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Charla «La belleza de lo que nunca conoceremos» de TEDSummit en español.
Hace casi 30 años, Pico Iyer hizo un viaje a Japón, se enamoró del país y se trasladó allí. Un agudo observador del espíritu humano, Iyer profesa que ahora siente que sabe mucho menos sobre Japón —o, de hecho, de nada— de lo que pensaba que sabía hace tres décadas. En esta meditación lírica sobre la sabiduría, Iyer se explaya en esta curiosa visión sobre el conocimiento obtenido con la edad: que cuanto más sabemos, más nos damos cuenta de lo poco que sabemos.
- Autor/a de la charla: Pico Iyer
- Fecha de grabación: 2016-06-30
- Fecha de publicación: 2016-10-11
- Duración de «La belleza de lo que nunca conoceremos»: 605 segundos
Traducción de «La belleza de lo que nunca conoceremos» en español.
Una cálida mañana de octubre, bajé del tren nocturno en Mandalay, la antigua capital real de Birmania, ahora Myanmar.
Y en la calle, me encontré con un grupo de hombres rudos de pie junto a sus bicicletas rickshaws.
Y uno de ellos se acercó y se ofreció a mostrarme los alrededores.
El precio que dijo era escandaloso.
Era menos de lo que pagaría una barra de chocolate en casa.
Así que me subí a este trishaw, y empezó a pedalear lentamente entre palacios y pagodas.
Y mientras lo hacía me dijo cómo llegó a la ciudad desde su aldea.
Tenía un título en matemáticas.
Soñaba con ser maestro.
Pero, claro, la vida es dura bajo una dictadura militar, y por ahora, era la única manera en que podía ganarse la vida.
Muchas noches, me dijo, en realidad dormía en su trishaw para poder captar a los primeros visitantes del tren nocturno.
Y muy pronto, encontramos que en ciertos aspectos, teníamos tanto en común — ambos teníamos veintitantos, a ambos nos fascinaban las culturas extranjeras — que me invitó a su casa.
Por lo que abandonamos las amplias y atiborradas calles, y empezamos a trajinar callejones accidentados y agrestes.
Había chozas irregulares por doquier.
Realmente perdí mi sentido de la ubicación, y me di cuenta de que ahora podía pasarme cualquier cosa.
Podían asaltarme o drogarme o algo peor.
Nadie lo sabría.
Al final, se detuvo y me llevó a una cabaña, que tenía solo una pequeña habitación.
Luego se inclinó hacia abajo, por debajo de su cama.
Algo en mí se congeló.
Esperé para ver qué sacaría.
Finalmente sacó una caja.
Dentro estaba cada una de las cartas que había recibido en su vida de visitantes del extranjero y, en algunas, había pegado pequeñas instantáneas en blanco y negro, ya desgastadas, de sus nuevos amigos extranjeros.
Por eso, cuando nos despedimos esa noche, me di cuenta de que él también me había mostrado el punto secreto del viaje, que consiste en sumergirse, al interior, así como al exterior, a lugares que uno no iría de otro modo, a aventurarse en la incertidumbre, la ambigüedad, e incluso el temor.
En casa, es peligrosamente fácil suponer que tenemos el control.
En el mundo exterior, se nos recuerda a cada momento que no lo tenemos, y que no se puede llegar al fondo de las cosas, tampoco.
En todas partes, «las personas desean asentarse», Ralph Waldo Emerson nos recuerda: «pero solo en la medida en que no nos asentemos habrá esperanza para nosotros».
En esta conferencia, hemos tenido la suerte de escuchar nuevas ideas y descubrimientos estimulantes y, en definitiva, todas las formas en que se está impulsando con pasión el conocimiento.
Pero en algún momento, el conocimiento se agota.
Y ese momento es un momento decisivo de la vida: uno se enamora; uno pierde un amigo; las luces se apagan.
Y es entonces, cuando se está perdido o incómodo o insatisfecho, que uno descubre quién es.
No creo que la ignorancia sea felicidad.
La ciencia ha mejorado, sin dudas, nuestras vidas con más salud, más longevidad y vitalidad.
Siempre agradezco a los maestros que me mostraron las leyes de la física y que me enseñaron que tres por tres es nueve.
Puedo contar eso con mis dedos a cualquier hora del día o de la noche.
Pero cuando un matemático me dice que menos tres por menos tres es nueve, esa es una lógica que se parece a la confianza.
Es decir, lo contrario al conocimiento no siempre es la ignorancia.
Puede ser la maravilla.
O el misterio.
La posibilidad.
Y en mi vida, he encontrado que son las cosas que no conozco las que me han levantado y empujado hacia delante, mucho más que las cosas que sí conozco.
Son también las cosas que no conozco las que a menudo me han acercado al mundo que me rodea.
Durante ocho noviembres seguidos, recientemente, he viajado cada año por Japón con el Dalai Lama.
Y lo único que dijo cada día que pareciera dar tranquilidad y confianza a la gente fue «No sé».
«¿Qué va a pasar con el Tíbet?» «¿Cuándo alcanzaremos la paz en el mundo?» «¿Cuál es la mejor manera de educar a los hijos?» «Francamente», dice este hombre muy sabio, «no lo sé».
El economista ganador del premio Nobel Daniel Kahneman ha dedicado más de 60 años a investigar la conducta humana, y su conclusión es que siempre estamos mucho más seguros de lo que pensamos que sabemos de lo que deberíamos.
Tenemos, como dice de forma memorable, una «capacidad ilimitada de ignorar nuestra ignorancia».
Sabemos —cita, fin de cita— que nuestro equipo ganará este fin de semana, y solo recordamos ese conocimiento en las raras ocasiones en las que estamos en lo correcto.
La mayoría de las veces, estamos en la oscuridad.
Y ahí es donde radica la verdadera intimidad.
¿Saben lo que su amante hará mañana? ¿Quieren saberlo? Los padres de todos nosotros, como algunos les llaman, Adán y Eva, podrían no haber muerto, siempre y cuando comieran del árbol de la vida.
Pero desde el momento en que empezaron a comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, abandonaron su inocencia.
Crecieron avergonzados y quejosos, conscientes de sí mismos.
Y aprendieron, demasiado tarde tal vez, que sin dudas hay algunas cosas que debemos saber, pero hay muchas, muchas más que es mejor dejar sin explorar.
Ahora, cuando yo era niño, lo sabía todo, por supuesto.
Había pasado 20 años en las aulas colectando hechos, en realidad estaba en el mundo de la información, escribiendo artículos para la revista Time.
E hice mi primer viaje real a Japón de dos semanas y media, y volví con un ensayo de 40 páginas explicando cada detalle de los templos de Japón, sus modas, sus juegos de béisbol, su alma.
Pero debajo de todo eso, algo que no pude entender me conmovió tanto por razones que no podría explicarles, sin embargo, que decidí ir a vivir a Japón.
Y ahora que he estado allí durante 28 años, realmente no podría contarles mucho en absoluto sobre mi hogar adoptivo.
Que es una maravilla, porque todos los días descubro algo nuevo, y, en el proceso, miro alrededor de la esquina y veo cien mil cosas que nunca conoceré.
El conocimiento es un regalo invaluable.
Pero la ilusión del conocimiento puede ser más peligrosa que la ignorancia.
Pensar que conocen a su amante, o a su enemigo, puede ser más traicionero que reconocer que nunca los conocerán.
Cada mañana en Japón, conforme el sol inunda nuestro pequeño apartamento, me empeño mucho en no consultar la previsión del tiempo porque, si lo hago, se nublará mi mente, se distraerá, aunque el día sea brillante.
He sido escritor a tiempo completo durante 34 años, y lo único que he aprendido es que la transformación viene cuando no estoy a cargo, cuando no sé lo que vendrá después, cuando no puedo suponer que soy más grande que todo lo que me rodea.
Y lo mismo es cierto en el amor, o en momentos de crisis.
De repente, estamos de vuelta en ese nuevo trishaw trajinando las amplias y bien iluminadas calles; y se nos recuerda, en realidad, la primera ley del viaje y, por lo tanto, de la vida: uno es tan fuerte como su disposición a rendirse.
Al final, tal vez, ser humano es mucho más importante que conocer cabalmente.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/pico_iyer_the_beauty_of_what_we_ll_never_know/