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Charla «Janine Shepherd: Un cuerpo quebrado no es una persona quebrada» de TEDxKC en español.
Esquiadora de fondo, Janine Shepherd, esperaba una medalla olímpica… hasta que fue atropellada por un camión durante un entrenamiento en bicicleta. Ella comparte una historia poderosa sobre el potencial humano para la recuperación. Su mensaje: no eres tu cuerpo, y renunciar a viejos sueños puede permitirte nuevos para volar.
- Autor/a de la charla: Janine Shepherd
- Fecha de grabación: 2012-10-01
- Fecha de publicación: 2012-11-28
- Duración de «Janine Shepherd: Un cuerpo quebrado no es una persona quebrada»: 1137 segundos
Traducción de «Janine Shepherd: Un cuerpo quebrado no es una persona quebrada» en español.
La vida es de oportunidades, crearlas y aferrarse a ellas, y para mí, eso era el sueño olímpico.
Era lo que me definía.
Era mi dicha.
Como esquiadora de fondo y miembro del equipo de esquí australiano, de los Juegos Olímpicos de invierno, entrenaba en una bicicleta con mis compañeros.
Subíamos las espectaculares Blue Mountains al oeste de Sydney, y hacía un perfecto día de otoño: brillaba el sol, el olor de eucalipto y un sueño.
La vida era buena.
Llevábamos en las bicicletas unas 5,5 horas cuando llegamos a la parte del trayecto que amaba: las colinas, porque yo amaba las colinas.
Y me levanté del sillín de la bicicleta, y empecé a pedalear con fuerza, y al inhalar el aire frío de la montaña, pude sentir que quemaba mis pulmones, y miré hacia arriba para ver el sol que brillaba en mi cara.
Y entonces todo se volvió negro.
¿Dónde estaba?
¿Qué estaba sucediendo?
Mi cuerpo fue consumido por el dolor.
Un camión veloz me había golpeado tras solo 10 minutos de pedaleo en bicicleta.
Fui aerotransportada de la escena del accidente por un helicóptero de rescate a una gran unidad de columna en Sydney.
Tuve lesiones extensas que amenazaban mi vida.
Me había roto el cuello y la espalda en seis lugares.
Me rompí cinco costillas del lado izquierdo.
Me rompí el brazo derecho.
Me rompí la clavícula.
Me rompí algunos huesos de los pies.
Todo mi lado derecho fue abierto a tirones, lleno de grava.
Mi cabeza estaba cortada en la frente, la piel atrás levantada, exponía el cráneo.
Tenía lesiones en la cabeza.
Tenía lesiones internas.
Tuve una pérdida masiva de sangre.
De hecho, perdí unos 5 litros de sangre, que es todo lo que tiene alguien de mi tamaño.
Para cuando el helicóptero llegó al Hospital Príncipe Enrique en Sydney, mi presión arterial era 40 sobre cero.
Estaba teniendo un día realmente malo.
(Risas)
Por más de 10 días, fui a la deriva entre dos dimensiones.
Tenía conciencia de estar en mi cuerpo, pero también estaba fuera de él, en otro lugar, viendo desde arriba como si le sucediera a otra persona.
¿Por qué querría volver a un cuerpo que estaba tan dañado?
Pero esa voz se mantuvo llamándome: «Vamos, quédate conmigo».
«No.
Es muy duro».
«Vamos.
Esta es nuestra oportunidad».
«No.
Ese cuerpo está dañado.
Puede que ya no me sirva más».
«Vamos.
Quédate.
Podemos hacerlo.
Podemos hacerlo juntos».
Estaba en una encrucijada.
Sabía que si no regresaba a mi cuerpo, tendría que dejar este mundo para siempre.
Fue la lucha de mi vida.
Después de 10 días, tomé la decisión de regresar a mi cuerpo, y la hemorragia interna paró.
La siguiente preocupación era si volvería a caminar, porque estaba paralizada de la cintura hacia abajo.
Les dijeron a mis padres que la rotura del cuello era una fractura estable, pero que la parte baja fue aplastada completamente.
La vértebra L1 era como dejar caer un maní, pisarlo y romperlo en mil pedazos.
Tendrían que operar.
Lo hicieron.
Me pusieron en un cojín.
Me cortaron, literalmente, por la mitad, tengo una cicatriz que rodea todo mi cuerpo.
Extrajeron tanto hueso roto como pudieron del que estaba incrustado en mi médula espinal.
Tomaron dos de mis costillas rotas, y reconstruyeron mi espalda, L1, la reconstruyeron, tomaron otra costilla rota, fusionaron T12, L1 y L2.
Luego me suturaron.
Les tomó una hora entera suturarme.
Me desperté en cuidados intensivos, y los médicos estaban realmente emocionados de que la operación hubiera sido un éxito porque en ese momento hice un pequeño movimiento de uno de mis dedos gordos, y yo pensaba, «¡Genial, porque iré a los Juegos Olímpicos!»
(Risas)
No tenía ni idea.
Ese es el tipo de cosas que les suceden a otras personas, a mí no, seguro.
Pero luego la doctora vino, y me dijo: «Janine, la operación fue un éxito, y hemos extraído tanto hueso de la médula espinal como pudimos, pero el daño es permanente.
Los nervios del sistema nervioso central no tienen cura.
Eres lo que llamamos una parapléjica parcial, y tendrás todas las secuelas que acompañan esto..
No tienes ninguna sensación de la cintura para abajo y, como mucho, podrás lograr que vuelva un 10 a 20 %.
Tienes lesiones internas para el resto de tu vida.
Tendrás que utilizar una sonda por el resto de tu vida.
Y si caminas nuevamente, será con férulas y un caminador».
Y luego dijo, «Janine, tendrás que replantear todo lo que haces en tu vida, porque nunca más harás las cosas que hacías antes».
Traté de entender lo que me decía.
Yo era atleta.
Era todo lo que sabía.
Era todo lo que había hecho.
Si no podía hacerlo, entonces,
¿qué podría hacer?
Y lo que me preguntaba era, si no podía hacerlo,
¿entonces quién era yo?
Me llevaron de cuidados intensivos a lesiones agudas de columna.
Estaba acostada en una cama espinal, delgada y dura.
No podía mover las piernas.
Tenía las medias ajustadas para evitar coágulos de sangre.
Tenía un brazo enyesado, un brazo atado para el goteo.
Tenía un collar y sacos de arena a ambos lados de mi cabeza y veía mi mundo a través de un espejo suspendido sobre mi cabeza.
Compartía la sala con otras cinco personas, y lo increíble es que como todos estábamos acostados paralizados en una sala de columna, no sabíamos cómo se veía el otro.
¡Qué asombroso es esto!
¿Cuántas veces en la vida puedes hacer amistades, libre de juicio, basadas puramente en el espíritu?
Y no había ninguna conversación superficial ya que compartíamos nuestros pensamientos más íntimos, nuestros temores y nuestras esperanzas de vida al salir de allí.
Recuerdo una noche, uno de los enfermeros entró, Jonathan, con un montón de pajillas plásticas.
Puso una pila encima de cada uno de nosotros, y dijo: «Comiencen a unirlas unas con otras».
Bueno, no había mucho más que hacer en la sala de columna, así que lo hicimos.
Y cuando habíamos terminado, fue en silencio y unió las pajillas de todos hasta hacer un bucle alrededor de la sala entera, y dijo: «Bien, todos, sostengan sus pajillas».
Y lo hicimos.
Y él dijo, «Bien.
Ahora estamos todos conectados».
Y conforme las manteníamos, y respirábamos como uno, sabíamos que no estábamos solos en este viaje.
Y aún tendida paralizada en la sala de columna, hubo momentos de increíble profundidad y riqueza, de autenticidad y conexión que nunca había experimentado antes.
Y cada uno de nosotros sabía que cuando saliéramos de la sala de columna nunca seríamos los mismos.
Después de seis meses, era hora de volver a casa.
Recuerdo que papá me sacó empujando mi silla de ruedas, envuelta en una férula corporal de yeso, y sentí el sol en mi cara por primera vez.
me impregné y pensé,
¿cómo pude dar esto por sentado?
Me sentí tan increíblemente agradecida por mi vida.
Pero antes de abandonar el hospital, la enfermera jefe me había dicho: «Janine, quiero que estés lista, porque cuando llegues a casa, va a pasar una cosa».
Y le dije: «
¿Qué?
» Y dijo: «Vas a deprimirte».
Y dije, «Yo no, no Janine la Máquina», que era mi apodo.
Ella dijo, «Será así, porque, ves, le pasa a todo el mundo.
En la sala de columna, es lo normal.
Estás en una silla de ruedas.
Es lo normal.
Pero vas a llegar a casa y a darte cuenta de lo diferente que es la vida».
Y llegué a casa y algo sucedió.
Me di cuenta de que la Hermana Sam tenía razón.
Me deprimí.
Estaba en mi silla de ruedas.
No tenía ninguna sensación de la cintura para abajo, conectada a una botella por una sonda.
No podía caminar.
Había perdido mucho peso en el hospital Ahora pesaba cerca de 36 kilos.
Y quería darme por vencida.
Lo que quería hacer era ponerme mis zapatillas y salir corriendo por la puerta.
Quería que mi antigua vida volviera.
Quería que mi cuerpo volviera.
Y recuerdo a mamá sentada en el borde de mi cama, diciendo: «Me pregunto si la vida será buena otra vez».
Y pensé, «
¿Cómo podría serlo?
Porque he perdido todo lo que valoraba, todo por lo que había trabajado.
Esfumado».
Y la pregunta que hice fue, «
¿Por qué yo?
¿Por qué yo?
«.
Y luego recordé a mis amigos que estaban en la sala de columna, particularmente María.
María tuvo un accidente automovilístico, y se despertó en su 16º cumpleaños con la noticia de que era una completa cuadripléjica, no tenía ningún movimiento del cuello hacia abajo, tenían daños en sus cuerdas vocales, y no podía hablar.
Me dijeron, «Te vamos a pasar a su lado porque creemos que será bueno para ella».
Estaba preocupada.
Yo no sabía cómo reaccionaría yo al estar a su lado.
Sabía que sería difícil, pero fue realmente una bendición, porque María siempre sonrió.
Siempre estaba feliz e incluso, cuando comenzó a hablar de nuevo, aunque era difícil entenderle, nunca se quejó, ni una vez.
Y me preguntaba cómo había encontrado ella ese nivel de aceptación.
Y me di cuenta de que esto no era solo mi vida.
Era la vida misma.
Me di cuenta de que esto no era solo mi dolor.
Era el dolor de todo el mundo.
Y entonces supe, al igual que antes, que tenía una opción.
Podía seguir luchando con esto o podía dejarlo ir y aceptar, no solo mi cuerpo, sino las circunstancias de mi vida.
Y entonces dejé de preguntar, «
¿Por qué yo?
» Y comencé a preguntar, «
¿Por qué yo no?
» Y entonces pensé para mí, tal vez estar totalmente en el fondo es realmente el lugar perfecto para comenzar.
Nunca antes había pensado en mí como una persona creativa.
Era una atleta.
Mi cuerpo era una máquina.
Pero ahora estaba a punto de embarcarme en el proyecto más creativo que cualquiera pueda hacer: el de reconstruir una vida.
Y aunque no tenía absolutamente ninguna idea de qué iba a hacer, en esa incertidumbre llego una sensación de libertad.
No estaría más atada a un camino determinado.
Estaba libre para explorar las posibilidades infinitas de la vida.
Y darme cuenta de ello cambió mi vida.
Sentada en casa en mi silla de ruedas y en mi férula de yeso, un avión voló por encima, y miré hacia arriba, y pensé, «¡Eso es! Si no puedo caminar, entonces debo poder volar».
Dije, «Mamá, voy a aprender a volar».
Ella dijo, «Qué bien, querida».
(Risas)
Dije, «Pásame las páginas amarillas».
Me pasó el directorio, llamé a la escuela de vuelo, hice una reserva, me gustaría hacer una reserva para salir de un vuelo, dije.
Me dijeron: «
¿Cuándo va a venir?
» Dije, «Bueno, tengo que conseguir un amigo que me lleve porque no puedo conducir.
No puede caminar tampoco.
¿Es eso un problema?
» Hice una reserva y semanas más tarde mi amigo Chris y mi mamá me llevaron al aeropuerto, todos mis 36 kilos cubiertos en una férula de yeso en un par de anchos de overoles.
(Risas)
Les puedo decir, que no parecía la candidata ideal para obtener una licencia de piloto.
(Risas)
Estoy sosteniéndome en el contador porque no puedo estar en pie.
Dije, «Hola, estoy aquí para una lección de vuelo».
Y dieron una mirada y salieron a hacer una rifa.
«Te toca a ti».
«No, no, te toca a ti».
Por último, este chico sale.
Va, «Hola, soy Andrew, y voy a llevarte a volar».
Voy, «Excelente».
Y así me condujeron abajo, me sacaron al asfalto, y allí estaba ese avión rojo, blanco y azul.
Fue hermoso.
Me levantaron hasta la cabina.
Tuvieron que subirme al ala, ponerme en el habitáculo.
Me sentaron.
Hay botones y diales en todas partes.
Pienso, «Oh,
¿cómo puede uno saber algún día que hacen todos esos botones y diales?
» Andrew, el instructor, fue al frente, encendió el avión.
Dijo: «
¿Le gustaría hacer el rodaje?
» Es entonces cuando uno utiliza los pies en los pedales del timón de control para controlar el avión en el suelo.
Dije, «No, no puedo mover mis piernas».
Exclamó, «Oh».
Dije, «Pero puedo usar mis manos,» y él dijo: «Bueno».
Se fue por la pista, y aumentó la potencia.
Y conforme nos elevábamos y las ruedas despegaron del asfalto, y volábamos, tuve la más increíble sensación de libertad.
Y Andrew me dijo cuando llegamos al área de entrenamiento, «
¿Ves esa montaña allí?
» Y dije, «Sí.» Y él dijo, «Bien, toma los controles, y vuela hacia esa montaña».
Y miré hacia arriba, me di cuenta de que él estaba apuntando hacia las Blue Mountains donde el viaje había comenzado.
Y tomé los controles, y estaba volando.
Y era un largo, largo camino desde la sala de columna, y bien supe entonces que iba a ser piloto.
No sabía cómo podría nunca pasar un examen médico en tierra.
Pero me preocuparía de eso después, porque ahora tenía un sueño.
Así que me fui a casa, hice un diario de entrenamiento y tuve un plan.
Y practiqué mi caminar tanto como pude, y fui desde el punto en que dos personas que me sostenían, a una persona que me sostenía, al punto donde podía caminar alrededor de los muebles siempre que no fuera muy lejos.
Y entonces hice un gran progreso hasta el punto en que podía caminar alrededor de la casa, sosteniéndome en las paredes, así, y mamá dijo que ella estaría por siempre siguiéndome, limpiando mis huellas digitales.
(Risas)
Pero al menos siempre supo dónde estaba.
Así que mientras los médicos continuaban operando y rehaciendo mi cuerpo de nuevo, yo seguía con mi estudio teórico, y luego, final y sorprendentemente, pasé mi examen médico de piloto, y esa fue mi luz verde para volar.
Y pasé cada momento que pude salir en esa escuela de vuelo, fuera de mi zona de confort, todos estos chicos jóvenes que querían ser pilotos de Qantas, saben, primero en mi férula corporal de yeso, y luego en mi soporte de acero, mis overoles holgados, mi bolsa de medicamentos y catéteres y mi cojera, y acostumbraban mirarme y pensar «Oh,
¿está de broma?
Nunca va a ser capaz de hacer esto».
Y a veces yo lo pensaba también.
Pero eso no importaba, porque ahora había algo interior que me quemaba dentro sobreponiéndose a mis lesiones.
Y pequeños objetivos me mantenían en el camino, y finalmente conseguí la licencia de piloto privado, y luego aprendí a navegar, y volé con mis amigos alrededor de Australia.
Y luego aprendí a volar un avión de dos motores y conseguí el certificado de doble motor.
Y luego aprendí a volar con mal tiempo, tanto como con bueno y conseguí mi certificado de instrumentos.
Y luego me dieron la licencia de piloto comercial.
Y luego me dieron mi certificado de instructor.
Y luego me encontré en esa misma escuela donde había ido para ese primer vuelo, enseñando a otras personas a volar, apenas 18 meses después de haber dejado la sala de columna.
(Aplausos)
Y entonces pensé, «
¿por qué parar aquí?
¿Por qué no aprender a volar invertida?
» Y lo hice, y aprendí a volar invertida y me convertí en una instructora de acrobacias aéreas.
¿Y mamá y papá?
Nunca han subido.
Pero entonces sabía con certeza que aunque mi cuerpo podría limitarme, era mi espíritu el que era imparable.
El filósofo Lao Tzu dijo una vez, «Cuando dejas ir lo que eres, te convertirás en lo que puedes ser».
Ahora sé que no fue hasta que deje ir lo que creía que era que fui capaz de crear una vida completamente nueva.
No fue hasta que solté la vida que pensé que tendría que fui capaz de abrazar la vida que me estaba esperando.
Ahora sé que mi verdadera fuerza nunca vino de mi cuerpo, y aunque mis capacidades físicas han cambiado dramáticamente, quien soy es inmodificable.
La luz piloto dentro de mí era aún una luz, como lo es en todos y cada uno de nosotros.
Sé que no soy mi cuerpo, y también sé que no eres el tuyo.
Y entonces ya no importa más lo que pareces, de dónde vienes, o qué haces para vivir.
Lo que importa es que sigamos avivando la llama de la humanidad al vivir nuestras vidas como la máxima expresión creativa de quienes somos realmente, porque todos estamos conectados por millones y millones de pajillas, y es el momento de los unirlas y sostenerlas.
Y si queremos avanzar hacia nuestra felicidad colectiva, es hora de que nos despojemos de nuestro enfoque en lo físico y en su lugar abracemos las virtudes del corazón.
Así que levanta tu pajilla si te unirás a mí.
Gracias.
(Aplausos)
Gracias.
https://www.ted.com/talks/janine_shepherd_a_broken_body_isn_t_a_broken_person/