Saltar al contenido
Deberes escolares » Charlas educativas » La extraña historia del oso de peluche, y lo que revela sobre nuestra relación con los animales – Charla TED2014

La extraña historia del oso de peluche, y lo que revela sobre nuestra relación con los animales – Charla TED2014

Charla «La extraña historia del oso de peluche, y lo que revela sobre nuestra relación con los animales» de TED2014 en español.

En 1902, el presidente Theodore Roosevelt salvó en forma legendaria la vida de una osa negra y provocó una moda de juguetes de peluche llamados «osos Teddy». El escritor Jon Mooallem indaga en esta historia y nos pide que pensemos cómo los cuentos que contamos sobre los animales salvajes tienen consecuencias reales para la supervivencia de una especie… y del mundo natural en general.

  • Autor/a de la charla: Jon Mooallem
  • Fecha de grabación: 2014-03-19
  • Fecha de publicación: 2014-05-27
  • Duración de «La extraña historia del oso de peluche, y lo que revela sobre nuestra relación con los animales»: 856 segundos

 

Traducción de «La extraña historia del oso de peluche, y lo que revela sobre nuestra relación con los animales» en español.

En el otoño de 1902, el presidente Theodore Roosevelt necesitaba descansar de la Casa Blanca, y tomó un tren a Mississippi para cazar osos negros en las afueras de una ciudad llamada Smedes.

El primer día, no vieron ni un solo oso, fue un gran fastidio para todos.

El segundo día, los perros arrinconaron un oso luego de una larga persecución, pero en ese momento, el presidente había renunciado y regresado al campamento a almorzar, así que el guía de caza le dio al animal en la cabeza con la culata del rifle, y luego lo ató a un árbol y empezó a hacer sonar su corneta llamando a Roosevelt para que tuviera el honor de dispararle.

Era una osa.

Estaba aturdida, herida, con muy bajo peso, un poco venida a menos, y cuando Roosevelt vio al animal atado al árbol, sencillamente no se atrevió a dispararle.

Sintió que iba en contra de su código como deportista.

Unos días después, la escena fue inmortalizada en una caricatura política en Washington.

Se llamaba «Trazar una línea en Mississippi», y lo mostraba con su arma y su brazo hacia abajo, perdonando la vida a la osa, y la osa sentada sobre sus patas traseras con sus grandes ojos abiertos, asustados, y sus orejitas tiesas.

Y uno solo quería tenerla entre los brazos y tranquilizarla.

No era algo familiar en ese momento, pero si ahora buscan la caricatura reconocerán de inmediato al animal: Es un oso de peluche.

Así nació el oso de peluche.

En esencia, los fabricantes de juguetes tomaron el oso de la historieta, y lo convirtieron en un juguete de peluche y luego lo llamaron en honor al presidente Roosevelt: el oso de Teddy.

Me siento un poco ridículo, de estar aquí en el escenario y elegir usar mi tiempo para contarles una historia centenaria sobre la invención de un blando juguete de niños pero yo diría que dentro de la invención del oso de peluche cae una historia más importante, una historia de lo rápido que puede cambiar nuestra idea de la naturaleza, y de cómo, ahora mismo en el planeta, las historias que contamos cambian drásticamente la naturaleza.

Pensemos en el oso de peluche.

En retrospectiva nos parece algo obvio, porque los osos son tan lindos y tiernos, que quién no querría darle uno a sus hijos para que jueguen, pero la verdad es que en 1902, los osos no eran lindos ni tiernos.

Digo, tenían el mismo aspecto, pero nadie los pensaba de esa forma.

En 1902, los osos eran monstruos.

Los osos aterrorizaban a los niños.

Durante generaciones, hasta ese momento, el oso había sido el arquetipo de todo el peligro que las personas encontraban en la frontera, y el gobierno federal estaba en realidad exterminando sistemáticamente a los osos y a muchos otros depredadores también, como los coyotes y los lobos.

Estos animales eran demonizados.

Se los llamaba asesinos porque mataban el ganado de la gente.

Un biólogo del gobierno explicó esta guerra contra los animales como el oso diciendo que ya no tenían lugar en nuestra civilización que avanza, y por eso los sacábamos del juego.

En un período de 10 años, se habían exterminado cerca de medio millón de lobos.

El oso grizzly pronto sería aniquilado del 95 % de su territorio original y donde antes había 30 millones de bisontes transitando las llanuras, e historias de trenes que debían parar 4 o 5 horas para que estas densas mareas vivientes pudieran colarse por las vías, en 1902 quedaban quizá menos de 100 en estado salvaje.

Estoy diciendo que el oso de peluche nació en medio de este gran espasmo de exterminio, y podemos verlo como una señal de que quizá algunas personas en su fuero íntimo empezaban a sentirse conflictuadas por esa matanza.

Estados Unidos todavía odiaba al oso y le temía, pero, de repente, EE.UU.

también quería darle al oso un gran abrazo.

Esto ha despertado mi curiosidad en los últimos años.

¿Cómo imaginamos los animales, cómo los pensamos y los sentimos y cómo narramos sus reputaciones y las volvemos a narrar en nuestras mentes?

Estamos aquí viviendo en el ojo de una gran tormenta de extinción, donde la mitad de las especies del planeta podrían desaparecer a finales de siglo, entonces, por qué nos preocupamos por algunas especies y no por otras?

Bueno, hay un nuevo campo, un campo relativamente nuevo de la ciencia social en el que empecé a buscar estas preguntas y tratar de desentrañar las relaciones poderosas y a veces bastante esquizofrénicas que tenemos con los animales, y pasé mucho tiempo buscando en revistas académicas, y todo lo que dice es que los hallazgos son sorprendentemente amplios.

Algunos de mis favoritos son que cuanta más televisión una persona mira en el norte de Nueva York, más miedo tiene al ataque de un oso negro.

Si uno le muestra un tigre a un estadounidense, este es mucho más propenso a suponer que es hembra y no macho.

En un estudio con una serpiente falsa y una tortuga falsa puestos a un lado de la carretera, los conductores golpean a la serpiente mucho más a menudo que a la tortuga, y cerca del 3 % de los conductores que golpeaban a los animales falsos parecían hacerlo a propósito.

Las mujeres son más propensas que los hombres a tener un «sentimiento mágico» cuando ven a los delfines en las olas.

El 68 % de las madres con «altos sentimientos de derecho y autoestima» se identificaron con los gatos bailarines en un comercial de Purina.


(Risas)
Los estadounidenses consideran a las langostas más importante que a las palomas pero también mucho, mucho más estúpidas.

Los pavos salvajes son vistos levemente más peligrosos que las nutrias marinas, y los pandas son dos veces más amados que las mariquitas.

Hay algo físico,

¿no?

Solemos simpatizar más con animales que se nos parecen y en especial que se parecen a los bebés humanos con ojos grandes, que miran de frente, y tienen caras circulares y postura regordeta.

Por eso, si reciben una tarjeta navideña de la tía abuela de Minnesota, por lo general esta tiene una pingüina y no una araña de Glacier Bay.

Pero no todo es físico,

¿no?

Hay una dimensión cultural en la manera de pensar los animales y de contar historias sobre estos animales, y cómo todas las historias están modeladas por el tiempo y el lugar en los que las contamos.

Piensen en el momento, allá en 1902, cuando un oso feroz se transformó en oso de peluche.

¿Cuál era el contexto?

Bueno, EE.UU.

se urbanizaba.

Por primera vez, la mayoría de la gente vivía en ciudades, con cierta distancia entre nosotros y la naturaleza.

Había un espacio seguro donde reconsiderar al oso y romantizarlo.

La naturaleza podía empezar a verlo puro y adorable porque ya no teníamos que temerle.

Y podemos ver este ciclo en juego una y otra vez con todo tipo de animales.

Parece que siempre estamos atrapados entre demonizar una especie y querer exterminarla y luego, cuando estamos a punto de exterminarla, empatizar con la especie perdedora y querer demostrarle compasión.

Ejercemos nuestro poder, pero luego nos inquieta lo poderosos que somos.

Por ejemplo, esta es una de quizá miles de cartas y dibujos que enviaron los niños a la administración Bush rogándole que proteja al oso polar bajo la Ley de Especies en Peligro, y fueron enviadas a mediados de la década de 2000, cuando de repente surgió la conciencia de cambio climático.

Seguimos viendo esa imagen de un oso polar varado en un pequeño témpano de hielo con aspecto muy hosco.

Pasé días ojeando estos archivos.

Me encantan.

Este es mi favorito.

Si pueden ver, es un oso polar que se ahoga y al mismo tiempo se lo está comiendo una langosta y un tiburón.

Este vino de un niño llamado Fritz, y tiene una solución para el cambio climático.

Tiene todo planeado para una solución con base en etanol.

Dice: «Me siento mal por los osos polares.

Me gustan los osos polares.

Todo el mundo puede usar jugo de maíz para los autos.

De Fritz».

Hace 200 años, había exploradores del Ártico que escribían sobre osos polares que saltaban a sus barcos y trataban de devorarlos, si bien quemaban al oso, pero estos niños no ven al oso polar de esa forma, incluso no ven al oso polar de la misma forma que yo en los años 80.

Digo, pensábamos a estos animales como los señores misteriosos y terroríficos del Ártico.

Pero veamos ahora lo rápido que el cambio climático ha cambiado la imagen del animal en nuestras mentes.

Ha pasado de ese sanguinario homicida a esta víctima de ahogamiento, y, si lo pensamos, es como la conclusión de la historia que el oso de peluche empezó a contar en 1902, porque en ese entonces EE.UU.

había más o menos conquistado su cuota en el continente.

Viajamos por diferentes lugares para pulir a estos últimos depredadores salvajes.

Ahora bien, el alcance de la sociedad se abrió camino hasta la cima del mundo, y ha hecho incluso de estos osos, los más remotos, los osos más poderosas del planeta, parecen víctimas adorables y sin culpa.

Pero, ya saben, hay también una posdata a la historia del oso de peluche de la que no habla mucha gente.

Vamos a hablar de eso porque a pesar de que en realidad no pasó mucho tiempo desde la cacería de Roosevelt en 1902 hasta que el juguete se puso de moda, mucha gente pensó que era una moda pasajera, que era una tonta novedad política que desaparecería una vez que el presidente dejara el cargo, y así, en 1909, cuando el sucesor de Roosevelt William Howard Taft, comenzaba su gobierno, la industria del juguete fue a la caza de la siguiente novedad.

No les fue para nada bien.

Ese enero, Taft fue invitado de honor a un banquete en Atlanta, y, con días de antelación, la gran noticia fue el menú.

Iban a servirle una especialidad del sur, una exquisitez, de verdad, llamada zarigüeya y batatas.

Sería una zarigüeya asada sobre un colchón de batatas, y a veces dejaban la larga cola cual gran fideo de carne.

El que sirvieron en la mesa de Taft pesaba 8 kg.

Después de la cena, la orquesta empezó a tocar y los invitados empezaron a cantar, y, de repente, sorprendieron a Taft con la presentación de un regalo de un grupo de simpatizantes locales; era una zarigüeya de peluche, de ojos pequeños y orejas calvas, era un nuevo juguete que estaban sacando, era la respuesta de la presidencia de William Taft al oso de peluche de Teddy Roosevelt.

La llamaban la «zarigüeya Billy».

En 24 horas, la empresa Zarigüeya Billy de Georgia abría sus puertas y recibía pedidos de toda la Nación, y un anuncio en Los Ángeles Times decía con mucha confianza: «El oso de peluche ha sido relegado al asiento trasero, y durante 4 años, o quizá 8, los niños de EE.UU.

jugarán con la zarigüeya Billy».

A partir de ese momento, hubo una fiebre de la zarigüeya.

Había postales y pasadores de la zarigüeya Billy, jarros de crema para el café de la zarigüeya Billy.

Había zarigüeyas Billy pequeñas en un palo que los niños podían agitar como banderas.

Pero aún con todo este marketing, la vida de la zarigüeya Billy resultó ser patéticamente breve.

El juguete fue un fracaso absoluto, y fue casi completamente olvidado para el final del año.

Eso significa que la zarigüeya Billy ni siquiera llegó a Navidad, que si lo pensamos es una tragedia para un juguete.

Podemos explicar el fracaso de dos maneras.

La primera, bueno, es bastante obvia.

Voy a seguir adelante y decirlo en voz alta de todos modos: Las zarigüeyas son horribles.


(Risas)
Pero tal vez lo más importante es que la historia de la zarigüeya Billy estuvo mal, sobre todo en comparación con la historia de fondo del oso de peluche.

Piensen en esto: para gran parte de la historia de la evolución humana, lo que nos resulta impresionante de los osos es su total independencia de nosotros.

Es que ellos viven esas vidas paralelas como amenazas y competidores.

Cuando Roosevelt fue de caza a Mississippi, esa imagen estaba siendo aplastada, y el animal que estaba atado a un árbol era un símbolo de todos los osos.

Que esos animales vivieran o murieran dependía totalmente de la compasión o de la indiferencia de las personas.

Eso decía algo realmente malo sobre el futuro de los osos, pero también decía algo muy inquietante sobre nosotros, incluso la supervivencia de un animal así ahora dependía de nosotros.

Así que ahora, un siglo más tarde, si acaso prestan atención a lo que sucede en el ambiente, uno siente el malestar mucho más intensamente.

Estamos viviendo una época que los científicos empiezan a llamar «dependencia de conservación», y eso significa que hemos devastado tanto, que la naturaleza quizá ya no pueda valerse por sí sola y las especies más amenazadas solo van a sobrevivir si permanecemos en el paisaje amarrando el mundo circundante en su favor.

Hemos metido mano y ya no podemos sacarla, y eso requiere muchísimo trabajo.

En estos momentos, estamos entrenando cóndores para que no se posen en los tendidos eléctricos.

Enseñamos a las grullas blancas a emigrar hacia el sur para el invierno detrás de pequeños aviones ultraligeros.

Estamos ahí vacunando contra la peste de los hurones.

Hacemos seguimiento de conejos pigmeos con drones.

Hemos pasado de aniquilar especies a la microgestión de la supervivencia de muchas especies por tiempo indefinido, y

¿cuáles son?

Bueno, esas de las que hemos contado historias convincentes, de las que hemos decidido que deberían quedarse.

La línea entre la conservación y la domesticación es borrosa.

Así que lo que he estado diciendo es que las historias que contamos sobre los animales salvajes son tan subjetivas que pueden ser irracionales, románticas o sensacionalistas.

A veces no tienen nada que ver con los hechos.

Pero en un mundo de dependencia de conservación, esas historias tienen consecuencias muy reales, porque ahora, la manera de sentir a un animal afecta su supervivencia más que cualquier cosa que uno lea sobre ecología en los libros.

Ahora importa la narrativa.

Importa la emoción.

Nuestra imaginación se ha convertido en una fuerza ecológica.

Quizá el oso de peluche funcionó en parte debido a la leyenda de Roosevelt y aquella osa de Mississippi fue como una alegoría de esta gran responsabilidad que la sociedad estaba empezando a enfrentar en ese entonces.

Pasarían otros 71 años antes de que se aprobara la Ley de Especies en Peligro de Extinción, pero, en realidad, aquí está todo su ethos reducido a algo así como una escena que uno vería en un vitral.

El oso es una víctima indefensa atada a un árbol, y el presidente de Estados Unidos decidió mostrar un poco de misericordia.

Gracias.


(Aplausos)
[Ilustraciones de Wendy MacNaughton]

https://www.ted.com/talks/jon_mooallem_how_the_teddy_bear_taught_us_compassion/

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *