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Constantinopla: La ciudad amurallada – Lars Brownworth – Charla TED-Ed

Charla «Constantinopla: La ciudad amurallada – Lars Brownworth» de TED-Ed en español.

El mundo le debe gran parte de su legado cultural a los muros de Constantinopla. Cuando Constantinopla fue sitiada por los vecinos enemigos, el elaborado sistema de fosos de la ciudad romana, los muros exteriores y los interiores se mantuvieron en pie. Luego de sobrevivir a numerosos ataques, los muros finalmente cedieron a herramientas más modernas de guerra pero, afortunadamente, la cultura clásica sobrevivió.

Lección de Lars Brownworth, animación de Woland.

  • Autor/a de la charla: Lars Brownworth
  • Fecha de grabación: 2012-10-18
  • Fecha de publicación: 2020-01-30
  • Duración de «Constantinopla: La ciudad amurallada – Lars Brownworth»: 241 segundos

 

Traducción de «Constantinopla: La ciudad amurallada – Lars Brownworth» en español.

Los muros más importantes de la historia occidental ni siquiera están en Occidente.

Rodean la ciudad moderna de Estambul, Constantinopla, como la llamaban los romanos.

Y durante mil años el destino de Europa dependió de ellos.

Constantinopla fue pensada para ser el centro del mundo.

Cuando las fronteras del Imperio Romano empezaron a desmoronarse en el siglo IV, la capital se trasladó al Oriente culto, rico y aún estable.

Allí, en la encrucijada entre Europa y Asia, el centro de las rutas comerciales más importantes del mundo antiguo, el emperador Constantino construyó su ciudad.

Fue la ciudad de las bibliotecas y las universidades, 20 veces más grande que Londres o París en ese momento.

Tenía el conocimiento inestimable del mundo clásico que se desvanecía en Occidente.

Para proteger esta obra maestra de sus muchos enemigos, los sucesores de Constantino construyeron las mejores fortificaciones de la historia.

La primera línea de protección era un foso de 20 m de ancho y 7 m de profundidad, que comprende 6 km de costa a costa.

El foso podía llenarse con una tubería interna a la primera señal del enemigo, un muro protegía a los arqueros que podían disparar a los soldados empapados que trataban de cruzar a nado.

Los que tenían la suerte de pasar el foso tenían que lidiar con un bombardeo incesante desde el muro exterior de 8 m.

Flechas, lanzas o, mucho peor, el fuego griego —una antigua forma de napalm que se inflama al contacto y no se podía extinguir con agua— les llovían desde el muro.

Escuadras de defensores romanos llevaban lanzadores portátiles y rociaban a cualquiera que saliera del foso.

Las víctimas aterrorizadas saltaban hacia atrás, sólo para descubrir que aún ardían bajo el agua.

A veces, los romanos también montaban sifones en las murallas y lanzaban ollas de barro llenas de fuego griego con catapultas a un ejército invasor.

Las líneas del frente se volvían un infierno, haciendo ver como si la misma tierra ardiera en llamas.

Si, por algún milagro, el muro exterior se viera comprometido, los atacantes enfrentarían la defensa final: el gran muro interior.

Estos muros eran tan amplios como para tener columnas de 4 hombres lado a lado, para que las tropas llegaran a donde se las necesitaba.

Atila el Huno, destructor de civilizaciones, autodenominado Azote de Dios, le echó un vistazo y dio la vuelta.

Los ávaros hostigaron los muros sin cesar hasta que sus catapultas quedaron sin rocas.

Los turcos intentaron hacer un túnel, pero encontraron cimientos muy sólidos.

Los árabes intentaron matar de hambre a la ciudad, pero se les acabó la comida y tuvieron que recurrir al canibalismo.

Fueron necesarias las armas del mundo moderno para derribarlos.

En 1453, los turcos llevaron su súper arma: un cañón monstruo que podía disparar una piedra de 700 kg casi 2 km.

Con más de un centenar de armas más pequeñas, mantuvieron un bombardeo constante día y noche.

Una parte de la antigua muralla se derrumbó, pero incluso en su agonía resultó ser formidable.

Los escombros absorbieron el impacto de las balas de cañón mejor que el muro sólido.

Fue necesario arremeter un mes y medio para finalmente abrir una brecha.

El último emperador romano, Constantino XI, sacó su espada y se lanzó al vacío para detener la horda que se venía encima, desapareciendo en la leyenda.

La ciudad fue tomada y finalmente desapareció el Imperio Romano.

Pero esos muros rotos dieron un último regalo.

A medida que los sobrevivientes huyeron de la ciudad, llevaron consigo sus preciosos libros y sus tradiciones ancestrales.

Viajaron al oeste, a Italia, reintrodujeron el griego y sus enseñanzas en Europa occidental, e iluminaron el Renacimiento.

Gracias a los muros de Constantinopla, y a esa pila de ladrillos y mármol que guardaron tanto tiempo, todavía tenemos nuestro pasado clásico.

https://www.ted.com/talks/lars_brownworth_the_city_of_walls_constantinople/

 

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