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Charla «La atroz secuela de un encuentro con la muerte» de TEDxCannes en español.
En abril de 2003, cuando comenzó el despliegue de tropas estadounidenses en Bagdad, un proyectil se estrelló contra el edificio donde el escritor y reportero de guerra Jean-Paul Mari estaba. En ese momento, se encontró frente a la muerte, mientras que hacía amistad con los fantasmas de los que arriesgaron sus vidas en el campo de batalla desde los albores del tiempo. «¿Qué es eso que te mata sin dejar una cicatriz visible?», pregunta Mari. Lo conocemos como el «trastorno de estrés postraumático», o como lo describe Mari, el encuentro con la nada de la muerte. En esta charla, buscará respuestas acerca de la condición humana, la mortalidad y la psicosis profunda del trauma dejada por el horror.
- Autor/a de la charla: Jean-Paul Mari
- Fecha de grabación: 2015-03-28
- Fecha de publicación: 2015-11-13
- Duración de «La atroz secuela de un encuentro con la muerte»: 930 segundos
Traducción de «La atroz secuela de un encuentro con la muerte» en español.
Aquel día, el 8 de abril de 2003, estaba en Bagdad, para cubrir la guerra de Iraq.
Fue el momento en que los estadounidenses entraron con sus tanques a Bagdad, estábamos algunos periodistas en el hotel Palestine y a causa de la guerra, la guerra venía hacia nosotros, debajo de nosotros, en frente de nuestras ventanas.
Bagdad estaba llena de humo negro, de petróleo, apestaba, no se veía nada, pero se podía ver qué pasaba.
Y yo, evidentemente tenía que escribir un artículo, siempre pasa algo el día que se debe escribir el artículo.
Entonces, estaba en mi habitación en el 16.° piso escribiendo y de vez en cuando iba a la ventana para ver qué pasaba.
Y luego, en un momento dado, hubo un choque muy violento.
Ya eran tres semanas desde que habían bombardeado con los misiles y las bombas de media tonelada, pero el choque lo sentí dentro de mí.
Entonces me dije, ¡es muy cerca! ¡Muy, muy cerca! Y entonces bajé para ver qué pasaba, bajé al 15.° piso para ver y vi gente gritando en los pasillos, los periodistas, me metí en una habitación y me di cuenta de que esta habitación la había afectado un proyectil.
Había alguien herido, luego, cerca de la ventana había un hombre que era camarógrafo, se llamaba Taras Protsuyk, estaba acostado boca abajo.
Hubo un tiempo en que trabajé en un hospital, así que uno trata de ayudar, entonces le di la vuelta y al verlo estaba abierto desde el esternón hasta el pubis, pero yo no vi nada.
Veía un humo blanco, nacarado, brillante que me cegaba y yo no entendía.
Luego se disipó el humo y vi la herida, que era muy grave.
Lo cubrimos con una sábana, entre los chicos y yo, lo bajamos en un ascensor que se paraba en cada piso, los 15 pisos, y lo metimos en un carro que lo llevó al hospital.
Murió en el camino, y el camarógrafo español, José Couso, que estaba en el 14.° piso y también estaba herido porque el proyectil había pegado entre los dos pisos, murió en el quirófano.
Cuando volví, una vez que el carro salió, tenía un artículo por escribir, que debía escribir.
Así que me presenté, volví al lobby del hotel, tenía los brazos llenos de sangre, y ahí estaba un esbirro iraquí que me detuvo, para pedirme que le pagara los diez días de retraso que tenía.
Así que le dije que se fuera, Y me dije: «Principalmente, deja eso a un lado.
¡Deja eso a un lado! Si quieres escribir hace falta dejarlo de lado».
Eso hice, me dediqué, y escribí mi artículo el cual envíe.
Pero después, aparte del hecho de haber perdido dos colegas, había algo que me molestaba: volví a ver el humo, brillante, nacarado, y no entendía qué quería decir eso.
Y bueno, la guerra pasó.
Más tarde me dije, no es posible.
No puedo no saber qué pasó.
Porque no era la primera vez, no era solo por mí, había visto en casas ajenas cosas de ese estilo en 20 o 35 años de reportajes.
Vi cosas que también me habían afectado, pero, por ejemplo, en el Líbano, conocí un hombre, un veterano, tenía 25 años, 5 en guerra, y ya que era un veterano, uno lo seguía a todas partes.
Era alguien que se arrastraba por la noche con una seguridad, era un gran militar, un verdadero soldado.
Entonces uno lo seguía, porque uno sabía que con él, uno estaba seguro Un día, cuando lo volví a ver, me dijo, que estaba jugando cartas en la barraca, entonces alguien entró y disparó su arma, salió el disparo y la deflagración, solo el tiro, hizo que se lanzara debajo de la mesa como un niño.
Temblaba, tenía pánico.
Y desde entonces, jamás pudo recuperarse y combatir.
Y terminó, luego lo encontré como crupier del casino de Beyrouth porque ya no dormía, así que era un trabajo hecho a su medida.
Entonces me pregunté, ¿qué es eso que te puede matar sin herida aparente? ¿Qué pasa? ¿Qué es esta cosa desconocida? Y era demasiado frecuente como para ser cuestión de azar.
Entonces, comencé a investigar, es todo lo que sé hacer.
Comencé a investigar, a revisar los libros, los psiquiatras, los museos, las bibliotecas, etc.
Y en eso descubrí que había gente que sabía, a menudo eran los psiquiatras militares, y que estaba frente de algo que le dicen trauma.
Los estadounidenses le dicen PTDS, trauma, neurosis traumática, que era algo que existía, de lo que no se hablaba nunca.
Y este trauma, ¿qué es? Bueno, es un encuentro con la muerte.
No sé si han visto a la muerte de frente, no hablo de cadáveres, no hablo del cuerpo del abuelo en la cama de un hospital, no.
O de alguien que se haya volcado en la carretera.
Hablo del encuentro con el vacío de la muerte.
Y eso, no tenemos derecho de verlo.
Los ancianos dicen: ni el sol ni la muerte se pueden ver de frente.
El hombre no tiene derecho de ver el vacío de la muerte de frente.
Y cuando eso pasa, puede quedar invisible por un tiempo, por días, semanas, meses, años quizás.
Y de repente, explota, porque es algo que entró en el cerebro.
Algo así como una ventana entre una imagen y su cerebro, que se ha alojado en el interior del cerebro, que permanece y va a tomar todo el espacio de nuestro cerebro.
Así que se ven personas, hombres, mujeres que de repente ya no duermen, tienen crisis de ansiedad y de pánico espantosas.
De pánico.
No son sustos pequeños.
Que de repente no quieren dormir más, porque cuando duermen noche tras noche tienen la misma pesadilla, cada noche la misma imagen.
¿Qué imagen? Y bueno, la imagen, es, por ejemplo, un combatiente que regresa a una casa y se encuentra cara a cara a otro combatiente, que lo apunta.
Ve el cañón, el ojo del cañón y el cañón de repente crece, se deforma, se vuelve esponjoso, traga todo.
Entonces, dice, después dirá: «Vi la muerte, me vi muerto, yo estoy muerto».
Y a partir de ese momento, sabe que está muerto.
No es una percepción, está convencido de que está muerto.
Y el cañón, en este momento, alguien llega, otro se va, no dispara, poco importa, está muerto en ese momento.
También puede ser el olor de un osario, vi mucho de eso en Ruanda.
Puede ser la voz de un amigo que llama, que está muriendo, por el que no se puede hacer nada.
Uno escucha esta voz.
Y entonces, todas las noches, por semanas, meses, el hombre se va a despertar.
En trance, con pánico, aterrorizado como un niño.
He visto a hombres llorar, pero como un niño, viendo la misma imagen.
Ya que dentro de su cerebro, esta imagen del horror, del vacío de la muerte, por nombrar una analogía, una imagen que oculta algo, ocupa todo.
Ya no puede hacer nada.
Ya no puede trabajar, ya no puede amar, va a su casa, ya no reconoce a nadie.
No se reconoce, se esconde, se queda en casa, se enferma.
He conocido quienes colocan pequeñas cajas de conserva afuera con monedas en caso de que alguien pase, llegue.
Y de repente, tiene ganas de morir, ganas de matar, de esconderse, de huir, de que alguien lo quiera, detesta a los hombres.
Y algo lo invade, desde la mañana hasta la noche, y sufre el calvario y los demás no entienden, le dicen: «Pero no tienes nada.
Estás bien, no tienes heridas, fuiste a la guerra, regresaste, no tienes nada».
Y estas personas sufren el martirio y algunos se suicidan, después de todo, suicidarse es poner su agenda al día, pues ya estoy muerto, si me suicido, bien.
Además, ya no hay más dolor.
Algunos se suicidan, otros terminan bajo un puente, empiezan a tomar…
Todos recuerdan, la historia del abuelo, del tío, del vecino que bebía, que no decía nada, que era gruñón, que golpeaba a su mujer y que terminó, ya sea hundido en la bebida o muerto.
Y no dicen nada, ¿por qué? No se dice nada, ¿por qué? Porque es tabú, no se puede decir, el hombre no tiene las palabras para describir el vacío de la muerte.
Pero los demás no lo pueden escuchar.
Cuando volví del reportaje me dijeron: «¡Ah! Regresaste del reportaje».
Hubo una cena, un mantel blanco, velas, invitados, «¡Toma, cuéntanos!».
Les conté.
A los 20 minutos todos me miraban de reojo, la anfitriona tenía la nariz en el cenicero.
En fin, fue un horror, entendí que había arruinado la noche.
Entonces ahora, ya no cuento nada ya que nadie está listo para escuchar eso.
Dicen: «Detente».
¿Son solo algunos casos? No, es extremadamente frecuente: Un tercio de los soldados muertos en Iraq, no muertos, perdón, un tercio de los soldados iraquíes, estadounidenses en Iraq sufren de PTSD.
En 1939, todavía había en los hospitales psiquiátricos ingleses 200 000 soldados de la primera guerra mundial.
En Vietnam hubo 54 000 muertes, estadounidenses.
En el 1987 el gobierno estadounidense identificó 102 000, dos veces más, suicidios exitosos de veteranos.
El doble de muertos que en el combate de Vietnam.
Comprenderán que esto es algo que abarca todo, no solamente las guerras modernas, ni las guerras antiguas que vemos en textos antiguos.
Se cuenta, se habla de ello.
¿Por qué no se habla de eso? ¿Por qué no se hablaba de eso? Porque el problema es que si el hombre enfermo no habla de ello, va a sufrir mucho.
La única forma de curarse, porque la buena noticia de esto, es que se cura: el grito de Munch, Goya, etc., sí, ¡se cura! La única forma de curar este trauma, este encuentro con la muerte, que asombra, hiela y mata, consiste en conseguir hablar de esto.
Alguien dijo, los ancianos decían: «nos apoyamos entre nosotros, los hombres, por el idioma».
Si no hay idioma, no hay más nada, somos humanos gracias a ello.
Y frente a esta imagen de horror no hay palabras, porque es una imagen de la nada, que nos obsesiona, el solo hecho de resolverlo, de ponerlo en palabras humanas.
Porque esta gente se siente excluida de la humanidad.
Ya no se les quiere ver, y ellos ya no quieren ver a nadie, se sienten sucios, profanados, llenos de vergüenza.
Alguno diría: «Sabe doctor, ya no voy al metro.
Porque temo que la gente vea el horror dentro de mí, en mis ojos».
Uno tuvo una enfermedad de la piel espantosa, pasó 6 meses en dermatología, iba de un servicio al otro, hasta que un día lo mandaron con el psiquiatra.
Y el psiquiatra en la segunda sesión le preguntó, tenía una enfermedad en la piel espantosa, desde aquí hasta los pies, le dijo: «¿Por qué se encuentra en este estado?».
Y el hombre le dijo: «Porque estoy muerto y me descompongo».
Ahí se ve que es algo que afecta lo más profundo de los hombres.
Para curarse, hace falta hablar de eso, falta poner el horror en palabras, las palabras humanas, llegar a domarlas, a replantearlas.
Hace falta ver a la muerte de frente.
Y si se llega a hacer eso, si se habla de esas cosas, en ese momento, poco a poco, con el trabajo del habla, se llega a recuperar una parte de nuestra humanidad.
Y eso es importante.
El silencio nos mata.
¿Eso qué quiere decir? Que si después, evidentemente, se ha perdido nuestra insostenible ligereza del ser, nuestro sentimiento de eternidad, que nos hace estar aquí y si están es porque tienen ese sentimiento, esa sensación de ser eternos.
¡No lo son! Si no, no estarían aquí, dirían: «¿con qué fin?».
Y ellos han perdido esta sensación de eternidad, han perdido su ligereza.
Pero han conseguido otra cosa.
Quiere decir que si se llega a ver a la muerte de frente y la afrontamos, en lugar de callar o esconderse…
Hay hombres o mujeres que conozco, Michael de Ruanda, Carole de Iraq, Philippe del Congo, a todos los he conocido, Sorj Chalendon, que es un gran escritor y ha renunciado al reportaje por el trauma.
Tengo 4 o 5 amigos que se han suicidado, que no han sobrevivido a los traumas.
Si se llegase a afrontar la muerte de frente, si nosotros los humanos mortales, los mortales, humanos, nos sabemos humanos y mortales, mortales y humanos, si llegáramos a encontrarla y la enfrentamos, la tierra más desconocida de las tierras desconocidas, Porque nadie vivo la ha visto.
Si llegamos a enfrentarla, sí, podemos morir, sobrevivir y revivir Pero más fuertes, más fuertes que antes.
Mucho más fuertes.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/jean_paul_mari_the_chilling_aftershock_of_a_brush_with_death/