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Charla «El pimpón y el acertijo de ganar» de TEDSummit 2019 en español.
Al crecer en Inglaterra, a Pico Iyer le enseñaron que el objetivo de un juego era ganar. Ahora, unos 50 años más tarde, se dio cuenta de que la competencia puede ser «más bien un acto de amor». En esta charla sincera y sutilmente profunda, él explora lo que los partidos regulares de pimpón en su barrio nipón revelaron sobre el acertijo de ganar, y nos muestra cómo no saber quién ha ganado puede parecer la victoria definitiva.
- Autor/a de la charla: Pico Iyer
- Fecha de grabación: 2019-07-20
- Fecha de publicación: 2019-08-23
- Duración de «El pimpón y el acertijo de ganar»: 763 segundos
Traducción de «El pimpón y el acertijo de ganar» en español.
Cada dos noches en Japón, salgo de mi apartamento, subo una colina por 15 minutos, y me dirijo a mi gimnasio local, donde se han instalado tres mesas de pimpón.
Hay poco espacio, entonces en cada mesa, un par de jugadores dan golpes de derecha, mientras que los otros dan golpes de revés, y cada vez que las bolas chocan en el aire, todos dicen: «¡Guau!».
Luego, echamos a suertes los equipos y jugamos dobles.
Pero nunca sé quién acaba ganando, porque cambiamos de compañeros cada cinco minutos.
Y todos se esfuerzan mucho para ganar puntos, pero nadie lleva cuenta de las victorias y las derrotas.
Tras alrededor de una hora de esfuerzo extremo, les puedo decir sinceramente que no saber quién ha ganado se siente como la victoria definitiva.
En Japón, se ha dicho que se ha establecido un espíritu competitivo sin la competencia.
Todos saben que, tras la geopolítica, lo mejor es ver el pimpón.
(Risas)
Las dos potencias mundiales más fuertes eran feroces enemigos hasta 1972, cuando un equipo de pimpón estadounidense tuvo permiso para visitar la China comunista.
Y en cuanto los antiguos adversarios se reunieron alrededor de unas pequeñas mesas verdes, cada uno de ellos podía afirmar una victoria, y todo el mundo podía respirar más fácilmente.
El líder de China, Mao Zedong, escribió un manual de pimpón, y describió el deporte como «un arma nuclear espiritual».
Se ha dicho que el único miembro honorario de toda la vida de la Asociación de Tenis de Mesa estadounidense es el entonces presidente Richard Nixon, que ayudó a elaborar esta situación en la que todos ganan a través de la diplomacia de pimpón.
Pero mucho antes de eso, la historia del mundo moderno se contaba mejor con la pelota blanca de pimpón.
El «pimpón» suena como un primo de «canción,» como algo del Oriente, pero, de hecho, se cree que fue inventado por británicos de clase alta en la época victoriana, que golpeaban corchos de vino contra paredes de libros después de cenar.
(Risas)
No estoy exagerando.
(Risas)
Y al final de la Primera Guerra Mundial, el deporte estaba dominado por jugadores del antiguo Imperio austrohúngaro: Hungría ganó ocho de los nueve primeros campeonatos mundiales.
Y los europeos del este se convirtieron en expertos en el arte de devolver todo lo que se golpeaba hacia ellos, hasta tal punto que casi paralizaron el deporte.
Durante un partido de pimpón en Praga en 1936, se cuenta que el primer punto duró dos horas y 12 minutos.
¡Solo el primer punto! Duró más que una película de «Mad Max».
Y según uno de los jugadores, el árbitro debió retirarse por dolor de cuello antes de que se terminara el punto.
(Risas)
Ese jugador empezó a devolver la pelota con la mano izquierda y dictó jugadas de ajedrez entre golpes.
(Risas)
Claro que muchos espectadores empezaron a salir, porque ese punto entero duró más o menos 12 000 golpes.
Una reunión de emergencia de la Asociación Internacional del Tenis de Mesa debió tener lugar entonces y allí, y pronto se cambiaron las reglas para que ningún partido pudiera durar más que 20 minutos.
(Risas)
16 años más tarde, Japón entró en escena, cuando un relojero poco conocido llamado Hiroji Satoh participó en el campeonato mundial de 1952 en Bombay.
Satoh no era muy grande, era poco reconocido, llevaba gafas, pero estaba armado con una pala que no tenía picos, a diferencia de otras palas, pero estaba cubierta de una espuma gruesa y esponjosa de caucho.
Y gracias a esta arma secreta silenciosa, el Satoh poco conocido ganó una medalla de oro.
Un millón de personas salieron a las calles de Tokio para saludarlo a su regreso, y eso es lo que marcó el resurgimiento de Japón después de la guerra.
Lo que aprendí durante mis partidos frecuentes en Japón, es más lo que se podría llamar el deporte interior del dominio global, a veces conocido como la vida.
Nunca jugamos partidos de individuales en nuestro club, solo partidos de dobles, y dado que, como ya les dije, cambiamos de compañeros cada cinco minutos, si terminan por perder, es probable que ganen seis minutos más tarde.
También decidimos el ganador después de dos sets, entonces no suele haber ningún perdedor.
La diplomacia de pimpón.
Siempre recuerdo que al crecer en Inglaterra como niño, me enseñaron que el objetivo de un juego era ganar.
Pero en Japón, fui animado a creer que el verdadero objetivo de un juego es asegurarme de que tantas personas a mi alrededor como fuera posible se sintieran como ganadores.
No se trata de altibajos individuales, sino de ser parte de un coro regular y estable.
Los jugadores más dotados en nuestro club se sirven de su talento para transformar una ventaja de 9-1 para su equipo en un partido de 9-9 en el que todos participan muchísimo.
Y mi amigo que hace estos globos muy altos que los jugadores más pequeños intentan devolver, sin éxito …
él gana muchos puntos, pero creo que se considera perdedor.
En Japón, un partido de pimpón es igual a un acto de amor.
Aprenden a jugar con alguien, en vez de contra alguien.
Y lo admito, al principio, esto me pareció que quitaba toda la diversión al deporte.
No podía celebrar después de una tremenda victoria contra nuestros mejores jugadores, porque seis minutos más tarde, con un nuevo compañero, perdía de nuevo.
Por otro lado, nunca me sentí desconsolado.
Cuando me fui de Japón y empecé a jugar individuales con mi gran rival inglés, noté que, tras cada derrota, yo tenía el corazón roto.
Pero tras cada victoria, tampoco podía dormir, porque sabía que tenía solo un camino: el descenso.
Si intentara hacer negocios en Japón, esto llevaría a una frustración perpetua.
En Japón, a diferencia de otros países, si el marcador permanece en empate después de cuatro horas, un partido de béisbol acaba en empate, y puesto que la clasificación de la liga se basa en el porcentaje de victorias, un equipo con unos empates puede terminar adelante de un equipo con más victorias.
Una de las primeras veces que trajeron a un estadounidense a Japón para que dirigiera un equipo de béisbol japonés profesional, Bobby Valentine, en 1995, se encargó de un equipo muy mediocre, lo llevó a que finalizara en segundo lugar, y lo despidieron instantáneamente.
¿Por qué?
«Bueno,» dijo el portavoz del equipo, «a causa de su insistencia en ganar».
(Risas)
El Japón oficial puede parecerse mucho a ese punto que supuestamente duró dos horas y 12 minutos, y jugar para no perder puede quitar la imaginación, la audacia y el placer de todo.
Al mismo tiempo, jugar al pimpón en Japón me recuerda por qué los coros se divierten mucho más que los solistas.
En un coro, su único trabajo es cantar su parte perfectamente, llegar a sus notas con emoción, y así poder ayudar a crear una magnífica armonía que es mucho más poderosa que la suma de sus partes.
Sí, cada coro necesita un director de orquesta, pero creo que un coro los libera del simple sentido de un niño de uno u otro.
Se llega a comprender que lo contrario de ganar no es perder, es negarse a ver la situación en su conjunto.
Conforme pasa mi vida, me alarma mucho que acontecimientos tarden tantos años en evaluarse adecuadamente.
Un día, perdí todo lo que poseía, absolutamente todo, en un incendio.
Pero con el tiempo, llegué a entender que fue esa pérdida aparente lo que me permitió vivir en la Tierra más tranquilamente, escribir sin notas, y mudarme a Japón donde hay ese centro deportivo interior conocido como la mesa de pimpón.
Por el contrario, una vez encontré por accidente el trabajo perfecto, y llegué a entender que esa felicidad aparente puede obstaculizar la verdadera alegría incluso más que la tristeza.
Jugar dobles en Japón me libera de toda mi ansiedad, y al final de una tarde, noto que todos salen en un estado de deleite más o menos parecido.
Todas las tardes me recuerdan que no salir adelante no es lo mismo que quedarse atrás que no estar lleno de vida no equivale a estar muerto.
He llegado a comprender por qué se dice que las universidades chinas ofrecen diplomas en pimpón, y por qué investigadores han afirmado que el pimpón puede ayudar un poquito con trastornos mentales leves e incluso con el autismo.
Pero cuando vea las Olimpiadas de 2020 en Tokio, estaré completamente consciente de que no será posible diferenciar los ganadores de los perdedores durante mucho tiempo.
¿Recuerdan ese punto que mencioné que supuestamente duró dos horas y 12 minutos?
Uno de los jugadores de ese partido terminó, seis años más tarde, en los campos de concentración de Auschwitz y Dachau.
Pero salió con vida.
¿Por qué?
Sencillamente porque un guardia en la cámara de gas lo reconoció de sus días como jugador de pimpón.
¿Había ganado ese épico partido?
Apenas importaba.
Como recuerdan, mucha gente había salido antes de que se terminara el primer punto.
Lo único que le salvó la vida fue el hecho de que había participado.
La mejor manera de ganar cualquier partido, me dice Japón cada dos tardes, es nunca, nunca pensar en el marcador.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/pico_iyer_what_ping_pong_taught_me_about_life/