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Cómo ver más allá de la propia perspectiva y encontrar la verdad – Charla TED2017

Charla «Cómo ver más allá de la propia perspectiva y encontrar la verdad» de TED2017 en español.

Cuanto más leemos y miramos en línea, más difícil se vuelve notar la diferencia entre lo real y lo falso. Es como si supiéramos más pero entendiéramos menos, dice el filósofo Michael Patrick Lynch. En esta charla, nos reta a tomar medidas activas para hacer explotar nuestras burbujas de filtro y a que participemos en la realidad común que realmente sustenta todo.

  • Autor/a de la charla: Michael Patrick Lynch
  • Fecha de grabación: 2017-04-24
  • Fecha de publicación: 2017-06-05
  • Duración de «Cómo ver más allá de la propia perspectiva y encontrar la verdad»: 866 segundos

 

Traducción de «Cómo ver más allá de la propia perspectiva y encontrar la verdad» en español.

Imaginen que tienen su smartphone en miniatura conectado directamente al cerebro.

Si tuvieran ese chip en el cerebro, podrían subir y bajar cosas de Internet a la velocidad del pensamiento.

Consultar redes sociales o Wikipedia se parecería mucho a…

bueno, al menos desde dentro, a consultar su propia memoria.

Sería tan fácil e íntimo como pensar.

Pero ¿haría eso más fácil saber qué es verdadero? El que una forma de acceder a la información sea más rápida claramente no significa que sea más confiable y tampoco significa que todos la interpretemos de la misma manera.

Tampoco significa que uno pueda evaluar mejor esa información.

De hecho, podríamos hacerlo peor, porque, ya saben, entre más datos, menos tiempo de evaluación.

Algo así ya nos sucede hoy en día.

Ya tenemos un mundo de información en nuestros bolsillos, pero parece que cuanta más información compartimos y accedemos en línea, más difícil nos resulta diferenciar lo real de lo falso.

Es como si supiéramos más pero entendiéramos menos.

Supongo que es una característica de la vida moderna, mucha gente vive aislada en burbujas de información.

Estamos polarizados: no solo por los valores, sino por los hechos.

Una de las razones es que el análisis de datos que guía a Internet no solo nos brinda más información, sino más información de la que queremos.

Nuestra vida en línea está personalizada; desde los anuncios que leemos hasta las noticias que recibimos en Facebook están calculadas para satisfacer nuestras preferencias.

Y conforme recibimos más información, mucha de esa información termina reflejándonos a nosotros mismos, tanto como lo hace la realidad.

Termina, supongo, inflando nuestra burbuja, en vez de hacerla explotar.

Por eso quizá no sorprenda que estamos en una situación paradójica, de pensar que sabemos mucho más, pero no poder llegar a un acuerdo de qué es lo que sabemos.

¿Cómo vamos a resolver este problema de polarización de conocimiento? Una táctica obvia es tratar de corregir nuestra tecnología, de rediseñar nuestras plataformas digitales, para que sean menos susceptibles a la polarización.

Me complace informarles que mucha gente inteligente en Google y en Facebook está trabajando en eso.

Esos proyectos son vitales.

Y si bien corregir la tecnología obviamente es muy importante, pienso que solo corregir la tecnología no va a resolver el problema de la polarización de conocimiento.

Y no lo va a resolver porque, en definitiva, no es un problema tecnológico.

Pienso que es un problema humano, que tiene que ver con nuestra manera de pensar y nuestros valores.

Para resolverlo, pienso que vamos a necesitar ayuda, ayuda de la psicología y de la ciencia política.

Pero también vamos a necesitar ayuda, pienso, de la filosofía.

Porque para resolver el problema de la polarización de conocimiento, vamos a tener que volver a conectar con una idea filosófica fundamental: que vivimos en una realidad común.

La idea de realidad común es como, supongo, muchos conceptos filosóficos: fácil de enunciar pero misteriosamente difícil de poner en práctica.

Para aceptarlo de verdad, pienso que tenemos que hacer tres cosas, y cada una de ellas es un desafío en este momento.

Primero, tenemos que creer en la verdad.

Puede que hayan notado que nuestra cultura tiene una relación un tanto tortuosa con ese concepto en este momento.

Parece que estamos tan en desacuerdo que, como un comentarista político dijo hace no mucho, es como si ya no existieran los hechos.

Pero ese pensamiento en realidad expresa una línea argumental seductora de esta época.

Y dice así: no podemos sobrepasar nuestra propia perspectiva; no podemos escapar de nuestros sesgos.

Cada vez que lo intentamos, recibimos más información de nuestro punto de vista.

Entonces, prosigue este razonamiento, podríamos admitir también que la verdad objetiva es una ilusión, o que no importa, porque o bien nunca la conoceremos, o bien nunca existió, en primer lugar.

Esta no es una idea filosófica nueva…

el escepticismo sobre la verdad.

A fines del siglo pasado, como algunos saben, fue muy popular en ciertos círculos académicos.

Pero en realidad se remonta a épocas del filósofo griego Protágoras, o quizá incluso más atrás.

Protágoras decía que la verdad objetiva era ilusión porque «el hombre es la medida de todas las cosas».

El hombre es la medida de todas las cosas.

Eso se puede ver como un refuerzo de pragmatismo político, o de liberación, porque permite que cada uno descubra o construya su propia verdad.

Pero, en realidad, pienso que es una racionalización un tanto egocéntrica, disfrazada de filosofía.

Confunde la dificultad de tener certeza con la imposibilidad de la verdad.

Miren…

por supuesto que es difícil tener certeza de algo; puede que vivamos en la «Matrix».

Puede que tengamos un chip en el cerebro que nos provea información errónea.

Pero en la práctica, estamos de acuerdo en todo tipo de hechos.

Estamos de acuerdo en que las balas pueden matar gente.

Estamos de acuerdo en que no podemos volar agitando los brazos.

Estamos de acuerdo —o deberíamos— en que hay una realidad externa y que ignorarla puede hacernos daño.

No obstante, el escepticismo sobre la verdad puede ser tentador, porque nos permite racionalizar más allá de nuestros propios sesgos.

Al hacerlo, somos como el personaje de la película que supo que estaba viviendo en la «Matrix» pero decidió que le gustaba, de todos modos.

Después de todo, tener lo que queremos nos hace sentir bien.

Tener la razón todo el tiempo nos hace sentir bien.

A menudo, nos resulta más fácil encerrarnos en nuestras cómodas burbujas de información, vivir de mala fe, y tomar esas burbujas como la medida de la realidad.

Por ejemplo, pienso, cuánta de esta mala fe entra en acción en nuestra reacción al fenómeno de las «noticias falsas».

Las noticias falsas difundidas por Internet durante la campaña presidencial estadounidense de 2016 fueron pensadas para alimentar nuestros sesgos, para inflar nuestras burbujas.

Pero me llamó la atención no solo que engañara a tanta gente; lo que me llamó la atención de las noticias falsas, del fenómeno, es la velocidad con la que se convirtió en objeto de polarización de conocimiento; tanto que el propio término, el término «noticias falsas», ahora significa «noticias que no me gustan».

Ese es un ejemplo de la mala fe hacia la verdad de la que hablo.

Pero lo verdaderamente peligroso, pienso, del escepticismo respecto de la verdad es que lleva al despotismo.

«El hombre es la medida de todas las cosas», inevitablemente se torna «un hombre es la medida de todas las cosas».

Así como «cada uno por su cuenta» siempre termina siendo «solo sobrevive el más fuerte».

Al final de «1984» de Orwell, el policía del pensamiento O’Brien tortura al protagonista Winston Smith para que admita que dos más dos es cinco.

Lo que dice O’Brien es clave, quiere convencer a Smith de que todo lo que diga el partido es verdad; la verdad es todo lo que diga el partido.

Y O’Brien sabe que una vez que se acepta este pensamiento, la disidencia crítica es imposible.

Uno no puede decirle la verdad al poder si el poder dice la verdad por definición.

Dije que para aceptar que vivimos realmente en una realidad común, tenemos que hacer tres cosas.

Lo primero es creer en la verdad.

Lo segundo podría resumirse con la frase latina que Kant usó como lema de la Ilustración: «Sapere aude», o «atrévete a saber».

O como quiere Kant, «atrévete a saber por ti mismo».

Creo que en los primeros días de Internet, muchos pensamos que la tecnología de la información siempre nos iba a facilitar el conocer por uno mismo, y, por supuesto, en muchas formas lo ha hecho.

Pero conforme Internet se ha vuelto cada vez más parte de nuestras vidas, nuestra dependencia, el uso que le damos, se ha vuelto cada vez más pasivo.

Mucho de lo que sabemos hoy viene de Google.

Descargamos hechos empaquetados previamente y los ensamblamos en la línea de montaje de las redes sociales.

Saber mediante Google es útil precisamente porque implica una tercerización intelectual.

Descargamos nuestro esfuerzo en una red de otros y de algoritmos.

Y eso nos permite, claro, no sobrecargar nuestras mentes con todo tipo de hechos.

Podemos descargarlos cuando los necesitamos.

Y eso es genial.

Pero hay una diferencia entre descargar hechos y entender realmente cómo o por qué esos hechos son como son.

Entender por qué se propaga determinada enfermedad, o cómo opera una demostración matemática, o por qué un amigo está deprimido, implica más que solo una descarga.

Lo más seguro es que requiera hacer algo de trabajo uno mismo: tener un poco de visión creativa; usar la imaginación; salir al terreno; hacer el experimento; hacer la comprobación; hablar con alguien.

Claro, no estoy diciendo que debamos dejar de saber mediante Google.

Solo estoy diciendo que no deberíamos sobrevalorarlo.

Tenemos que encontrar formas de promover maneras de saber más activas, no siempre delegar nuestro esfuerzo a nuestra burbuja.

Porque saber mediante Google muy a menudo implica saber mediante la burbuja.

Y saber mediante la burbuja implica siempre tener razón.

Pero atreverse a saber, atreverse a entender, implica arriesgarse a la posibilidad de estar equivocado.

Implica arriesgarse a la posibilidad de que lo que uno quiere y la verdad sean cosas diferentes.

Y esto me lleva al tercer punto que creo necesitamos hacer si queremos aceptar que vivimos en una realidad común.

El tercer punto es: tener un poco de humildad.

Con esto me refiero a la humildad epistémica, que significa, en cierto sentido, saber que uno no lo sabe todo.

Pero también significa algo más que eso.

Significa darse cuenta de que la cosmovisión propia puede mejorar con la evidencia y la experiencia de otros.

La propia cosmovisión puede mejorar con la evidencia y la experiencia de otros.

Es más que solo estar abiertos al cambio, más que solo estar abiertos al desarrollo personal.

Significa ver al propio conocimiento como susceptible de mejora, de enriquecimiento mediante la contribución de otros.

Es parte de lo que implica reconocer que existe una realidad común por la que uno también es responsable.

Creo que no es exagerado decir que nuestra sociedad no se caracteriza por valorizar o promover ese tipo de humildad.

En parte debido a que, bueno, solemos confundir la arrogancia con la seguridad.

En parte debido a que, bueno, ya saben, la arrogancia es más fácil.

Es más fácil pensar que uno lo sabe todo.

Es más fácil pensar que uno tiene todo resuelto.

Pero eso es otro ejemplo de la mala fe hacia la verdad de la que he estado hablando.

Por eso el concepto de una realidad común, como muchos conceptos filosóficos, puede parecer tan obvio, que podemos pasarlo por alto y olvidar por qué es importante.

Las democracias no pueden funcionar si sus ciudadanos no se esfuerzan, al menos un tiempo, por habitar un espacio común, un espacio donde intercambiar ideas de un lado al otro, cuando, sobre todo cuando, están en desacuerdo.

Pero uno no puede esforzarse por habitar ese espacio si no acepta que vive la misma realidad.

Para aceptarlo, debemos creer en la verdad, tenemos que promover formas más activas de saber.

Y debemos tener la humildad de reconocer que no somos la medida de todas las cosas.

Puede que un día se haga realidad la visión de tener Internet en el cerebro.

Pero si queremos que eso sea liberador y no algo aterrador, si queremos que eso expanda nuestro entendimiento y no solo nuestro saber pasivo, debemos recordar que nuestras perspectivas, por más maravillosas y hermosas que sean, son solo eso…

perspectivas de una realidad.

Gracias.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/michael_patrick_lynch_how_to_see_past_your_own_perspective_and_find_truth/

 

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