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Charla «La caza de dinosaurios me mostró nuestro lugar en el universo» de TED2016 en español.
¿Qué ocurre cuando se descubre un dinosaurio? El paleontólogo Kenneth Lacovara detalla su descubrimiento del Dreadnoughtus, un saurópodo de 77 millones de años de edad, que era tan alto como una casa de dos pisos y tan pesado como un jumbo, y considera lo increíblemente improbable que es que un pequeño mamífero que vive en las grietas del mundo de los dinosaurios se haya convertido en un ser que siente, capaz de entender estas magníficas criaturas. Únete a él en una celebración de la historia geológica del planeta y contempla nuestro lugar en la noche de los tiempos.
- Autor/a de la charla: Kenneth Lacovara
- Fecha de grabación: 2016-02-16
- Fecha de publicación: 2016-04-22
- Duración de «La caza de dinosaurios me mostró nuestro lugar en el universo»: 949 segundos
Traducción de «La caza de dinosaurios me mostró nuestro lugar en el universo» en español.
¿Cómo encontrar un dinosaurio?
Parece imposible,
¿no?
No lo es.
Y la respuesta está en una fórmula que usan todos los paleontólogos.
Les contaré el secreto.
Primero, encontrar rocas de la era adecuada.
Segundo, esas rocas deben ser sedimentarias.
Y, tercero, las capas de esas rocas deben estar expuestas de manera natural.
Es todo.
Con esas tres cosas una vez en el terreno, es muy probable que encuentren fósiles.
Ahora desglosaré la fórmula.
Los organismos existen únicamente durante ciertos intervalos geológicos.
Así que deben encontrar rocas de la era adecuada, en función del interés que tengan.
Si quieren encontrar trilobites, tienen que encontrar rocas de verdad muy antiguas, del Paleozoico; rocas de entre 250 000 y 500 000 millones de años.
Pero si quieren encontrar dinosaurios, no busquen en el Paleozoico, no los encontrarán.
Todavía no habían evolucionado.
Tienen que encontrar estratos de rocas más jóvenes, del Mesozoico, y en el caso de los dinosaurios, rocas de hace entre 66 millones y 235 millones de años.
Es bastante fácil encontrar rocas de la era adecuada en este momento, porque el planeta, someramente, está geológicamente cartografiado.
Esta es información que costó conseguirla.
Los anales de la historia de la Tierra están escritos en las rocas, capítulo tras capítulo, de manera que las páginas más antiguas están en la parte inferior y las más jóvenes, en la parte superior.
Ahora, si fuera tan fácil, los geólogos se alegrarían.
No lo es.
La biblioteca terrestre es muy antigua.
No tiene bibliotecario que imponga orden.
Durante los vastos períodos de tiempo, una infinidad de procesos geológicos afectó de todas las maneras posibles las rocas de distintas eras.
La mayoría de las páginas se destruyeron poco después de ser escritas.
Algunas páginas están sobrescritas, y crean así palimpsestos difíciles de descifrar, de paisajes hace ya mucho tiempo desaparecidos.
Páginas que encuentran su santuario en la noche de los tiempos, nunca están a salvo realmente.
A diferencia de la luna, nuestra compañera rocosa, muerta, la Tierra está viva y palpita al ritmo de fuerzas creadoras y destructoras que alimentan su metabolismo geológico.
Las rocas lunares traídas por los astronautas del Apolo tienen la edad del Sistema Solar.
Las rocas lunares son para siempre.
Las rocas terrestres, por su parte, se enfrentan a los peligros de una litósfera viva.
Todas sufren alteraciones, a través de procesos cómo los de deformación, compresión, plegamiento, facturación, abrasión y calcinación.
Los volúmenes de la historia terrestre están incompletos y desordenados, La biblioteca es vasta y magnífica, pero decrépita.
Y fue esta complejidad hecha jirones en el registro de la roca la que oscurecía su significado hasta hace relativamente poco.
La naturaleza no brindaba ningún fichero para geólogos; este tendría que ser inventado.
5000 años después de que los sumerios aprendieran a mantener un registro de sus pensamientos en tablas de arcilla, los volúmenes de la Tierra eran inescrutables para los seres humanos.
Éramos analfabetos en geología, ignorábamos la antigüedad de nuestro propio planeta y de nuestra conexión con la noche de los tiempos.
No fue hasta principios del siglo XIX que nos quitamos las anteojeras; primero con la publicación de James Hutton, «Teoría de la Tierra», en el que nos dijo que la Tierra no revela vestigio de un principio ni perspectiva de un fin; y luego, con la impresión del mapa de Gran Bretaña, de William Smith, el primer mapa geológico a escala del país, dándonos por primera vez información predictiva de dónde pueden existir ciertos tipos de rocas.
Luego de eso uno podría decir cosas como: «Si vamos más allá, debemos estar en el Jurásico», o, «Si atravesamos la colina, debemos encontrar el Cretácico».
Pero si quieren encontrar trilobites, consigan un buen mapa geológico y vayan a las rocas del Paleozoico.
Si quieren encontrar dinosaurios como yo, encuentren las rocas del Mesozoico y vayan allí.
Ahora, claro, un fósil solo se forma en una roca sedimentaria, una roca hecha de barro y arena.
No encontrarán un fósil en una roca ígnea formada por magma, como el granito, o en una roca metamórfica sometida a altas temperaturas y presión.
Tiene que adentrarse en un desierto.
No es que los dinosaurios viviesen en desiertos; vivieron en cualquier rincón de la masa terrestre y en cada entorno imaginable.
Solo que hay que ir a lugares donde hoy existen desiertos, lugares donde no hay demasiada flora que cubra las rocas, y lugares donde la erosión siempre expone nuevos huesos a la superficie.
Así que encuentren esas tres cosas: rocas de la era adecuada, concretamente rocas sedimentarias, halladas hoy en día en el desierto, vayan allí y caminen, literalmente, hasta que vean un hueso que sobresale de la roca.
Esta es una foto que tomé en el sur de la Patagonia.
Cada piedra que ven allí en el suelo es un trozo de hueso de dinosaurio.
Así que cuando uno está en esa ubicación correcta, no se trata de si encontrará fósiles o no; los encontrará.
La pregunta es:
¿encontrará algo de valor científico?
Y para ayudar con eso, añadiré una cuarta parte a la fórmula, que es esta: aléjense de otros paleontólogos tanto como sea posible.
(Risas)
No es que no me gusten los otros paleontólogos.
Cuando uno acude a un lugar relativamente inexplorado, tiene una mejor oportunidad no solo de encontrar fósiles sino de encontrar algo nuevo para la ciencia.
Esa es mi fórmula para encontrar dinosaurios y la he aplicado en todo el mundo.
En el verano austral de 2004, fui al sur de América del Sur, al sur de la Patagonia, en Argentina, para buscar dinosaurios: un lugar con rocas terrestres sedimentarias de la era adecuada, en un desierto, un lugar apenas visitado por los paleontólogos.
Y encontramos esto.
Es un fémur, un hueso del muslo, de un dinosaurio herbívoro gigante, Ese hueso mide 2,2 metros de largo.
Eso es más de siete pies.
Por desgracia, ese hueso estaba aislado.
Cavamos, cavamos y cavamos, y no había otro hueso alrededor.
Pero nos dejó con ganas de volver por más al año siguiente.
Y en el primer día de la siguiente temporada de campo, encontré esto: otro fémur de dos metros, solo que esta vez no estaba aislado, esta vez asociado a otros 145 huesos de un gigante herbívoro.
Y después de tres duras temporadas de campo, realmente brutales, la cantera tenía este aspecto.
Y ahí se ve la cola de esa gran bestia que me envuelve.
El gigante que yacía en esta tumba, era una nueva especie de dinosaurio, que finalmente denominamos «Dreadnoughtus schrani».
El Dreadnoughtus medía 26 metros desde el hocico hasta la cola.
Hasta el hombro medía dos pisos y medio, y en carne y hueso, pesaba 65 toneladas.
A veces me preguntan: «
¿El Dreadnoughtus era más grande que el T.
rex?
Esa es la masa de 8 o 9 T.
rex.
Y una de las cosas geniales de ser paleontólogo es que cuando uno descubre una nueva especie, le pone nombre.
Y siempre pensé que es una vergüenza que a estos dinosaurios herbívoros gigantes, muy a menudo se los representa como torpes platos de carne pasivos en el paisaje.
(Risas)
No lo son.
Los grandes herbívoros pueden ser maleducados y territoriales, uno no quiere meterse con un hipopótamo o un rinoceronte o un búfalo de agua.
El bisonte en Yellowstone hiere a muchas más personas que los osos pardos.
¿Imaginan un Dreadnoughtus macizo de 65 toneladas en época de cría, defendiendo su territorio?
Ese animal debe haber sido increíblemente peligroso, una amenaza para todos, y no habrá tenido nada que temer.
Por eso el nombre «Dreadnoughtus», o «temor a nada».
Pero para alcanzar ese tamaño, un animal como el Dreadnoughtus debe haber tenido que ser un modelo de eficiencia.
El cuello y la cola largos le ayudaron a irradiar calor al ambiente, a controlar pasivamente su temperatura.
Y ese cuello largo servía también como mecanismo de alimentación súper eficiente.
El Dreadnoughtus podía pararse en un lugar y con ese cuello limpiar una gran área de vegetación a su alrededor, consiguiendo decenas de miles de calorías mientras gastaba muy pocas.
Y estos animales desarrollaron una pisada amplia tipo bulldog, lo que les otorgó una estabilidad inmensa, porque si uno pesa 65 toneladas y es, literalmente, grande como una casa, la pena por caerse es la muerte.
Sí, estos animales son grandes y robustos, pero no resistirían un golpe como ese.
Si el Dreadnoughtus se cae, se rompe las costillas las cuales atraviesan sus pulmones.
y hacen fallar sus órganos.
Si eres un Dreadnoughtus de 65 toneladas, no te caerás en la vida, ni una sola vez.
Ahora, después de que el cadáver de este en particular fue enterrado y su carne comida por una multitud de bacterias, gusanos e insectos, sus huesos pasaron por una breve metamorfosis — un intercambio de moléculas con el agua subterránea — y se confundieron cada vez más con la roca que hacía de tumba.
Conforme se acumuló una capa sedimentaria tras otra, la presión de todos lados hizo las veces de guante lítico cuya sujeción firme y duradera mantuvo firme cada hueso.
Y luego vino una larga…
nada.
Época tras época de monotonía, una calma sinfín.
Todo el tiempo, el esqueleto yacía eterno e inmutable en perfecto equilibrio dentro de su tumba lítica.
Mientras tanto, arriba transcurría la historia terrestre.
Los dinosaurios reinarían otros 12 millones de años antes de que su hegemonía agonizara en un apocalipsis ardiente.
Los continentes estaban a la deriva, aparecieron los mamíferos.
Llegó la Era del Hielo.
Y luego, en el este de África, una especie de simio poco prometedora desarrolló la base del pensamiento consciente.
Estos primates inteligentes no eran particularmente rápidos o fuertes.
Pero destacaron en la cobertura territorial, y en una notable diáspora superaron incluso el récord de los dinosaurios en conquista territorial, se dispersaron por el planeta, se adueñaron de todos los ecosistemas que encontraron, y en el camino, inventaron la cultura, la metalurgia, la pintura, la danza, la música y la ciencia; y los cohetes espaciales que al final llevaron a 12 simios extraordinarios a la superficie lunar.
Con 7000 millones de Homo sapiens peripatéticos en el planeta, quizá era inevitable que uno de ellos con el tiempo pisara sobre la tumba del magnífico titán enterrado bajo las tierras yermas de la Patagonia austral.
Yo era ese simio.
Y allí de pie, solo en el desierto, no pasé por alto que la probabilidad de que un individuo ingrese en el registro fósil es prácticamente nula.
Pero la Tierra es muy, muy antigua.
Y durante grandes períodos de tiempo, lo improbable se hace probable.
Esa es la magia del registro geológico.
Así, una multitud de criaturas que vivieron y murieron en un viejo planeta dejan tras de sí ingentes cantidades de fósiles, cada uno un pequeño milagro, pero en conjunto, algo inevitable.
Hace 66 millones de años, un asteroide impactó la Tierra y los dinosaurios se extinguieron.
Esto fácilmente podría no haber ocurrido.
Pero solo hay una historia, y es la que tenemos.
Pero esta realidad particular no era inevitable.
La más mínima perturbación de ese asteroide tan lejano a la Tierra habría provocado que no impactara en nuestro planeta por un amplio margen.
Ese día calamitoso y clave, en el que fueron exterminados los dinosaurios y preparó el escenario para el mundo moderno como lo conocemos, no tenía por qué tener lugar.
Podría haber sido solo otro día; un jueves, tal vez, entre los 63 000 millones de días que ya habían disfrutado los dinosaurios.
Pero en el transcurso del tiempo geológico, ocurren eventos improbables, casi imposibles, Desde nuestros antepasados cámbricos gusanoides a los primates vestidos de traje, innumerables bifurcaciones en el camino llevaron a esta realidad muy particular.
Los huesos del Dreadnoughtus quedaron bajo tierra durante 77 millones de años.
¿Quién habría imaginado que una simple especie de mamíferos musaraña que vivía en las grietas del mundo de los dinosaurios se convertiría en seres sensibles capaces de caracterizar y entender a los propios dinosaurios a los que deben haber temido?
Una vez estaba en el nacimiento del río Missouri, a horcajadas.
No hay nada más que un gorgoteo del agua que mana de debajo de una roca en una pastura, en lo alto de las montañas Bitterroot.
La corriente a su lado corre unos cientos de metros y termina en un pequeño estanque.
Esas dos corrientes se ven idénticas.
Pero una es un hilillo de agua anónimo, y el otro es el río Missouri.
Ahora bajando a la desembocadura del Missouri, cerca de St.
Louis, es bastante obvio que ese río es muy importante.
Pero subiendo a las Bitterroot, al mirar el Missouri, la prospección humana no nos permite verlo como algo especial.
Ahora volvamos al Período Cretácico y miremos a nuestros antepasados, esas diminutas bolas de pelusa.
Nadie imaginaría que llegarían a ser algo especial, y probablemente no lo habrían sido, de no ser por ese molesto asteroide.
Ahora, tomemos mil mundos más y mil sistemas solares más y dejemos que actúen.
Nunca tendrán el mismo resultado.
Sin duda, esos mundos serían sorprendentes e increíblemente improbables, pero no serían nuestro mundo y no tendrían nuestra historia.
Hay un número infinito de historias que podríamos haber tenido.
Solo tuvimos una y vaya si tuvimos una historia buena.
Los dinosaurios como el Dreadnoughtus eran reales.
Los monstruos marinos como el mosasaurio eran reales.
Las libélulas con envergadura de águila y bichos de la longitud de un auto, existieron realmente.
¿Por qué estudiar el pasado antiguo?
Porque nos da perspectiva y humildad.
Los dinosaurios murieron en la quinta extinción masiva global, en un accidente cósmico por causas ajenas a ellos.
No lo vieron venir y no tenían opción.
Nosotros, por otro lado, tenemos una oportunidad.
Y la naturaleza del registro fósil nos dice que nuestro lugar en el planeta es precario y potencialmente efímero.
En este momento nuestra especie propaga un desastre ambiental de proporciones geológicas tan amplio y tan grave, que con razón puede denominarse la sexta extinción.
Solo que a diferencia de los dinosaurios, podemos verlo venir.
Y a diferencia de los dinosaurios, podemos hacer algo al respecto.
La decisión es nuestra.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/kenneth_lacovara_hunting_for_dinosaurs_showed_me_our_place_in_the_universe/