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Las poderosas historias que han conformado África – Charla TEDGlobal 2017

Charla «Las poderosas historias que han conformado África» de TEDGlobal 2017 en español.

En la gran vastedad de la historia hasta un imperio puede ser olvidado. En esta charla transcendental, Gus Casely-Hayford comparte historias sobre el origen de África que quedan con demasiada frecuencia sin documentar, se pierden o se dejan de compartir. Viaja a Gran Zimbabue, la antigua ciudad cuyo origen misterioso y avanzada arquitectura siguen desconcertando a los arqueólogos. O a la época de Mansa Musa, gobernante del Imperio Malí, gracias a cuya enorme riqueza se construyeron las legendarias bibliotecas de Tombuctú. Y piensa qué otras lecciones de historia podríamos estar pasando por alto sin darnos cuenta.

  • Autor/a de la charla: Gus Casely-Hayford
  • Fecha de grabación: 2017-08-27
  • Fecha de publicación: 2017-10-20
  • Duración de «Las poderosas historias que han conformado África»: 1194 segundos

 

Traducción de «Las poderosas historias que han conformado África» en español.

Bueno, Hegel…

como todo el mundo sabe, dijo que África es un lugar sin historia, sin pasado, sin narrativa.

Sin embargo, yo rebatiría que ningún otro continente ha promovido, ha luchado, ha celebrado su historia de manera más coordinada.

La lucha por mantener viva la narrativa africana ha sido uno de los esfuerzos más consistentes y perseverantes de los pueblos africanos, y sigue siéndolo.

Las luchas sostenidas y los sacrificios hechos para conservar la narrativa frente a la esclavitud, el colonialismo, el racismo, las guerras y muchas cosas más han sido la narrativa que ha sustentado nuestra historia.

Y nuestra narrativa no solo ha sobrevivido a los ataques que la historia le ha lanzado.

Hemos dejado un conjunto de cultura material, maestría artística y producción intelectual.

Hemos creado mapas y trazado planos y capturado nuestras historias en maneras que son la medida de cualquier otro sitio en el mundo.

Mucho antes de la significativa llegada de los europeos — de hecho, mientras Europa aún estaba sumida en su Edad Oscura — los africanos creaban técnicas innovadoras para documentar, fomentar la historia, inventaban métodos revolucionarios para mantener viva su historia.

Y la historia viva, la herencia dinámica, sigue siendo importante para nosotros.

Eso se manifiesta de muchísimas formas.

Me acuerdo de cómo, justo el año pasado — a lo mejor lo recuerdan — los primeros miembros de Ansar ad-Din, grupo afiliado a Al Qaeda, fueron acusados de crímenes de guerra y mandados a La Haya.

Y uno de los más famosos era Ahmad al-Faqi, un joven maliense acusado no de genocidio, no de limpieza étnica, sino de ser uno de los instigadores de la campaña para destruir parte del más importante patrimonio cultural de Malí.

No fue vandalismo, no fueron acciones desconsideradas.

Una de las cosas que dijo al-Faqi cuando se le pidió que se identificara en el tribunal fue que tenía licenciatura, que era profesor.

Durante el 2012 emprendieron una campaña sistemática para destruir el patrimonio cultural de Malí.

Fue una guerra profundamente razonada y llevada a cabo de la forma más poderosa que se podía concebir: destruyendo la narrativa, destruyendo las historias.

El intento de destrucción de nueve santuarios, la mezquita central y tal vez hasta 4000 manuscritos fue un acto premeditado.

Comprendían el poder de la narrativa de mantener unidas las comunidades y por otro lado entendían que al destruir las historias, esperaban destruir un pueblo.

Pero al igual que Ansar ad-Din y su insurrección estaban impulsados por poderosas narrativas, también lo estaba la defensa de parte de la población local de Tombuctú y sus bibliotecas.

Esas eran comunidades criadas con historias del Imperio Malí; habían vivido en la sombra de las grandes bibliotecas de Tombuctú.

Habían escuchado canciones sobre su origen desde su infancia y no estaban dispuestos a rendirse sin luchar.

A lo largo de meses difíciles en el 2012, durante la invasión de Ansar ad-Din, los malienses, gente común, arriesgaron sus vidas para ocultar y poner a salvo documentos, haciendo lo posible para proteger edificios históricos y defender sus antiguas bibliotecas.

Y pese a que no siempre lo consiguieron, por suerte se salvaron muchos de los manuscritos más importantes y al día de hoy todos los santuarios dañados durante la sublevación han sido reconstruidos, incluida la mezquita del siglo XIV que es el corazón simbólico de la ciudad.

Ha sido restaurada completamente.

Pero incluso en los peores periodos de la ocupación, bastantes habitantes de Tombuctú simplemente no se doblegaron frente a hombres como al-Faqi.

No dejaron que su historia fuera barrida y cualquiera que haya visitado esa parte del mundo entendería por qué, por qué los relatos, la narrativa, las historias tienen tanta importancia.

La historia importa.

La historia importa de verdad.

Y para los pueblos de origen africano, testigos de un ataque sistemático a su narrativa a lo largo de siglos, esto tiene una importancia vital.

Esto es parte de un eco recurrente en nuestra historia de gente común que defiende su narrativa, su historia.

Igual que en el siglo XIX, cuando en el Caribe pueblos esclavizados de origen africano lucharon bajo amenaza de castigo, lucharon para practicar sus religiones, para celebrar el carnaval, para mantener viva su historia.

La gente común estaba dispuesta a hacer grandes sacrificios, algunos incluso el sacrificio definitivo, por su historia.

Y fue a través del control de la narrativa que se concretaron las campañas coloniales más devastadoras.

Fue a través del dominio de una narrativa sobre la otra que se hicieron palpables las peores manifestaciones de colonialismo.

Cuando, en 1874, los británicos atacaron a los ashanti, invadieron Kumasi y capturaron a su monarca.

Sabían que controlar el territorio y someter al jefe de estado no era suficiente.

Reconocían que la autoridad emocional del estado se hallaba en su narrativa y en los símbolos que la representaban, como el Taburete Dorado.

Comprendían que el control de la historia era absolutamente vital para controlar de verdad a un pueblo.

Y los ashanti también lo entendieron y nunca renunciaron al precioso Taburete Dorado, nunca se rindieron del todo a los británicos.

La narrativa importa.

En 1871, Karl Mauch, geólogo alemán que trabajaba en el sur de África, se topó con un complejo extraordinario, un complejo de construcciones de piedra abandonadas.

Y nunca se recuperó del todo de lo que vio: una ciudad de granito, construida con piedra seca, desamparada encima de un afloramiento rodeado por una sabana vacía.

Gran Zimbabue.

Y Mauch no tenía idea de quién era el responsable de lo que era sin duda una asombrosa proeza arquitectónica, pero de una cosa estaba seguro: esta narrativa necesitaba ser reclamada.

Más tarde escribió que la fina arquitectura de Gran Zimbabue era sencillamente demasiado sofisticada, demasiado especial para haber sido construida por africanos.

Mauch, como docenas de europeos que siguieron sus pasos, hizo conjeturas acerca de quién pudo haber construido la ciudad.

Y uno llegó incluso a decir: «No creo que me equivoque demasiado si afirmo que esa ruina en la colina es una copia del templo del rey Salomón».

Y como seguramente saben, Mauch no se había topado con el templo del rey Salomón, sino con un complejo de construcciones puramente africano construido por una civilización puramente africana a partir del siglo XI.

Pero lo mismo hizo Leo Frobenius, otro antropólogo alemán, que teorizó algunos años más tarde, al ver por primera vez las cabezas nigerianas de Ife, que debían ser artefactos del desaparecido reino de Atlántida.

Exactamente como Hegel, sintió una necesidad casi instintiva de despojar África de su historia.

Estas ideas son tan irracionales, tan profundamente arraigadas, que no conseguían pensar racionalmente ni siquiera estando frente a la realidad arqueológica.

Se volvían ciegos.

Y como gran parte de la relación entre África y la Europa ilustrada, esto comportaba la apropiación, la denigración, el control del continente.

Conllevaba un intento de doblegar la narrativa a las finalidades de Europa.

Y si Mauch de verdad hubiera querido encontrar una respuesta a su pregunta «¿De dónde viene Gran Zimbabue o esa gran construcción de piedra?», habría tenido que empezar su búsqueda a mil kilómetros de Gran Zimbabue, en el borde oriental del continente, donde África toca el océano Índico.

Habría tenido que seguir la pista del oro y de los bienes desde algún gran emporio comercial de la costa suajili hasta Gran Zimbabue para tener una idea de la escala y la influencia de esa misteriosa cultura, para obtener una imagen de Gran Zimbabue como entidad política y cultural a través de los reinos y las civilizaciones que fueron atraídos bajo su control.

Durante siglos, los comerciantes se han acercado a ese trocito de la costa desde sitios tan lejanos como India, China y Medio Oriente.

Y puede resultar tentador interpretarla, porque tiene una belleza exquisita, esa construcción, podría ser tentador interpretarla simplemente como una joya exquisita y simbólica, una inmensa escultura ceremonial en piedra.

Pero el sitio debe haber sido un complejo en el centro de un nexo significativo de economías que definieron esta región durante un milenio.

Esto importa.

Estas narrativas importan.

Incluso hoy, la lucha por contar nuestra historia no es solo contra el tiempo.

No es solo contra organizaciones como Ansar ad-Din.

También está en establecer una voz verdaderamente africana tras siglos de historias impuestas.

No solo tenemos que recolonizar nuestra historia, sino que tenemos que encontrar formas de reconstruir los cimientos intelectuales cuya existencia Hegel negó por completo.

Tenemos que redescubrir la filosofía africana, las perspectivas africanas, la historia africana.

El florecimiento de Gran Zimbabue no fue un fenómeno aislado.

Fue parte de un cambio incipiente a lo largo de todo el continente.

Quizás el ejemplo más notable de eso fuera Sundiata Keita, el fundador del Imperio Malí, tal vez el imperio más importante que haya tenido el oeste de África.

Sundiata Keita nació alrededor de 1235 y se crió en tiempos de profunda inestabilidad.

Presenció la transición entre las dinastías bereberes en el norte, podría haber oído hablar del ascenso de los ife en el sur y tal vez incluso de la dominación de la dinastía salomónica en el este, en Etiopía.

Y debía saber que estaba viviendo en un momento de cambio constante, de creciente confianza en nuestro continente.

Debía estar al corriente de que nuevos estados estaban construyendo su influencia desde lugares tan remotos como Gran Zimbabue y los sultanatos suajili, cada uno con conflictos directos o indirectos más allá del continente mismo, cada uno con voluntad de invertir en la protección de su herencia intelectual y cultural.

Probablemente tenía relaciones comerciales con estas otras naciones como parte de un nexo continental masivo entre las grandes economías africanas del Medioevo.

Y como todos esos grandes imperios, Sundiata Keita invirtió en proteger su legado a lo largo de la historia usando el relato, no solo formalizando la idea de narración, sino fundando una verdadera costumbre de contar y recontar su historia como clave para crear una narrativa para su imperio.

Y estos relatos, en forma musical, hoy en día se siguen cantando.

Bien, varias décadas tras la muerte de Sundiata, un nuevo rey ascendió al trono, Mansa Musa, su emperador más famoso.

Bien, Mansa Musa es célebre por sus inmensas reservas de oro y por enviar emisarios a las cortes de Europa y Oriente Medio.

Era igual de ambicioso que sus predecesores, pero emprendió un camino diferente para asegurarse un lugar en la historia.

En 1324, Mansa Musa se fue de peregrinación a la Meca y viajó con un séquito de miles de personas.

Se dice que tenía 100 camellos y cada uno llevaba 100 libras de oro.

Está documentado que construyó una mezquita totalmente funcional cada viernes de su viaje y llevó a cabo tantos actos de bondad que el gran cronista bereber Ibn Battuta escribió: «Inundó El Cairo con amabilidad, gastando tanto dinero en los mercados del norte de África y Oriente Medio que el precio del oro se vio afectado durante la siguiente década».

Y a su retorno, Mansa Musa conmemoró su viaje construyendo una mezquita en el corazón de su imperio.

Y lo que dejó como legado, Tombuctú, representa uno de los grandes conjuntos de material histórico escrito creado por eruditos africanos: cerca de 700 000 documentos medievales, que van desde trabajos de estudiosos hasta cartas, que a menudo han sido conservados en hogares privados.

Y en su apogeo, en los siglos XV y XVI, la universidad allí era tan influyente como cualquier establecimiento educativo en Europa, captando a cerca de 25 000 estudiantes.

Eso sucedía en una ciudad de unos 100 000 habitantes.

Consagró a Tombuctú como centro mundial de la enseñanza.

Pero era un tipo de enseñanza muy particular centrado e impulsado por el Islam.

Y desde que visité Tombuctú por primera vez, he estado en muchas otras bibliotecas en África, y pese a la visión de Hegel de que África no tiene historia, no solo es un continente con un exceso de historia, sino que ha desarrollado sistemas únicos para recopilarla y promocionarla.

Hay miles de pequeños archivos, depósitos de tambores textiles, que se han convertido en algo más que almacenes de manuscritos y cultura material.

Se han transformado en fuentes de narrativa comunitaria, símbolos de continuidad, y estoy bastante seguro de que muchos de esos filósofos europeos que han puesto en duda una tradición intelectual africana deben haber estado enterados, bajo sus prejuicios, de la contribución de los intelectuales africanos a los conocimientos occidentales.

Deben haber conocido a los grandes filósofos norteafricanos del Medioevo que recorrieron el Mediterráneo.

Deben haber sabido y haber estado al corriente de esa tradición que es parte del cristianismo, de los tres hombres sabios.

Y durante el Medioevo, Baltasar, ese tercer hombre sabio, fue representado como un rey africano.

Y se volvió inmensamente popular como tercer pilar intelectual del conocimiento del Viejo Mundo, a la par que Europa y Asia, como un igual.

Estas cosas eran conocidas por todos.

Estas comunidades no crecieron en el aislamiento.

La riqueza y el poder de Tombuctú crecieron, porque la ciudad se convirtió en el núcleo de lucrativas rutas comerciales internacionales.

Este era un centro en un continente sin fronteras, transcontinental, ambicioso, enfocado al exterior, confiado.

Los comerciantes bereberes llevaban sal y tejidos y bienes preciosos nuevos y conocimiento hacia abajo, al oeste de África, desde el otro lado del desierto.

Pero como pueden observar en este mapa que fue creado poco tiempo después de la vida de Mansa Musa, también había un nexo de rutas comerciales subsaharianas a lo largo de las cuales las ideas y las tradiciones africanas se añadían al valor intelectual de Tombuctú y sin duda cruzaban el desierto hasta Europa.

Los manuscritos y la cultura material se han convertido en fuentes de narrativa comunitaria, en símbolos de continuidad.

Y estoy bastante seguro de que esos intelectuales europeos que ponían en duda nuestra historia, en el fondo conocían nuestras tradiciones.

Y hoy, a medida que se vuelven populares en el oeste de África fuerzas estridentes como Ansar ad-Din y Boko Haram, es ese espíritu de desafío verdaderamente indígena, dinámico e intelectual lo que mantiene las antiguas tradiciones en su lugar.

Cuando Mansa Musa convirtió Tombuctú en su capital, contempló la ciudad como un Médici contempló Florencia: como el centro de un imperio abierto, intelectual y empresarial que prosperaba con grandes ideas, vinieran de donde vinieran.

La ciudad, la cultura, el mismo ADN intelectual de esta región sigue siendo tan maravillosamente complejo y diverso que siempre permanecerá en parte en las tradiciones narrativas que derivan de las tradiciones indígenas preislámicas.

Esa forma altamente exitosa de Islam que se desarrolló en Malí se hizo popular, porque aceptaba esas libertades y esa inherente diversidad cultural.

Y la celebración de esa complejidad, ese amor por el discurso tenazmente disputado, esa apreciación de la narrativa, fue y seguirá siendo, pese a todo, el verdadero corazón del oeste de África.

Y hoy, mientras los santuarios y la mezquita destrozados por Ansar ad-Din han sido reconstruidos, muchos de los instigadores de su destrucción han sido encarcelados.

Y nos quedan lecciones poderosas, se nos recuerda una vez más cómo nuestra historia y narrativa han mantenido unidas a comunidades durante milenios, y lo esenciales que siguen siendo para dar sentido al África moderna.

Y también se nos recuerda que las raíces de esta África confiada, intelectual, empresarial, abierta al exterior, culturalmente porosa y libre de impuestos, fueron un día la envidia del mundo.

Pero esas raíces persisten.

Muchas gracias.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/gus_casely_hayford_the_powerful_stories_that_shaped_africa/

 

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