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Charla «Los peligros de un océano ruidoso y cómo podemos silenciarlo» de TEDSummit 2019 en español.
El océano es un lugar naturalmente ruidoso, lleno de cantos de ballenas, peces roncadores, camarones, crujidos de hielo, viento y lluvia. Pero los ruidos de origen humano, desde barcos hasta perforadoras petrolíferas, están amenazando la vida marina, según la periodista científica Nicola Jones. Observa (y escucha) su descripción de las perturbaciones que sufren las criaturas marinas que se enfrentan a la polución acústica en el océano, así como sus propuestas directas para reducir el sonido, con resultados casi inmediatos.
- Autor/a de la charla: Nicola Jones
- Fecha de grabación: 2019-07-20
- Fecha de publicación: 2020-03-11
- Duración de «Los peligros de un océano ruidoso y cómo podemos silenciarlo»: 783 segundos
Traducción de «Los peligros de un océano ruidoso y cómo podemos silenciarlo» en español.
Este es el sonido de las orcas cerca de la costa de Vancouver.
(Cantos de ballena) Emiten estos fantásticos sonidos no solo para comunicarse, sino para ecolocalizarse, encontrar su camino y hallar alimento.
Pero a veces puede resultar complicado, porque aquí tienen el ruido de un barco que pasa cerca, grabado bajo el agua.
(Sonido chirriante) Cuando pensamos en polución marina, solemos pensar en plásticos.
Tal vez en químicos tóxicos o incluso en la acidificación causada por el cambio climático.
Como periodista científica que escribe sobre problemas ambientales, esos temas han pasado por mi mesa durante los últimos 10 años.
Hace poco me di cuenta, mientras escribía un reportaje para la revista científica «Nature», de que el ruido constituye otra clase importante de contaminación, que a menudo ignoramos.
Tal vez hayan oído hablar del movimiento cielo oscuro, que trata de concienciar sobre el problema de la contaminación lumínica para permitir que haya reductos no iluminados en la noche, de modo que las personas y los animales disfruten de forma más natural los ciclos de luz y oscuridad, noche y día.
De la misma manera, hay personas que están llamando la atención sobre el problema de la contaminación acústica tratando de crear reductos de silencio en el océano, para que la vida marina pueda disfrutar de un paisaje sonoro más natural.
Esto es importante.
El ruido no solo es una molestia.
Puede provocar estrés crónico o daños físicos.
Puede reducir la capacidad de la vida marina para encontrar alimento y aparearse, y detectar depredadores, entre otras cosas.
Piensen en todos los sonidos que vertemos al océano.
Tal vez uno de los más intensos sean los sondeos sísmicos, para detectar petróleo y gas.
Las armas de aire comprimido producen fuertes detonaciones, en ocasiones a intervalos de 10 a 15 segundos, durante meses enteros.
Utilizan el reflejo de estos sonidos para mapear la superficie bajo el mar.
Puede sonar así: (Ruido de explosiones) Luego está el sonido de la perforación para extraer petróleo y gas, la construcción de parques eólicos marinos, radares y, por supuesto, el tránsito casi constante de más de 50 000 barcos de la marina mercante a nivel global.
De por sí, el océano no es precisamente un lugar silencioso, si metes la cabeza bajo el agua, puedes oír el crujir del hielo, el viento, la lluvia, el canto de las ballenas, peces roncadores e incluso el camarón pistola.
En conjunto, el paisaje sonoro puede alcanzar de 50 a 100 decibelios, en función de cuándo y dónde te encuentres.
Pero el aporte del ser humano ha sido terrible.
Se calcula que los barcos han añadido tres decibelios de ruido al océano cada 10 años en las últimas décadas.
Puede que no parezca mucho, pero los decibelios se cuentan en una escala logarítmica, como la escala Richter para los seísmos.
Así que una cifra pequeña puede suponer un enorme cambio.
Tres decibelios son el doble de la intensidad del ruido del océano.
El doble.
Y solo es una estimación, porque nadie está calculando cuán ruidoso realmente es el océano en todo el mundo.
Hay una entidad, Experimento Internacional por el silencio en los océanos, una de cuyas misiones es remediar esa falta de datos.
Por ejemplo, el año pasado lograron convencer al Sistema de Observación Global del Océano para empezar a incluir el ruido como una variable esencial en la monitorización, junto con otras como la temperatura o la salinidad.
Sabemos algunas cosas.
Sabemos que un sonar puede ser casi tan ruidoso como un volcán submarino.
Un supertanker puede producir tanto ruido como el canto de una ballena azul.
Los ruidos que vertemos al océano tienen diferentes frecuencias y pueden atravesar grandes distancias.
Los sondeos sísmicos en la costa este de Estados Unidos pueden escucharse en mitad del Atlántico.
En los años 60 llevaron a cabo un experimento en el que detonaban un fuerte sonido en la costa de Perth, Australia, y lo detectaban en las Bermudas, a 20 000 kilómetros de distancia.
¿Cómo le suena todo esto a la vida marina, qué escuchan?
Es difícil de describir.
El sonido viaja lejos, más rápido en el agua que en el aire, y produce un efecto diferente.
Así, un sonido con la misma presión tendrá diferente intensidad si lo mides en el aire o bajo el agua.
Además, las ballenas no tienen oídos como nosotros.
Criaturas como el zooplancton ni siquiera tienen oídos tal como los entendemos.
Entonces,
¿qué impacto tiene en toda la vida marina?
Puede que para los científicos resulte muy sencillo medir el efecto de un ruido agudo, de estallidos muy fuertes y puntuales, que pueden provocar daños físicos o pérdida de audición.
Cetáceos como los zifios, por ejemplo, pueden hacer zambullidas histéricas ante sonidos fuertes, lo que les puede llevar a padecer algo similar al síndrome de descompresión.
En los años 60, tras la aparición de tecnologías de sonar más potentes, el número de zifios machos varados en masa aumentó alarmantemente.
Pero no solo afecta a los mamíferos marinos; en los peces, si se encuentran demasiado cerca de la fuente de ruido, sus vejigas pueden explotar.
Una detonación de arma de aire de los sondeos sísmicos puede aniquilar una masa de zooplancton, esas pequeñas criaturas en la base de la cadena alimentaria, y puede deformar a las larvas de las vieiras durante su formación.
¿Y qué me dicen del ruido crónico, ese problema acuciante causado por el aumento del ruido de fondo de los barcos?
Puede encubrir o ahogar el paisaje sonoro natural.
Algunas ballenas han respondido a esto cambiando sus tonos, como cuando la gente chilla en un bar ruidoso.
Algunos peces pasan más tiempo patrullando sus fronteras que cuidando de su descendencia, como si estuvieran en alerta máxima.
El ruido crónico también puede afectar a las personas, por supuesto.
Hay estudios que demuestran que quienes viven cerca de aeropuertos o autopistas muy transitadas pueden sufrir elevados niveles de enfermedades cardiovasculares.
Y los estudiantes que viven en áreas con intenso tráfico aéreo pueden rendir peor en los exámenes.
Incluso cuando yo investigaba este tema, estaban reventando tres metros de granito sólido en el solar frente a mi lugar de trabajo para construir una nueva casa, y la constante vibración del martillo percutor me estaba volviendo totalmente loca.
Cada vez que los obreros paraban un momento, sentía que mis hombros se relajaban.
Este efecto se ha detectado también en las ballenas.
Tras los atentados del 11-S, el transporte marítimo internacional se detuvo temporalmente en las aguas de la costa este de Estados Unidos.
En ese período, las investigaciones concluyeron que las ballenas en peligro de esa región contenían menores marcadores químicos de estrés en sus muestras de heces.
Como me dijo un investigador: «Nosotros estábamos estresados, pero las ballenas, no».
Recuerden que hemos evolucionado como una especie visual, dependemos de nuestros ojos, pero la vida marina depende del sonido igual que nosotros dependemos de la vista.
Para la vida marina un océano ruidoso puede ser tan desconcertante y peligroso como para nosotros una densa niebla.
A veces eso significa mayor estrés o pasar menos tiempo con los hijos.
Tal vez algunas especies se puedan adaptar.
Pero algunos investigadores temen que para las especies en peligro de extinción, el ruido pueda terminar de empujarlas al abismo.
Piensen, por ejemplo, en la ballenas asesinas del sur, que habitan en las aguas de mi ciudad, Vancouver.
Quedan solo 75, tal vez 76 individuos en esta zona.
Se enfrentan a múltiples problemas: hay contaminantes químicos en sus aguas y se están quedando sin el salmón del que dependen para comer.
Y está el ruido.
Cuando estudiaron a estas y otras ballenas asesinas similares, descubrieron que pasaban de 18 a 25 veces menos tiempo alimentándose en presencia de un fuerte ruido de barco.
Y eso es muchísimo para una especie que está luchando por encontrar suficiente alimento para sobrevivir.
Según los investigadores con los que hablé, la buena noticia es se puede hacer algo relativamente fácil respecto al ruido de los océanos.
Al contrario que los complejos problemas del cambio climático y la acidificación del océano, podemos bajar el volumen del ruido del océano y observar el impacto casi de manera inmediata.
Por ejemplo, en 2017, la Autoridad Portuaria Fraser de Vancouver comenzó a pedir a los barcos que fueran más despacio cuando atravesaban el estrecho de Haro, donde las ballenas asesinas del sur se alimentan al final del verano.
Los barcos más lentos son más silenciosos.
Y como es Canadá, basta con pedirlo, es voluntario.
(Risas)
(Aplausos)
En el experimento de 2017, casi todos los barcos obedecieron, sumaron media hora a su trayecto y redujeron el ruido en unos 1,2 decibelios o 24 % de intensidad de ruido.
Este año han decidido ampliar la duración y el área en la que solicitaban reducir la velocidad de los barcos, así que esperemos que tenga un impacto positivo en esas ballenas.
En 2017, la Autoridad Portuaria Fraser de Vancouver también introdujo descuentos en las cuotas de amarre para barcos físicamente diseñados para ser más silenciosos.
Curiosamente, gran parte del ruido que genera un barco como este lo producen las pequeñas burbujas de la parte trasera del propulsor, así que simplemente se puede diseñar un barco que produzca menor cantidad y que sea más silencioso.
La Organización Marítima Internacional ha publicado una enorme lista de maneras en las que los barcos pueden ser más silenciosos.
También tiene el objetivo de reducir las emisiones de dióxido de carbono del transporte marítimo internacional en un 50 % para 2050.
La buena noticia es que ambas cosas van de la mano.
En conjunto, un barco más eficiente es un barco más silencioso.
También se han inventado métodos más silenciosos para clavar los grandes postes de las turbinas de viento, como esta, y formas más amables de hacer sondeos sísmicos.
Hay incentivos para promover el uso de tecnologías más silenciosas.
La Unión Europea, por ejemplo, tiene una directiva para promover un sistema marino saludable para 2020, y una de las maneras en las que definen un sistema marino saludable es en función del ruido que hay en el agua.
Pero en general, la mayor parte de las aguas no están reguladas en lo que respecta al ruido del océano.
Pero la mayoría de los científicos con los que hablo dicen que estamos viviendo un momento único en términos de políticas que abordan este problema y que pueden surtir efecto.
Sabemos lo suficiente como para afirmar que un mar silencioso es un mar más sano, pero ahora los científicos se están afanando en conocer los detalles.
¿Cuánto más silencioso tiene que ser?
¿Cuáles son los mejores lugares para generar o preservar el silencio?
¿Cuál es la mejor manera de amortiguar nuestro ruido?
No intento decirles que el ruido es el mayor problema medioambiental del planeta ni del océano, pero el caso es que la humanidad causa muchos impactos en nuestro sistema medioambiental.
Y estos impactos no actúan solos; actúan en conjunto y se multiplican.
Así que incluso a aquellos que no son tan obvios, hemos de prestarles atención.
Por último les voy a hablar de un experimento, solo porque es precioso.
Rob Williams, uno de los investigadores de las ballenas asesinas del sur, también trabaja en Bali.
Allí celebran una tradición hindú llamada nyepi, o el día del silencio.
Este día se observa estrictamente: no hay aviones despegando del aeropuerto ni barcos pescando, a los turistas se les lleva amablemente de las playas a sus hoteles.
Rob Williams introdujo hidrófonos en el agua para medir el impacto, y fue rotundo: los niveles de sonido disminuyeron de 6 a 9 decibelios, casi igual que en las aguas tras el 11-S.
Para un «prospector acústico» como Williams, que es como se autodenomina, el silencio es oro.
Junto con otros investigadores vuelve a ese lugar y contempla lo que hacen los peces con todo ese silencio adicional.
(Suave burbujeo) Me gusta pensar que están teniendo sus propias vacaciones, dándose un festín y encontrando pareja, celebrando su propio espacio de calma en un mundo habitualmente ruidoso.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/nicola_jones_the_dangers_of_a_noisy_ocean_and_how_we_can_quiet_it_down/