX con ese núcleo central, pero un prototipo que podría adaptarse en respuesta a las necesidades locales y a los materiales constructivos locales.
Todas estas ideas, para mí, están libres de nostalgia.
Todas ellas me confirman que podemos construir ciudades capaces de crecer, pero crecer de forma que reflejen la diversidad de sus residentes; crecer de una manera que acomode a grupos de todas las clases económicas, de todos los colores, credos y géneros.
Podríamos construir ciudades tan hermosas que permitieran desincentivar la expansión y, de hecho, proteger la naturaleza.
Podemos desarrollar ciudades de alta tecnología, capaces de responder también a las eternas necesidades culturales del espíritu humano.
Estoy convencido de que podemos construir ciudades distintivas que fomenten la creación del mosaico global al que tantos aspiramos.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/vishaan_chakrabarti_how_we_can_design_timeless_cities_for_our_collective_future/