Saltar al contenido
Deberes escolares » Charlas educativas » El hijo de un padre difícil – Charla TEDxBrighton

El hijo de un padre difícil – Charla TEDxBrighton

Charla «El hijo de un padre difícil» de TEDxBrighton en español.

Colin Grant ha pasado toda una vida navegando por el paisaje emocional entre el mundo de su padre y el suya propio. Nacido en Inglaterra de padres jamaicanos, Grant se basa en historias de la experiencia compartida dentro de su comunidad de inmigrantes y reflexiona sobre cómo encontró el perdón para un padre que lo rechazó.

  • Autor/a de la charla: Colin Grant
  • Fecha de grabación: 2012-10-26
  • Fecha de publicación: 2014-09-05
  • Duración de «El hijo de un padre difícil»: 1045 segundos

 

Traducción de «El hijo de un padre difícil» en español.

Esta es una fotografía de un hombre al que durante muchos años planeé matar.

Este es mi padre, Clinton George «Bageye» [El ojeras] Grant.

Llamado Bageye porque tenía siempre ojeras.

A los 10 años, junto con mis hermanos, soñé con raspar el veneno del papel matamoscas en su café, poniéndolo en el vaso y rociándolo por encima de su desayuno, o aflojar la alfombra de las escaleras para que tropezara y se rompiera el cuello.

Pero llegado el día, siempre saltaba el peldaño flojo, él siempre salía de la casa con tan solo un trago de café o un bocado para comer.

Y así, durante muchos años, temí que mi padre moriría antes de tener yo la oportunidad de matarlo.


(Risas)
Hasta que nuestra madre le pidió que se fuera y que no volviera, Bageye siempre había sido un ogro aterrador.

Se tambaleaba permanentemente al borde de la rabia, como yo, como Uds.

ven.

Él trabajaba de noche en Vauxhall Motors en Luton y exigía silencio absoluto en toda la casa, así que al llegar a casa de la escuela a las 3:30 de la tarde, nos apiñaban al lado de la TV, y más bien como reventadores de cajas fuertes, jugueteábamos con el control de volumen de la TV, para que fuera casi inaudible.

Y a veces, cuando estábamos así, había tanto, tanto «Shhh» recorriendo la casa que nos imaginaba siendo como la tripulación alemana de un submarino arrastrándose a lo largo del océano mientras allá arriba, en la superficie, el capitán Bageye patrullaba preparado para imponer la pena de muerte al primer sonido perturbador.

Así que la lección fue la lección que «No llamar la atención ya sea en el hogar o fuera del hogar».

Tal vez es una lección del emigrante.

Teníamos que estar por debajo del control del radar, así que no existía comunicación, realmente, entre Bageye y nosotros, ni entre nosotros y Bageye, y el sonido que más ansiaba —ya saben cuando se es niño, se desea que el padre vuelva a casa y que todo sea felicidad y se está a la espera del sonido de la puerta abriéndose—.

Bueno, el sonido que deseábamos oír era el clic de la puerta al cerrarse, lo que significaba que se había ido y no volvería.

Así que durante tres décadas, nunca vi a mi padre, ni él a mí.

Nunca nos hablamos durante tres décadas, y entonces, hace un par de años, decidí poner el punto de mira en él.

«Te están vigilando.

en realidad, te vigilan.

Te están vigilando».

Ese era su mantra para nosotros, sus hijos.

Una y otra vez nos decía esto.

Y esta era la década de los 70, en Luton, donde trabajaba en Vauxhall Motors, y él era jamaicano.

Y lo que quería decir era, a ti como hijo de inmigrante jamaicano te están vigilando, para ver de qué manera para ver si encajas en el estereotipo de la nación anfitriona, de ser irresponsable, gandul, predestinado a llevar una vida de crimen.

te están vigilando, así que confunde sus expectativas sobre ti.

Con ese fin, Bageye y sus amigos, principalmente de Jamaica, exhibieron una especie de bella figura de Jamaica: Muestra tu mejor cara al mundo, muestra tu mejor cara al mundo.

Si Uds.

han visto algunas de las imágenes de las personas del Caribe que llegaron en los años 40 y 50, se habrán dado cuenta de que muchos de los hombres llevan sombreros tiroleses.

No obstante, no había tradición de llevar esos sombreros en Jamaica.

Inventaron esa tradición a su llegada aquí.

Querían dar la imagen de ser percibidos, con base en el aspecto que tenían y a los nombres que se dieron que los definió.

Así Bageye es calvo y tiene ojeras.

Tydy Boots [Buenas Botas], es muy exigente con el calzado.

Anxious siempre está ansioso.

Clock [Reloj] tiene un brazo más largo que el otro.


(Risas)
Y mi favorito era el tipo que ellos llamaban Summerwear [Ropa de verano].

Cuando Summerwear vino a este país de Jamaica en los 60, insistió en usar trajes claros de verano, sin importar el clima, y mientras investigaba sus vidas, le pregunté a mi madre: «

¿Qué pasó con Summerwear?

» Y ella dijo: «Se resfrió y murió».


(Risas)
Pero hombres como Summerwear nos enseñaron la importancia del estilo.

Tal vez exageraron su estilo porque pensaban que eran considerados ser lo suficiente civilizados, y transmitieron esa actitud generacional o la ansiedad en nosotros, la siguiente generación, tanto es así que mientras crecía, si en las noticias de radio o televisión había noticias sobre una persona negra cometiendo algún delito, —un asalto, un asesinato, un robo— hacíamos una mueca con nuestros padres, porque defraudaban.

Uno no acaba de representarse a sí mismo.

Uno representa el grupo.

Y era una cosa terrible con la que familiarizarse, porque, tal vez ibas a ser percibido de la misma manera.

Así que eso era lo que necesitaba para ser desafiado.

Nuestro padre y muchos de sus colegas exhibieron un tipo de transmisión, pero sin recibir.

Fueron creados para transmitir, pero no para recibir.

Teníamos que guardar silencio.

Cuando nuestro padre nos hablaba, era desde el púlpito de su mente.

Se aferraron a la creencia de que la duda les socavaría.

Pero cuando trabajo en mi casa y escribo, tras un día escribiendo, me apresuro a bajar y me emociona mucho hablar de Marcus Garvey o Bob Marley y las palabras se tropiezan en mi boca como mariposas y estoy muy emocionado de que mis hijos me paran, y dicen: «Papá, a nadie le importa».


(Risas)
Pero les importa, en realidad.

Ellos atraviesan eso.

De alguna manera encuentran el camino hacia uno.

Dan forma a sus vidas de acuerdo con el relato de la vida de uno, como lo hice yo con mi padre y con mi madre, tal vez, y tal vez Bageye lo hizo con su padre.

Y eso fue más claro para mí en el curso de observar su vida y comprender, como se suele decir, los nativos estadounidenses lo dicen, «No critiques al hombre hasta que sepas caminar en sus mocasines».

Pero evocando su vida, era bueno y muy sencillo retratar una vida del Caribe en Inglaterra en la década de 1970 con cuencos de fruta de plástico, azulejos del techo de poliestireno, sofás permanentemente cubiertos en sus cubiertas transparentes con las que entregaron los sofás.

Pero con que es más difícil de bregar es con el tema emocional entre las generaciones, y el viejo adagio de que con la edad viene la sabiduría no es cierto.

Con la edad viene la apariencia de respetabilidad y una apariencia de verdades incómodas.

Pero lo que era cierto era que mis padres, mi madre, y mi padre estaban de acuerdo en no confiar mi educación al estado.

Así que escuchen.

Decidieron que me enviarían a una escuela privada, pero mi padre trabajaba en Vauxhall Motors.

Era bastante difícil de financiar una escuela privada y alimentar a su ejército de niños.

Recuerdo que fui a la escuela para el examen de ingreso y mi padre dijo al sacerdote —era una escuela católica— que quería una mejor «jeducación» para el niño, pero, él, mi padre, ni siquiera logró pasar virus, y mucho menos los exámenes de ingreso.

Pero para financiar mi educación, tendría que hacer algunas cosas dudosas, así que mi padre pagaría mi educación comerciando con bienes ilícitos de la parte trasera del auto, lo que fue aún más difícil porque el auto no era de mi padre, por cierto.

Mi padre aspiraba a tener un auto así, pero mi padre tenía un mini abollado y nunca, siendo un jamaicano inmigrado a este país, tuvo permiso de conducir, nunca tuvo ningún tipo de seguro, impuesto de circulación o ITV.

Pensó: «Yo sé conducir;

¿por qué necesito la validación del estado?

» Pero se hizo un poco difícil cuando nos detuvo la policía, y la policía nos detuvo muchas veces, y me impresionó la forma en que mi padre trataba con la policía.

Ascendía al policía inmediatamente, por lo que el policía Bloggs se convertía en el Inspector criminalista Bloggs en el transcurso de la conversación.

y nos despedía alegremente con la mano.

Así que mi padre desplegaba lo que en Jamaica se llama «hacerse el tonto para pillar como listo».

Pero también reafirmaba la idea de que en realidad estaba discriminado o menospreciado por la policía, —como niño de 10 años, lo veía— pero también existía una ambivalencia hacia la autoridad.

Así, por un lado, había una burla de la autoridad, pero por otro lado, había una deferencia hacia la autoridad, y estos pueblos del Caribe tienen una obediencia exagerada hacia la autoridad, que es muy llamativo, muy extraño, porque los inmigrantes son personas muy valientes.

Dejan sus casas.

Mi padre y mi madre dejaron Jamaica y viajaron unos 6500 km, y, sin embargo, el viaje les infantilizó.

Eran tímidos, y, en algún lugar, a lo largo de la línea, el orden natural se invirtió.

Los niños se convirtieron en los padres de los padres.

Las personas del Caribe llegaron a este país con un plan de 5 años: iban a trabajar, ganar algo de dinero, y luego volver, pero los cinco años se convirtieron en 10, los 10 se convirtieron en 15, y antes de darse cuenta, estás cambiando el empapelado de las paredes.

En ese punto, uno sabe que está aquí para quedarse.

Aunque aún exista la clase de temporalidad que nuestros padres sentían por estar aquí, pero nosotros, los niños sabíamos que el juego había terminado.

Creo que había una sensación de que que no podrían continuar con los ideales de la vida que ellos esperaban.

La realidad era muy diferente.

Y también, era cierta la realidad de tratar de educarme.

Después de haber iniciado el proceso, mi padre no continuó.

Dejó a mi madre que me educara, y como George Lamming diría, fue mi madre quien me engendró.

Incluso, en su ausencia, ese viejo mantra se mantuvo: Te están vigilando.

Pero esa vigilancia ardiente puede llevar a la ansiedad, tanto es así que años más tarde, cuando yo estaba investigando por qué a tantos jóvenes negros se les diagnosticó esquizofrenia, 6 veces más de lo que deberían ser, no me sorprendió escuchar al psiquiatra decir: «Los negros son educados en la paranoia».

Y me pregunto qué diría Bageye al respecto.

Ahora al tener también un hijo de 10 años, torné mi atención a Bageye y fui en su búsqueda.

Estaba de nuevo en Luton, tenía ahora de 82 años, y yo no lo había visto desde hacía unos 30 años, y cuando abrió la puerta, vi a este pequeño hombre pequeño con ojos ondulantes y sonrientes, y sonreía, y yo nunca antes lo había visto sonreír.

Eso me desconcertó mucho.

Pero nos sentamos, y él estaba con un amigo del Caribe, hablando de viejos tiempos, y mi padre me miraba, y él me miró como si yo fuera a desaparecer milagrosamente tal y como había aparecido.

Y él se volvió hacia su amigo y le dijo: «Este chico y yo tenemos una conexión profunda, profunda, una conexión profunda, profunda».

Pero nunca sentí esa conexión.

Si había un pulso, era muy débil o apenas nada.

Y en el transcurso de esa reunión casi me sentí que hacia una audición para ser el hijo de mi padre.

Cuando salió el libro, obtuve buenas críticas en los periódicos nacionales, pero el periódico preferido en Luton no es The Guardian, es el Luton News, y el Luton News publicó el titular sobre el libro, «El libro que puede curar una desavenencia de un chico de 32 años».

Y comprendí que también podía representar la ruptura entre una generación y la siguiente, entre la gente como yo y la generación de mi padre, pero no hay tradición en la vida del Caribe de memorias o biografías.

Era tradición el no conversar sobre las cosas de uno en público.

Pero di la bienvenida a ese título, y pensé que en realidad, sí, hay una posibilidad de que esto abriera conversaciones que nunca habíamos tenido antes.

Esto cerrará la brecha generacional, tal vez.

Esto podría ser un instrumento de reparación.

Y yo ni siquiera empecé a sentir que este libro pudiera ser percibidos por mi padre como un acto de devoción filial.

Pobre, tonto engañado.

A Bageye le picó lo que él percibió como la difusión pública de sus defectos.

Se sintió herido por mi traición, y al día siguiente se fue al periódico y exigió el derecho de réplica, y lo consiguió con el titular «Bageye contraataca».

Y era una cuestión pendiente a mi traición.

Ya no era hijo suyo.

Reconoció en su mente que su reputación había sido arrastrada por el suelo, y no lo podía permitir.

Tenía que recuperar su dignidad, y así lo hizo, y en un principio, aunque estaba decepcionado, llegué a admirar esa postura.

Todavía había llamas chispeando en sus venas, a pesar de que tenía 82 años.

Y si eso significaba que ahora volveríamos a 30 años de silencio, mi padre decía: «Si es así, entonces es así».

Los jamaicanos dicen que no existe nada más que los hechos, solo hay versiones.

Todos nos contamos versiones de la historia con las que podemos vivir mejor.

Cada generación construye un edificio que no está dispuesta o no puede a veces desmontar, pero en la escritura, mi versión de la historia comenzó a cambiar, y se separa de mí.

Perdí el odio a mi padre.

Yo ya no quiero que se muera o asesinarle, y me sentí libre, mucho más libre de lo que nunca antes me había sentido.

Y me pregunto si esa libertad se le podría transmitir a él.

En esa reunión inicial, me llamó la atención una cosa que tenía muy pocas fotografías mías, siendo un niño pequeño.

Esta es una fotografía mía, tenía nueve meses.

En la fotografía original, me sostenía mi padre, Bageye, pero al separarse mis padres, mi madre lo extirpó de todos los aspectos de nuestras vidas.

Ella tomó las tijeras y lo recortó de cada fotografía, y durante años, me dije que la verdad de esta fotografía era que yo estaba solo, que no tenía apoyo.

Pero hay otra forma de ver esta fotografía.

Esta es una fotografía con el potencial para una reunión, un potencial para reunirse con mi padre, y en mi anhelo de que mi padre me sostuviera, salió él a la luz.

En esa primera reunión, hubo momentos muy difíciles y tensos, y para disminuir la tensión, decidimos ir a dar un paseo.

Y mientras caminábamos, me llamó la atención que yo había vuelto a ser el niño a pesar de que ser ya más alto que mi padre.

Yo era unos 30 cm más alto que mi padre.

Para mí seguía siendo el hombre grande, y traté de igualar su paso.

Y me di cuenta de que caminaba como si todavía estuviera vigilado, pero yo admiraba su paso.

Caminaba como un hombre en el lado de los perdedores de la final de la copa dando los pasos para recoger la medalla de consolación.

Hubo dignidad en la derrota.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/colin_grant_how_our_stories_cross_over/

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *