Contenidos
Charla «Cómo un puñado de pueblos pesqueros impulsó una revolución en la conservación marina» de We the Future en español.
Necesitamos un enfoque radicalmente nuevo para la conservación del océano, afirma el biólogo marino y becario TED, Alasdair Harris. En una charla visionaria, presenta una solución sorprendente al problema de la sobrepesca que podría restablecer las especies marinas y reestructurar la pesca local, todo ello con una menor explotación del océano. «Con una buena planificación, la conservación marina cosecha dividendos que van mucho más allá de la protección de la naturaleza», asegura.
- Autor/a de la charla: Alasdair Harris
- Fecha de grabación: 2019-09-24
- Fecha de publicación: 2019-10-17
- Duración de «Cómo un puñado de pueblos pesqueros impulsó una revolución en la conservación marina»: 709 segundos
Traducción de «Cómo un puñado de pueblos pesqueros impulsó una revolución en la conservación marina» en español.
Soy biólogo marino y quiero hablarles de la crisis de nuestros océanos, pero esta vez, no con un mensaje que hayan escuchado antes, sino que voy a contarles que si la supervivencia de los océanos dependiera solo de gente como yo, de científicos que colaboran con publicaciones, tendríamos peores problemas de los que tenemos.
Porque, como científico, lo más importante que he aprendido sobre cómo mantener nuestros océanos en buen estado y productivos, no viene de la comunidad académica, sino de los pescadores y pescadoras que viven en algunos de los países más pobres del mundo.
Como conservacionista, he aprendido que la pregunta más importante no es: «
¿Cómo mantenemos a la gente alejada?
«, sino más bien: «
¿Cómo nos aseguramos de que la población costera del mundo tenga suficiente para comer?
Nuestros océanos son tan esenciales para nuestra propia supervivencia como lo son la atmósfera, nuestros bosques o suelos.
Su asombrosa productividad hace de la pesca, junto a la agricultura, uno de los pilares de la producción alimentaria para la humanidad.
Sin embargo, algo ha ido mal.
Estamos abocados a una emergencia de extinción que mi sector ha sido a día de hoy rotundamente incapaz de abordar.
En esencia, se trata de una crisis muy humana y humanitaria.
El mayor impacto que han sufrido hasta ahora nuestros océanos es la sobrepesca.
Cada año pescamos de forma más intensa, más profunda y a mayor distancia.
Cada año pescamos menos peces.
Con todo, la crisis de la sobrepesca es una gran paradoja: innecesaria, evitable y del todo reversible, porque la pesca es uno de los recursos más productivos del planeta.
Con las estrategias adecuadas, podemos dar marcha atrás a la sobrepesca.
Que no lo hayamos hecho aún es, en mi opinión, uno de los mayores fracasos de la humanidad.
No hay ningún lugar donde este fracaso sea más evidente que en las cálidas aguas a ambos lados del ecuador.
Los trópicos son el hogar de la mayoría de las especies en nuestro océano, y de la mayoría de personas cuya existencia depende de nuestros mares.
Llamamos a estos pescadores y pescadoras costeros «pescadores a pequeña escala», Pero «pequeña escala» es un término equívoco para una flota que comprende más del 90 % de los pescadores y pescadoras del mundo.
Su actividad es, por lo general, más selectiva y sostenible que la destrucción indiscriminada que con demasiada frecuencia realizan los grandes barcos industriales.
Esta población costera es la que más se beneficia de la conservación porque, para muchos de ellos, la pesca es lo único que los mantiene alejados de la pobreza, el hambre o la migración forzada, en países donde el estado a menudo no puede ayudar.
Sabemos que la situación es desalentadora: escasez de recursos a la delantera del cambio climático, el calentamiento del mar, arrecifes que mueren, tormentas catastróficas, arrastreros, flotas industriales, barcos avariciosos de países ricos que se llevan más de lo que les corresponde.
La vulnerabilidad extrema es lo normal ahora.
Llegué por primera vez a la isla de Madagascar hace dos décadas, con la misión de documentar su historia natural marina.
Me cautivaron los arrecifes de coral que exploré, y creía saber cómo protegerlos porque la ciencia daba todas las respuestas: cerrar la zona de los arrecifes de forma permanente; bastaba con que los pescadores costeros pescaran menos.
Me acerqué a los ancianos del pueblo, aquí, en Andavadoaka.
y recomendé que cerraran los arrecifes de coral más diversos y en mejor estado a toda forma de pesca para crear un refugio que ayudara a la recuperación de reservas porque, como dice la ciencia, después de unos cinco años las poblaciones de peces en esos refugios serían mucho mayores, al reponer las zonas de pesca exteriores, lo que favorecería a todo el mundo.
La conversación no fue muy bien.
(Risas)
Tres cuartas partes de los 27 millones de habitantes de Madagascar viven con menos de dos dólares al día.
Mi sincera petición por una disminución de la pesca no tuvo en cuenta lo que esto podría suponer para quienes dependen de ella para sobrevivir.
Significaba más recortes; una restricción, más que una solución.
¿Qué supone proteger una larga lista de nombres de especies latinas para Resaxx, una mujer de Andavadoaka que pesca todos los días para dar de comer y enviar a sus nietos a la escuela?
Ese rechazo inicial me enseñó que la conservación es, en esencia, una travesía de plena atención, es entender las dificultades y problemas que las comunidades enfrentan debido a su dependencia de la naturaleza.
Esta idea fue el impulso de mi trabajo y se convirtió en una organización que aportó un nuevo enfoque a la conservación marina, mediante la recuperación de la pesca junto a las comunidades costeras.
Tanto entonces como ahora, el trabajo comenzó escuchando, y lo que aprendimos nos sorprendió.
De vuelta en el seco sur de Madagascar descubrimos que una especie era importantísima para los lugareños: este singular pulpo.
Descubrimos que el aumento de la demanda estaba agotando un sustento económico.
Pero también descubrimos que este animal crece asombrosamente rápido, duplicando su peso en uno o dos meses.
Comprendimos que la protección de una pequeña zona de pesca durante unos pocos meses podría dar lugar a aumentos drásticos en las capturas, lo suficiente como para mejorar el rendimiento de esta comunidad en un plazo que podría resultar aceptable.
La comunidad así lo creyó, y optó por cerrar temporalmente una pequeña zona de arrecife a la pesca del pulpo, mediante un código social tradicional: invocar la bendición de los ancestros para evitar la pesca furtiva.
Cuando se reinició la pesca en el arrecife seis meses después, nadie estaba preparado para lo que iba a suceder.
Las capturas se dispararon, hombres y mujeres pescaban más pulpos, y más grandes, de lo que nadie había visto en años.
Los pueblos vecinos vieron el auge en la pesca y establecieron sus propias vedas, extendiendo el modelo de forma viral a lo largo de cientos de km de costa.
Cuando comprobamos las cifras, vimos que estas comunidades, entre las más pobres del mundo, habían hallado la manera de duplicar sus ingresos en cuestión de meses, pescando menos.
Imaginen una cuenta de ahorros de la que retiran la mitad de su saldo cada año y sus ahorros siguen creciendo.
No hay otra oportunidad de inversión en el mundo que pueda ofrecer de forma fiable lo que la pesca proporciona.
Pero la verdadera magia trascendió al beneficio, porque en estas comunidades se producía una transformación mucho más radical.
Estimulados por el aumento de las capturas, los líderes de Andavadoaka se asociaron con dos docenas de comunidades vecinas para establecer una amplia zona de conservación a lo largo de docenas de millas de costa.
Prohibieron la pesca con veneno y mosquiteros y reservaron refugios permanentes cerca de arrecifes de coral y manglares amenazados que incluían, para mi sorpresa, los mismos lugares que había señalado dos años antes, cuando mi sermón por la protección marina fue tan rotundamente rechazado.
Crearon un área protegida dirigida por la comunidad, un sistema democrático para la gobernanza marina local del todo impensable apenas unos años antes.
Y no se detuvieron ahí: en cinco años, habían garantizado los derechos legales del estado para controlar más de 500 kilómetros cuadrados de océano, eliminando los destructivos arrastreros industriales de las aguas.
Diez años después, asistimos a la recuperación de los arrecifes vitales dentro de esos refugios.
Las comunidades reclaman un mayor reconocimiento del derecho a la pesca y precios más justos que recompensen la sostenibilidad.
Pero eso es solo el comienzo de la historia, porque este puñado de aldeas de pescadores ha desencadenado una revolución de conservación marina que se ha extendido a lo largo de miles de kilómetros, y ha afectado a cientos de miles de personas.
Ahora, en Madagascar, cientos de espacios son gestionados por comunidades que usan un modelo conservacionista basado en los derechos humanos a todo tipo de pesca, desde el cangrejo de río hasta la caballa.
El modelo ha cruzado las fronteras del este de África y el océano Índico y ahora va de isla en isla hasta el sudeste asiático.
De Tanzania a Timor Oriental, de India a Indonesia, obtenemos el mismo resultado: con una buena planificación, la conservación marina cosecha dividendos que no se limitan a la protección de la naturaleza; mejoran las capturas y provocan oleadas de cambios sociales a lo largo de todo el litoral, fortaleciendo la confianza, la cooperación y la capacidad de las comunidades para enfrentarse a la injusticia de la pobreza y el cambio climático.
He tenido el privilegio de dedicar mi vida profesional a impulsar y vincular estos cambios a lo largo de los trópicos, y he aprendido que, como conservacionistas, nuestra meta debe ser ganar a gran escala, no reducir las pérdidas de forma pausada.
Tenemos que aprovechar esta oportunidad global para reestructurar la pesca: con trabajadores sobre el terreno que se solidaricen con las comunidades y formen vínculos que las ayuden a actuar y aprender unas de otras; con gobiernos y abogados que trabajen con las comunidades para garantizar los derechos de gestión de sus actividades; dando prioridad a la seguridad alimentaria y laboral local por encima de todos los intereses que compiten en la economía oceánica; retirando las ayudas a flotas industriales grotescamente sobrestimadas y manteniendo a esos buques industriales extranjeros fuera de las aguas costeras.
Necesitamos sistemas de datos flexibles que pongan la ciencia al alcance de las comunidades para mejorar la conservación de las especies o hábitats en cuestión.
Necesitamos que los organismos de cooperación, los donantes y el sector de la conservación eleven su ambición a la escala de inversión de inmediato requerida para llevar a cabo esta labor.
Y para llegar a eso, necesitamos reinventar la conservación marina como una narrativa de abundancia y empoderamiento, no de austeridad y alienación; un cambio liderado por la gente que depende de mares saludables para su supervivencia, no por valores científicos abstractos.
Por supuesto que regular la sobrepesca es solo un paso hacia la reparación de nuestros océanos.
El horror del calentamiento, la acidificación y la contaminación va en aumento.
Pero es un gran paso.
Un paso que podemos tomar hoy, y que dará un impulso muy necesario a quienes buscan soluciones que pueden extenderse a otras dimensiones de nuestra emergencia oceánica.
Nuestros logros impulsan los suyos.
Si nos dejamos llevar por el desánimo, se acabó el juego.
Afrontamos los retos abordándolos de uno a uno.
Nuestra abrumadora dependencia en nuestros océanos es la solución que permanecía oculta a simple vista, porque no hay nada de pequeño en los pescadores a pequeña escala.
Son cien millones de personas y alimentan a miles de millones.
Este ejército de conservacionistas de a pie es el que tiene más que perder.
Solo ellos tienen el conocimiento y el alcance global necesarios para redefinir nuestra relación con nuestros océanos.
Ayudarles a conseguirlo es la acción más importante que podemos tomar para conservar nuestros océanos.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/alasdair_harris_how_a_handful_of_fishing_villages_sparked_a_marine_conservation_revolution/