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El evangelio de la duda – Charla TED2016

Charla «El evangelio de la duda» de TED2016 en español.

¿Qué se hace cuando nuestras creencias resultan no ser reales? Cuando la religión de Case Gerald lo decepcionó , buscó otras cosas en las qué creer: en los negocios, en el gobierno, en la filantropía, pero únicamente encontró falsos dioses. En esta conmovedora charla, Gerald nos exhorta a todos a cuestionar nuestras propias creencias, a aceptar la duda y a encontrar el coraje para creer en algo nuevo.

  • Autor/a de la charla: Casey Gerald
  • Fecha de grabación: 2016-02-19
  • Fecha de publicación: 2016-03-11
  • Duración de «El evangelio de la duda»: 1099 segundos

 

Traducción de «El evangelio de la duda» en español.

Allí estábamos, almas y cuerpos apretujados en una iglesia de Texas en la última noche de nuestras vidas.

Abarrotando un salón justo como este, pero con ruidosas bancas de madera forradas con una tela roja desgastada, con un órgano a mi izquierda, un coro a mis espaldas y una pila bautismal hecha tras una pared detrás de ellos.

Un salón como este, no obstante.

Con la misma gran sensación de suspenso, las mismas esperanzas profundas de salvación, el mismo sudor en las manos, y la misma gente al fondo que suele no prestar atención.


(Risas)
Era 31 de diciembre de 1999, la noche del Segundo Advenimiento de Cristo, y el fin del mundo como lo conocía.

Cumplía 12 ese año y había alcanzado la edad de la conciencia moral.

Y ni bien dejé de quejarme sobre cuán injusto era ese Jesús que regresaba tan pronto como me hacía consciente de todo lo que había hecho, pensé que era mejor poner mi casa en orden rápidamente.

Así que iba a misa tanto como podía.

Escuchaba el silencio con tanta ansiedad como cuando se escucha el ruido, asegurándome de que el Señor no me había jugado una mala pasada y decidiera regresar antes.

Y en caso que lo hiciera, hice una plan de emergencia, leyendo los libros de los «Abandonados» que eran un furor entonces.

Y descubrí en sus páginas que si no me llevaban en el rapto de medianoche, tenía otra oportunidad.

Todo lo que me quedaba era evitar la marca de la bestia, luchar contra demonios, plagas y contra el mismo Anticristo.

Eso sería difícil.


(Risas)
Pero sabía que podría hacerlo.


(Risas)
pero los planes se terminaban allí.

Eran las 11:50pm.

Nos quedaban 10 minutos, y mi pastor nos llamaba a salir de las bancas hacia el altar porque él quería que rezáramos cuando la medianoche cayera.

Así que cada facción de la congregación tomó su lugar.

El coro permanecía en su puesto, los diáconos y sus esposas —o la Burguesía Bautista como me gusta llamarles—
(Risas)
tomaron primero posición frente al altar.

Uds.

verán, en Estados Unidos, incluso la Segunda Venida de Cristo tiene una sección VIP.


(Risas)

(Aplausos)
y justo detrás de la Burguesía Bautista estaban los Mayores, estos hombres y mujeres cuyas espaldas se habían expuesto al ardiente sol en los campos de algodón de Texas, cuya piel parecía estar quemada de un sutil marrón sin arrugas, justo como la arcilla de Texas, y sus esperanzas y sueños de lo que sería una vida fuera de Texas llegaron a abatirse y destrozarse incluso más que sus espaldas.

Sí, estos hombres y mujeres eran las estrellas del show para mí.

Ellos habían esperado mucho para ese momento, tanto como sus ancestros medievales habían anhelado el fin del mundo, y justo como mi abuela esperó que el programa de Oprah Winfrey se transmitiera a diario en el canal 8 a las 4.

Y cuando ella se dirigió al altar, la seguí a hurtadillas, porque sabía con seguridad que mi abuela iba a ir al cielo.

Y pensaba que si la sostenía de la mano durante la oración, yo podría ir justo con ella.

Así que me aferré y cerré mis ojos para escuchar, para esperar.

Y las oraciones se elevaron más.

Y el clamor en respuesta al llamado de la oración se elevó aún más.

Y el órgano se sumó para agregar suspenso.

Y el calor se encendió para agregar sudoración.

Y mi mano muy asida, así no sería el abandonado en el campo.

Mis ojos muy cerrados así no vería al trigo siendo separado de la cizaña.

Y luego una voz resonó sobre nosotros: «Amén».

Se había terminado.

Miré al reloj.

Era más de medianoche.

Miré a los feligreses Mayores cuyo salvador no apareció; eran muy orgullosos para mostrar su desilusión; habían creído demasiado y por mucho tiempo para empezar a dudar ahora.

Pero yo me sentía mal por ellos.

Habían sido engañados, embaucados, burlados y yo había pasado por lo mismo que ellos.

Había hecho sus oraciones, había resistido a la tentación tanto como pude.

había sumergido mi cabeza no una, sino dos veces, irritando mi nariz en esa pila bautismal.

Yo había creído.

¿Ahora qué?

Regresé a casa justo a tiempo para encender el televisor y ver a Peter Jennings anunciar el nuevo milenio que entraba en curso en el mundo.

Se me ocurrió que, de alguna forma, habría sido extraño que Jesús regresara una y otra vez basado en todas las zonas horarias.


(Risas)
Y esto me hizo sentir aún más ridículo, herido, en realidad.

Pero allí en esa noche, no dejé de creer.

Sólo creía una cosa nueva: que era posible no creer.

Era posible que las respuestas estuvieran mal, que las mismas preguntas fueran equivocadas.

Y ahora, donde una vez hubo una montaña de fe, surgía justo bajo sus cimientos, un manantial de duda, Un manantial que presagiaba ríos.

Puedo dar al origen del drama de mi vida en esa noche en aquella iglesia cuando mi salvador no vino por mí, cuando lo que creía con tanta certeza resultó ser, si no una mentira, entonces una verdad incompleta.

Y aunque muchos de Uds.

se prepararon para el 2000 de formas diferentes, estoy convencido de que están aquí porque cierta parte de ustedes ha hecho lo mismo que yo desde el origen de este nuevo siglo, desde que mi madre partiera, mi padre se apartara y mi Señor se rehusara a venir.

Y extendí mi mano, buscando algo en que creer.

Me aferré cuando llegué a Yale a los 18, con la fe de que mi viaje desde Oak Cliff, Texas fuera una oportunidad de dejar atrás los retos que había conocido, los sueños rotos y las almas deshechas que había visto.

Pero cuando regresé a casa en unas vacaciones de invierno, con mi rostro estampado en el piso, mis manos atadas tras mi espalda y con un arma presionando mi cabeza, Supe que incluso la mejor educación no podía salvarme.

Me aferré cuando me presenté en Lehman Brothers como practicante en el 2008.


(Risas)
Tan esperanzado…


(Risas)
Que llamaba a casa para decir a mi familia que nunca más seríamos pobres.


(Risas)
Pero cuando vi que este templo financiero se venía abajo ante mis ojos, Supe que ni aún el mejor empleo podía salvarme.

Me aferré al presentarme en Washington como un joven miembro de comité que había escuchado un llamado desde Illinois, que decía: «Ya ha pasado mucho tiempo, pero en esta elección, el cambio ha llegado a Estados Unidos».

Pero cuando el Congreso se estancó en un punto, y el país se desmoronó y la fe y el cambio ya sabían a una cruel broma, Supe que aún la Segunda Venida Política no podría salvarme.

Me había arrodillado fielmente ante el altar del Sueño Americano, rezando a los dioses de mi tiempo al dios del éxito, del dinero, y del poder.

Pero una y otra vez, llegaba la medianoche, y yo abría mis ojos para ver que todos esos dioses habían muerto.

Y desde ese cementerio, empezaba a buscar una vez más, no porque era valiente, sino porque sabía que bien podría creer o morir.

Así que hice una peregrinación aún a otra Mecca, a Harvard Business School,
(Risas)
esta vez, sabiendo que no podía simplemente aceptar la salvación que afirmaba ofrecer.

No, yo sabía que habría más trabajo que hacer.

El trabajo empezó en el oscuro rincón de una concurrida fiesta, en la noche de un anticipado y triste invierno en Cambridge, cuando entre amigos nos hicimos la pregunta que los jóvenes en búsqueda de algo real se hacen por mucho tiempo: «

¿Qué tal si hacemos un viaje largo?

»
(Risas)
No sabíamos a dónde ir o cómo llegaríamos allí, pero sabíamos que teníamos que hacerlo Porque en nuestra vida anhelábamos, como Jack Kerouac escribió, «escabullirnos en la noche y desaparecer en algún lugar» y descubrir lo que todos hacían en todo el país.

Así que aunque había otras voces que decían que el riesgo era muy alto y la ganancia muy baja, seguimos de cualquier forma.

Recorrimos casi 13 000 km a lo largo de EE.

UU.

en el verano de 2013, cruzamos los pastizales de Montana, una Detroit desolada, los pantanos de Nueva Orleans, donde hallamos y trabajamos con hombres y mujeres dedicados a pequeños negocios que les rendían buenos resultados.

Y al haber sido formado en el capitalismo occidental esto nos dio una idea revolucionaria.


(Risas)
Y esta idea se difundió, convirtiéndose en una ONG llamada MBA Across America, un movimiento que me trajo aquí al escenario de hoy.

Esto se extendió porque descubrimos en esta generación un deseo de propósito, de sentido.

Se extendió porque encontramos incontables emprendedores de costa a costa de Estados Unidos quienes estaban creando empleos, cambiando vidas y necesitaban un poco de ayuda.

Pero si acaso soy honesto; se extendió también porque luché para difundirla.

No había distancia a la cual no iba a predicar este mensaje, para contar con más gente que creyera que podríamos vendar las heridas de un país herido, en un negocio social al mismo tiempo.

Pero era este viaje de evangelismo que me condujo a un evangelio muy diferente, que he venido a compartir con ustedes hoy.

Empezó una noche hace casi un año en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de Nueva York, en una gala para egresados de la Harvard Business School.

Bajo una réplica a escala de una ballena, me senté con los titanes de nuestro tiempo mientras celebraban con sus colegas, sus hazañas.

Había orgullo en ese salón donde el patrimonio neto y sus activos administrados sobrepasaban los 500 billones de dólares.

Contemplamos todo lo que habíamos hecho, y era bueno.


(Risas)
Pero aconteció, que dos días después, tuve que viajar camino a Harlem, donde terminé estableciéndome en una granja urbana que una vez fue un lote baldío, escuchando a un hombre llamado Tony hablarme de los niños que se veían allí a diario.

Todos ellos vivían bajo extrema pobreza.

Muchos de ellos cargaban sus cosas en una mochila para evitar perderlas en un albergue.

Algunos de ellos vinieron al programa de Tony, llamado Harlem Grown, para recibir la única comida que tenían cada día.

Tony me contó que empezó Harlem Grown con dinero de su pensión, después de 20 años como taxista.

Me contó que no se asignaba un salario, porque a pesar del éxito, el programa pasaba por apuros.

Me contó que tomaría cualquier ayuda que pudiera conseguir.

Y yo estaba allí como esa ayuda.

Pero cuando dejé a Tony, sentí el ardor y el sabor de las lágrimas brotando de mis ojos.

Sentí el pesar de la revelación que en una noche podía estar en un lugar, donde unos cientos de personas tenían 500 billones de dólares, y estar en otro lugar, dos días después, a sólo 50 cuadras de la carretera, donde un hombre iba sin pago alguno para que un niño tenga su única comida del día.

Y no era la deslumbrante desigualdad la que me hacía querer llorar, no era la idea del hambre, de los niños sin hogar, no era odio hacia el 1% o pena hacia el 99%.

No, yo estaba enfadado porque me había dado cuenta que yo era una diálisis para un país que necesitaba de un trasplante de riñón.

Me di cuenta que mi historia representaba a todos aquellos que se esperaba que se levantaran por sus propios medios, aún cuando no tenían recurso alguno; vi que mi organización representaba toda la ayuda estructural y sistemática que nunca iba a Harlem o a Appalachia o al Noveno Distrito; que mi voz representaba todas esas voces que parecían tan incultas, tan descuidadas, tan desamparadas.

Y lo triste de eso, era que la pena me cubría como la pena de sentarse frente al televisor, observando a Peter Jennings anunciar el nuevo milenio una y otra y otra vez más.

Había sido engañado, embaucado, burlado, Pero esta vez, el falso salvador era yo.

Verán, he recorrido un largo camino desde ese altar en la noche que creí que el mundo acabaría, de un mundo donde la gente hablaba en lenguas y veía el sufrimiento como un acto necesario de Dios y tomaba un texto como la verdad infalible.

Sí, he llegado tan lejos que estoy exactamente de donde comencé.

Porque simplemente no es cierto decir que vivimos en la era de la poca fe, no, hoy creemos tanto como en cualquier otro momento anterior a este.

Algunos pueden creer en la profecía de Brené Brown o de Tony Robbins.

Podemos creer en la biblia del New Yorker o de la revista Harvard Business Review.

Podemos creer más profundamente cuando adoramos justo aquí en la iglesia de TED, pero queremos desesperadamente creer, Necesitamos creer.

Hablamos en lenguas de carismáticos líderes que prometen resolver nuestros problemas.

Vemos el sufrimiento como un acto necesario del dios del capitalismo, tomamos el texto del progreso tecnológico como la verdad infalible.

Y difícilmente vemos el precio humano que pagamos cuando fallamos al cuestionar un ladrillo, porque tememos que pueda sacudir nuestros cimientos.

Pero si están afectados por las cosas inadmisibles que hemos llegado a aceptar, entonces debe ser el tiempo de cuestionarse.

Así que no tengo un evangelio de disrupción o innovación o de un triple objetivo.

No tengo un evangelio de fe que compartir con ustedes hoy, de hecho.

Tengo y ofrezco un evangelio de la duda.

El evangelio de la duda no te pide que dejes de creer.

te pide que creas algo nuevo: que es posible no creer.

Es posible que nuestras respuestas estén mal, es posible de que las mismas preguntas estén erradas.

Sí, el evangelio de la duda nos dice que es posible que nosotros, en este escenario, en este salón, estemos equivocados.

Porque allí surge la pregunta: «

¿Por qué?

» Con todo el poder que poseemos en nuestras manos,

¿Por qué la gente aún está sufriendo tanto?

Esta duda me lleva a compartir que mi organización, MBA Across America, la estamos cerrando.

Hemos prescindido del personal y cerramos las puertas y compartiremos este modelo gratuitamente con cualquiera que se vea en poder de hacer este trabajo sin que esperen nuestro permiso.

Este duda me obliga a renunciar al rol de salvador que algunos me han asignado, porque el tiempo es muy corto y las posibilidades muy grandes como para esperar Segundos Advenimientos, cuando la verdad es que aquí no habrá milagros.

Y esta duda, me alimenta, me da esperanza que cuando los problemas nos agobien, cuando el camino dispuesto para nosotros parezca conducirnos a la muerte, cuando nuestros doctores no traigan confort a nuestras heridas, no será nuestra fe ciega, no, será nuestra humilde duda la que traiga una pequeña luz a la oscuridad de nuestras vidas y de nuestro mundo y nos permita alzar nuestra voz para susurrar, o para gritar o para decir sencillamente, muy sencillamente, «Debe haber otra forma».

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/casey_gerald_the_gospel_of_doubt/

 

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