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Charla «Jonas Gahr Støre: En defensa del diálogo» de TEDxRC2 en español.
En política, parece contraproducente entablar un diálogo con grupos violentos, radicales y terroristas, y con los estados que los apoyan. Sin embargo, Jonas Gahr Støre, el ministro de Asuntos Exteriores de Noruega, expone una convincente defensa de la discusión inclusiva, aún cuando los valores difieren, en un intento por construir una mayor seguridad para todos.
- Autor/a de la charla: Jonas Gahr Støre
- Fecha de grabación: 2011-11-11
- Fecha de publicación: 2012-01-11
- Duración de «Jonas Gahr Støre: En defensa del diálogo»: 898 segundos
Traducción de «Jonas Gahr Støre: En defensa del diálogo» en español.
De todos los déficits preocupantes a los que nos enfrentamos hoy, pensamos principalmente en el financiero y en el económico.
Pero el que más me preocupa es el déficit del diálogo político, nuestra capacidad para tratar conflictos modernos tal y como son, ir a la raíz de por qué existen y entender a los actores principales y tratar con ellos.
Nosotros, los diplomáticos, estamos preparados para abordar conflictos y problemas entre estados.
Y les puedo asegurar que nuestra agenda está completa, con comercio, desarme, relaciones transfronterizas…
Pero la situación está cambiando y detectamos que hay nuevos actores principales que salen a escena.
En términos generales los denominamos «grupos».
Pueden representar realidades sociales, religiosas, políticas, económicas o militares.
Nos debatimos sobre cómo tratar con ellos.
Las reglas del compromiso son: cómo hablar, cuándo hablar y cómo tratar con ellos.
Déjenme mostrarles una diapositiva que ilustra el carácter de los conflictos desde 1946 hasta hoy.
Observen, el verde es un conflicto interestatal tradicional, aquellos que solíamos leer.
El rojo es el conflicto moderno, conflictos dentro de los estados.
Son bastante diferentes y están fuera del alcance de la diplomacia moderna.
El núcleo de estos actores principales son los grupos que representan intereses diferentes dentro de los países.
La forma de abordar sus conflictos se extiende rápidamente a otros países.
Así que,parece que es asunto de todos.
Otra cosa que hemos reconocido durante los últimos años es que muy pocos de estos conflictos internos interestatales, intraestatales, pueden resolverse militarmente.
Quizá haya que abordarlos con medios militares, pero no se pueden resolver así.
Necesitan soluciones políticas.
Y nosotros, encontramos un problema, porque escapan a la diplomacia tradicional.
Y los estados somos reacios a abordarlos.
Además, durante la última década, hemos seguido la moda de que tratar con grupos era conceptual y políticamente peligroso.
Tras el 11-S, se estaba con o contra nosotros.
Era blanco o negro.
Y a los grupos, a menudo, se los etiqueta inmediatamente como terroristas.
¿Y quién hablaría con terroristas? Occidente, en mi opinión, salió debilitado de esa década, porque no comprendimos el grupo.
Así que empleamos más tiempo centrados en por qué no debíamos hablar con ellos en vez de averiguar cómo hacerlo.
Bueno, no soy un ingenuo.
No se puede hablar siempre con todos.
A veces habría que apartarse; otras veces, hay que intervenir militarmente.
Soy de los que creen que fue necesario en Libia y también en Afganistán.
Mi país confía en su seguridad por medio de la alianza militar.
Eso está claro.
Pero, aun así, tenemos un gran déficit en el trato y la comprensión del conflicto moderno.
Veamos el caso de Afganistán.
Diez años después de la intervención militar el país no es nada seguro.
La situación, para ser sinceros, es muy grave.
Una vez más, el ejército es necesario, pero el ejército no soluciona los problemas.
La primera vez que fui a Afganistán en 2005 como ministro de Asuntos Exteriores, me reuní con el comandante de la ISAF, la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad.
Me dijo: «Esto se puede ganar militarmente, señor ministro.
Simplemente tenemos que perseverar».
Tras cuatro comandantes de la ISAF, escuchamos un mensaje diferente: «Esto no se puede ganar militarmente.
Necesitamos la presencia militar, pero necesitamos pasar a la política.
Solo lo podemos resolver mediante una solución política.
Y no lo solucionaremos nosotros; tienen que hacerlo los afganos».
Sin embargo, necesitan un proceso político diferente al que les dimos en el 2001 y 2002.
Necesitan un proceso global en el que la verdadera estructura de esta sociedad tan compleja pueda abordar sus problemas.
Todos parecen estar de acuerdo en esto.
Era muy controvertido decirlo hace 3, 4 o 5 años.
Ahora todos estamos de acuerdo.
Pero ahora, al prepararnos para hablar, entendemos qué poco sabemos.
Porque en el pasado no hablamos.
No comprendimos lo que ocurría.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) habla con todos porque es neutral.
Probablemente por eso sean el actor clave mejor informado para entender el conflicto moderno: porque hablan.
No es necesario ser neutral para hablar.
Y no es necesario estar de acuerdo para sentarse con el otro bando.
Y siempre es posible apartarse.
Pero si no se habla, no se puede captar la atención del otro bando.
Y estamos en profundo desacuerdo con ese otro bando.
El primer ministro Rabin, al firmar los Acuerdos de Oslo, dijo: «No se hacen las paces con los amigos, se hacen las paces con los enemigos».
Es difícil, pero es necesario.
Dejen que vaya aún más lejos.
Esta es la plaza Tahrir con una revolución en marcha.
La primavera árabe se encamina hacia el otoño y avanza hacia el invierno.
Durará mucho, mucho tiempo.
Y quién sabe cómo se llamará al final.
Eso no es lo importante.
Lo importante es que probablemente estamos presenciando, por primera vez en la historia del mundo árabe, una revolución desde abajo: la revolución del pueblo.
Los grupos sociales están tomando las calles.
Y en Occidente descubrimos que sabemos muy poco de lo que sucede.
Porque nunca hablamos con los pueblos de estos países.
La mayoría de los gobiernos siguieron las órdenes de los líderes autoritarios de mantenerse alejados de los diferentes grupos, porque eran terroristas.
Y ahora que están saliendo a la calle y saludamos a la revolución democrática, descubrimos lo poco que sabemos.
En estos momentos, la discusión continúa: «¿Deberíamos hablar con los Hermanos Musulmanes? ¿Deberíamos hablar con Hamás? Si lo hacemos, puede que los legitimemos».
Creo que es un error.
Si se habla de la manera adecuada, se deja muy claro que hablar no es estar de acuerdo.
¿Cómo podemos decirle a los Hermanos Musulmanes, como es debido, que deben respetar los derechos de las minorías si nosotros no aceptamos los de la mayoría? Porque puede que se conviertan en una mayoría.
¿Cómo podemos librarnos del doble rasero, si predicamos la democracia y al mismo tiempo no queremos tratar con los grupos representativos? ¿Cómo seremos interlocutores algún día? A mis diplomáticos se les instruye para hablar con todos estos grupos.
Pero se puede hablar de distintas maneras.
Se puede hablar a nivel diplomático o a nivel político.
El hablar puede estar acompañado de ayuda o no.
Puede estar acompañado de inclusión o no.
Hay una gran variedad de formas de hacerlo.
Si nos negamos a hablar con estos nuevos grupos que dominarán las noticias en los próximos años, fomentaremos la radicalización, eso es lo que creo.
Haremos el camino desde la violencia hacia la política más difícil de recorrer.
Si no podemos demostrarles que avanzar hacia la democracia, si se hace participando en valores civilizados y normales entre los estados, produce recompensas.
La paradoja aquí es que la década pasada se perdió para avanzar en esto.
Y la paradoja es que la anterior había sido muy prometedora, sobre todo por lo ocurrido en Sudáfrica: Nelson Mandela.
Cuando Mandela salió de prisión tras 27 años de cautiverio, si le hubiera dicho a su pueblo: «Es el momento de tomar las armas, es el momento de luchar», lo habrían seguido.
Y opino que la comunidad internacional habría dicho: «Está bien.
Tienen derecho a luchar».
Como saben, Mandela no hizo eso.
En sus memorias, *El largo camino hacia la libertad*, relata que sobrevivió durante esos años de cautiverio porque siempre consideró un ser humano a su opresor, como otro ser humano.
Por eso se comprometió a un proceso político de diálogo, no como la estrategia del débil, sino como la del poderoso.
Y se comprometió a hablar en profundidad y a solucionar algunos de los asuntos más delicados por medio de un proceso de verdad y reconciliación en el que las personas acudían y hablaban.
Los amigos sudafricanos saben que fue muy doloroso.
¿Qué podemos aprender de todo esto? El diálogo no es fácil, ni entre individuos ni entre grupos ni entre gobiernos, pero es muy necesario.
Cuando abordemos la resolución política de conflictos, cuando comprendamos a estos nuevos grupos que surgen desde abajo, apoyados por una tecnología disponible para todos, nosotros, los diplomáticos, no podremos apoltronarnos en los sillones y creernos que estamos estableciendo relaciones interestatales.
Tenemos que entender estos cambios profundos.
¿En qué consiste el diálogo realmente? Cuando entablo un diálogo, espero de verdad que la otra parte entienda mi punto de vista, que les voy a transmitir mis opiniones y mis valores.
No puedo hacer algo así a menos que envíe la señal de estar receptivo a escuchar las señales de la otra parte.
Necesitamos mucha más formación sobre cómo hacerlo y mucha más práctica sobre cómo esto puede fomentar la resolución de problemas.
Sabemos por nuestra experiencia personal que a veces es sencillo simplemente apartarse y a veces es necesario luchar.
No pienso que sea un error en todas las circunstancias.
A veces hay que hacerlo.
Pero esa estrategia rara vez te lleva muy lejos.
La alternativa es una estrategia de compromiso y diálogo de principios.
Necesitamos consolidar este enfoque en la diplomacia moderna, no solo entre los estados, también dentro de los estados.
Observamos algunos indicios nuevos.
Nunca podríamos haber realizado la convención contra las minas antipersonas y la que prohíbe las municiones de racimo, si no hubiéramos desarrollado la diplomacia de manera diferente, comprometiéndonos con la sociedad civil.
De pronto, las ONG no solo gritaban sus lemas en las calles, sino que se las incluía en las negociaciones, en parte porque representaban a las víctimas de estas armas.
Y aportaron su conocimiento.
Y hubo una interacción entre la diplomacia y el poder que surgía desde abajo.
Tal vez es el primer elemento del cambio.
En el futuro, creo que deberíamos tomar como ejemplo estos acontecimientos para no tener una diplomacia desconectada del pueblo y de la sociedad civil.
Y además tenemos que llegar más allá de la diplomacia tradicional hasta el tema de la supervivencia actual, como el cambio climático.
¿Cómo vamos a solucionar mediante negociaciones el cambio climático a menos que podamos hacer que la sociedad civil y el pueblo sean parte de la solución y no del problema? Será necesario un proceso global de diplomacia muy distinto al de la actualidad, pues avanzamos hacia una nueva serie de difíciles negociaciones climáticas, Cuando nos acercamos a algo que tiene que estar mucho más unido a una gran movilización, creo que es crucial entender que, debido a la tecnología y a la globalización, las sociedades son de abajo a arriba.
Como diplomáticos necesitamos conocer el capital social de las comunidades.
¿Qué hace que las personas confíen unas en otras, no solo entre los estados, sino también dentro de los estados? ¿Cuál es la legitimidad de la diplomacia, de nuestras soluciones de diplomáticos, si estas fuerzas variadas de las sociedades que ahora llamamos grupos, no se ven también reflejadas ni son entendidas? Lo bueno es que podemos hacer algo.
Nunca hemos tenido tantos medios de comunicación, maneras de estar conectados y contactar, maneras de incluir.
La caja de herramientas diplomática está repleta de herramientas diversas que podemos utilizar para fortalecer nuestra comunicación.
Pero el problema es que estamos saliendo de una década en la que teníamos miedo de tocarla.
Espero que, en los próximos años, seamos capaces de demostrar por medio de ejemplos concretos que el miedo está desapareciendo y que podamos sacar fuerzas de esa alianza con la sociedad civil en distintos países para apoyarlos en la resolución de sus problemas.
Entre los afganos, con la población palestina, entre los pueblos de Palestina e Israel.
Y mientras tratamos de entender este amplio movimiento por todo el mundo árabe, podemos hacer algo.
Tenemos que mejorar las habilidades necesarias, y nos hace falta el valor para utilizarlas.
En mi país, presencié cómo el consejo de los grupos islamistas y el de los grupos cristianos se reunían, no por iniciativa del gobierno, sino por iniciativa propia para establecer contacto y diálogo en un momento en el que la tensión era bastante moderada.
Y cuando la tensión aumentó, ya habían mantenido ese diálogo, y eso supuso una ventaja para abordar diferentes asuntos.
Nuestras modernas sociedades occidentales son más complejas que antes en esta época de migración.
¿Cómo estableceremos y construiremos un «nosotros» más grande para abordar nuestros problemas, si no mejoramos nuestras habilidades de comunicación? Por tanto, hay muchos motivos, y por todos estos motivos, este es el momento y la razón por la que debemos hablar.
Gracias por su atención.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/jonas_gahr_store_in_defense_of_dialogue/