Saltar al contenido
Deberes escolares » Charlas educativas » Ken Jennings: Watson, Jeopardy y yo, el sabelotodo obsoleto – Charla TEDxSeattleU

Ken Jennings: Watson, Jeopardy y yo, el sabelotodo obsoleto – Charla TEDxSeattleU

Charla «Ken Jennings: Watson, Jeopardy y yo, el sabelotodo obsoleto» de TEDxSeattleU en español.

El mago de la trivia Ken Jennings ha hecho una carrera de acumular datos; posee la marca por la racha ganadora de mayor duración en la historia del programa de concurso Jeopardy de EE.UU. Pero en 2011, compitió contra la supercomputadora Watson… y perdió. Con humor y humildad, Jennings nos cuenta cómo se sintió al ser destronado en su propio juego por una computadora, y nos presenta su argumento a favor del conocimiento humano tradicional. (Filmado en TEDxSeattleU)

  • Autor/a de la charla: Ken Jennings
  • Fecha de grabación: 2013-02-10
  • Fecha de publicación: 2013-04-05
  • Duración de «Ken Jennings: Watson, Jeopardy y yo, el sabelotodo obsoleto»: 1072 segundos

 

Traducción de «Ken Jennings: Watson, Jeopardy y yo, el sabelotodo obsoleto» en español.

En dos semanas será el noveno aniversario del día en que salí a aquel escenario de Jeopardy.

O sea, nueve años es mucho tiempo.

Y dada la demografía promedio de Jeopardy, creo que eso significa que la mayoría de la gente que me vio en ese programa ha muerto.


(Risas)
Pero no todos, algunos siguen con vida.

Ocasionalmente me reconoce alguien en el centro comercial o donde sea.

Y cuando ocurre, es por ser un poco sabelotodo.

Creo que esa nave ya ha partido, y es demasiado tarde para mí.

Para bien o para mal, así se me recordará, como el tipo que sabía muchas cosas raras.

Y no puedo quejarme de esto.

Siento que siempre fue como mi destino, aunque había pasado muchos años en el armario de datos triviales.

Por lo menos, se da uno cuenta rápidamente en la adolescencia que saber el segundo nombre del Capitán Kirk no es exitoso con las chicas.


(Risas)
Y, en consecuencia, fui un sabihondo profundamente oculto durante muchos años.

Pero si vemos más atrás, todo está ahí.

Yo era el tipo de niño que siempre estaba molestando a mamá y papá con cualquier gran dato que acabara de leer; el cometa Halley o los calamares gigantes o el tamaño del pastel de calabaza más grande del mundo, o lo que fuera.

Ahora tengo un hijo de 10 años que es exactamente igual.

Y sé lo profundamente molesto que es eso, así que el karma sí funciona.


(Risas)
Yo amaba los programas de juegos, estaba fascinado con ellos.

Recuerdo haber llorado en mi primer día de preescolar en 1979 porque me di cuenta de que aunque tenía tantas ganas de ir a la escuela, también me iba a perder Hollywood Squares y Family Feud.

Iba a perderme mis programas de concursos.

Después, a mediados de la década de los 80, cuando volvió a transmitirse Jeopardy, recuerdo haber corrido a casa después del colegio cada día para ver el programa.

Era mi programa favorito, aún antes de que me comprara una casa.

Y vivíamos en el extranjero, en Corea del Sur, donde trabajaba mi papá, donde solamente había un canal de TV en lengua inglesa.

Estaba la TV de las Fuerzas Armadas, y si no hablabas coreano, eso veías.

De manera que todos mis amigos y yo corríamos a casa cada día para ver Jeopardy.

Siempre fui ese tipo de niño obsesionado con la trivia.

Recuerdo haber podido jugar Maratón [Trivial Pursuit] contra mis padres en los 80 y me defendía, cuando eso era la moda.

Hay un sentido raro de maestría que se obtiene cuando sabes algo que mamá y papá no conocen sobre su propia generación.

Sabes algún detalle sobre los Beatles que papá no conocía.

Y piensas, ajá, el conocimiento realmente es poder; el dato correcto aplicado justamente en el lugar correcto.

Nunca tuve un consejero académico que pensara que esto fuera un camino legítimo de carrera, que pensara que pudiera estudiar trivia en el nivel superior o ser un ex concursante profesional de programa de concurso.

Y así, vendí mis ideales demasiado joven.

No intenté descifrar qué hacer con eso.

Estudié computación porque oí decir que eso era la onda.

Y me convertí en programador de cómputo —no muy bueno— ni especialmente feliz cuando aparecí por primera vez en Jeopardy en 2004.

Pero eso era lo que estaba haciendo.

Y por eso fue doblemente irónico, con mis antecedentes en computación, unos años después, creo que por el 2009, cuando recibí otra llamada de Jeopardy diciendo: «Es pronto aún, pero IBM nos dice que quiere construir una supercomputadora que te gane en Jeopardy.

¿Te interesa?» Eso fue lo primero que supe al respecto.

Y por supuesto que dije que sí, por varias razones.

Una, porque jugar Jeopardy es divertidísimo.

Es diversión.

Es la mayor diversión que puede uno tener con los pantalones puestos.


(Risas)
Y lo hubiera hecho gratis.

Por suerte creo que ellos no saben eso, pero yo hubiera vuelto a jugar por unos cupones de comida rápida.

Me encanta Jeopardy, y siempre lo he hecho.

En segundo lugar, porque soy un tipo nerd y esto parecía el futuro.

Competir contra computadoras en concursos siempre imaginé que sucedería en el futuro, y ahora yo podría estar en ese escenario.

No iba a decir que no.

La tercera razón por la que acepté es porque tenía bastante confianza en que ganaría.

Había tomado algunas clases de inteligencia artificial.

Sabía que no existían computadoras que pudieran hacer lo que se requiere para ganar en Jeopardy.

La gente no se percata de lo difícil que es crear ese tipo de programa, capaz de leer una pista de Jeopardy en un lenguaje natural como el inglés y comprender todos los dobles sentidos, los juegos de palabras y las pistas falsas, interpretar el significado de la pista.

El tipo de cosa que un humano de 3 o 4 años de edad podría hacer, era muy difícil para una computadora.

Y pensé, bueno, esto será un juego de niños.

Sí, iré a destruir a la computadora en defensa de mi especie.


(Risas)
Pero conforme pasaron los años, IBM empezó a invertir dinero, mano de obra y velocidad de procesador en esto, empecé a recibir actualizaciones ocasionales de ellos, y empecé a preocuparme un poco.

Recuerdo un artículo sobre este nuevo software para responder a preguntas, que incluía una gráfica.

Era una gráfica de dispersión que mostraba el rendimiento en Jeopardy decenas de miles de puntos que representaban a los campeones de Jeopardy en la parte superior con su rendimiento mostrado como el número de…

iba a decir preguntas respondidas, pero más bien sería respuestas preguntadas, supongo, pistas respondidas…

contra la precisión de tales respuestas.

Así que hay un cierto nivel de rendimiento que tendría que alcanzar la computadora.

Y al principio, era muy bajo.

No existía software que pudiera competir en este tipo de escenario.

Pero entonces se ve que la línea que comienza a ascender, y está llegando muy cerca a lo que llaman nube de ganadores, y noté que en la esquina superior derecha de la gráfica algunos puntos más oscuros, algunos negros, eran de otro color.

Y me pregunté, ¿que serán estos? «Los puntos negros en la esquina superior representan al 74 veces campeón de Jeopardy, Ken Jennings».

Y vi que esta línea venía por mí.

Y me di cuenta, esto es.

Así se ve cuando el futuro viene por uno.


(Risas)
No es la mira del arma de Terminator; es una pequeña línea que se acerca y se acerca a lo que uno hace, lo único que nos hace especiales, lo que mejor hacemos.

Y cuando eventualmente ocurrió el juego como un año después, fue muy diferente a los juegos de Jeopardy que acostumbraba.

No estábamos jugando en Los Ángeles en el escenario normal de Jeopardy.

Watson no viaja.

Watson es bastante grande.

Sus miles de procesadores, un terabyte de memoria, trillones de bytes de memoria.

Nos permitieron caminar por su cuarto de servidor climatizado.

El único otro concursante de Jeopardy en cuyo interior me he encontrado.

Así que Watson no viaja.

Tienes que venir a él; debes hacer la peregrinación.

De manera que el otro jugador humano y yo acabamos en un laboratorio secreto de investigación de IBM en medio de un bosque nevado en el Condado Westchester para concursar contra la computadora.

Y nos percatamos de inmediato de que la computadora tenía una gran ventaja de cancha local.

Había un enorme logotipo de Watson al centro de la cancha.

Es como si fuera uno a jugar contra los Toros de Chicago, y está esa cosa a la mitad de su cancha.

Y el público estaba repleto de personalidades y programadores de IBM echando porras a su preciosura, luego de vaciar millones de dólares en ello esperando contra esperanza que los humanos se equivocaran, y exhibiendo carteles de «Vamos Watson» y aplaudiendo como mamás en certamen cada vez que su crío acertaba.

Creo que había algunos que tenían «W-A-T-S-O-N» escrito en sus barrigas con pintura de grasa.

Si no pueden imaginar a programadores de cómputo con las letras «W-A-T-S-O-N» escritas en su panza, créanme que es desagradable.

Pero tenían razón.

Estaban exactamente en lo cierto.

Yo no quería echarlo a perder, si aún conservan esto grabado en su DVR, pero Watson ganó fácilmente.

Recuerdo estar parado ahí, detrás del estrado escuchando ese pequeño sonido insectoide tenía un pulgar robótico para oprimir el zumbador.

Y se podía oír un pequeño tic, tic, tic, tic.

Y recuerdo haber pensado, esto es.

Me sentí obsoleto.

Me sentí como obrero de fábrica de Detroit en los 80 viendo a un robot que ahora podía realizar su trabajo en la línea de ensamblaje.

Sentí que el empleo de concursante de programa de preguntas era ahora el primero en volverse obsoleto bajo este nuevo régimen de computadoras pensantes.

Y no ha sido el último.

Si ven las noticias, de vez en cuando verán —y yo veo esto constantemente— que en las farmacias ahora hay una máquina que puede surtir las recetas automáticamente sin necesidad de un farmacólogo humano.

Y muchos despachos legales están eliminando a sus asistentes debido a la existencia de software que resume leyes y decisiones relevantes a un caso.

Ya no se necesitan asistentes humanos para eso.

Leí el otro día sobre un programa donde se ingresa un puntaje de un partido de beisbol o de futbol y produce un artículo deportivo como si un humano hubiese visto el partido y lo estuviera comentando.

Y obviamente, estas nuevas tecnologías no pueden hacer un trabajo tan listo o creativo como los humanos a quienes reemplazan, pero son más rápidos, y lo crucial, mucho, mucho más baratos.

así que me pregunto cuales serán los efectos económicos de esto.

He leído a economistas que dicen que como consecuencia de estas nuevas tecnologías entraremos a una nueva era dorada del tiempo libre donde todos tendremos tiempo las cosas que realmente amamos porque todas estas tareas onerosas serán atendidas por Watson y sus hermanos digitales.

He escuchado a otras personas decir lo contrario, que esta es otro sector más de la clase media a la que una nueva tecnología le priva de lo que pueden hacer y que esto es, de hecho, algo amenazante, algo de lo cual debiéramos preocuparnos.

Yo no soy economista.

Lo único que sé es como me sentí como el tipo que perdió su empleo.

Y fue malditamente desmoralizador.

Fue terrible.

Aquí estaba la única cosa en la que he destacado, y solamente le tomó a IBM unas decenas de millones de dólares y su gente más lista y miles de procesadores funcionando en paralelo hacer la misma cosa.

Lo podían hacer un poco más rápido y un poco mejor en la TV nacional, y «lo siento, Ken.

Ya no te necesitamos».

Y me hizo pensar, esto qué significa, si vamos a poder empezar a subcontratar, no solamente las funciones cerebrales inferiores sin importancia.

Estoy seguro de que muchos de Uds.

recuerdan un tiempo remoto en el que teníamos que saber los números telefónicos, cuando sabíamos los números de nuestros amigos.

Y repentinamente hubo una máquina que hacía eso, y ahora ya no necesitamos recordarlos.

He leído que de hecho ya existe evidencia de que el hipocampo, la parte de nuestro cerebro que maneja las relaciones espaciales, se atrofia y encoge físicamente en personas que usan herramientas como GPS, debido a que ya no ejercitan su sentido de orientación.

Solamente estamos obedeciendo a una vocecita que nos habla desde el tablero.

Y en consecuencia, una parte de nuestro cerebro que debiera encargarse de estas cosas se hace más pequeña y tonta.

Y me hizo pensar, ¿qué pasa cuando las computadoras ahora son mejores para saber y recordar cosas que nosotros mismos? ¿Va a encogerse y atrofiarse todo nuestro cerebro de esa manera? ¿Vamos a empezar a valorar menos el conocimiento culturalmente? Como alguien quien siempre ha creído la importancia de lo que sabemos, esta idea me resultó aterradora.

Entre más lo pensé, me di cuenta de que no, aún es importante.

Las cosas que sabemos siguen importando.

Llegué a creer que habían dos ventajas para aquellos que tenemos estas cosas en nuestras cabezas sobre alguien que dice: «Si, claro.

Lo puedo buscar con Google.

Espera un segundo».

Hay una ventaja de volumen, y hay una ventaja de tiempo.

Primero, la ventaja de volumen, simplemente tiene que ver con la complejidad del mundo actual.

Hay tanta información.

Ser un hombre o mujer del Renacimiento, eso solamente era posible durante el Renacimiento.

Ahora bien, no es realmente posible estar razonablemente educado en todos los campos del quehacer humano.

Simplemente hay demasiado.

Se dice que el monto de la información humana ahora se duplica aproximadamente cada 18 meses, la suma total de la información humana.

Eso significa que entre ahora y fines del 2014, generaremos tanta información, en gigabytes, como acumuló toda la humanidad en los milenios anteriores.

Se está duplicando cada 18 meses ahora.

Esto es aterrador porque muchas de las grandes decisiones que tomamos requieren el dominio de muchos tipos diferentes de datos.

Una decisión como ¿a dónde iré a la escuela? ¿Qué carrera debo estudiar? ¿Por quién votaré? ¿Tomo este o aquel empleo? Estas son decisiones que requieren juicios correctos sobre muchos tipos diferentes de datos.

Si tenemos esos datos en nuestra mente, podremos tomar decisiones informadas.

Por otra parte, si necesitamos buscarlos, podríamos estar en apuros.

Según una encuesta de National Geographic que acabo de ver, algo como el 80 % de la gente que vota en las elecciones presidenciales de EE.UU., sobre asuntos como política exterior no puede ubicar a Iraq o a Afganistán en el mapa.

Si no puedes realizar ese primer paso, ¿Realmente vas a buscar los otros mil datos que requerirás saber para dominar el conocimiento sobre política externa de EE.UU.? Muy probablemente no.

En algún momento solo dirás, «¿Sabes qué? Hay demasiado que saber.

Al diablo».

Y tomarás una decisión menos informada.

El otro asunto es la ventaja de tiempo que tienes si tienes todos estos datos en mano.

Siempre pienso en la historia de una niña pequeña llamada Tilly Smith.

Ella era una niña de 10 años de Surrey, Inglaterra, de vacaciones con sus padres hace unos años en Phuket, Tailandia.

Ella fue corriendo hacia ellos en la playa una mañana y les dijo: «Mamá, papá, tenemos que irnos de la playa».

Y ellos le dijeron: «¿Qué quieres decir? Acabamos de llegar».

Y ella les dijo: «En clase de geografía con el Sr.

Kearney el mes pasado él nos dijo que cuando la marea sale súbitamente al mar y ves olas batiéndose a lo lejos, es la señal de un tsunami, y necesitas alejarte de la playa».

¿Qué harías si tu hija de 10 años viniera a decirte esto? Sus padres lo pensaron, y finalmente, para su bien, decidieron creerle.

Le dijeron al salvavidas, fueron de vuelta a su hotel, y el salvavidas despejó a más de 100 personas de la playa, por suerte, porque ese fue el día del tsunami del Día del Box, el día después de la Navidad 2004, que mató a miles de personas en el Sureste de Asia y alrededor del Océano Índico.

Pero no en esa playa, no en la Playa Mai Khao, porque esta niñita había recordado un dato de su maestro de geografía el mes anterior.

Ahora, cuando los datos se vuelven así de útiles…

me encanta ese relato porque demuestra el poder de un dato, un dato recordado en exactamente el lugar y momento correctos…

normalmente algo que es más fácil ver en programas de concurso que en la vida real.

Pero en este caso, sucedió en la vida real.

Y sucede en la vida real constantemente.

No siempre es un tsunami, frecuentemente es una situación social.

Es una reunión de trabajo, o una entrevista de empleo, o una primera cita o alguna relación que se lubrica porque dos personas se percatan de que comparten alguna pieza de conocimiento.

Dices de dónde eres, y yo digo: «Ah, claro».

O tu alma máter o tu empleo, y solamente sé alguna pequeñez al respecto, lo suficiente para echar a andar las cosas.

La gente ama ese vínculo que se crea cuando alguien sabe algo sobre ti.

Es como si se hubieran ocupado de conocerte antes de encontrarte.

Esa es frecuentemente la ventaja de tiempo.

Y no es efectivo si dices: «Bueno, espera.

Eres de Fargo, Dakota del Norte.

Déjame ver que sale.

Ah, sí.

Roger Maris era de Fargo».

Eso no funciona.

Eso es simplemente molesto.


(Risas)
El gran teólogo y pensador británico del siglo XVIII, amigo del Dr.

Johnson, Samuel Parr una vez declaró: «Siempre es mejor saber algo que no saberlo».

Y si hubiera vivido mi vida según un credo, probablemente sería ese.

Siempre he creído que las cosas que sabemos —que el conocimiento es un bien absoluto, que las cosas que hemos aprendido y que cargamos con nosotros en nuestras cabezas son lo que nos hace quienes somos, como individuos y como especie.

No sé si quiero vivir en un mundo donde el conocimiento sea obsoleto.

No deseo vivir en un mundo donde el alfabetismo cultural ha sido reemplazado por estas burbujitas de especialidad, de manera que ninguno de nosotros sepa de las asociaciones comunes que unían a nuestras civilizaciones.

No quiero ser el último sabelotodo de trivialidades sentado en una montaña en alguna parte, recitando solo las capitales de los estados y los nombres de los episodios de «Los Simpson» y las letras de canciones de Abba.

Siento que nuestra civilización funciona cuando esta es una herencia cultural vasta que todos compartimos y que sabemos sin tener que externalizar a nuestros aparatos, a nuestros buscadores y teléfonos inteligentes.

En el cine, cuando las computadoras como Watson comienzan a pensar, las cosas no siempre terminan bien.

Esas películas nunca son sobre utopías hermosas.

Siempre es un Terminator o una Matrix o un astronauta que es expulsado por una escotilla en «2001».

Las cosas siempre salen terriblemente mal.

Y siento que estamos en un punto ahora donde necesitamos decidir el tipo de futuro en el que deseamos vivir.

Es una cuestión de liderazgo, porque se vuelve una cuestión de quién conduce al futuro.

Por una parte, podemos elegir entre una nueva era de oro donde la información está disponible más universalmente que nunca antes en la historia de la humanidad, donde tenemos todas las respuestas a nuestras preguntas en la punta de nuestros dedos.

Y, por otro lado, tenemos el potencial de vivir en una distopía lúgubre donde las máquinas han dominado y hemos decidido que ya no es importante lo que sabemos, que el conocimiento ya no es valioso porque todo está ahí en la nube, y por qué habríamos de molestarnos con aprender algo nuevo.

Esas son las dos opciones que se nos presentan.

Yo sé cual futuro es el que preferiría para vivir en él.

Y todos podemos tomar esa decisión.

Tomamos esa decisión siendo personas curiosas e inquisitivas a quienes nos gusta aprender, que no solamente decimos: «Bueno, en cuanto suene la campana y haya terminado la clase, ya no tengo que aprender más», o «Agradezco tener mi diploma.

He concluido mi aprendizaje para mi vida.

Ya no tengo que aprender cosas nuevas».

No, cada día debiéramos esforzarnos por aprender algo nuevo.

Debiéramos tener esta curiosidad insaciable por el mundo que nos rodea.

De ahí viene la gente que vemos en Jeopardy.

Estos sabelotodos, son eruditos al estilo Rainman, sentados en casa memorizando el libro telefónico.

He conocido a muchos de ellos.

La mayoría son solamente gente normal que tiene curiosidad universal, interesados en el mundo que los rodea, curiosos sobre todo, sedientos de este conocimiento sobre cualquier tema.

Podemos vivir en uno de estos dos mundos.

Podemos vivir en un mundo donde nuestros cerebros, las cosas que sabemos, siguen siendo lo que nos hacen especiales, o en un mundo en el cual hemos externalizado todo eso a supercomputadoras malvadas del futuro como Watson.

Damas y caballeros, la elección es suya.

Muchas gracias.

https://www.ted.com/talks/ken_jennings_watson_jeopardy_and_me_the_obsolete_know_it_all/

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *