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¿Es la civilidad una impostura? – Charla TED Salon Brightline Initiative

Charla «¿Es la civilidad una impostura?» de TED Salon Brightline Initiative en español.

¿Qué es exactamente la civilidad y qué requiere? En una charla repleta de ideas históricas, la teórica política Teresa Bejan explica cómo la civilidad se ha utilizado como la base de las sociedades tolerantes y como una forma en que los partidarios políticos silencian y rechazan los puntos de vista opuestos. Bejan sugiere que deberíamos intentar la «mera civilidad»: la virtud de poder estar en desacuerdo fundamentalmente con los demás sin destruir la posibilidad de una vida en común mañana.

  • Autor/a de la charla: Teresa Bejan
  • Fecha de grabación: 2018-10-23
  • Fecha de publicación: 2018-11-14
  • Duración de «¿Es la civilidad una impostura?»: 833 segundos

 

Traducción de «¿Es la civilidad una impostura?» en español.

Esta charla contiene lenguaje adulto.

Se aconseja discreción al espectador.

Vamos a sacar esto del camino.

Estoy aquí porque escribí un libro sobre civilidad, y porque ese libro salió cerca de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, Comencé a recibir muchas invitaciones para ir y hablar sobre civilidad y sobre por qué necesitamos más de eso en la política estadounidense.

Estupendo.

El único problema fue que había escrito ese libro sobre civilidad porque estaba convencida de que la civilidad era…

una estupidez.


(Risas)
Ahora, eso puede sonar como algo muy incívico de decir, y por suerte para Uds.

y para mi editor, finalmente cambié de opinión.

En el trascurso de escribir ese libro y estudiando la larga historia de civilidad y tolerancia religiosa.

en el siglo XVII, descubrí que hay una virtud en la civilidad, y lejos de ser una estupidez, en realidad, es absolutamente esencial, especialmente para sociedades tolerantes, sociedades como esta, que prometen no solo proteger la diversidad, sino también los desacuerdos acalorados y, a veces, incluso odiosos que la diversidad inspira.

Lo que pasa con el desacuerdo es que hay una razón por la que «discrepar» es un sinónimo de «no placentero».

Como señaló el filósofo inglés Thomas Hobbes por allá en 1642, eso es porque el mero acto de desacuerdo es ofensivo.

Y Hobbes sigue teniendo razón.

Funciona así: si Ud, y yo no estamos de acuerdo, y yo tengo razón, porque siempre la tengo,

¿cómo voy a dar sentido al hecho de que Ud.

está tan, tan errado?

¿No podría ser que hubieras llegado a una conclusión diferente de buena fe?

No, debes estar tramando algo, debes ser estúpido, intolerante, interesado.

Tal vez estés loco.

Y lo mismo va por el otro bando.

¿Verdad?

Así que el mero hecho de estar en desacuerdo conmigo es implícitamente un insulto no solo a mis puntos de vista, sino también a mi inteligencia.

Y las cosas solo empeoran cuando los desacuerdos que están en juego son los que de alguna manera consideramos fundamentales, ya sea para nuestras visiones del mundo o para nuestras identidades.

Saben el tipo de desacuerdos a los que me refiero.

No se habla de religión ni de política o cada vez más, la política de la cultura popular, en la mesa, porque estos son los desacuerdos, las cosas en las que la gente realmente está seriamente en desacuerdo y se definen contra sus oponentes en la controversia.

Pero, por supuesto, esos desacuerdos fundamentales son precisamente los que las sociedades tolerantes como EE.

UU.

proponen tolerar, lo que tal vez explica por qué, históricamente, al menos, las sociedades tolerantes no han sido las comunidades felices de diferencia de que a veces escucharon.

No, tienden a ser lugares donde la gente tiene que aguantar la respiración y trabajar juntos a pesar de su mutuo desprecio.

Es lo que aprendí al estudiar la tolerancia religiosa de principios de los modernos Inglaterra y EE.

UU.

Y también aprendí que la virtud que hace esa convivencia no asesina, si se quiere, posible, es la virtud de la civilidad, porque la civilidad hace tolerables nuestros desacuerdos para que podamos compartir una vida juntos, incluso si no compartimos una fe, una religión, un credo político o lo que sea.

Aún así, no podía dejar de percibir que cuando la mayoría de la gente habla de civilidad hoy —¡Y no saben lo mucho que se habla de civilidad!— parece tener otra cosa en mente.

Si la civilidad es la virtud que hace posible tolerar el desacuerdo para que podamos realmente interactuar con nuestros oponentes, hablar de civilidad parece ser principalmente una estrategia de desconexión.

Es un poco como amenazar con tomar tu pelota e irte a casa cuando el juego no va a tu manera.

Porque lo curioso de la incivilidad es que siempre es el pecado de nuestros oponentes.

Es gracioso.

Cuando se trata de nuestro propio mal comportamiento, parece que desarrollamos amnesia repentina, o siempre podemos justificarlo como una respuesta apropiada a la última indignación de nuestros oponentes.

«

¿Cómo puedo ser cívico con alguien que está dispuesto a destruir todo lo que defiendo?

Y por cierto, ya empezaron a hacerlo».

Todo es tremendamente conveniente.

También es conveniente que la mayoría de los grandes hablantes de civilidad actuales tienden a ser bastante vagos y borrosos cuando se trata de lo que ellos piensan que implica la civilidad realmente.

Nos dicen que la civilidad es simplemente un sinónimo de respeto, de buenos modales, de cortesía, pero al mismo tiempo, está claro que acusar a alguien de incivilidad es mucho, mucho peor que llamarlos maleducados, porque ser incívico es ser potencialmente intolerable de una manera en que simplemente ser grosero no lo es.

Así que llamar incívico a alguien, acusarlo de incivilidad, es una forma de comunicar que están de alguna manera más allá de lo inaceptable, que no vale la pena comprometerse con ellos en absoluto.

Así que este es el punto: la civilidad no es una estupidez, es precioso porque es la virtud que hace el desacuerdo fundamental no solo posible, sino también ocasionalmente productivo.

Es precioso, pero también es muy, muy difícil.

Hablar de civilidad, por otro lado, bueno, eso es muy fácil, realmente fácil, y también es casi siempre una completa estupidez, lo que hace las cosas un poco incómodas para mí mientras sigo hablándoles de civilidad.


(Risas)
De todos modos, tendemos a olvidarlo, pero los políticos e intelectuales nos han estado advirtiendo desde hace décadas que EE.

UU.

se enfrenta a una crisis de civilidad, y han tendido a culpar de la crisis a los avances tecnológicos, a cosas como la televisión por cable, la radio, las redes sociales.

Pero cualquier historiador les dirá.

que nunca hubo una edad de oro del desacuerdo, por no hablar de buenos sentimientos, no en la política estadounidense.

En mi libro, sin embargo, sostengo que la primera crisis moderna de civilidad en realidad, comenzó hace unos 500 años, cuando un cierto profesor de teología llamado Martín Lutero aprovechó un reciente avance en la tecnología de las comunicaciones, la prensa impresa, para llamar al papa el anticristo, y así lanzar inadvertidamente la Reforma protestante.

Así que piensen en la prensa, si lo desean, como el Twitter del siglo XVI.

y Martín Lutero como el trol original.

Y no estoy exagerando aquí.

Una vez se declaró incapaz de orar sin al mismo tiempo maldecir a sus oponentes «anticristianos», es decir, a los católicos.

Y, por supuesto, esos oponentes católicos empuñaron sus perlas y llamaron a la civilidad, también, pero todo el tiempo, dieron tanto como recibieron con insultos tradicionales como «hereje» y, lo peor de todo, «protestante», que comenzó en el siglo XVI como un insulto.

La cosa sobre hablar de civilidad, entonces como ahora, era que uno podía acusar a su oponente de insultar, y luego tomar ventaja de altura moral e ir muy bajo o más bajo, porque llamar a la civilidad establece al orador como modelo de decoro, mientras que implícitamente, estigmatiza sutilmente como incívico a cualquier persona con la temeridad de discrepar.

Y así, las charlas sobre civilidad en el siglo XVII se convierten en una forma realmente efectiva de los miembros del establecimiento religioso de silenciar, suprimir, excluir a los disidentes fuera de la iglesia establecida, especialmente cuando se expresaban en contra del ‘statu quo’.

Así los ministros anglicanos podrían sermonear a los ateos sobre lo ofensivo de su discurso.

Todos podrían quejarse de los cuáqueros.

por negarse a quitarse y ponerse sus sombreros o su práctica «grosera» de estrechar la mano.

Pero esas acusaciones de incivilidad muy pronto se convirtieron en pretextos para la persecución.

Hasta ahora, muy familiar,

¿verdad?

Vemos esa estrategia una y otra vez.

Se usó para silenciar a los manifestantes de derechos civiles en el siglo XX.

Y creo que explica por qué los partidarios en ambos lados del espectro siguen intentando lograr esto, francamente, anticuado, del lenguaje moderno temprano de la civilidad, precisamente cuando quieren comunicar que ciertas personas y ciertos puntos de vista están más allá de lo inaceptable, pero quieren ahorrarse la molestia de tener realmente una discusión.

No es de extrañar que los escépticos como yo tiendan a poner los ojos en blanco.

cuando comienzan los llamados a la virtud conversacional, porque en lugar de sanar nuestras divisiones sociales y políticas, parece que tanto hablar de civilidad en realidad empeora el problema.

Nos está ahorrando la molestia de hablar entre nosotros, permitiéndonos hablar unos a otros o el uno al otro mientras señalamos nuestra virtud superior y dejar que la audiencia sepa de qué lado estamos.

Y dado esto, creo que uno podría ser perdonado, como lo hice, por suponer que hablar tanto de civilidad es una estupidez y por eso, la virtud de la civilidad también debe ser una estupidez.

Pero aquí, una vez más, creo que un poco de perspectiva histórica va muy lejos.

Porque recuerden, la misma crisis moderna temprana de civilidad que lanzó la Reforma también dio a luz a sociedades tolerantes, lugares como Rhode Island, Pensilvania, y de hecho, finalmente EE.

UU., lugares que al menos aspiraban a proteger el desacuerdo, así como la diversidad.

Y lo que hizo eso posible fue la virtud de la civilidad.

Lo que hizo tolerable el desacuerdo, lo que nos permitió compartir una vida, incluso cuando no compartimos una fe, era una virtud, pero una, creo, tal vez sea menos aspiracional y mucho mas confrontacional que la gente que habla mucho de civilidad hoy tiende a tener en cuenta.

Así que me gusta llamar a esa virtud «mera civilidad».

Puede que la conozcan como la virtud que nos permite superar.

nuestras relaciones con un excónyuge, o un mal vecino, sin mencionar a un miembro de la otra parte.

Porque ser meramente cívico es cumplir una barra baja a regañadientes, y eso, de nuevo, tiene sentido, porque la civilidad es una virtud destinada a ayudarnos a estar en desacuerdo, y como Hobbes nos dijo hace tantos siglos, discrepar significa desagradable por una razón.

Pero si no es una tontería,

¿qué es exactamente civilidad o mera civilidad?

¿Qué requiere?

Para empezar, no es ni puede ser lo mismo que ser respetuoso o educado, porque necesitamos civilidad precisamente cuando tratamos con esas personas que nos resultan de lo más difícil, o incluso imposible, de respetar.

Del mismo modo, ser cívico no puede ser lo mismo que ser amable, porque ser amable significa no decirle a la gente lo que realmente piensas de ellos o de sus puntos de vista equivocados, incorrectos.

No, ser cívico significa decir lo que piensas, pero a la cara de tu oponente, no a su espalda.

Ser meramente cívico significa no andarse con rodeos, pero a la vez, significa que no mostrar todo el desacuerdo a la vez.

Porque el punto de la mera civilidad es permitirnos estar en desacuerdo, fundamentalmente, pero hacerlo sin negar o destruir la posibilidad de una vida en común mañana con las personas que creemos que se interponen en nuestro camino hoy.

Y en ese sentido, creo que la civilidad está realmente relacionada a otra virtud, la virtud del coraje.

Así que la mera civilidad es tener el coraje de ser desagradable, y permanecer así, pero hacerlo mientras se queda en la habitación y siempre delante de tus oponentes.

Y significa que, a veces, llamar estupidez a la charla de la civilidad de la gente es realmente también lo único cívico que hacer.

Al menos eso es lo que pienso.

Pero miren, si he aprendido algo de estudiar la larga historia de la tolerancia religiosa en el siglo XVII, es esto: si hablas de civilidad como una forma de evitar una discusión, para aislarte con compañía más agradable de aquellos que piensan como tú y que ya están de acuerdo contigo, si nunca hablas con nadie que realmente, realmente, está fundamentalmente en desacuerdo contigo, estás teniendo una civilidad equivocada.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/teresa_bejan_is_civility_a_sham/

 

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