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Diseñemos medios sociales que impulsen un cambio real – Charla TEDGlobal>Geneva

Charla «Diseñemos medios sociales que impulsen un cambio real» de TEDGlobal>Geneva en español.

Wael Ghonim ayudó a generar la Primavera Árabe desde su casa de Egipto mediante la creación de una simple página de Facebook. Como revela aquí, una vez que la revolución se dispersó por las calles, pasó de la esperanza al desorden, luego a algo nada grato y posteriormente se convirtió en algo doloroso. Y las redes sociales siguieron el ejemplo. Lo que antes era un lugar para la colaboración descentralizada, participación e intercambio se convirtió en un campo de batalla polarizado. Ghonim se pregunta: ¿Qué podemos hacer al respecto con nuestro comportamiento en línea ahora? ¿Cómo podemos usar Internet y los medios sociales para crear civilidad y una discusión razonada?

  • Autor/a de la charla: Wael Ghonim
  • Fecha de grabación: 2015-12-08
  • Fecha de publicación: 2016-01-13
  • Duración de «Diseñemos medios sociales que impulsen un cambio real»: 814 segundos

 

Traducción de «Diseñemos medios sociales que impulsen un cambio real» en español.

Una vez dije: «Si quieres liberar a una sociedad, todo lo que necesitas es Internet».

Me equivoqué.

Dije estas palabras en 2011, cuando una página de Facebook, que había creado anónimamente, ayudó a desencadenar la revolución egipcia.

La Primavera Árabe reveló el gran poder de los medios sociales, pero también expuso su mayor defecto.

La misma herramienta que nos unía para derrocar dictadores, acabó separándonos.

Me gustaría compartir mi experiencia en las redes sociales y el activismo y hablar sobre algunos de los desafíos a los que me enfrenté, y qué podríamos hacer contra ellos.

A principios de este siglo, los árabes inundaban la red.

Sedientos de conocimiento, buscando oportunidades para conectar con el resto de la gente del mundo, escapábamos de nuestra frustrante realidad política y vivíamos una vida virtual alternativa.

Como muchos de ellos, yo era completamente apolítico hasta el 2009.

Entonces, cuando entré en los medios sociales, empecé a ver a más y más egipcios que aspiraban a un cambio político en el país.

Sentí que no estaba solo.

En junio de 2010, Internet me cambió la vida para siempre.

Mientras navegaba por Facebook, vi una foto, una foto aterradora, de un cadáver torturado, de un joven egipcio.

Su nombre era Khaled Said.

Khaled era un alejandrino de 29 años que la policía había matado.

Me vi a mí mismo en esa imagen.

Pensé: «yo podría ser Khaled».

No pude dormir esa noche, y decidí hacer algo.

Anónimamente creé una página de Facebook y la llamé: «Todos somos Khaled Said».

En solo 3 días, la página tenía más de 100 000 seguidores, compañeros egipcios que compartían la misma preocupación.

Lo que fuera que estuviera pasando tenía que parar.

Recluté a un coadministrador, AbdelRahman Mansour.

Trabajamos juntos durante horas y horas.

Recolectábamos ideas de la gente.

Los animábamos.

Convocábamos acciones colectivas, y compartíamos noticias que el régimen no quería que los egipcios supieran.

La página se convirtió en la más seguida en el mundo árabe.

Tenía más fans que medios de comunicación oficiales e incluso más que gente famosa.

El 14 de enero de 2011, Ben Ali huyó de Túnez tras las crecientes protestas contra su régimen.

Vi una chispa de esperanza.

Los egipcios en las redes sociales se estaban preguntando: «¿Si se pudo en Túnez, por qué no aquí?» Publiqué un evento en Facebook y lo llamé «Una revolución contra la corrupción, la injusticia y la dictadura».

Propuse a los 300 000 seguidores que tenía en ese momento la página: «Hoy es 14 de enero.

El 25 es el día de la policía.

Es una fiesta nacional.

Si salimos 100 000 de nosotros a las calles de El Cairo, nadie nos va a parar.

Me pregunto si podríamos hacerlo».

En unos pocos días la invitación había llegado a más de un millón de personas, y más de 100 000 confirmaban su asistencia.

Las redes sociales fueron clave para esta campaña.

Ayudó a descentralizar el nacimiento del movimiento.

Hizo que la gente se diera cuenta de que no estaban solos e hizo que fuera imposible que el régimen lo parara.

Por entonces, ni lo entendían.

El 25 de enero, los egipcios inundaron las calles de El Cairo y otras ciudades, pidiendo el cambio, rompiendo la barrera del miedo y anunciando una nueva era.

Luego, vinieron las consecuencias.

Unas horas antes de que el régimen cortara Internet y las telecomunicaciones, sobre la media noche, caminaba por una calle oscura de El Cairo, acababa de tuitear: «Recen por Egipto.

El gobierno debe estar planeando una masacre mañana».

Me pegaron un fuerte golpe en la cabeza.

Perdí el equilibrio y me caí, vi como cuatro hombres armados me rodeaban.

Uno me tapó la boca y el resto me sujetó.

Supe que me estaba secuestrando la seguridad nacional.

Me desperté en una celda, esposado y con los ojos tapados.

Estaba aterrorizado.

Igual que mi familia, que empezó a buscarme en hospitales, comisarías e incluso morgues.

Después de desaparecer, algunos de mis amigos, que sabían que era el administrador de la página contaron a los medios mi conexión con la página, y que probablemente me había arrestado la seguridad nacional.

Mis amigos de Google iniciaron una campaña de búsqueda tratando de encontrarme y los manifestantes de la plaza exigieron mi liberación.

Tras 11 días de absoluta oscuridad, me liberaron.

Y tres días más tarde, Mubarak se vio obligado a dimitir.

Fue el momento más inspirador y fortalecedor de mi vida.

Era una época de esperanza.

Los egipcios vivieron una utopía durante 18 días de revolución.

Todos compartían la creencia de que realmente podíamos vivir juntos pese a nuestras diferencias, que Egipto, tras Mubarak, sería para todos.

Por desgracia, los eventos tras la revolución fueron como una patada en el estómago.

La euforia se desvaneció, fracasamos en construir un consenso, y la lucha política conllevó un aumento de la polarización.

Las redes sociales solo amplificaron esta situación, al facilitar la difusión de informaciones falsas, rumores, y manifestaciones de odio.

El ambiente era tóxico.

Mi mundo virtual se volvió un campo de batalla lleno de trolls, mentiras, odio.

Me empecé a preocupar por la seguridad de mi familia.

Pero, por supuesto, no se trataba solo de mí.

Recrudeció la polarización entre los dos grandes poderes: los simpatizantes del ejército y los islamistas.

La gente en el centro, como yo, empezó a sentirse desamparada.

Ambos grupos querían que les apoyaras; estabas con ellos o contra ellos.

Y el 3 de julio de 2013, el ejército expulsó al primer presidente egipcio elegido democráticamente, tras 3 días de protestas populares que pedían su dimisión.

Ese día tomé una decisión muy difícil.

Decidí permanecer en silencio, completo silencio.

Era un momento de derrota.

Me mantuve en silencio durante más de dos años, y usé ese tiempo para reflexionar sobre todo lo que había pasado, intentando entender por qué había pasado.

Me quedó claro que mientras que es cierto que la polarización está conducida por nuestro comportamiento humano, las redes sociales dan forma a este comportamiento y aumenta su impacto.

Di que quieres decir algo que no está basado en un hecho, empieza una pelea o ignora a alguien que no te gusta.

Son todo impulsos de la naturaleza humana, pero, que debido a la tecnología, actuar está a un solo clic.

En mi opinión, hay cinco retos cruciales frente a las redes sociales de hoy en día.

Primero: no sabemos cómo lidiar con los rumores.

Los rumores que confirman los prejuicios de la gente se creen y difunden entre millones de personas.

Segundo: creamos nuestras propias cámaras de eco.

Tendemos a comunicarnos solo con gente con quien estamos de acuerdo, y gracias a las redes sociales, podemos callar, dejar de seguir y bloquear a quien sea.

Tercero: las discusiones en línea pasan a ser turbas enfurecidas rápidamente.

Eso probablemente lo sabemos todos.

Es como si olvidáramos que la gente detrás de la pantalla son personas reales y no solo avatares.

Y cuarto: nos cuesta mucho cambiar de opinión.

Debido a la velocidad y brevedad de las redes sociales, nos vemos obligados a sacar conclusiones y escribir duras opiniones en 140 caracteres sobre problemas globales complejos.

Y una vez hacemos eso, vive para siempre en Internet, y estamos menos motivados a cambiar nuestras opiniones, incluso si aparecen nuevas pruebas.

Quinto, y desde mi punto de vista el más importante, hoy, nuestras experiencias en las redes sociales están pensadas de un modo que favorece los mensajes masivos sobre los compromisos, las publicaciones sobre las discusiones, comentarios superficiales sobre conversaciones profundas.

Es como si hubiéramos acordado que estamos aquí para hablar al otro en lugar de hablar con el otro.

He presenciado cómo estos importantes retos agravaban a una sociedad egipcia ya polarizada, pero esto no es solo sobre Egipto.

La polarización está aumentando por todo el mundo.

Necesitamos trabajar arduamente para averiguar cómo la tecnología puede ser parte de la solución, en lugar de parte del problema.

Actualmente hay un gran debate sobre cómo combatir el ciber acoso y luchar contra los trolls.

Esto es muy importante.

Nadie puede negarlo.

Pero también necesitamos pensar cómo diseñar experiencias en redes sociales que promuevan el civismo y premien la meditación.

Sé que es un hecho que si escribo una publicación más sensacionalista, más partidista y a veces con enojo y agresiva, conseguiré que más gente vea esta publicación.

Conseguiré más atención.

Pero ¿y si nos centramos más en la calidad? ¿Qué es más importante: la cantidad total de vistas del mensaje, o a quiénes impactó lo que escribiste? ¿No podríamos simplemente incentivar a la gente a conversar, en lugar de publicar constantemente opiniones? ¿O premiar a la gente por leer y responder a las opiniones con las que disienten? ¿O hacer que esté aceptado socialmente cambiar de opinión? ¿O incluso premiarlo? ¿Y si tenemos una matriz que diga cuántas personas han cambiado de opinión, y han pasado a ser parte de nuestra experiencia en la red? Si pudiera seguir la cantidad de personas que han cambiado de opinión, probablemente escribiría más meditado, intentando hacerlo en lugar de intentar atraer a la gente que ya está de acuerdo conmigo y conseguir «me gusta» solo porque acabo de confirmar sus prejuicios.

Necesitamos pensar también en mecanismos efectivos de colaboración, comprobar la información difundida en línea, y premiar a la gente que participe en esto.

En resumen, necesitamos reformular el ecosistema actual de los medios sociales y rediseñar su experiencia para premiar la meditación, el civismo y la comprensión mutua.

Como creyente en Internet, me he unido con unos cuantos amigos, he iniciado un nuevo proyecto, intentando encontrar respuestas y explorando nuevas posibilidades.

Nuestro primer producto es una nueva plataforma social para conversaciones.

Albergamos conversaciones que promueven el entendimiento mutuo y, con suerte, el intercambio de opiniones.

No afirmamos que tengamos las respuestas, pero empezamos a experimentar con distintas discusiones sobre temas muy polémicos, como la raza, el control de armas, el debate sobre los refugiados, la relación entre el Islam y el terrorismo.

Son conversaciones importantes.

Hoy, al menos una de cada tres personas en el planeta tiene acceso a Internet.

Pero parte de Internet es presa de los aspectos menos nobles del comportamiento humano.

Hace cinco años dije: «Si quieres liberar a una sociedad, lo único que necesitas es Internet».

Hoy, creo que si queremos liberar a la sociedad primero necesitamos liberar Internet.

Muchas gracias.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/wael_ghonim_let_s_design_social_media_that_drives_real_change/

 

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