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La familia, la esperanza y la resistencia en la ruta migratoria – Charla TEDSummit 2019

Charla «La familia, la esperanza y la resistencia en la ruta migratoria» de TEDSummit 2019 en español.

Hace 20 años que el fotógrafo y becario TED Jon Lowenstein documenta el viaje migratorio desde América Latina a EE. UU., una de las mayores migraciones transnacionales de la historia mundial. Con las fotos de su proyecto de una década «Shadow Lives USA» (Vidas a la sombra en EE. UU.), Lowenstein nos lleva al mundo interior de las familias que escapan de la pobreza y la violencia en Centroamérica, y junta las complejas razones por las que la gente abandona sus hogares en busca de una vida mejor.

  • Autor/a de la charla: Jon Lowenstein
  • Fecha de grabación: 2019-07-20
  • Fecha de publicación: 2019-08-21
  • Duración de «La familia, la esperanza y la resistencia en la ruta migratoria»: 831 segundos

 

Traducción de «La familia, la esperanza y la resistencia en la ruta migratoria» en español.

[Esta charla contiene imágenes gráficas] Estoy sentado frente a Pedro el coyote, el contrabandista humano, en su apartamento de cemento, en el polvoriento barrio de Reynosa en algún lugar de la frontera entre EE.

UU.

y México.

Son las 3 de la madrugada.

El día previo me había pedido que volviera a su apartamento, para hablar de hombre a hombre.

Quería que fuera de noche y solo.

No sabía si era una enredada, pero sí sabía que quería contarme su historia.

Me preguntó: «¿Qué harías si uno de estos pollito o inmigrantes se cae al agua y no sabe nadar, solo sacarás fotos y lo verás ahogarse? ¿O te tirarás al agua a ayudarme? » En ese instante Pedro no era una versión de dibujitos de un contrabandista humano.

Era tan solo un hombre joven, de mi edad, que me hacía unas preguntas muy difíciles.

Se trataba de la vida y la muerte.

La noche siguiente, fotografié a Pedro mientras nadaba en el Río Grande, cruzando con un grupo de jóvenes inmigrantes a EE.

UU.

Se jugaba la vida cada vez que ayudaba a personas a atravesar el río.

Durante los últimos 20 años, he documentado una de las migraciones transnacionales más grandes en la historia del mundo, cuyo resultado es que millones de personas indocumentadas vivan en EE.

UU.

La gran mayoría de estas personas dejan Centroamérica y México para escapar una pobreza y un nivel de violencia social extremos.

Saco fotos de momentos íntimos de la vida cotidiana de las personas, de personas que viven en las sombras.

Una y otra vez, he sido testigo de personas resilientes en situaciones extremadamente desafiantes buscando una manera práctica para mejorar sus vidas.

Con estas fotografías, los transporto directamente al centro de esos momentos y les pido que piensen en ellos como si los conocieran.

Este material es un documento histórico, una cápsula del tiempo que nos puede enseñar no solo sobre la inmigración, sino sobre la sociedad y nosotros mismos.

Comencé el proyecto en el año 2000.

Esta ruta migratoria me ha enseñado cómo tratamos a los residentes más vulnerables en EE.

UU.

Me ha enseñado sobre la violencia, el dolor, la esperanza, la resiliencia y la lucha y el sacrificio.

Me ha enseñado de primera mano como esa política y esa retórica impactan directamente a personas reales.

Pero sobre todo, la ruta migratoria me ha enseñado que todos los que se embarcan en ella cambian para siempre.

Comencé este proyecto en el año 2000 documentando un grupo de jornaleros del noroeste de Chicago.

Cada día los hombres se levantaban a las 5 de la mañana, iban a un McDonald’s desde donde esperaban la llegada las camionetas de desconocidos, con la esperanza de conseguir trabajo ese día.

Les pagaban USD 5 por hora, no tenían ni seguridad laboral, ni seguro de salud y casi todos eran indocumentados.

Estos hombres eran tipos bastante duros.

Tenían que serlo.

La policía los acosaba constantemente por merodear mientras trataban de ganarse la vida.

Poco a poco me dieron la bienvenida a su comunidad.

Esta fue una de las primeras veces que usé mi cámara como arma a consciencia.

Un día, cuando los hombres se organizaban para hacer un centro de trabajo, un joven llamado Tomás se me acercó y me preguntó si me quedaría más tarde para fotografiarlo.

Acepté.

Mientras caminaba por un baldío, empezó a llover.

Para mi sorpresa, empezó a desnudarse.

No sabía qué hacer.

Señaló el cielo y dijo: «Nuestros cuerpos son lo único que tenemos».

Parecía estar orgulloso, desafiante y vulnerable al mismo tiempo.

Esta sigue siendo una de mis fotos favoritas de los últimos 20 años.

Sus palabras se me quedaron grabadas.

Conocí a Lupe Guzmán al mismo tiempo, mientras ella protestaba contra las agencias de trabajo que la explotaban a ella y a sus compañeros.

Organizaba protestas a pequeña escala, sentadas y mucho más.

Su activismo le costó caro, porque las agencias de trabajo, como la de Ron, la boicotearon y se negaron a darle trabajo.

Para poder sobrevivir comenzó a vender elotes, o sea, las mazorcas de maíz, en la calle, como vendedora ambulante.

Todavía pueden encontrarla vendiendo maíz de varios tipos, dulces y cosas así.

Lupe me dejó entrar al mundo interior de su familia y me mostró el verdadero impacto de la inmigración.

Me presentó a todos sus familiares, Gabi, Juan, Conchi, Chava, a todos.

Su hermana Remedios se había casado con Anselmo, cuyos ocho de nueve hermanos habían emigrado de México a Chicago en la década de los 90.

Muchos de su familia me dejaron entrar a su mundo y compartieron sus historias.

Las familias están en el centro de la ruta migratoria.

Cuando una familia migra, cambian y transforman las sociedades.

Es raro poder acceder tan íntimamente a la vida íntima y cotidiana de las personas, que, por necesidad, están fuera del alcance de los de afuera.

En ese momento, la familia de Lupe vivía en el aislado mundo de «Back of the Yards», un barrio donde todos se conocen en Chicago, que durante más de 100 años había sido un portal de entrada para los inmigrantes de los últimos tiempos, primero, los de Europa, como los de mi familia, y más recientemente, de América Latina.

Un mundo, en gran parte, oculto.

Al mundo blanco de más allá del vecindario lo llaman «Gringolandia».

Como muchas generaciones que se mudan a «Back of the Yards», la familia hizo los trabajos ingratos que la mayoría de la gente no quería hacer: la limpieza de oficinas, preparación de comidas para aerolíneas en frigoríficos, el envasado de carne, demoliciones.

Eran trabajos manuales duros con sueldos de explotación.

Pero los fines de semana, celebraban juntos, con barbacoas en el patio y fiestas de cumpleaños como la mayoría de las familias humildes en todo el mundo.

Me convertí en un miembro honorario de la familia.

Mi apodo era «Johnny Canales», como la estrella de la televisión tejana.

Tenía acceso a la cultura dominante, y era parte fotógrafo de familia, parte trabajador social y parte payaso que estaba allí para divertirlos.

Uno de los momentos más memorables fue fotografiar el nacimiento de la nieta de Lupe, Elizabeth.

Sus dos hermanos mayores habían atravesado el desierto de Sonora, en sus cochecitos de bebé rumbo a EE.

UU.

En ese momento, su familia me permitió fotografiar el nacimiento.

Esto fue una de las cosas más geniales que vi, cuando las enfermeras pusieron a la beba Elizabeth en el pecho de Gabi.

Ella fue la primera ciudadana estadounidense de la familia.

Esa chica tiene 17 años hoy.

Todavía estoy en contacto con Lupe y con gran parte de su familia.

Mi trabajo está firmemente arraigado a la historia del exilio y el posterior renacimiento de mi propia familia en EE.

UU.

Mi padre nació en la Alemania nazi en 1934.

Como la mayoría de los judíos alemanes asimilados, mis abuelos esperaban que los problemas del Tercer Reich desaparecieran.

Pero en la primavera de 1939, un pequeño, pero importante, evento le sucedió a mi familia.

Mi papá necesitaba una apendicectomía.

pero como era judío, ningún hospital lo quería operar.

La operación se llevó a cabo en la mesa de su cocina, en la mesa de la cocina familiar.

Solo después de comprender la discriminación que enfrentaban mis abuelos tomaron la desgarradora decisión de enviar a sus dos hijos en el Kindertransport a Inglaterra.

La supervivencia de mi familia dio forma a mi profundo compromiso a contar esta historia de inmigración de una manera tramada y profunda.

El pasado y el presente siempre están interconectados.

El legado de larga data de la participación del gobierno de EE.

UU.

en América Latina es controvertido y está bien documentado.

El golpe de estado de Árbenz respaldado por la CIA en 1954 en Guatemala, el escándalo Irán-Contra, la Escuela de las Américas, el asesinato del arzobispo Romero en los escalones de una iglesia de San Salvador son todos ejemplos de esta compleja historia, una historia que condujo a la inestabilidad e impunidad en Centroamérica.

Por suerte, la historia no es incesantemente oscura.

EE.

UU.

y México recibieron miles y millones de refugiados que se escapaban las guerras civiles de los años 70 y 80.

Pero para cuando yo empecé a documentar la ruta de los inmigrantes en Guatemala a finales de la década de 2000, la mayoría de los estadounidenses no podían imaginar esos niveles de violencia, de impunidad y de inmigración en Centroamérica.

Para la mayoría de los estadounidenses, bien podría haber sido la Luna.

Con el paso de los años, lentamente reconstruí el complicado rompecabezas que iba desde Centroamérica hasta México, hasta el patio de mi casa en Chicago.

Pasé por casi todas las ciudades fronterizas: Brownsville, Reynosa, McAllen, Yuma, Calexico – registrando una creciente militarización de la frontera.

Cada vez que volvía, había más infraestructura, más sensores, más cercas, más agentes de la patrulla fronteriza y más instalaciones de alta tecnología para poder encarcelar a los hombres, mujeres y niños detenidos por el gobierno.

Después del 11 de septiembre, se convirtió en una gran industria.

Fotografié las marchas de inmigración masivas e históricas en Chicago, niños en centros de detención y el lento aumento de los grupos de odio a los inmigrantes, hasta el sheriff Joe Arpaio en Arizona.

Documenté a niños en centros de detención, vuelos de deportación y muchas cosas diferentes.

Fui testigo del incremento de la guerra contra las drogas en México y de la profundización de los niveles de violencia social en Centroamérica.

Llegué a comprender cuán interconectados estaban todos estos elementos dispares y cuán interconectados estamos todos.

Como fotógrafos, nunca sabemos realmente qué momento particular se quedará con nosotros o qué persona en particular se quedará en nosotros.

Las personas que fotografiamos se vuelven parte de nuestra historia colectiva.

Jerica Estrada era una niña de ocho años cuyo recuerdo me ha quedado.

Su padre había ido a Los Ángeles a trabajar para mantener a su familia.

Y como cualquier padre obediente, regresó a su casa en Guatemala, llevando regalos.

Ese fin de semana le había regalado a su hijo mayor una motocicleta, un auténtico lujo.

Más tarde, cuando el hijo conducía al padre de regreso a casa de una fiesta familiar, un miembro de una pandilla se acercó y le disparó al padre en la espalda.

Fue un caso de identidad equivocada, un hecho muy común en este país.

Pero el daño estaba hecho.

La bala atravesó al padre y al hijo.

Este no fue un acto de violencia al azar, pero una instancia de violencia social en una parte del mundo donde esto se ha convertido en la norma.

La impunidad prospera cuando instituciones estatales y gubernamentales fallan en proteger al individuo.

El resultado suele obligar a las personas a abandonar sus hogares y a huir, asumiendo grandes riesgos en busca de la seguridad.

El padre de Jerica murió antes de llegar al hospital.

Su cuerpo había salvado la vida del hijo.

Cuando llegamos al hospital público, a las puertas del hospital público, ví a una niña que llevaba una camisa rosa a rayas que lloraba y lloraba.

Nadie la estaba consolando y se estrujaba las manitas.

Ella era la hija menor del hombre, se llamaba Jerica Estrada.

Ella lloraba sin consuelo y nadie podía hacer nada, porque su padre se había ido.

Hoy día, cuando la gente me pregunta «¿Por qué madres jóvenes con bebés de cuatro meses pueden viajar miles de km.

sabiendo que probablemente serán encarceladas en EE.

UU.?» me acuerdo de Jerica, y pienso en ella y en su dolor.

Y en su padre que salvó la vida de su hijo con su propio cuerpo, y entiendo la verdadera necesidad humana de emigrar en busca de una vida mejor.

Gracias.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/jon_lowenstein_family_hope_and_resilience_on_the_migrant_trail/

 

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