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Charla «Lo que aprendí cumpliendo condena por un crimen que no cometí» de TEDWomen 2017 en español.
En 2011, Teresa Njoroge fue declarada culpable de un delito financiero que no cometió, resultado de una larga serie de falsas acusaciones, crecientes intentos de soborno y el sistema de justicia en su hogar en Kenia. Una vez encarcelada, descubrió que la mayoría de las mujeres han sido víctima del mismo sistema roto, atrapadas en una puerta giratoria de la vida dentro y fuera de la prisión debido a la mala educación y la falta de oportunidades económicas. Ahora libres y autorizadas por los tribunales de apelación, Njoroge comparte cómo darles a las mujeres en prisión las habilidades, herramientas y apoyo. Necesitan romper el ciclo de la pobreza y la delincuencia y construir una vida mejor.
- Autor/a de la charla: Teresa Njoroge
- Fecha de grabación: 2017-11-01
- Fecha de publicación: 2017-11-13
- Duración de «Lo que aprendí cumpliendo condena por un crimen que no cometí»: 743 segundos
Traducción de «Lo que aprendí cumpliendo condena por un crimen que no cometí» en español.
Cuando escuché esas rejas golpeando fuerte, supe que era real.
Me siento confundida.
Me siento traicionada.
Me siento abrumada.
Me siento silenciada.
¿Qué es lo que acaba de suceder? ¿Cómo pudieron enviarme ahí? Yo no debo estar aquí.
¿Cómo pudieron cometer un error tan grande sin ninguna repercusión en absoluto a sus acciones? Veo grandes grupos de mujeres en uniformes hechos jirones rodeadas de enormes muros y puertas, cercadas con alambres de púas de hierro, y me golpea un horrible hedor y me pregunto: ¿Cómo pasé de trabajar en el respetado sector bancario financiero, habiendo trabajado tan arduamente en la escuela, a estar ahora encerrada en la instalación correccional más grande para las mujeres en Kenia? Mi primera noche en la prisión de máxima seguridad para mujeres de Langata fue la más dura.
En enero de 2009, me informaron de haber gestionado una transacción fraudulenta sin saberlo en el banco donde trabajaba.
Estaba sorprendida, asustada y aterrorizada.
Iba a perder una carrera que amaba con pasión.
Pero eso no fue lo peor.
Iba ser aún peor de lo que podría haber imaginado.
Me arrestaron, me acusaron por malicia y me procesaron.
Lo más absurdo de todo fue que el agente que me arrestaba me pidiese USD 10 000 para que el caso desapareciese.
Lo rechacé.
Los dos años y medio siguientes dentro y fuera de los tribunales, estuve luchando para demostrar mi inocencia Estuve en todos los medios, en los periódicos, la TV, la radio.
Vinieron a mí de nuevo.
Esta vez me dijeron: «Si nos das USD 50 000, el juicio será a tu favor», independientemente del hecho de que haya pruebas o no de haber hecho alguna fechoría en las acusaciones en mi contra.
Recuerdo los acontecimientos de mi condena hace seis años como si fuera ayer.
El rostro frío y duro de la juez al pronunciar mi sentencia en una fría mañana de jueves por un crimen que no había cometido.
Recuerdo que tenía en brazos a mi hermosa hija de tres meses a quien acababa de poner el nombre de Oma, que en mi dialecto significa «verdad y justicia» como lo que tanto había anhelado todo este tiempo.
La vestí con su vestido morado favorito, y aquí estaba ella, a punto de acompañarme para cumplir esta sentencia de un año tras las rejas.
Los guardias no parecían sensibles al trauma que esta experiencia me estaba causando.
Mi dignidad y humanidad desaparecieron con el proceso de admisión.
Vi cómo me cacheaban buscando contrabando, y cómo cambiaron mi ropa común por el uniforme de la prisión, obligada a ponerme en cuclillas en el suelo, una postura que pronto aprendí que sería la rutina de las miles de búsquedas, y numerosos conteos a los que me sometieron.
Las mujeres me dijeron, «Te adaptarás a este lugar.
Te acostumbrarás».
Ya no me llamaban Teresa Njoroge.
El número 415/11 era mi nueva identidad, y pronto aprendí que ese era el caso de otras mujeres con quién compartía ese espacio.
Y me adapté a la vida tras las rejas: la comida de la prisión, el idioma de la prisión, la vida de la prisión.
La prisión ciertamente no es un mundo de cuento de hadas.
Lo que no comprendo es la manera como mujeres y niños con quien compartí tiempo y espacio, habían sido encarceladas por crímenes del sistema, por una corrupción que requiere un culpable, un chivo expiatorio, para que la persona responsable quede libre, un sistema roto que rutinariamente vilipendia a los vulnerables, a los más pobres de nosotros, personas que no pueden pagar la fianza o los sobornos.
Y así continuamos.
Mientras escuchaba historia tras historia de estas casi 700 mujeres durante ese año en prisión, pronto me di cuenta de que el crimen no fue lo que llevó a estas mujeres a prisión, a la mayoría de ellas, ni muchos menos.
Todo había comenzado con el sistema educativo, cuyo suministro y calidad no es igual para todos; la falta de oportunidades económicas empuja a estas mujeres a crímenes de supervivencia menores; el sistema de salud, sistema de justicia social, el sistema de justicia penal.
Si alguna de estas mujeres, que eran en su mayoría de origen pobre, caen por las grietas del sistema en sí ya roto, el fondo de ese abismo es una prisión, punto.
Cuando completé mi sentencia de un año en la prisión de mujeres de Langata, tuve una convicción ardiente de ser parte de la transformación para resolver las injusticias de las que yo había sido testigo a mujeres y a niñas que fueron atrapadas en una puerta giratoria de una vida dentro y fuera de la prisión debido a la pobreza.
Después de mi puesta en libertad, puse en marcha Clean Start.
Clean Start es una empresa social que busca dar a estas mujeres y niñas una segunda oportunidad.
Tendemos puentes para ellas.
Entramos en las prisiones, las entrenamos, les damos habilidades, herramientas y apoyo para permitirles cambiar su forma de pensar, sus comportamientos y sus actitudes.
También tendemos puentes hacia las cárceles desde el sector corporativo.
Individuos, organizaciones que se asocian con Clean Start para permitirnos proporcionar empleo, espacios a los que llamar hogar, trabajos y entrenamiento vocacional para estas mujeres, niñas, niños y hombres, desde la transición de vuelta a la sociedad.
Nunca pensé que un día estaría narrando historias de las injusticias que son tan comunes dentro del sistema de la justicia penal, pero aquí estoy.
Cada vez que vuelvo a la prisión, me siento un poco en casa, pero es el trabajo desalentador de lograr la visión lo que me mantiene despierta por la noche, lo que me conecta con Louisiana, considerada la capital mundial del encarcelamiento, llevando conmigo historias de cientos de mujeres a quienes he conocido dentro de las prisiones, algunas de las cuales ahora tienen su segunda oportunidad, y otras que todavía están en el camino del transcurso de la vida.
Yo encarno una frase de la gran Maya Angelou.
«Vengo sola, pero soy como 10 000».
(Aplausos) Porque mi historia es singular, pero imaginen junto a mí los millones de personas en las cárceles de hoy, que anhelan libertad.
Tres años después de mi condena y dos años tras mi puesta en libertad, los tribunales de apelación me dejaron libre de cualquier cargo.
(Aplausos) Casi al mismo tiempo, fui bendecida con mi hijo, a quien llamé Uhuru, que en mi dialecto significa «libertad».
(Aplausos) Porque finalmente había obtenido la libertad que tanto anhelaba.
Vengo sola, pero soy como 10 000 alentada por la dura esperanza de que miles de nosotras nos hemos reunido para reformar y transformar el sistema de justicia penal, alentadas por hacer nuestro trabajo como estamos destinadas a hacerlo.
Y sigamos haciéndolo sin pedir disculpas.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/teresa_njoroge_what_i_learned_serving_time_for_a_crime_i_didn_t_commit/