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Charla «¿Deberíamos simplificar la ortografía?» de TEDxRiodelaPlata en español.
¿Cuánto tiempo y energía le dedicamos a aprender ortografía? La lengua evoluciona con el tiempo, y con ella, la ortografía va modificándose. ¿Vale la pena invertir grandes cantidades de tiempo en la memorización de reglas ortográficas llenas de excepciones? Karina Galperin, doctora en Lenguas y Literaturas Romanses, sugiere que es la hora para avanzar cómo pensamos sobre la lengua y cómo la escribimos.
- Autor/a de la charla: Karina Galperin
- Fecha de grabación: 2015-09-24
- Fecha de publicación: 2017-03-16
- Duración de «¿Deberíamos simplificar la ortografía?»: 973 segundos
Traducción de «¿Deberíamos simplificar la ortografía?» en español.
Perdimos mucho tiempo en la escuela aprendiendo ortografía.
Los chicos siguen perdiendo mucho tiempo en la escuela con la ortografía.
Por eso yo quiero compartir con ustedes una pregunta.
«
¿Ase falta una nueba ortografía?
» Yo creo que sí, que hace falta.
O mejor, creo que hace falta simplificar la que ya tenemos.
Ni la pregunta ni la respuesta son nuevas en nuestra lengua.
Vienen rebotando de siglo en siglo desde hace mucho tiempo, desde que en 1492, en la primera gramática de la lengua castellana, Antonio de Nebrija sentó para nuestra ortografía un principio claro y sencillo: «Así, tenemos de escribir como pronunciamos y pronunciar como escribimos».
A cada sonido debía corresponderle una letra, cada letra debía representar un solo sonido, y las que no representaran ningún sonido debían eliminarse.
Este criterio, el criterio fonético, el que dice que tenemos que escribir según pronunciamos, está y no está en la base de la ortografía como la practicamos hoy.
Está porque el español, a diferencia de otra lenguas como el inglés o el francés, siempre tuvo una resistencia fuerte a escribir demasiado diferente de como pronunciamos.
Pero no está porque cuando en el Siglo XVIII se decidió cómo íbamos a uniformar nuestra escritura hubo otro criterio que guió buena parte de las decisiones.
Ese otro criterio fue el etimológico, el que dice que tenemos que escribir según como las palabras se escribieran en su lengua original, en latín, en griego.
Y así nos quedamos con haches mudas, que escribimos pero no pronunciamos.
Así nos quedamos con be largas y ve cortas, que contrario a lo que mucha gente cree nunca se diferenciaron en la pronunciación del castellano.
Así nos quedamos con ges que suenan ásperas como en «gente», y a veces suenan suaves como en «gato».
Así nos quedamos con ces, eses y zetas, tres letras que en algunos lugares corresponden a un sonido, y en otros a dos, pero en ninguno a tres.
No vengo a contarles nada que ustedes no sepan por experiencia propia.
Todos nosotros fuimos a la escuela, todos nosotros invertimos grandes cantidades de tiempo de aprendizaje, grandes cantidades de ese tiempo de cerebro plástico e infantil en dictados, en la memorización de reglas ortográficas llenas, sin embargo, de excepciones.
Nos transmitieron de muchas formas, implícitas y explícitas, la idea de que en la ortografía se jugaba algo fundamental de nuestra formación.
Sin embargo yo tengo la sensación de que los maestros no se preguntaron por qué era tan importante.
Incluso, no se hicieron una pregunta previa,
¿cuál era la función que cumplía la ortografía?
¿Para qué sirve la ortografía?
Y la verdad es que cuando uno se hace esa pregunta la respuesta es bastante más simple y menos trascendental de lo que suele creer.
La ortografía sirve para uniformar la escritura, para que todos escribamos igual.
Y por lo tanto nos sea más fácil entendernos cuando nos leemos.
Pero en contraposición con otros aspectos de la lengua, como la puntuación por ejemplo, en la ortografía no hay ninguna habilidad expresiva individual involucrada.
En la puntuación, sí.
Yo con la puntuación puedo elegir cambiarle el sentido a una frase.
Con la puntuación puedo imprimirle un ritmo particular a lo que estoy escribiendo, con la ortografía, no.
Con la ortografía o está bien, o está mal según se ajuste o no se ajuste a las normas vigentes.
Pero entonces,
¿no sería más sensato simplificar las normas vigentes para que sea más fácil enseñar, aprender y utilizar correctamente la ortografía?
¿No sería más sensato simplificar las normas vigentes para que todo ese tiempo que hoy le dedicamos a la enseñanza de la ortografía se lo podamos dedicar a otras cuestiones de la lengua cuya complejidad sí merecen el tiempo y el esfuerzo?
Lo que yo propongo no es abolir la ortografía, no es que cada uno escriba cómo quiera.
La lengua es una herramienta de uso común y por lo tanto me parece fundamental que la usemos siguiendo criterios comunes.
Pero también me parece fundamental que esos criterios comunes sean lo más simples que se pueda, sobre todo porque si simplificamos nuestra ortografía no estamos nivelando para abajo; cuando se simplifica la ortografía no se resiente en nada la calidad de la lengua.
Yo trabajo todos los días con la literatura del Siglo de Oro, leo a Garcilaso, a Cervantes, a Góngora, a Quevedo, que a veces escriben «hombre» sin hache, a veces escriben «escribir» con ve corta, y me queda absolutamente claro que la diferencia entre esos textos y los nuestros es de convención, o de falta de convención todavía en la época de ellos.
Pero no de calidad.
Pero déjenme volver a los maestros porque son personajes clave en esta historia.
Yo mencionaba hace rato esa insistencia un poco irreflexiva con que los maestros nos machacan y nos machacan con la ortografía.
Pero lo cierto es que estando la cosas como están, eso tiene total sentido.
En nuestra sociedad, la ortografía funciona como un índice privilegiado que permite distinguir al culto del bruto, al educado del ignorante, independientemente del contenido que se esté escribiendo.
Uno puede conseguir o dejar de conseguir un trabajo por una hache que puso o dejó de poner.
Uno puede convertirse en objeto de burla pública por una be mal colocada.
Entonces, en ese contexto, claro que tiene sentido dedicarle todo ese tiempo a la ortografía.
Pero no debemos olvidar que a lo largo de la historia de nuestra lengua fueron siempre maestros o individuos vinculados con la enseñanza de las primeras letras los que impulsaron reformas ortográficas, los que se dieron cuenta de que en nuestra ortografía a veces había un obstáculo para la transmisión del conocimiento.
En nuestro caso, por ejemplo, Sarmiento, junto con Andrés Bello, impulsó la mayor reforma ortográfica que efectivamente haya tenido lugar en la lengua española, que fue la de Chile de mediados del Siglo XIX.
¿Por qué, entonces, no tomar la posta de esos maestros y empezar a avanzar en nuestra ortografía?
Yo acá, en la intimidad de nosotros 10 000 quisiera poner sobre la mesa algunas modificaciones que me parece razonable empezar a discutir.
Eliminemos la hache muda.
Ahí donde escribimos una hache, pero no pronunciamos nada no escribamos nada.
(Aplausos)
Me cuesta pensar qué tipo de apego sentimental puede justificar para alguien todos los engorros que causa la hache muda.
Be larga y ve corta, decíamos antes, nunca se distinguieron en la lengua castellana,
(Aplausos)
elijamos una, puede ser cualquiera, podemos discutir, sentarnos, cada uno tendrá sus preferencias, cada uno podrá argumentar.
Quedémonos con una, eliminemos la otra.
Ge y jota, dividámosles las funciones, que a la ge le quede el sonido suave, «gato», «mago», «águila», y que la jota retenga el sonido áspero, «jarabe», «jirafa», «gente», «argentino».
Y ce, ese y zeta es un caso interesante porque muestra que el criterio fonético debe ser una guía, pero no puede ser un principio absoluto.
En algunos casos las diferencias de pronunciación deben atenderse.
Ahora, yo decía antes, ce, ese y zeta en algunos lugares corresponden a un sonido, en otros a dos, si de tres letras bajamos a dos estamos todos mejor.
A algunos, estos cambios les pueden parecer un poco drásticos.
No lo son tanto.
La Real Academia Española, todas las academias de la lengua, también creen que la ortografía debe ir modificándose, que la lengua está ligada a la historia, a las tradiciones y a las costumbres, pero que también es una herramienta práctica de uso cotidiano y que a veces ese apego a la historia, a las tradiciones y a las costumbres se transforma en un obstáculo para el uso de hoy.
Eso explica, de hecho, que nuestra lengua, mucho más que las que conocemos, que las que tenemos geográficamente cerca, fue modificándose históricamente en nosotros, por ejemplo, fuimos de «orthographia» a «ortografía», fuimos de «theatro» a «teatro», fuimos de «quantidad» a «cantidad», fuimos de «symbolo» a «símbolo», y de a poco ahora empiezan a retirarse sigilosamente algunas haches mudas, en el Diccionario de la Real Academia «arpa», «armonía» pueden escribirse con hache o sin hache y estamos todos bien.
Me parece a mí además, que este es un momento particularmente apropiado para encarar esta discusión.
Siempre se nos dice que la lengua cambia espontáneamente, de abajo para arriba, que son los usuarios los que incorporan palabras nuevas, los que introducen modificaciones gramaticales y que la autoridad, en algunos lugares una academia, en otros lugares un diccionario, en otros lugares un ministerio, mucho tiempo después, las acepta e incorpora.
Esto es cierto solo para algunos niveles de la lengua, es cierto para el nivel léxico, para el nivel de las palabras, es menos cierto para el nivel gramatical, y casi, diría yo, que no es cierto para el nivel de la ortografía que siempre históricamente cambió de arriba para abajo.
Fueron siempre las instituciones las que fijaron las normas y propusieron modificaciones.
¿Por qué digo yo que este es un momento particularmente apropiado?
Hasta hoy, la escritura siempre tuvo un uso mucho más restringido y privado que el habla, pero en nuestra época, la época de las redes sociales, eso está sufriendo un cambio revolucionario.
Nunca se escribió tanto como ahora, nunca tantos escribieron tanto a la vista de tantos.
Y en esas redes sociales, por primera vez, estamos viendo a gran escala usos ortográficos novedosos donde incluso gente de ortografía impecable, hípereducada, cuando escribe en las redes sociales se comporta bastante parecido a cómo se comportan la mayoría de los usuarios de las redes sociales.
Es decir, relajan la corrección ortográfica y priorizan la velocidad y la eficacia en la comunicación.
Por ahora, ahí, hay usos caóticos, individuales, pero me parece que tenemos que prestarles atención porque probablemente nos estén diciendo que una época, que le asigna a la escritura un lugar nuevo, esté pidiendo para esa escritura criterios nuevos.
Creo que haríamos mal en rechazarlos, en descartarlos, porque los identificamos como síntomas de la decadencia cultural de nuestra época.
No, creo que hay que observarlos, ordenarlos y encausarlos dentro de una normativa más afín con las necesidades de nuestros tiempos.
Puedo anticipar algunas objeciones.
Habrá quienes digan que si simplificamos la ortografía vamos a perder la etimología.
En rigor, si quisiéramos conservar la etimología no alcanzaría con la ortografía, además, deberíamos aprender latín, griego, árabe.
Con una ortografía simplificada vamos a ir a recuperar la etimología al mismo lugar a dónde vamos ahora, a los diccionarios etimológicos.
Una segunda objeción será la de los que digan: «Si simplificamos la ortografía, vamos a dejar de distinguir entre sí palabras que hoy se diferencian en solo una letra».
Eso es verdad, pero no es un problema.
Nuestra lengua tiene homónimos, tiene palabras con más de un significado y no nos confundimos: el banco donde nos sentamos del banco donde depositamos el dinero, el traje que nos ponemos de las cosas que trajimos.
En la enorme mayoría de las situaciones, el contexto disipa cualquier confusión.
Pero hay una tercera objeción, para mí la más comprensible, incluso la más conmovedora, que es la de los que digan: «Yo no quiero cambiar.
Yo me eduqué así, me acostumbré de esta manera, cuando leo una palabra escrita en ortografía simplificada me duelen los ojos».
(Risas)
Esa objeción, en parte está adentro de cada uno de nosotros.
¿Qué creo yo que hay que hacer?
Hacer como se hace siempre en estos casos, los cambios se hacen para adelante, a los chicos se les enseñan las normas nuevas; a los que no queremos, nos dejan escribir como estamos acostumbrados y se espera a que el tiempo cimiente las nuevas normas.
El éxito de toda reforma ortográfica que toque hábitos tan arraigados está en la prudencia, el consenso, el gradualismo y la tolerancia.
Pero tampoco podemos dejar que el arraigo a las viejas costumbres nos impidan seguir adelante.
El mejor homenaje que podemos hacerle al pasado es mejorar lo que recibimos.
Así que yo creo que tenemos que ponernos de acuerdo, que las academias tienen que ponerse de acuerdo y limpiar de nuestra ortografía todos esos hábitos que usamos porque los recibimos aunque no nos sirven.
Yo estoy convencida de que si hacemos eso en el ámbito modesto, pero importantísimo de la lengua, vamos a estar dejándoles a las próximas generaciones un futuro mejor.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/karina_galperin_should_we_simplify_spelling/