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Charla «Lo que es ir de incógnito en Corea del Norte» de TED2015 en español.
Durante seis meses, Suki Kim trabajó como profesora de inglés en una escuela de élite para los futuros líderes de Corea del Norte, al tiempo que escribía un libro sobre uno de los regímenes más represivos del mundo. A medida que ayudaba a sus estudiantes a lidiar con conceptos como «verdad» y «pensamiento crítico», llegó a preguntarse: ¿Enseñarles a estos estudiantes a buscar la verdad fue ponerlos en peligro? (Esta charla fue parte de una sesión en TED2015 co-comisariada por Pop-Up Magazine: popupmagazine.com @popupmag en Twitter)
- Autor/a de la charla: Suki Kim
- Fecha de grabación: 2015-03-18
- Fecha de publicación: 2015-06-08
- Duración de «Lo que es ir de incógnito en Corea del Norte»: 752 segundos
Traducción de «Lo que es ir de incógnito en Corea del Norte» en español.
En 2011, durante los seis meses finales de la vida de Kim Jong-Il, viví de incógnito en Corea del Norte.
Nací y crecí en Corea del Sur, su enemigo.
Vivo en EE.UU., su otro enemigo.
Desde el año 2002, había visitado Corea del Norte un par de veces.
Y me di cuenta de que para escribir sobre eso con sentido, o para entender el lugar más allá de la propaganda del régimen, la única opción era la inmersión total.
Por eso me presenté como profesora y misionera en una universidad de hombres en Pyongyang.
La Universidad de Pyongyang de Ciencia y Tecnología fundada por cristianos evangélicos que cooperan con el régimen para educar a los hijos de la élite de Corea del Norte, sin proselitismo, que es un crimen capital allí.
Los estudiantes eran 270 jóvenes, que se espera que sean los futuros líderes de la dictadura actual más aislada y brutal.
Cuando llegué, se convirtieron en mis alumnos.
2011 fue un año especial, aniversario 100 del nacimiento del gran primer líder de Corea del Norte, Kim Il-Sung.
Para celebrar la ocasión, el régimen cerró todas las universidades, y envió a los estudiantes a los campos para construir el tan anunciado ideal de la RPDC como la nación más poderosa y próspera del mundo.
Mis alumnos eran los únicos que se libraron de ese destino.
Corea del Norte es un gulag que se hace pasar por nación.
Todo allí tiene que ver con el Gran Líder.
Cada libro, cada artículo de periódico, cada canción, cada programa de TV, tiene solo un tema.
Las flores reciben su nombre, en las montañas están talladas sus consignas.
Cada ciudadano luce la divisa del Gran Líder en todo momento.
Incluso su calendario empieza con el nacimiento de Kim Il-Sung.
La escuela es una prisión fuertemente custodiada, que hace de campus.
Los profesores solo podían salir en grupos acompañados por un cuidador oficial.
Incluso así, nuestros viajes se limitaban a los monumentos nacionales que celebraban al Gran Líder.
A los estudiantes no se les permitía salir de la escuela, ni comunicarse con sus padres.
Sus días eran meticulosamente programados y cualquier momento libre se dedicaba a honrar a su Gran Líder.
Las lecciones tenían que ser aprobadas por el personal de Corea del Norte, cada clase se grababa y era informada, cada habitación tenía micrófonos ocultos, y cada conversación era escuchada.
Cada espacio era cubierto con retratos de Kim Il-Sung y Kim Jong-Il, como en todas partes en Corea del Norte.
Nunca se nos permitía discutir el mundo exterior.
Como estudiantes de ciencia y tecnología, muchos se especializaban en computación pero no conocían la existencia de Internet.
Nunca habían oído de Mark Zuckerberg o Steve Jobs.
Facebook, Twitter, nada de eso habría significado algo.
Y yo no podía contarles.
Fui allí en busca de la verdad.
Pero ¿por dónde empezar siquiera si la ideología de toda una nación, la realidad del día a día de mis estudiantes, e incluso mi propio puesto en las universidades, todo se construyó sobre mentiras? Empecé con un juego.
Jugamos a «Verdad y mentira».
Un voluntario escribía una oración en la pizarra, y el resto de los estudiantes tenían que adivinar si era verdad o mentira.
Una vez un estudiante escribió: «Visité China el año pasado de vacaciones», y todos gritaron: «¡Mentira!» Todos sabían que eso no era posible.
Prácticamente ningún coreano del norte puede salir del país.
Incluso viajar dentro de su propio país requiere un pase de viaje.
Esperaba que este juego revelara algo de verdad acerca de mis estudiantes, porque mienten muy a menudo y fácilmente, ya sea sobre los míticos logros de su Gran Líder, o el reclamo extraño de que clonaron un conejo en 5º grado.
La diferencia entre verdad y mentira a veces parecía difusa para ellos.
Me llevó un tiempo entender los diferentes tipos de mentiras; mienten para proteger su sistema del mundo, o les enseñaron mentiras, y simplemente las repetían.
O, de a ratos, mentían por hábito.
Pero si todo lo que siempre han conocido eran mentiras, ¿cómo podríamos esperar que fueran de otro modo? Luego, traté de enseñarles a escribir ensayos.
Pero eso resultó casi imposible.
Los ensayos consisten en plantear una tesis propia, y argumentar con base en la evidencia para probarlo.
A estos estudiantes, sin embargo, se les dijo lo que pensar, y ellos obedecieron.
En sus palabras, el pensamiento crítico no estaba permitido.
Les di también la tarea semanal de escribir una carta personal a alguien.
Llevó un gran tiempo, pero al final algunos empezaron a escribir a sus madres, a sus amigos, a sus novias.
Aunque eran solo tareas, y nunca llegaría a sus destinatarios, mis estudiantes poco a poco empezaron a revelar sus verdaderos sentimientos.
Escribieron que estaban hartos de la igualdad de todo.
Que les preocupaba su futuro.
En esas cartas, raramente mencionaban a su Gran Líder.
Pasé todo mi tiempo con estos jóvenes.
Compartimos comidas juntos, jugamos al baloncesto juntos.
A menudo los llamaba caballeros, algo que les hacía reír.
Se sonrojaban al mencionar a las niñas.
Y llegué a adorarlos.
Y viéndolos abrirse incluso en el más pequeño de los sentidos, fue profundamente conmovedor.
Pero algo también estaba mal.
En esos meses que viví en su mundo, a menudo me preguntaba si la verdad mejoraría sus vidas.
Deseaba mucho decirles la verdad sobre su país, y del mundo exterior, donde jóvenes árabes dieron vuelta a su régimen podrido, usando el poder de los medios sociales, que todos salvo ellos estaban conectados a la World Wide Web, que no era de todo el mundo después de todo.
Pero para ellos la verdad era peligrosa.
Animarles a correr tras la verdad era ponerlos en peligro de persecución, de angustia.
Cuando no te permiten expresar nada abiertamente, uno aprende a leer lo que no se dice.
En una de sus cartas personales hacia mí, un estudiante escribió que entendía por qué yo siempre los llamaba caballeros.
Era porque yo les deseaba que fuesen gentiles en la vida, decía.
En mi último día en diciembre de 2011, el día que anunciaron la muerte de Kim Jong-Il, su mundo se hizo pedazos.
Yo tuve que dejarlos sin un adiós apropiado.
Pero creo que sabían lo triste que yo estaba por ellos.
Una vez, hacia el final de mi estancia, un estudiante me dijo: «Profesora, nunca pensamos en Uds.
como alguien diferente de nosotros.
Nuestras circunstancias son diferentes, pero Ud.
es igual a nosotros.
Queremos que sepa que realmente la pensamos como una igual».
Hoy en día, si pudiera responder a mis estudiantes con una carta, que es, por supuesto, imposible, les diría esto: «Mis queridos caballeros, han pasado poco más de 3 años desde la última vez que los vi.
Y ahora, Uds.
deben tener 22 años, quizá incluso 23.
En nuestra última clase, les pregunté si había algo que desaban.
El único deseo que expresaron, la única cosa que me pidieron en todos los meses que pasamos juntos, fue que les hablara en coreano.
Solo una vez.
Fui a enseñarles inglés; sabían que no estaba permitido.
Pero entendí entonces que querían compartir ese lazo de la lengua materna.
Los llamé mis caballeros, pero no sé si ser gentiles en la despiadada Corea del Norte de Kim Jong-Un es algo bueno.
No quiero que lideren una revolución…
dejen que otros jóvenes la hagan.
El resto del mundo podría casualmente alentar o incluso esperar una especie de Primavera de Corea del Norte pero yo no quiero que Uds.
hagan algo peligroso, porque sé que en su mundo, siempre hay alguien mirando.
No quiero que imaginen qué podría sucederles a Uds.
Si mis intentos por llegar a Uds.
les inspiraron algo nuevo, preferiría que me olviden.
Sean soldados de su Gran Líder, y vivan vidas largas y seguras.
Una vez Uds.
me preguntaron si pensaba que la ciudad de Pyongyang era hermosa, y yo no podía responder con la verdad entonces.
Pero sé por qué preguntaron.
Sé que era importante para Uds.
oír que yo, su profesora, que ha visto el mundo que Uds.
tienen prohibido ver, declarara que su ciudad era la más hermosa.
Sé que oír eso haría a sus vidas allí un poco más soportable, pero no, no encuentro hermosa a su capital.
No porque sea monótona y de concreto, sino por lo que simboliza: un monstruo que se alimenta del resto del país, donde los ciudadanos son soldados y esclavos.
Todo lo que veo allí es oscuridad.
Pero es su casa, así que no puedo odiarla.
Y espero que en cambio Uds., mi encantadores jóvenes caballeros, un día ayuden a embellecerla.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/suki_kim_this_is_what_it_s_like_to_go_undercover_in_north_korea/