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Cómo pueden los profesores ayudar a los estudiantes a manifestarse políticamente – Charla TEDxBeaconStreet

Charla «Cómo pueden los profesores ayudar a los estudiantes a manifestarse políticamente» de TEDxBeaconStreet en español.

La educadora Sydney Chaffee afirma que la lucha por la justicia social es un tema que atañe a las escuelas. En una audaz charla, explica que enseñar a los estudiantes a ser comprometidos con el activismo los ayuda a desarrollar importantes habilidades a nivel académico y personal. Además, nos lleva a reflexionar sobre cómo ayudar a los jóvenes a encontrar sus propias voces. «Enseñar siempre será un acto político», declara Chaffee. «No podemos temer al poder de nuestros estudiantes. Ese poder los ayudará a construir un mañana mejor».

  • Autor/a de la charla: Sydney Chaffee
  • Fecha de grabación: 2017-11-18
  • Fecha de publicación: 2018-08-14
  • Duración de «Cómo pueden los profesores ayudar a los estudiantes a manifestarse políticamente»: 1019 segundos

 

Traducción de «Cómo pueden los profesores ayudar a los estudiantes a manifestarse políticamente» en español.

Para mí, la justicia social es un concepto sencillo.

Es la idea de que en una sociedad todos merecen iguales derechos, oportunidades y accesos a recursos.

Pero se ha convertido en algo controvertido y confuso, porque se dejó de hablar sobre cómo se manifiesta la lucha por la justicia social.

Esa lucha puede manifestarse así o así.

También así…

o así…

Y mi favorita, puede manifestarse así.

Estos son mis alumnos.

Cuando tengo que describir mi trabajo o mis prioridades como profesora, digo que la educación puede ser una herramienta para la justicia social.

Pero hace unos meses entré a Twitter, como de costumbre, y allí un colega discrepaba con esa visión.

«Los docentes no deben ser guerreros de la justicia social, porque la finalidad de la educación es educar».

Y puntualizaba al final: «Yo enseño mi materia».

Pero no estoy de acuerdo con este argumento simplista, porque los docentes no solo enseñamos materias, educamos a personas.

Cuando los estudiantes vienen a clase, traen sus identidades consigo.

Todo lo que experimentan en clase está ligado con un contexto histórico y si insistimos en que la educación sucede en el vacío, estamos perjudicando a los alumnos.

Les enseñamos que la educación no importa, porque no tiene relación con lo que sucede a su alrededor.

¿Y qué sucede a su alrededor?

Por un lado, hay racismo.

Según los resultados del test de asociación implícita, el 88 % de gente blanca tiene prejuicios inconscientes contra la gente de color, y creen que son menos inteligentes, más holgazanes y peligrosos.

Este es solo un ejemplo de los insidiosos efectos del racismo histórico y sistémico de nuestro país.

Para más prueba, miremos las tasas de arresto, las estadísticas de violencia policial hacia la gente de color o la desigualdad de oportunidades en la educación.

No hay duda de que la justicia social incumbe a las escuelas.

La justicia social debería ser una de las misiones de toda escuela, de todo docente de EE.

UU.

si queremos que «libertad y justicia para todos» sea más que una consigna.

La escuela es un lugar fundamental donde los jóvenes se transforman en ciudadanos activos y aprenden las habilidades y herramientas necesarias para cambiar el mundo.

¿Cuáles son esas habilidades?

Aquí va un secreto: muchas de las habilidades necesarias para orquestar la clase de cambios que llevan hacia la justicia forman parte del trabajo actual de las escuelas.

Tareas como la resolución de problemas, el pensamiento crítico, la colaboración, la constancia, ninguna debería ser un concepto revolucionario.

Si se combinan con la capacidad de entender la historia no como una narrativa estática y objetiva con la que todos acordamos, sino como sucesos entrelazados con un sinfín de interpretaciones.

Si decidimos deliberadamente analizar la historia con los alumnos, en vez de solo enseñarla, los ayudaremos a entender que la historia está en desarrollo, conectada con los movimientos actuales en favor de la justicia, y los ayudaremos a verse como potenciales participantes, parte de una historia viva.

A este tipo de habilidades me refiero al decir que la educación es un entorno donde se puede enseñar a los jóvenes a luchar por la justicia.

Puede que haya una razón por la que mi detractor en Twitter no estuviera contento con mi idea, y es que no esté de acuerdo con mi definición de justicia.

No hay problema.

Puede que no coincidamos en cuestiones políticas.

Pero esta es la cuestión: el objetivo es alentar a los estudiantes para que formen su propia opinión, no coaccionarlos para que acepten la nuestra.

Así que en realidad no importa si él y yo coincidimos, lo principal es estimularlos a que debatan entre ellos.

Y como adultos, eso supone que tenemos que aprender a convertirnos en facilitadores para el activismo estudiantil.

Hay que enseñarles a tener conversaciones controvertidas, exponerlos a opiniones diferentes y ayudarlos a ver que lo que aprenden en la escuela está conectado con el mundo.

Les daré un ejemplo.

Cada año, mis alumnos estudian la historia del apartheid en Sudáfrica como un caso práctico de injusticia.

Para quienes no lo saben, el apartheid fue un sistema brutalmente racista, y el gobierno sudafricano controlado por blancos impuso leyes racistas para oprimir a la gente de color, y resistirse suponía correr riesgo de arresto, violencia o muerte.

Y los demás gobiernos del mundo, incluido el nuestro, EE.

UU., tuvieron reparos sobre si debían sancionar a Sudáfrica porque…

bueno…

nos beneficiábamos de sus recursos.

Pues bien, en 1976, el gobierno sudafricano aprobó una nueva ley que obligaba a todos los estudiantes del país a estudiar en afrikáans, la lengua de los blancos, que para muchos sudafricanos de color era el idioma del opresor.

No sorprende que los estudiantes de color se indignaran con esta ley.

Ya asistían a escuelas segregadas, con clases abarrotadas, falta de recursos, con programas escolares abiertamente racistas, y ahora se los obligaba a estudiar en una lengua que ni ellos ni sus profesores hablaban.

Así fue que la mañana del 16 de junio de 1976, miles de jóvenes del suburbio de Soweto salieron de las escuelas y, para protestar contra la ley, marcharon por las calles pacíficamente.

En un cruce, se encontraron con la policía y cuando los jóvenes se negaron a retroceder, los policías soltaron a los perros, abrieron fuego y la revuelta de Soweto acabó en tragedia.

El apartheid como tal no finalizó hasta casi 20 años después, pero el activismo de aquellos jóvenes de Soweto cambió profundamente la opinión del mundo sobre los acontecimientos en Sudáfrica.

Medios de todo el mundo publicaron esta foto de Hector Pieterson, de 13 años, uno de los primeros asesinados por la policía en Soweto, y fue casi imposible ignorar la brutalidad del régimen de apartheid.

En los meses y años posteriores a la revuelta de Soweto, cada vez más países presionaron política y económicamente al gobierno de Sudáfrica para acabar con el apartheid y, en parte, se logró gracias a la protesta de aquellos jóvenes.

Cada año enseño esto a mis alumnos e inevitablemente establecen conexiones entre los jóvenes de Soweto y ellos.

Y se preguntan qué tipo de poder político y representación tienen.

Se preguntan si existiría una razón por la cual arriesgarían sus vidas para que futuras generaciones puedan vivir en un mundo más justo.

Y lo más importante, cada año, es que se preguntan si los adultos escucharán sus voces.

Hace unos años, mi director recibió un correo anónimo de uno de los estudiantes, en el que informaba que al día siguiente, planeaban salir de la escuela a protestar.

Esto fue a raíz de la muerte de Michael Brown en Ferguson, Missouri.

Los estudiantes planeaban unirse a la manifestación para apoyar el movimiento impulsado por «Black Lives Matter».

Así que en ese momento, el personal docente tenía que decidir: usar nuestra autoridad y nuestro poder para tratar de controlarlos y evitar que salieran a manifestarse o apoyarlos en la puesta en práctica de los principios de justicia social que les habíamos enseñado desde los cursos inferiores.

Al día siguiente, los alumnos salieron de la escuela en masa y se reunieron al aire libre.

Y uno de los mayores se subió a una de las mesas y repasó las normas de seguridad.


(Risas)
Los más chicos se lo tomaron muy en serio y el personal docente les dijimos: «Tengan cuidado» y los vimos marcharse.

Los alumnos que decidieron quedarse pasaron la tarde en clase debatiendo sobre los fundamentos de la protesta, sobre la historia del movimiento «Black Lives Matter», y continuaron con las clases normales.

Los que se fueron, se unieron a la manifestación en la ciudad y levantaron sus voces a favor de la justicia.

Pero independientemente de dónde decidieron pasar la tarde, esos alumnos aprendieron valiosas lecciones aquel día.

Aprendieron que pueden contar con el apoyo de los adultos, aunque nos preocupemos por su seguridad.

También que no necesitan que les digamos cómo o cuándo o incluso por qué protestar.

Aprendieron que eran miembros de una comunidad de jóvenes que comparten la visión de una sociedad más justa y que tienen poder dentro de la sociedad.

Y que hechos como la revuelta de Soweto no son historia del pasado y que no tienen por qué acabar en tragedia.

Así se manifiesta la educación como herramienta a favor de la justicia social.

Y este es el tema: los jóvenes están listos para este tipo de actividades.

En 2015, se encuestó a los universitarios de primer año y el 8,5 % dijo que había «altas posibilidades» de que participaran en una manifestación durante sus carreras universitarias.

Puede no impresionar demasiado, pero si tenemos en cuenta que es la cifra más alta desde 1967 y el 75% de estos jóvenes afirmaron que ayudar a personas con problemas era «muy importante» o «esencial» para ellos.

Una vez más, es la cifra más alta desde fines de la década del 60.

Los estudios demuestran que la lucha por la justicia social no solo se realiza desarrollando las habilidades que mencioné antes; también funciona al revés.

Es decir, luchar por la justicia e involucrarse con el activismo ayuda a desarrollar habilidades como liderazgo y pensamiento crítico, está estrechamente relacionada con la participación política, la responsabilidad cívica y más adelante, con el compromiso con sus comunidades.

En otras palabras, los estudiantes nos dicen que la justicia social les importa y los investigadores nos dicen que los ayuda aprender.

Y ahora está en nuestras manos escucharlos y puede que no sea fácil.

En 1976, uno de los jóvenes que participó en la revuelta de Soweto afirmó que eso produjo una división entre los hijos y sus familias de color, porque esas familias habían crecido bajo el apartheid y sabían lo peligroso que era protestar.

Querían que sus hijos estuvieran a salvo sin participar.

Cuando nuestros alumnos amenazaron con marcharse, muchos de los adultos tampoco estaban de acuerdo.

Algunos temíamos que se involucraran en actos violentos; a otros les preocupaba que salieran sin saber muy bien por qué se manifestaban y otros, incluidos algunos familiares, se enfadaron porque la escuela no intervino para impedir que salieran.

Todos estos temores de los adultos por si algo fallaba están perfectamente bien fundados.

Pero a pesar de esos miedos, teníamos que demostrar a los alumnos que los escuchamos, y que tienen el poder para crear cambios.

Es nuestra responsabilidad equiparlos con las herramientas necesarias para luchar por un mundo más justo y, en ocasiones tendremos, que apartarnos y dejarlos poner en práctica sus habilidades en temas que les importan.

Esto nos obligará estar a la altura, demostrando que somos flexibles y creativos.

Deberemos demostrar que tenemos el valor de hacer frente a quienes intentan silenciar o deslegitimar las voces disidentes.

Y lo más difícil, deberemos aceptar que, a veces, se rebelarán contra nosotros mismos.


(Risas)
A veces, van a criticar aspectos del sistema que nosotros hemos creado, o del que somos cómplices, porque contribuyen a la desigualdad.

Será incómodo y doloroso cuando nos obliguen a cuestionarnos nuestras suposiciones y creencias.

Pero

¿y si cambiáramos nuestra visión sobre la rebelión de los jóvenes?

Cuando ellos se rebelan, cuando se oponen a nuestras ideas con buenos argumentos o a la forma en que hacemos las cosas,

¿por qué no verlo como un signo de que estamos haciendo las cosas bien y de que ellos se están liberando?

Sé que sería más fácil si su pensamiento crítico se manifestara de una forma más conveniente: en sus redacciones o sus pruebas.

Sí, lo entiendo, pero la conveniencia y la justicia no siempre van de la mano.

Cuando los jóvenes desarrollan un pensamiento crítico del mundo, se convierten en ciudadanos comprometidos que reconocerán y cuestionarán una injusticia cuando la vean y harán algo al respecto.

Propiciar la rebelión en las escuelas supondrá un replanteo sobre el aprendizaje y la enseñanza, porque existe la idea equivocada de que si damos libertad a los alumnos, ignorarán nuestra autoridad, y las clases y los comedores se volverán un auténtico caos.

Y si pretendemos que aprendan callados y de forma pasiva, entonces sus voces nos parecerán siempre abrumadoras.

Pero si aceptamos que aprender es a veces desorganizado, que es necesario intercambiar ideas, equivocarse y volver a intentar que a ellos les desagrada el caos y quieren aprender cuando vienen a la escuela, entonces podremos construir escuelas que faciliten ese tipo de aprendizaje.

Les voy a pedir que cierren los ojos por un momento e imaginen escuelas donde los profesores sean facilitadores de ideas, donde se permita a los estudiantes tratar temas complicados y difíciles sin darles necesariamente la respuesta correcta.

Imaginen escuelas donde los estudiantes puedan tomar decisiones avaladas por la confianza de los docentes y los dejáramos experimentar las consecuencias de esas decisiones.

Imaginen escuelas donde se permita a los estudiantes ser humanos, con todo el desorden y la incertidumbre que eso implica.

Lo que hayan imaginado, no es una fantasía, no es una idealización irreal, porque los docentes de todo el país ya están corriendo los límites de la enseñanza y el aprendizaje con resultados sorprendentes para los jóvenes.

Se está haciendo en todo tipo de escuelas y hay incontables ejemplos para los docentes que desean progresar y ayudar a los estudiantes a aprender de una forma más auténtica, más comprometedora y empoderadora.

Leí hace poco un libro, «The Students Are Watching» [Los alumnos observan], de Ted y Nancy Sizer, donde se afirma que el trabajo de educar en ocasiones se describe con sustantivos, como «respeto», «honestidad» e «integridad».

Explican que estos sustantivos suenan muy imponentes pero en la práctica caen en significados vacíos.

Y dicen que los verbos son activos, no menos exigentes, pero requieren un compromiso constante.

Los verbos no son estructuras, sino motores.

Al leer esto, me cuestioné:

¿cómo transformar la justicia en un motor que impulse el trabajo de los docentes?

¿Cuál es la forma verbal de «justicia»?

Puede que haya una respuesta en las famosas palabras de Cornel West quien dijo: «La justicia es la manifestación del amor en público».

Y los profesores de inglés saben que, en este idioma, «love» es verbo y también sustantivo.

Las escuelas tienen que ser más abiertas.

Tienen que ir más allá de «Yo enseño mi materia».

Las escuelas deben preparar personas que crearán cambios hacia un mundo mejor.

Si creemos esto, entonces enseñar siempre será un acto político.

No podemos temerle al poder de nuestros estudiantes.

Ese poder los ayudará a construir un mañana mejor.

Pero antes, hay que darles la oportunidad de que practiquen hoy y esa práctica debe empezar en las escuelas.

Muchas gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/sydney_chaffee_how_teachers_can_help_kids_find_their_political_voices/

 

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