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El amor y el sufrimiento en el reino animal – Charla TED2019

Charla «El amor y el sufrimiento en el reino animal» de TED2019 en español.

Desde orcas que atraviesan un duelo hasta elefantes que manifiestan profundo sufrimiento, Barbara J. King, experta en antropología biológica, ha sido testigo del dolor y del amor de muchos animales. En esta reveladora charla, nos habla de evidencias que avalan la teoría de que muchos animales experimentan emociones complejas, y también sugiere de qué manera todos podemos contribuir a tratarlos con más ética, incluso cuando debemos elegir qué comer. «Los animales no hacen el duelo de la misma manera que lo hacemos nosotros, pero eso no significa que no sea un sufrimiento real», afirma. «Es real y devastador. Y es fácil de verlo, si queremos».

  • Autor/a de la charla: Barbara J. King
  • Fecha de grabación: 2019-04-15
  • Fecha de publicación: 2019-07-08
  • Duración de «El amor y el sufrimiento en el reino animal»: 882 segundos

 

Traducción de «El amor y el sufrimiento en el reino animal» en español.

Hoy quiero hablarles de una orca llamada Tahlequah.

Los científicos también la llaman «J35» porque pertenece a la manada «J» que habita en el mar de Salish, situado entre Columbia Británica y el estado de Washington.

El año pasado, en julio de 2018, esta orca cursaba un avanzado embarazo de 17 meses, y los científicos estaban muy expectantes porque hacía tres largos años que ninguna cría sobrevivía en este clan.

Las orcas, también llamadas «ballenas asesinas», son criaturas sumamente sociables e inteligentes.

Los científicos manifiestan gran interés por su comportamiento porque, en sus redes sociales, las orcas comparten hábitos, información, e incluso afecto.

Crean verdaderas culturas en el océano.

Pero esta manada ha estado en problemas.

El salmón «chinook», que es el alimento de las orcas, ha disminuido en la zona y la contaminación ha ido en aumento.

Pero el 24 de julio, Tahlequah dio a luz una hembra, y los científicos estaban sumamente entusiasmados por esta novedad.

Por desgracia, el mismo día o, en realidad, a poco de nacer, la cría murió.

Lo que sucedió luego dejó estupefactos a quienes aman los animales y llamó la atención del mundo, porque Tahlequah se negaba a soltar a su cría y dejarla caer.

La cargó sobre el lomo y se desplazaba sin soltarla.

Cuando se le caía, se zambullía a rescatarla, aun si para ese cometido debía luchar contra violentas corrientes.

Este comportamiento se prolongó durante 17 días.

En ese período, recorrió más de 1500 km.

Finalmente, soltó la cría, que se hundió en el mar.

Actualmente, Tahlequah sigue nadando con su manada «J», pero su duelo todavía me conmueve.

Y estoy convencida de que la palabra «duelo» es la correcta en este caso.

Considero que «duelo» es el término adecuado para el caso de muchos animales que sufren por sus muertos.

Pueden ser compañeros, parejas o familiares.

Porque estos indicios visibles, indicios de sus comportamientos, revelan el estado emocional del animal.

En estos últimos siete años, me he dedicado a documentar ejemplos de duelos en animales: en aves, mamíferos, animales domesticados y silvestres.

Y estoy convencida de que el sufrimiento de los animales es real.

Lo digo de este modo porque necesito reconocer aquí, sin rodeos, que no todos los científicos están de acuerdo conmigo.

Y quizá esto se deba, en parte, a lo que yo llamo «la palabra A».

Esa palabra es «antropomorfismo».

Históricamente, este concepto ha impedido reconocer las emociones en los animales.

El antropomorfismo es la proyección de nuestras capacidades o emociones en otros animales.

Seguramente todos podríamos pensar en ejemplos.

Quizá tengamos un amigo que nos dice: «Mi gato entiende todo lo que digo», o «Mi perro es tan tierno…

Se lanzó tras una ardilla esta mañana y la persiguió por todo el patio, pero solo para jugar».

Pues bien, puede que sí.

O puede que no.

Ese tipo de comentarios no me dan gran confianza.

Pero el sufrimiento animal es distinto, porque no se trata de leer la mente del animal.

Lo que buscamos son indicios visibles de su conducta y tratamos de interpretarlos de una manera lógica.

Ahora bien, es cierto que los científicos suelen objetarme diciendo: «Bueno, mira, quizá el animal esté estresado, o simplemente confundido, porque su rutina se ha alterado».

Pero considero que este énfasis exagerado en el antropomorfismo ignora un aspecto fundamental.

Y es que los animales pueden sentir profundo afecto entre sí, y hasta quizá sientan amor.

Y cuando es así, la muerte de un par puede destrozar el corazón del que sobrevive.

Seamos sinceros: si negamos la continuidad evolutiva, estamos negando una parte de nosotros mismos.

Como dije, considero que el sufrimiento animal es real y, si lo reconocemos, podemos hacer que el mundo sea un mejor lugar para ellos, un lugar más compasivo.

Les contaré un poco más sobre el sufrimiento de los animales.

Comenzaré en Kenia.

En las imágenes, vemos una elefanta llamada Eleanor que un día apareció con las patas heridas y se desplomó.

Observen a la izquierda que otra elefanta llamada Grace de inmediato acude en su auxilio y la levanta con la trompa para ayudarla a que se ponga de pie.

Lo logró pero, al poco tiempo, Eleanor volvió a desplomarse.

En ese momento, la consternación de Grace fue claramente visible.

Y empujaba el cuerpo, emitía sonidos.

Eleanor volvió a caer y, lamentablemente, murió.

En la foto de la derecha, vemos una hembra de otra familia, Maui, que vino luego de la muerte de Eleanor y permaneció junto al cuerpo.

Hizo vigilia y hasta se balanceaba en señal de dolor junto al cuerpo.

Los científicos que estudian a los elefantes observaron muy de cerca el cuerpo de Eleanor por siete días.

Y durante esos siete días, se sucedió un desfile de elefantes de cinco familias distintas.

Algunos se acercaban por curiosidad, pero otros se comportaban de un modo que debería tipificarse como un verdadero duelo.

En definitiva,

¿cómo manifiestan su duelo?

Puede ser meciéndose, como dije, en señal de aflicción, o también aislándose socialmente, alejándose de sus compañeros y permaneciendo en solitario.

También pueden rehusarse a comer, o quizá no duermen bien, o pueden adoptar posturas o emitir sonidos que denotan depresión.

Para quienes investigamos este tema, puede ser muy útil comparar el comportamiento del sobreviviente antes de la muerte y después de la muerte para aumentar el rigor de nuestras interpretaciones.

Voy a explicarlo con el ejemplo de dos patos llamados Harper y Kohl.

Ahora pasamos a las aves.

Harper y Kohl fueron criados en una fábrica de paté de hígado, y eran tratados con crueldad.

Esta industria los somete a una alimentación forzada.

Eso les dañó el organismo y también les afectó el ánimo.

Pero, por suerte, fueron rescatados por una granja refugio de Nueva York.

Durante cuatro años, se estabilizaron y llegaron a ser inseparables.

Solían ir a un pequeño lago que había en la propiedad.

Luego, Kohl empezó a tener dolores insoportables en las patas y la única opción era sacrificarlo de manera compasiva.

Y así fue.

Pero la gente de la granja decidió hacer algo muy inteligente, que fue llevar a Harper junto al cuerpo.

Al principio, Harper empujaba el cuerpo de su compañero, pero luego se recostó sobre él, y permaneció en esa posición más de una hora.

En las semanas siguientes, no la pasó nada bien.

Iba al mismo lago donde antes había estado con Kohl, y no quería estar con otros compañeros.

Al cabo de dos meses, también murió.

Ahora bien, por suerte, no todos los animales procesan el duelo de esta manera tan dolorosa.

El verano pasado, viajé a Boston a visitar a mi hija Sarah.

Fui con mi esposo Charlie.

La idea era desconectarme del trabajo y descansar.

Pero sucumbí y me puse a mirar mi correo laboral.

Ya sabemos lo que pasa…

Y allí me comunicaron sobre una burra que estaba muy abatida.

Como antropóloga, no era lo que esperaba, pero allí estaba, y por suerte leí el correo.

Resulta que una burra llamada Lena había ido a otra granja refugio, esta vez en Alberta, Canadá.

Era allí la única burra y por eso le costaba socializar.

Pero, con el tiempo, se hizo amiga de un caballo más viejo, Jake.

Durante tres años, fueron inseparables.

Pero ese correo era para informarme que el caballo Jake, de 32 años, estaba gravemente enfermo y tenían que sacrificarlo.

Y aquí vemos lo que ocurrió.

Esa es Lena, apostada sobre la tumba de Jake.

No quería regresar para dormir, ni para comer, ni para tomar agua.

Pasaba las pezuñas sobre la tumba, daba rebuznos de dolor, y no se movía de allí.

Entonces nos pusimos a pensar y a debatir.

¿Cómo se puede ayudar a un animal en ese estado?

Y hablamos del poder del paso del tiempo, del amor y de la comprensión que podemos darles las personas, y de la necesidad de que haga nuevas amistades.

Y aquí su historia se diferencia de la Harper, el pato, porque Lena logró hacer una nueva amistad.

Y los empleados del lugar nos informaron que estaba muy bien.

Ahora bien, muchas veces, los científicos complementan sus observaciones con análisis hormonales.

En Botsuana, por ejemplo, un grupo de científicos tomó muestras fecales de babuinos y comparó dos grupos distintos.

El primero era de hembras que habían presenciado el ataque de un predador y fueron testigos de la muerte de un par.

El otro grupo, también de hembras, había presenciado el ataque, pero no murió ningún par.

Resultado: las hormonas del estrés se dispararon en el primer grupo.

Pero lo curioso es que los científicos no los llamaban tan solo babuinos «estresados», sino «consternados por la pérdida».

En parte, se debe a lo que observaron.

Por ejemplo, esta dupla de madre e hija era sumamente unida, pero luego la hija murió tras ser atacada por un león.

La madre se aisló de todas sus amistades, de sus grupos de acicalamiento, y permaneció apartada durante semanas.

Consternación por la pérdida.

Luego, se recuperó de a poco.

Entonces, tenemos babuinos que sufren por una pérdida.

¿Hablará la ciencia alguna vez de abejas que sufren por el mismo motivo?

¿Oiremos alguna vez de sapos que atraviesan un duelo?

Lo dudo, porque para que esto ocurra, los animales necesitan relacionarse individualmente y de manera muy estrecha.

También es cierto que depende de las circunstancias y la personalidad.

He documentado el duelo que hacen perros y gatos, nuestros compañeros por excelencia, pero también conocí a una mujer que estaba muy molesta porque su perro no se mostraba consternado.

Me dijo: «El primer perro de la casa murió, y el segundo perro no parece afectado en lo más mínimo.

¿Qué le pasará?

«.


(Risas)
Al escucharla, noté que ahora ese perro era la única mascota de la casa y, desde su punto de vista, no estaba nada mal.

Como ven, las circunstancias influyen.

Ahora bien, como fuere, los animales no hacen el duelo como nosotros.

Los humanos somos creativos.

Nosotros pintamos nuestro duelo, lo bailamos, lo escribimos.

Incluso lloramos a alguien a quien jamás conocimos, de cualquier época y lugar.

Lo viví en carne propia cuando fui a Berlín y visité el Monumento del Holocausto.

Los animales no sufren como lo hacemos nosotros, pero no significa que no sea un sufrimiento real.

Es bien real, y es devastador.

Y es fácil de verlo, si queremos.

En mi caso, perdí a mis dos padres.

Perdí a un joven y querido amigo, víctima del sida.

Seguramente muchos de Uds.

han perdido a un ser querido.

Y, en lo personal, fue un verdadero consuelo, un alivio, saber que no somos los únicos seres en este planeta que sentimos amor y dolor.

Y me parece sumamente importante.

Creo que podemos dar un paso más y reconocer que el sufrimiento animal es una realidad.

Nos puede ayudar a entenderlos mejor y a hacer más por ellos.

Esto ya sucede con Tahlequah, porque EE.

UU.

y Canadá han renovado sus intenciones de tomar medidas urgentes para ayudar a las orcas, para recuperar al salmón chinook y para contrarrestar la contaminación de las aguas.

No se puede negar que, si el sufrimiento es real, es altamente posible creer que los animales sienten una gran variedad de emociones.

Hemos visto casos de alegría, tristeza, incluso esperanza.

Si lo admitimos, podremos empezar a ver el mundo de otra manera.

Cuando vemos a las orcas, sabemos que sufren, que sienten lo que les pasa, y podemos negarnos a encerrarlas en reducidos tanques en parques temáticos y a hacerlas actuar para diversión de los humanos.


(Aplausos)
Gracias.

Si observamos a los elefantes, veremos que sufren de verdad, y podemos redoblar los esfuerzos contra la caza deportiva internacional y contra la caza furtiva.


(Aplausos)
Gracias.

Veamos también a nuestros parientes más cercanos, los monos y simios.

Admitamos que, en verdad, sufren y sienten lo que les pasa, y no merecen ser encerrados para someterlos a experimentos biomédicos altamente invasivos año tras año.

Por otro lado…


(Aplausos)
los patos Harper y Kohl, también tienen algo para decirnos.

Nos ayudan a atar cabos y a tomar conciencia de que lo que comemos afecta el modo de vida de los animales.

Y no se trata solo de las fábricas de paté, ni aplica solo a los patos.

Consideremos también el caso de cerdos, pollos y vacas en granjas industriales, y sucede lo mismo.

Les aseguro que la ciencia demuestra que estos animales también sienten.

De modo que cada vez que elegimos alimentos elaborados con vegetales, contribuimos a reducir el sufrimiento animal.


(Aplausos)
Así que, efectivamente, creo en la realidad del sufrimiento animal.

Creo en la realidad del amor en los animales, y considero que ya es hora de que los humanos reconozcamos que no somos dueños de esas conductas.

Y admitir eso nos permitirá hacer del mundo un lugar mejor para los animales, un mundo más generoso, más compasivo.

Y, en ese proceso, quizá también logremos salvarnos nosotros mismos.

Muchas gracias.


(Aplausos)
Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/barbara_j_king_grief_and_love_in_the_animal_kingdom/

 

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