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La visión de un fiscal para un mejor sistema judicial – Charla TED2016

Charla «La visión de un fiscal para un mejor sistema judicial» de TED2016 en español.

Cuando un chico comete un crimen, el sistema judicial de EE.UU. puede elegir: procesarlo en estricto cumplimiento de la ley o analizar el caso con algo más de perspectiva y preguntarse si de verdad cargar a los jóvenes con antecedentes penales es siempre lo más correcto. En esta exhaustiva charla, Adam Foss, fiscal de la procuraduría del condado de Suffolk en Boston, expone su idea de cómo reformar el sistema judicial para sustituir la cólera con la oportunidad y mejorar de esta manera la vida de las personas en lugar de arruinarla.

  • Autor/a de la charla: Adam Foss
  • Fecha de grabación: 2016-02-18
  • Fecha de publicación: 2016-03-21
  • Duración de «La visión de un fiscal para un mejor sistema judicial»: 957 segundos

 

Traducción de «La visión de un fiscal para un mejor sistema judicial» en español.

Estas son mis opiniones y no reflejan las opiniones o las políticas de ninguna fiscalía en particular.


(Risas)
Soy fiscal.

Creo en la ley y el orden.

Soy el hijo adoptivo de un policía, un marine, y una peluquera.

Creo en la responsabilidad y en que todos deberíamos vivir seguros en nuestras comunidades.

Me encanta mi trabajo y las personas que lo hacen.

Simplemente creo que es nuestra responsabilidad hacerlo mejor.

Levanten la mano los que antes de los 25 años se portaron mal en la escuela, fueron a un sitio que les había sido específicamente prohibido o bebieron alcohol antes de tener la edad legal.


(Risas)
Muy bien.

¿Cuántos de Uds.

robaron en una tienda, probaron una droga ilegal o se pelearon sí, también con un hermano?

Ahora,

¿cuántos de Uds.

pasaron un día en la cárcel por alguna de estas decisiones?

¿Cuántos de los que están aquí sentados creen que son un peligro para la sociedad o que deberían quedar marcados por esas acciones de imprudencia juvenil?


(Risas)
He tomado nota.

Cuando hablamos de reformar la justicia penal, a menudo nos concentramos en unas pocas cosas y de eso quiero hablarles hoy.

Pero antes les voy a…

ya que han compartido conmigo, les voy a hacer una confesión también.

Fui a la facultad de derecho para ganar dinero.

No tenía interés en ser empleado público, no me interesaba el derecho penal y desde luego no creía que algún día sería fiscal.

Al final de mi primer año en la facultad de derecho, tuve prácticas en el sector Roxbury de la Corte Municipal de Boston.

Yo sabía que Roxbury era un barrio empobrecido de Boston, plagado por la violencia con armas y los delitos de drogas.

Mi vida y mi carrera legal cambiaron el primer día de aquellas prácticas.

Entré en una sala de tribunal y vi un auditorio de personas que, una por una, se acercaban a la parte delantera de esa sala para decir solo dos palabras: «No culpable».

Eran predominantemente negros y morenos.

Y después un juez, un abogado defensor y un fiscal tomarían decisiones que podrían cambiar las vidas de esas personas sin su aportación.

Eran predominantemente blancos.

A medida que las personas se acercaban, una por una, a la parte delantera de la sala, no podía parar de pensar:

¿Cómo han llegado aquí?

Quería conocer sus historias.

Y mientras el fiscal leía los hechos de cada caso, yo pensaba para mis adentros que podríamos haberlo previsto.

Parece tan evitable…

no porque yo fuera un experto en derecho penal, sino porque era de sentido común.

A lo largo de las prácticas, empecé a reconocer a la gente en el auditorio, no porque fueran unos genios del crimen, sino porque venían pidiendo ayuda y los echábamos sin darles ayuda.

En mi segundo año de carrera, trabajé como asistente legal para un abogado defensor y conocí a muchos jóvenes acusados de asesinato.

Incluso en los «peores» conseguía ver historias humanas.

Todas tenían traumas infantiles, explotación, pobreza, pérdida, desvinculación de la escuela, interacción temprana con la policía y con el sistema penal, y todo eso conducía a la sala de tribunal.

Los culpables de asesinato eran condenados a morir en prisión y fue durante esos encuentros con esos hombres que quise comprender por qué gastábamos tanto dinero para mantener esa única persona en la cárcel durante 80 años, en lugar de invertirlo para evitar quizás desde el principio que todo esto ocurra.


(Aplausos)
En mi tercer año de la facultad, defendí a gente acusada de pequeños delitos callejeros, sobre todo enfermos mentales, gente sin hogar, adictos a las drogas, todos necesitados de ayuda.

Solían venir a nosotros y los echábamos sin darles esa ayuda.

Necesitaban nuestra asistencia.

Pero no se la dábamos.

Procesados, juzgados y defendidos por personas que no sabían nada de ellos.

La asombrosa ineficiencia es la que me llevó a trabajar en la justicia penal.

La injusticia de todo ello hizo que quisiera ser defensor.

La dinámica del poder que fui descubriendo hizo que me convirtiera en fiscal.

No quiero perder mucho tiempo hablando del problema.

Sabemos que el sistema penal necesita ser reformado, sabemos que hay 2,3 millones de personas en las cárceles de EE.UU., lo que nos convierte en la nación más encarcelada del planeta.

Sabemos que hay 7 millones de personas más en libertad condicional o vigilada, sabemos que el sistema penal afecta mucho más a la gente de color, sobre todo a la gente de color pobre.

Sabemos que hay fallos en el sistema que nos traen a la gente a las salas de los tribunales.

Pero no hablamos de lo mal equipados que están nuestros fiscales para recibirlos.

Cuando hablamos de reformar la justicia penal, como sociedad, nos concentramos en tres cosas.

Nos quejamos, tuiteamos, protestamos contra la policía, contra la legislación penal y contra la cárcel.

Pero del fiscal hablamos raramente, si lo hacemos alguna vez.

En el otoño de 2009, un joven fue detenido por el Departamento de Policía de Boston.

Tenía 18 años, era afroamericano y frecuentaba el último año de bachillerato en una escuela pública local.

Quería ir a la universidad, pero el salario mínimo que ganaba en su trabajo a tiempo parcial no le permitía matricularse.

Tras una serie de decisiones equivocadas, robó 30 computadoras de una tienda y las vendió por Internet.

Esto llevó a su detención y a una denuncia por 30 delitos.

El tiempo en la cárcel era lo que más le preocupaba a Christopher.

Pero lo que no comprendía era el efecto que tendrían sobre su futuro los antecedentes penales.

Estaba en emplazamientos ese día, cuando el caso de Christopher pasó por mi mesa.

Y a riesgo de parecer dramático, en ese momento tenía la vida de Christopher en mis manos.

Tenía 29 años, era un fiscal recién estrenado y tenía poca idea de cómo las decisiones que pudiera tomar podrían afectar la vida de Christopher.

El caso de Christopher era serio y había que tratarlo como tal, pero no creía que marcarlo como delincuente para el resto de su vida fuera la respuesta correcta.

Los fiscales nos adentramos en nuestro trabajo con poca comprensión del impacto de nuestras decisiones, sin importar nuestra intención.

A pesar de nuestra amplia discreción, aprendemos a evitar el riesgo a todas costas, haciendo que esta discreción sea básicamente inútil.

La historia nos ha condicionado a creer que de alguna manera el sistema penal consigue responsabilizar a los culpables y mejorar la seguridad pública, pese a las pruebas que hay de lo contrario.

Somos juzgados por dentro y por fuera por nuestras convicciones y por los juicios ganados, así que los fiscales no tenemos incentivos para ser creativos en la presentación de nuestros casos, en las resoluciones o para arriesgarnos con personas con las que de normal no lo haríamos.

Nos atenemos a un método obsoleto que impide obtener precisamente el objetivo que todos perseguimos, que es tener comunidades más seguras.

Aun así, muchos fiscales en mi lugar habrían citado a Christopher.

Tienen poca apreciación de lo que podemos hacer.

Citar a Christopher le procuraría unos antecedentes penales que le impedirían conseguir un trabajo, poniendo en marcha un mecanismo que define el fracaso en curso del sistema de justicia penal actual.

Con antecedentes penales y sin un trabajo, Christopher sería incapaz de encontrar un empleo, educación o una vivienda estable.

Sin esos factores de protección en su vida, sería más probable que Christopher cometiera más y peores delitos.

Cuanto más contacto tiene Christopher con el sistema penal, más probable será que vuelva otra vez y otra vez y otra vez…

con un coste social tremendo para sus hijos, su familia y sus compañeros.

Y, señoras y señores, es un terrible resultado de seguridad pública para el resto de nosotros.

Cuando terminé la facultad de derecho, hice lo mismo que todos los demás.

Salí como fiscal, que tenía que repartir justicia, pero en mis clases nunca aprendí qué era la justicia…

ninguno de nosotros lo hace.

Ninguno de nosotros lo hace.

Sin embargo, los fiscales son los actores más poderosos del sistema de justicia penal.

Nuestro poder es prácticamente ilimitado.

Por lo general, ni el juez, ni la policía, ni el poder legislativo, ni el alcalde, ni el gobernador, ni el presidente nos pueden decir cómo procesar nuestros casos.

La decisión de citar a Christopher y procurarle un antecedente penal era exclusivamente mía.

Yo podía decidir si procesarlo por 30 delitos, por un delito, por una transgresión o para nada.

Yo podía decidir si negociar un acuerdo para Christopher o llevar el caso ante los tribunales e, incluso, tenía las facultades de pedir que Christopher ingresara en prisión.

Estas son decisiones que los fiscales toman cada día libremente, y no somos ni conscientes ni estamos preparados para las graves consecuencias de estas decisiones.

Una noche, el verano pasado, estaba en una pequeña reunión de profesionales de color de la ciudad.

Mientras engullía canapés gratis, lo que solemos hacer los funcionarios públicos…


(Risas)
Divisé al otro lado de la sala un joven que me saludaba y sonreía mientras se acercaba a mí.

Y lo reconocí, pero no conseguía acordarme de dónde, y antes de que pudiera reaccionar, ese joven me estaba abrazando.

Y me daba las gracias.

«Ud.

se preocupó por mí y cambió mi vida».

Era Christopher.

Yo nunca cité a Christopher.

Nunca se enfrentó a un juez ni a la cárcel, nunca tuvo antecedentes penales.

En cambio, trabajé con Christopher; primero para que asumiera la responsabilidad de sus acciones y después poniéndolo en la posición de no volver a infringir la ley.

Recuperamos el 75 % de las computadoras que vendió y las devolvimos a Best Buy e ideamos un plan financiero para devolver el dinero de las que no pudimos recuperar.

Christopher hizo trabajo comunitario.

Escribió una reflexión sobre cómo este caso podía afectar su futuro y el de la comunidad.

Se matriculó en la universidad, consiguió un subsidio y se graduó tras cuatro años de estudios.


(Aplausos)
Tras terminar de abrazarnos, miré su tarjeta y descubrí que Christopher era el director de un importante banco de Boston.

Christopher lo había logrado y ganaba mucho más dinero que yo.


(Risas)
Había conseguido todo esto en los 6 años desde que lo había visto por primera vez en la corte de Roxbury.

No puedo atribuirme el mérito del viaje de Christopher al éxito, pero sin duda he contribuido para mantenerlo en el buen camino.

Hay miles de Christophers ahí fuera, algunos encerrados en nuestras prisiones.

Necesitamos miles de fiscales que se den cuenta y los protejan.

Un Christopher empleado es mejor para la seguridad pública que uno condenado.

Es una mayor victoria para todos nosotros.

A posteriori, la decisión de no arremeter contra Christopher parece totalmente razonable.

Cuando lo vi ese primer día en la corte de Roxbury, no vi a un criminal.

Me vi a mí mismo, un joven que necesitaba una intervención.

Como individuo, sorprendido vendiendo una gran cantidad de drogas en mi adolescencia tardía, conocía de primera mano el poder de la oportunidad frente a la cólera del sistema penal.

Con el tiempo, con la ayuda y el asesoramiento de mi fiscal, mi supervisor y los jueces, comprendí el poder del fiscal de cambiar vidas en lugar de arruinarlas.

Y así es cómo lo hacemos en Boston.

Ayudamos a una mujer, detenida por robar comida para sus hijos, a encontrar trabajo.

En lugar de mandar a un adolescente abusado a una cárcel de mayores por golpear a otro adolescente, le conseguimos tratamiento psicológico y supervisión comunitaria.

Una chica fugitiva, detenida por prostituirse para sobrevivir en la calle, necesitaba un sitio seguro para vivir y crecer, algo con lo que pudimos ayudarla.

Hasta ayudé a un joven que tenía tanto miedo de las bandas de chicos mayores de su escuela que una mañana, en lugar del almuerzo, puso en su mochila una nueve milímetros cargada.

El tiempo que normalmente empleábamos para preparar durante meses y meses nuestros casos para los futuros juicios ahora sirve para encontrar soluciones reales a los problemas, a medida que se presentan.

¿Cuál es la mejor manera de emplear nuestro tiempo?

¿Cómo preferirían que sus fiscales emplearan el suyo?

¿Por qué gastamos USD 80 000 millones en una industria carcelaria que sabemos que no funciona, cuando podríamos invertir ese dinero en educación, en tratamientos de salud mental, en tratamientos de drogadicción y en la comunidad para poder desarrollar nuestros barrios?


(Aplausos)

¿Por qué debería importarles todo esto?

Pues, primero, porque estamos gastando mucho dinero.

Nuestro dinero.

En algunos estados cuesta USD 109 000 encerrar a un adolescente durante un año, con un 60 % de probabilidad de que esa persona vuelva al mismo sistema.

Es una terrible rentabilidad para una inversión.

En segundo lugar, es lo correcto.

Si los fiscales participamos en la creación del problema, es nuestro deber resolverlo y podemos hacerlo usando otras disciplinas que ya han hecho la investigación para nosotros.

Y en tercer lugar, su voz y su voto pueden hacerlo realidad.

La próxima vez que voten para el fiscal local en su jurisdicción, hagan estas preguntas a los candidatos.

Uno:

¿Qué está Ud.

haciendo para que mis vecinos y yo seamos más seguros?

Dos:

¿Qué datos está Ud.

recogiendo y cómo está formando a sus fiscales para asegurarse de que funcione?

Y número tres: Si no está funcionando para todos,

¿qué está Ud.

haciendo para arreglarlo?

Si no saben contestar a las preguntas, no deberían hacer el trabajo.

Cada uno de los que levantaron la mano al principio de esta charla es un ejemplo viviente del poder de la oportunidad, de la intervención, del apoyo y del amor.

Probablemente cada uno de Uds.

recibió su propio castigo por las infracciones que cometió, pero muy pocos necesitaron un día en la cárcel para convertirse en las personas que son hoy, algunas de las mentes más brillantes del planeta.

Cada día, miles de veces al día, los fiscales en EE.UU.

esgrimen un poder tan grande que puede provocar una catástrofe con la misma rapidez con la que pueden traer oportunidad, intervención, apoyo y sí, también amor.

Esas cualidades son la marca de una comunidad fuerte que es también una comunidad segura.

Si nuestras comunidades están rotas, no dejen que los juristas que elijan las arreglen con métodos obsoletos, caros e ineficientes.

Pidan más; voten al fiscal que ayuda a la gente a quedarse fuera de la cárcel, no al que la mete dentro.

Pidan mejor.

Lo merecen, sus hijos lo merecen, la gente que está atrapada en el sistema lo merece, pero sobre todo lo piden las personas que hemos jurado proteger y para las que hacemos justicia.

Debemos, debemos hacerlo mejor.

Gracias.


(Aplausos)
Gracias.


(Aplausos)
Muchas gracias.

https://www.ted.com/talks/adam_foss_a_prosecutor_s_vision_for_a_better_justice_system/

 

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