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El verdadero riesgo de perdonar y por qué vale la pena – Charla TEDxLincolnSquare

Charla «El verdadero riesgo de perdonar y por qué vale la pena» de TEDxLincolnSquare en español.

El perdón es complicado. Todos dicen que debes perdonar, pero nadie te dirá exactamente cómo hacerlo. ¿Siempre es posible? ¿Incluso para algo tan traumático como la violencia con armas de fuego? En esta charla vulnerable y sincera, la escritora Sarah Montana nos explica el proceso que la llevó a perdonar al asesino de su familia. Nos invita a reflexionar sobre lo que arriesgamos cuando elegimos perdonar, y nos brinda una mirada esperanzadora sobre la libertad que se encuentra al otro lado de la pena.

Sarah Montana es escritora, editora y productora de contenido de marca en Nueva York. Ha sido escritora fantasma de propuestas de libros para expertos en celebridades, algunos de los cuales se han vendido a editores por altas sumas de dinero. Sarah crea y da forma al contenido para autores y dueños de empresas, como libros digitales, lanzamientos de ‘reality shows’, artículos, memorias y textos de ‘marketing’. También es dramaturga y crea su propio contenido original. Su obra más reciente, “The Girl, The Ghosts, and the Minotaur” fue seleccionada para una lectura en escena en la Serie de Pruebas de Concepto 2017 de la compañía de teatro ‘Life Jacket’ en la ciudad de Nueva York.

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en: http://ted.com/tedx

  • Autor/a de la charla: Sarah Montana
  • Fecha de grabación: 2018-03-27
  • Fecha de publicación: 2018-05-14
  • Duración de «El verdadero riesgo de perdonar y por qué vale la pena»: 954 segundos

 

Traducción de «El verdadero riesgo de perdonar y por qué vale la pena» en español.

En el verano del 2016, hice algo muy sensato.

Dejé mi cómodo trabajo en un fondo de inversión para escribir una obra sobre el asesinato de mi familia.

(Suspira) Le dije a mi familia y amigos que esto era una cuestión de arte pero, en realidad, me encontraba en una búsqueda espiritual.

Necesitaba cerrar una relación con alguien que apenas conocía: el chico que mató a mi mamá y a mi hermano.

Era el hermano menor de mi amiga, un chico del vecindario.

Vino a mi casa varias veces a saquear el armario de comida.

Mi madre incluso solía saludarlo desde la camioneta y decía: «Está pasando un momento difícil.

Solo quiero asegurarme de que sepa que lo veo».

Entró a nuestra casa unos días antes de Navidad, buscando algo para vender y hacer un poco de dinero.

Cuando se encontró con mi hermano Jim dormido en el sillón, entró en pánico, le disparó y huyó del lugar.

Luego se dio cuenta de que se había dejado el abrigo.

Para cuando volvió, mi madre había encontrado a Jim.

Como él sabía que mi madre lo conocía y, citando sus palabras: «Como ella no paraba de gritar», le disparó y la mató también.

Ahora está cumpliendo condena perpetua en una prisión al suroeste de Virginia.

(Suspira) Durante los siete años siguientes, de alguna forma logré no odiarlo, pero mi dolor y mi trauma hicieron algo un poco más raro.

Él dejó de ser una persona para mí.

No era una persona, era la cara de todos los males.

Era el tornado que pasó por mi casa, despedazó a mi familia y la convirtió en una especie de versión maldita de Oz.

Pero no lo veía como un chico de 17 años, o, ahora que lo pienso, un hombre de 24 años.

Un hombre que maduró en una celda, si es que realmente maduró.

Y cuando me dispuse a escribir sobre el villano de mi obra y de mi vida, advertí que lo que tenía era un nombre, algunos recuerdos fragmentados de mi niñez, un breve documento judicial y nada más como punto de partida.

Así que fui a la fuente de todas las respuestas: Google.

Googleé su número de prisionero.

Ahí fue cuando el maldito internet me abofeteó en la cara.

Dos tercios de los presos en su penitenciaría pasan 23 horas al día en total aislamiento, en celdas de 8 por 10 metros cuadrados con ranuras para que entre luz.

Las condiciones son tan malas que en 2012, toda la prisión hizo una huelga de hambre.

Mientras recorría caso tras caso de violaciones a los derechos humanos en esta prisión, de pronto, él volvió a ser una persona para mí.

Recuerdo la primera vez que vi el cuerpo de mi madre y el de Jim en la funeraria, cuando retiré la mano, horrorizada, al tocar el pequeño y mortal orificio que la bala había hecho en la nuca de Jim.

La cara de mi madre estaba desfigurada.

No era ella, sino piel y hueso en el vestido negro que habíamos comprado en Kohl’s la semana anterior.

Esos eran mis recuerdos más dolorosos.

Pero cuando me lo imaginaba a él, derrotado, hambriento, padeciendo en su celda oscura, sin dudas, de alguna forma era igual de doloroso.

Y advertí que esto pasaba porque aún estábamos conectados.

Ese trauma, como un grillete de acero que él me puso cuando los mató, aún estaba ahí, y yo seguí tirando del grillete y arrastrando al chico por el barro durante los últimos siete años, lo supiera o no.

Y un tanto aterrorizada, me di cuenta de que, tal vez, él los había matado, pero fue mi decisión mantenernos conectados.

Y luego de estudiar todas las opciones, literalmente todas las opciones que tenía a mi alcance, entendí que la única forma de librarme del chico era perdonándolo.

Realmente, fue un fastidio llegar a esa conclusión.


(Risas)
Porque, en verdad, creí que ya lo había perdonado.

Se lo dije a mis amigos, se lo dije a mi familia.

Incluso dije «te perdono» en los noticieros nacionales.

Entonces, si decir que perdonas a alguien no es lo mismo que perdonarlo,

¿por qué seguía atada a este tipo, que me arrastraba por todos lados, haciéndome hacer tonterías, como dejar mi trabajo para escribir una obra?

Resulta que no se puede alcanzar el perdón con solo fingirlo, aunque eso sea exactamente lo que la sociedad espera de nosotros.

Entonces,

¿cómo es que se perdona de verdad, de una vez y para siempre?

Esa pregunta me llevó a otra búsqueda en Google, y luego a la búsqueda teológica, y luego en revistas psiquiátricas, y en revistas médicas hasta que, al final, mi marido se encontró con una esposa exaltada, paseándose por el departamento, escupiendo estadísticas sobre el perdón, como: «

¿Sabías que hay 62 pasajes en la Biblia con la palabra ‘perdonar’ y 27 con la palabra ‘perdón’?

¡Ni una sola que nos diga cómo hacerlo!».


(Risas)
¡Solo dicen lo grandioso que es! Es como el lema de Nike: «¡Solo hazlo!».


(Risas)
Y está ese tal Dr.

Wayne que dice: «Para perdonar, solo necesitas dejar ir y ser como el agua».

¿Qué significa esto?

Mi esposo se me acercó cuidadosamente: «Cariño,

¿qué haces?

«.


(Risas)
«Tratando de perdonar al chico que mató a mi familia, pero nadie me dice cómo».

Hay infinitas opiniones cinco estrellas sobre el perdón en varios portales.

El discurso es fantástico pero, literalmente,

¿qué debo hacer?

Creo que me hacía la pregunta equivocada cuestionándome el cómo, cuando en realidad lo que necesitaba saber era el porqué.

¿Por qué perdonar?

¿Por qué hacerlo?

Allí descubrí que casi todos perdonamos por las razones equivocadas.

Algunas víctimas, como yo, tratamos de perdonar enseguida porque es lo correcto.

Pero si somos sinceros con nosotros mismos, hay solo tres razones por las que una víctima perdona automáticamente.

Una: pensamos que perdonar enseguida nos hará una buena persona.

Es un error muy fácil de cometer,

¿verdad?

Si el perdón es bueno, una buena persona debe perdonar enseguida.

Pero en toda mi investigación, no vi que hubiera un plazo para perdonar.

Todos querían desesperadamente que nos apurásemos porque sabían que no queríamos.

Incluso Jesús, cuando habla de poner la otra mejilla, no habla de perdón.

Habla de la no violencia.

Tiene que haber un punto medio entre dejar a alguien salirse con la suya y vengarse despiadadamente.

Dos: las víctimas sienten mucha presión en perdonar por parte de los demás.

Puede venir de parte de amigos, la familia, los medios, de mensajes religiosos confusos.

Pero la verdad es que todos quieren que perdones rápido para que ellos se sientan más cómodos y puedan seguir adelante.

Es una muy mala razón.

Tres: piensas que el perdón es un atajo a la sanación.

Piensas que si saltas al final de la historia, puedes pasar por alto toda la parte de la rabia y vulnerabilidad para sanar.

Cuidado: todo esto después se vuelve en contra.

Para mí, las tres razones son válidas.

Quiero ser una buena persona, me encanta complacer a la gente, y odio la parte de ser vulnerable y tener rabia para poder sanar.

Pero resulta que el perdón es una fuerza tan potente que ninguna de esas razones fueron tan fuertes para inmovilizarme.

Es como el amor.

Si tu motivación es egoísta, incluso algo bueno y egoísta como querer sanar colapsará dentro tuyo como una estrella moribunda.

Entonces,

¿por qué hay que hacerlo?

¿Por qué perdonar?

No te sanará, no te salvará ni a ti ni a la otra persona.

No te hará una buena persona, por lo menos no por sí mismo, porque el perdón no sirve para eso.

El perdón está hecho para liberarte.

Cuando dices «Te perdono», lo que en realidad estás diciendo es: «Sé lo que hiciste.

No está bien, pero reconozco que eres mejor que eso.

No quiero más que seamos prisioneros de esto.

Puedo sanarme a mí misma, y no necesito nada de ti».

Después de decir esto, si lo sientes, serás solo tú.

No hay cadenas ni prisioneros, solo lo bueno, lo malo y lo feo de lo que esa persona fue en un inicio.

Nuestra cultura cree que la venganza es libertad, pero es la prisión total.

Cualquier acto de violencia, sea física o emocional, es una manera retorcida y rara de intimidad.

Los griegos decían que la muerte provocada por un buen hombre era una buena muerte.

Consideren que cada vez que alguien piensa en mi madre y mi hermano, piensan en que ya no están aquí, y luego piensan en el chico que causó todo esto.

Ese acto de violencia une a los tres en la mente de los demás, para siempre.

Cuando escogemos venganza, estamos sellando un pacto de sangre para encadenar nuestra historia a la de nuestros enemigos para siempre.

El perdón es el único camino real a la libertad.

Pero para liberarse, tienes que ser muy específico sobre qué es exactamente lo que estás perdonando, porque no puedes perdonar algo que no te ha pasado a ti.

Investigando, me topé con esta idea del judaísmo que me golpeó en el pecho.

En el judaísmo, la familia no puede perdonar a los asesinos, porque no fueron asesinados.

Solo pueden perdonar el dolor, la angustia y la pena que les causó la pérdida.

Este fue un momento de revelación para mí.

Tuve que separar mi dolor: no lo que le pasó a mi mamá y Jim, no lo que le pasó a mi familia, no lo que le pasó a la sociedad, sino lo que me pasó a mí.

Por eso la justicia a veces parece tan fría para las víctimas.

Es tarea de la justicia evaluar lo que se debe.

Y es tarea del sistema jurídico penal evaluar lo que se le debe a la sociedad, no a la víctimas.

Depende de nosotros ser muy claros, individualmente, sobre lo que se nos debe.

No puedes perdonar a tu padre por golpear a tu madre.

Solo puedes perdonarlo por lo triste, hostil y enojado que te hizo sentir.

No pude perdonarlo por haber asesinado a mi madre y a Jim.

Todavía estoy aquí.

Tuve que evaluar mis daños.

La boda que tuve sin ellos.

La parte de mí que mi esposo y mis hijos nunca van a comprender por no haber conocido a ninguno de los dos.

La vida que debía empezar a los 22 fue truncada por él.

Mi sentido inherente de seguridad y pertenencia, con toda sinceridad, no creo que lo pueda recuperar.

Esos son mis daños.

Casi todos evadimos el perdón a toda costa porque no queremos mirar nuestras heridas.

Las heridas dan miedo, son desagradables y asquerosas.

Es por eso que quitamos la mirada cuando donamos sangre.

Es mucho más fácil tomar esa emoción y canalizarla en rabia hacia otra persona.

Y si tengo que ser sincera con Uds., diría: «Háganlo».


(Risas)
Pensaron que esto sería sobre el perdón,

¿verdad?

Es una parte importante del proceso.

La ira es importante.

Es el fuego que cauteriza las heridas y les permite cicatrizar y sanar.

Demasiada ira, y tendrás quemaduras de tercer grado.

Sin un poco de calor, nunca cicatrizará, y nunca sabrás exactamente lo que te pasó.

Si no sabes lo que te sucedió, no puedes saber qué estás perdonando.

Pero una vez que sabes lo que te ha pasado, es hora de una buena justicia a la antigua.

Lo siento, me casé con un texano.


(Risas)
Entonces,

¿qué me debe la justicia?

¿Una disculpa?

¿Una explicación?

¿Un asiento en primera fila en su cámara de tortura?

Puede ser, no la última parte, pero tal vez nos deben estas cosas en general.

Nueve de cada diez veces, si pides esas cosas, las obtendrás.

Es por eso que el perdón no es lo correcto en todas las situaciones.

El perdón solo corresponde cuando esperar lo que se nos debe tiene un costo demasiado alto.

En todos esos años, con ese chico encadenado a mi lado, he hecho mucho.

Fui a la universidad, me casé con un hombre maravilloso, comencé una carrera que realmente amo.

Pero lo hice todo un poco más lento, y no solo estaba arrastrándolo a él.

Arrastraba también a mi madre y a mi hermano en el proceso, y tenía a los tres atrapados en esas cadenas.

Muy pronto, esa pequeña pandilla comenzó a alejarme de mi propio cuerpo y de mi propia experiencia.

Y un día, enceguecida por querer castigar al chico y mantener a los dos con vida, vi que el costo era demasiado alto.

Fue allí, en esa encrucijada, cuando supe lo que me había pasado.

Yo sabía lo que se me debía, y decidí que elegirme a mí misma era más importante que tener razón.

Fue entonces cuando estuve lista para perdonar.

Así que me alejé de Google, no hice más preguntas y le escribí una carta.

Saqué hojas en blanco de los diarios de mi madre, y escribí.

Le dije que lo que sucedió el 19 de diciembre de 2008 no estuvo bien y probablemente nunca estaría bien para ninguno de los dos.

Pero solo porque no estaba bien, no significaba que me debía algo, ni una disculpa, ni una explicación, ni su papel como mi villano.

Le dije que odiaba ser reducida a un hecho que me sucedió un día.

Anhelaba ser más, ser completa, y que no lo iba a lograr si miraba a una persona y la reducía a una cosa que hizo un día y convertía en maldad la suma de sus partes.

Le dije que le deseaba una vida llena de sanación y que lo perdonaba.

Entonces, sin pensarlo, dejé la carta en un buzón en la esquina de la Avenida Flatbush y Church.

En los primeros diez pasos, sentí esa levedad del ser, y luego esa levedad se convirtió en un nudo en el estómago, y sentí como una detonación espiritual.

Mi pecho se relajó, estalló y, de repente, estaba sola conmigo misma.

De verdad, totalmente sola, dando a luz a una extraña, saludando a una chica con quien no había hablado en siete años.

(Suspiro) A veces lo extraño.


(Risas)
No a él, sino al monstruo que creé.

Las cosas eran mucho más crudas pero más simples cuando había un villano contra quien pelear, y más conocido.

Mientras él estaba cerca, mamá y Jim nunca estaban tan lejos.

Eran personajes detrás de la escena, esperando a aparecer, y nosotros en el escenario, hablando de ellos.

Pero mi historia fue sobre los tres, siempre.

Para liberarme, debía tener en claro qué contrato estaba destruyendo.

En cuanto lo hice, me encontré sola, en medio del escenario, en el plano iluminado, con infinitas posibilidades.

El perdón real tiene que dejar de lado todas las expectativas.

No debes esperar cierto resultado.

No debes esperar que te respondan.

Ni siquiera debes esperar quién vas a ser del otro lado.

Perdonar es realmente complicado.

Es una de esas herramientas que solo se manejan adecuadamente cuando hayamos sanado lo suficiente como para no tener nada que perder.

Si todavía estás sangrando de dolor, es demasiado pronto para perdonar.

Si no puedes arremangarte y mostrarme tus cicatrices y decirme exactamente qué te pasó, todavía es demasiado pronto para perdonar.

Pero nunca es demasiado tarde para dejar ir a tus villanos y volver a ser tú mismo.

Y si estás listo para soltarlo todo, el dolor, la pena, la ira, el trauma, y estás abierto a descubrir quién eres en lugar de tener que demostrar quién eres, tengo que ser sincera con ustedes: ¡toda esta exageración sobre el perdón es legítima!
(Risas)
Diez de diez, cinco estrellas, lo recomendaría enormemente.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/sarah_montana_why_forgiveness_is_worth_it/

 

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