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La historia de un astronauta: curiosidad, perspectiva y cambio – Charla TED Salon: Radical Craft

Charla «La historia de un astronauta: curiosidad, perspectiva y cambio» de TED Salon: Radical Craft en español.

¿Cuál es el trabajo ideal para un joven que ha sido un as del tenis, aspirante a químico, recluta de la NFL y ha viajado por todo el país? ¿Qué tal… astronauta? Leland Melvin cuenta la historia de los desafíos que ha aceptado y las oportunidades que ha aprovechado, y sobre nos cuenta cómo todo eso lo condujo a la Estación Espacial Internacional y una nueva perspectiva de la vida en la Tierra.

  • Autor/a de la charla: Leland Melvin
  • Fecha de grabación: 2018-11-08
  • Fecha de publicación: 2019-01-31
  • Duración de «La historia de un astronauta: curiosidad, perspectiva y cambio»: 785 segundos

 

Traducción de «La historia de un astronauta: curiosidad, perspectiva y cambio» en español.

[Esta charla tiene contenido adulto] En 1969, me encontraba detrás de un televisor Sylvania en blanco y negro escuchando lo que pasaba al otro lado del aparato.

Ya saben cómo era: me tocaba mover la antena para mi papá, mi hermana y mi mamá.

«¡Muévela un poco para allá, para acá, un poco más.

No se ve nada!».

Y lo que miraban en ese momento era: «Un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad».

Neil [Armstrong] y Buzz Aldrin habían llegado a la luna.

Y yo era un niño de cinco años, en Lynchburg, Virginia, delgadito, negro, en una ciudad algo racista, que intentaba averiguar qué iba a hacer con mi vida.

Mis padres, que eran educadores, me decían que todo era posible.

Pero, después de aquel aterrizaje lunar, los chicos del barrio andaban diciendo: «

¿Vas a ser astronauta?

«.

Y yo decía: «No».

No quiero raparme el pelo y ningún astronauta se parece a mí.

Porque la representación importa.

Y yo sabía que había un muchacho a cinco cuadras de casa, en la calle Pierce, que entrenaba para jugar al tenis.

Era Arthur Ashe.

Mi padre hablaba del carácter y la disciplina que tenía, de lo inteligente y atlético que era.

Yo quería ser Arthur Ashe.

No quería ser uno de esos que iban a la luna.

Y a medida que recorría ese camino, mi padre, que era maestro de escuela, tocaba en una banda…

Todo para conseguir dinero para que mi hermana y yo fuésemos a clase de piano e hiciéramos actividades educativas.

Y un día llega a casa en una camioneta de reparto de pan.

Y yo pienso: «Bien, reparto de pan…

Yo reparto el pan mientras papá conduce la camioneta».

Me digo: «Bueno, parece que ahora seré panadero».

Pero él dice: «Esta es nuestra caravana».

Y respondo: «Vamos, que dice ‘Pan y Bollería Merita’ al costado de la camioneta».


(Risas)
Y me dice: «No, vamos a convertir la camioneta en una caravana».

Durante ese verano, cambiamos todos los cables del sistema eléctrico.

Conectamos un tanque de propano a un hornillo Coleman, construimos unas literas plegables.

Estábamos haciendo una plataforma de lanzamiento para nuestras vacaciones, un vehículo que podía llevarnos fuera de Lynchburg.

Antes de aquello, cuando tenía cinco años, unos vecinos me violaron.

Y no se lo dije a nadie, porque algunos de mis amigos no tenían a su padre.

Y yo sabía que mi padre habría matado a la gente que le hizo eso a su hijo.

Y yo no quería quedarme sin padre.

Entonces, cuando subimos a esa camioneta y salimos de Lynchburg, fue la oportunidad de estar solas con mi padre.

Fuimos a las Grandes Montañas Humeantes y vimos las majestuosas montañas violetas.

Caminamos por la playa en Myrtle Beach, y fue una experiencia transformadora.

Me enseñó a ser explorador a una edad muy temprana.

Y reprimí toda esa negatividad, esa experiencia traumática, porque estaba aprendiendo a ser explorador.

Poco después, mi madre me dio un juego de química inadecuado para mi edad, sin certificación OSHA,
(Risas)
con el que produje una impresionante explosión en el salón de casa.


(Risas)
Así supe que podía ser químico.

Y seguí adelante.

Pasé por la secundaria, y luego fui a la universidad, donde conseguí una beca deportiva para jugar al fútbol.

Y sabía que podía llegar a ser químico porque ya había hecho explotar cosas.


(Risas)
Y cuando me gradué, me seleccionaron para integrar los Detroit Lions.

Pero me desgarré un tendón en el entrenamiento.

Y

¿qué hacen los exjugadores de la NFL?

Se van a la NASA,

¿no?

Fui a trabajar para la NASA.


(Risas)
Y un amigo me dijo: «Leland, vas a ser un gran astronauta».

Tan solo me eché a reír y dije: «Claro, yo,

¿un astronauta?

«.

¿Recuerdan a Neil y Buzz, allá por el año 69?

Me dio una hoja de inscripción, la miré, y no la rellené.

Y ese mismo año, otro amigo rellenó la inscripción y entró en el programa.

Y me dije: «Si la NASA permite que zopencos así sean astronautas,
(Risas)
yo también podría serlo».

Así que en la siguiente selección, rellené la inscripción y entré.

No tenía ni idea de lo que significaba ser astronauta, del entrenamiento, las simulaciones, todas esas cosas que te preparan para la cuenta regresiva: tres, dos, uno, despegue.

Y en 2007, despegaba del planeta en el transbordador espacial «Atlantis», viajando a 28 000 km por hora.

Y ocho minutos y medio después, los motores principales se apagan y quedamos flotando en el espacio.

Doy un salto y voy flotando hasta la ventana y veo el Caribe.

Y necesito nuevas definiciones de azul para describir los colores que veo.

Celeste, añil, azul marino, azul medio, turquesa…

Ninguno es suficiente para describir lo que veía.

Mi trabajo en esta misión era instalar un laboratorio Columbus de 2000 millones de dólares.

Era un laboratorio de investigación para estudiar materiales, para estudios humanos.

Llego a la bodega de carga del transbordador, tomo un módulo enorme, y uso un brazo robótico para acoplarlo a la estación espacial.

El equipo europeo llevaba diez años esperando a que lo instalaran, así que seguro que toda Europa gritaba: «¡Leland! ¡Leland! ¡Leland!».


(Risas)
Entonces, ese momento sucedió: el principal objetivo de nuestra misión estaba cumplido.

Y dejé escapar un gran suspiro de alivio.

Pero entonces, Peggy Whitson, la primera mujer comandante, nos invitó al sector ruso.

La estación espacial tiene el tamaño de un campo de fútbol, con paneles solares, soportes y todos estos módulos.

Y me dice: «Leland, ve a traer las verduras rehidratadas; ya tenemos la carne».

Así que flotamos con la bolsa de verduras rehidratadas y llegamos allí.

Y vivo ese instante en que me veo transportado a la cocina de mi madre.

Se siente el olor de la carne y la cebada calentándose, la comida, los colores, y allí hay personas de todos los rincones del mundo.

Es como un anuncio de Benetton: estadounidenses de origen africano y asiático, franceses, alemanes, rusos, la primera mujer comandante, compartiendo la mesa a 28 000 km por hora, dando la vuelta al planeta cada 90 minutos, viendo el amanecer y el atardecer cada 45.

Y entonces Peggy dice: «Leland, prueba esto».

Y lo hace flotar hasta mi boca, y yo lo atrapo, y lo hacemos varias veces.

Y todo esto, con la música de fondo de «Smooth Operator» de Sade.


(Risas)
Es decir, es alucinante.


(Risas)
Y voy flotando a la ventana, contemplo el planeta desde arriba, y veo toda la humanidad.

Y, en ese momento, mi perspectiva cambia porque estoy flotando sobre Lynchburg, Virginia, mi ciudad, y mi familia estará sentada a la mesa.

Y cinco minutos después, estamos estamos sobre París, y Leo Eyharts mira hacia abajo, donde están sus padres, quizá tomando vino y comiendo queso.

Y Yuri mira hacia Moscú, donde seguramente estén comiendo borscht o algo así.

Pero todos compartimos ese momento, en que vemos a nuestras familias funcionando juntas como una sola civilización, a 28 000 km por hora.

Mi perspectiva cambió a nivel cognitivo.

Aquello me cambió.

Y cuando pienso en aquel niño delgado que una vez fui, en esa Lynchburg, por momentos racista, nunca habría tenido esa perspectiva de verme como astronauta si mi padre no nos hubiera llevado de viaje en aquel original vehículo que construimos con nuestras propias manos.

Cuando regresé a casa, me di cuenta de que la perspectiva es algo que todos todos recibimos y que todos tenemos.

Es cuestión de expandir nuestro campo de visión para experimentar ese cambio.

Con respecto a la estación espacial, pienso en los alemanes y los rusos luchando contra los estadounidenses, cuando tenemos a toda esta gente viviendo y trabajando juntos.

Blancos, negros, rusos, franceses…

Todas estas personas diferentes, conviviendo en armonía como una raza.

Y pienso en los colores que vi, el diseño de los módulos, el modo en que todo encaja, el modo en que aquello nos convirtió en una comunidad, nuestro hogar.

Así que, ahora, cuando miro al espacio, con esta nueva perspectiva de la estación espacial pasándonos por encima y miro hacia allí, y miro a mi comunidad, veo toda esta gente con la que vivo y trabajo, con la que convivo.

Creo que es algo que todos podemos hacer, especialmente en los tiempos que corren, para asegurarnos de tener la perspectiva adecuada.

Gracias.


(Aplausos)
Chee Pearlman: Si no te importa,

¿podría hablar contigo un minuto?

Porque van a colocar algunas cosas por aquí.

Y así me quedo a solas contigo.

Leland Melvin: Claro.

CP: Ustedes no escuchen esto.

Bueno, debo decirte que en mi familia vemos muchas películas sobre el espacio, sobre astronautas y cosas así.

No puedo decir por qué, pero lo hacemos.


(Risas)
Aunque lo que quería preguntarte es que estábamos viendo una película el otro día sobre un astronauta, uno de tus compañeros, y antes de que fuese al espacio, se escribió un obituario.

La NASA le escribió un obituario.

Y me pregunté:

¿Eso es normal?

¿Forma parte del trabajo?

¿Piensas en la situación de peligro en la que te encuentras al ir al espacio?

LM: Sí.

No recuerdo que nadie escribiese mi obituario; puede que fuese algo propio del Apollo.

Pero sé que de los 135 vuelos en transbordador que se han realizado, en el transbordador que yo tripulé, hubo dos accidentes en los que murieron todos los tripulantes de la misión.

Y todos conocemos los riesgos y el peligro que esto conlleva, pero estamos haciendo algo que nos trasciende como personas, en pos del avance de la civilización, así que el riesgo merece la pena.

Y todos nos sentimos así cuando abordamos la nave, y nos atamos a un cohete con millones de kilos de combustible para ir al espacio.

CP: Sí, solo he visto la versión de Hollywood, pero, a decir verdad, da miedo.

LM: Deberías ir.


(Risas)
CP: Sí, mi marido me lo ha dicho unas cuantas veces.


(Risas)
LM:

¿Viaje solo de ida, o ida y vuelta?


(Risas)
CP: Es un tema de debate en mi casa.


(Risas)
Si es posible, quisiera…

Has tocado un tema que es muy fuerte y muy difícil, cuando has hablado de este incidente que te ocurrió a los cinco años, cuando fuiste víctima de una violación.

Y pienso que decir algo así, como has hecho tú, en el escenario de TED, ser capaz de hablar de ello, sin rodeos, es muy valiente.

Y quisiera conocer tu opinión.

¿Crees que es algo importante que debas compartir ahora, y hablar de ello?

LM: Es importante, sobre todo para los hombres, hablar de estos incidentes, porque la sociedad nos ha enseñado que debemos ser fuertes, duros, y que no podemos hablar de ciertas cosas que nos suceden.

Pero han sido tantos los hombres que han contactado conmigo y me han dicho: «Tú pasaste por eso y lo superaste.

Voy a superar mi alcoholismo».

Sufren por culpa de lo que les ocurrió en el pasado.

Así que debemos compartir estas historias y contarlas para curarnos y completarnos como comunidad.

CP: Es maravilloso.


(Aplausos)
Sinceramente, has hablado de un cambio de perspectiva y pienso que es un cambio que hemos aceptado muy lentamente y del que nos hemos animado a hablar, así que te lo agradecemos.

Gracias por ser un astronauta tan increíble y por haber venido al escenario de TED, Leland.

LM: Muchas gracias, Chee.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/leland_melvin_an_astronaut_s_story_of_curiosity_perspective_and_change/

 

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