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Matemáticas: El sentido que no sabías que tenías – Charla TEDxSydney

Charla «Matemáticas: El sentido que no sabías que tenías» de TEDxSydney en español.

En esta reveladora charla, el profesor de matemáticas y youtuber, Eddie Woo, comparte su pasión por las matemáticas y afirma que éstas «son un sentido, como la vista y el tacto», y que todos podemos aprovecharlas. Con sorprendentes ejemplos de geometría, nos invita a buscar los patrones en nuestro alrededor para así tener una «mirada totalmente nueva sobre el mundo». Eddie Woo ha sido profesor de matemáticas en una escuela pública durante más de diez años y se hizo internacionalmente conocido por publicar en la red videos de sus clases para un alumno que estaba enfermo. Su canal WooTube tiene más de 200.000 suscriptores y más de trece millones de visualizaciones.

Eddie piensa que todo el mundo puede abrazar las matemáticas e, incluso, disfrutarlas. Fue nombrado Héroe Local en Australia y estuvo entre los diez finalistas del Global Teacher Prize (‘premio mundial a la docencia’) por su amor a la enseñanza de las matemáticas.

Esta charla se dictó en un evento TEDx usando el formato de las Conferencias TED pero organizada independientemente por una comunidad local. Más información en https://www.ted.com/tedx

  • Autor/a de la charla: Eddie Woo
  • Fecha de grabación: 2018-06-14
  • Fecha de publicación: 2019-01-02
  • Duración de «Matemáticas: El sentido que no sabías que tenías»: 793 segundos

 

Traducción de «Matemáticas: El sentido que no sabías que tenías» en español.

«Me encantan las matemáticas».


(Risas)
es justo lo que uno dice en una fiesta si quiere pasar las próximas horas solo, bbeindo su copa en el rincón más aburrido del lugar.

Y se debe a que, cuando se trata de esa materia: números, fórmulas, símbolos y cálculos, a la gran mayoría nos viene grande, y me incluyo.

Por eso quiero compartir con Uds.

la perspectiva de alguien alejado de las matemáticas, que según mi entender es una persona que siempre tuvo dificultades con la materia.

Y descubrí, tras haber pasado de sentirme ajeno a dedicarme a las matemáticas, que todos, aunque no lo crean, nacimos para ser matemáticos.


(Risas)
Volvamos a cuando era ajeno.

Deben estar pensando: «Un momento, Eddie.

¿Qué sabes tú? Eres profesor de matemáticas.

Fuiste a una escuela de élite.

Usas anteojos y eres asiático».


(Risas)
Primero, eso es racista.


(Risas)
Segundo, están equivocados.

Cuando iba a la escuela, mis materias favoritas eran Lengua e Historia.

Y eso me causó mucha angustia en la adolescencia, porque mi secundaria honraba demasiado a las matemáticas.

Tu estatus en la escuela se medía en función de en qué clase de matemáticas te clasificabas.

Había ocho clases.

Si estabas en Matemática 4, eras de la media.

Si estabas en Matemática 1, eras la realeza.

Todos los años, la escuela iba a las prestigiosas Olimpíadas Matemáticas de Australia e imprimían la clasificación de todo el estudiantado en orden de puntajes.

Los estudiantes premiados y con grandes distinciones aparecían al principio de un largo pasillo, muy muy lejos del lugar oscuro y vergonzoso donde estaba mi nombre.

Las matemáticas no eran lo mío.

Historias, personajes, relatos, en eso me sentía más cómodo.

Y por eso icé las velas y decidí ser profesor de lengua e historia.

Pero un encuentro casual en la Universidad de Sydney cambió mi vida para siempre.

En la fila de la Facultad de Educación, me puse a conversar con uno de los profesores.

El vio que, aunque mi vida académica se centraba en humanidades, había probado la matemática avanzada en la escuela.

Él no vio que yo tenía problemas con las matemáticas, sino que perseveraba en las matemáticas.

Y sabía algo que yo ignoraba: Había una grave escasez de profesores de matemáticas en Australia, una escasez que se mantiene hasta hoy.

Y me animó a cambiar por la docencia en matemáticas.

Para mí, incurrir en la docencia no era por amor a una materia en especial.

Era para influir personalmente en la vida de los jóvenes.

Había visto de cerca la diferencia positiva y duradera que marca un gran profesor.

Quería hacer lo mismo por los demás, y no me importaba con qué materia.

Si había una urgente necesidad en matemáticas, pues lo lógico era ir a por eso.

Sin embargo, mientras estudiaba, descubrí que las matemáticas eran muy distintas de lo que creí al principio.

Cometí con las matemáticas el mismo error que cometí antes con la música.

Como buen niño migrante, aprendí sumisamente a tocar el piano de pequeño.


(Risas)
Llenaba mis fines de semana de interminables escalas repetidas y memorizaba cada nota de la obra, en primavera e invierno.

Así estuve dos años, hasta que mi carrera terminó de golpe cuando el profesor dijo a mis padres: «Tiene dedos muy cortos.

No puedo seguir enseñándole».


(Risas)
Ya a los siete años, pensé que la música era una tortura.

Un ejercicio aburrido, solitario y triste que solo practicaba porque me obligaban.

Tardé 11 años en salir de esa tristeza.

En el año 12, tomé una guitarra acústica de cuerdas de acero por primera vez.

Quería tocarla en la iglesia, donde también había una chica a quien quería impresionar.

Y convencí a mi hermano a que me enseñara unos acordes.

Lenta pero firmemente, mi mente cambió.

Estaba en un proceso creativo.

Hacía música y quedé enganchado.

Empecé a tocar en una banda y sentí el placer del ritmo que latía en todo mi cuerpo cuando uníamos todos los sonidos.

Había estado en medio de un océano musical toda la vida, y por primera vez, me di cuenta de que podía nadar.

Tuve una experiencia casi idéntica con las matemáticas.

Pensaba que las matemáticas consistían en memorizar fórmulas inescrutables para resolver problemas abstractos, sin sentido para mí.

Pero, en la universidad, empecé a ver que las matemáticas eran muy prácticas e, incluso, hermosas.

Que no solo se buscan respuestas, sino que se aprende a hacer las preguntas correctas; que las matemáticas no consisten en hacer cuentas mecánicamente, sino en crear nuevas formas de ver los problemas para resolverlos combinando conocimiento e imaginación.

Gradualmente, caí en la cuenta de que la matemática es un sentido.

Un sentido como la vista o el tacto; un sentido que nos permite percibir realidades que, de otra forma, nos resultarían intangibles.

Por ejemplo, hablamos de sentido del humor o del ritmo.

Las matemáticas son nuestro sentido de patrones, relaciones y conexiones lógicas.

Es toda una nueva forma de ver el mundo.

Quiero mostrarles una realidad matemática que seguro han visto antes pero quizá nunca la apreciaron.

Estuvo escondida a plena vista toda su vida.

Esto es el delta de un río.

Es una hermosa figura geométrica.

cuando oímos la palabra «geometría», muchos pensamos en triángulos y círculos.

Pero la geometría es la matemática de todas las formas, y este encuentro de la tierra y el mar creó formas con un patrón indiscutible.

Tiene una estructura matemáticamente recursiva.

Cada parte del delta, con todos sus vericuetos, es una versión pequeña de un todo más grande.

Quiero que vean la matemática en esto.

Y eso no es todo.

Comparen este delta con este hermoso árbol.

Es una maravilla por sí solo.

Pero centrémonos en el parecido entre esto y el río.

Quisiera saber…

¿por qué estas formas se parecen tanto? ¿Por qué tienen algo en común? Todo es aún más desconcertante cuando vemos que no solo el agua y las plantas son así.

Si abren bien los ojos, verán las mismas formas en todas partes.

Los rayos desaparecen tan rápido que pocas veces logramos apreciar su geometría.

Pero su forma es tan inequívoca y tan parecida a las anteriores, que no podemos evitar la suspicacia.

Y está el hecho de que cada uno de los presentes también lleva en sí las mismas formas.

Cada cm cúbico del cuerpo está lleno de vasos sanguíneos que trazan el mismo patrón.

Hay una realidad matemática entrelazada en el tejido del universo que compartimos con los sinuosos ríos, los imponentes árboles y las tormentas.

Estas formas son ejemplos de lo que llamamos «fractales» en términos matemáticos.

El nombre de «fractales» tiene el mismo origen de las fracciones y las fracturas: una referencia a las formas fracturadas que encontramos en la naturaleza que nos rodea.

Cuando tenemos un sentido para los fractales, empiezamos a verlos en todas partes: en una planta de brócoli, en las hojas de un helecho, incluso en las nubes.

Como los otros sentidos, el matemático se afina con la práctica.

Como desarrollar un lanzamiento perfecto o el gusto por el vino.

Aprendemos a percibir la matemática que nos rodea con el tiempo y la orientación correcta.

Claro, algunas personas nacen con sentidos más agudos que otras, otras nacen con discapacidad.

Como ven, yo salí mal parado en la lotería genética en cuanto al sentido de la vista.

Sin lentes veo todo borroso.

Luché con este sentido toda la vida, pero nunca diría, «La vista siempre fue un problema.

Creo que la vista no es para mí».


(Risas)
Sin embargo, siempre conozco gente que dice de forma muy natural eso sobre las matemáticas.

No, estoy convencido de que nos cerramos a una gran parte de la experiencia humana si lo hacemos.

Porque toda la humanidad está capacitada para ver patrones.

Vivimos en un universo de patrones, en un cosmos.

Eso significa cosmos: ordenado y con patrones; en oposición al caos, que significa desordenado y aleatorio.

Y los humanos no solo somos buenos para ver patrones.

También nos encanta hacer patrones.

Y quienes los hacen bien tienen un nombre especial.

Los llamamos artistas, músicos, escultores, pintores, cineastas: son creadores de patrones.

Han descrito la música como el placer que se siente cuando estás contando sin saberlo.


(Risas)
Uno de los ejemplos más impresionantes de patrones matemáticos son el arte y el diseño islámico.

La aversión a retratar personas y animales creó una rica historia de intricadas figuras de azulejos y formas geométricas.

Ese lado estético del patrón matemático nos lleva de vuelta a la naturaleza.

Por ejemplo, las flores son un símbolo universal de la belleza.

Cada cultura del planeta y a lo largo de la historia las ha contemplado con admiración.

Y un aspecto de su belleza es que muestran una simetría especial.

Crecen orgánicamente de un centro que se expande hacia afuera en forma de espiral, y así crea lo que llamamos «simetría rotacional».

Haces girar una flor una y otra vez, y sigue viéndose básicamente igual.

Pero no todas las espirales son iguales: Todo depende del ángulo de rotación que requiere la creación de cada espiral.

Por ejemplo, si hacemos una espiral desde un ángulo de 90 grados, sale una cruz, que no es linda ni eficaz.

Se desperdicia gran parte de la flor y no producen semillas.

Con un ángulo de 62 grados sale mejor y se crea una linda forma circular, la que normalmente asociamos a las flores.

Pero aún no es perfecta.

Todavía hay muchas partes que no usan bien los recursos de la flor.

Sin embargo, si usamos 137.5 grados,
(Risas)
obtenemos este hermoso patrón.

Es increíble, y es, exactamente, el mismo patrón de la flor más majestuosa: el girasol.

Ahora bien, 137.5 grados puede parecer aleatorio, pero, en realidad, surge de un número especial que llamamos «proporción áurea».

La proporción áurea es una realidad matemática que, como los fractales, está en todas partes: desde los dedos del pie hasta las columnas del Partenón.

Por eso, incluso en una fiesta con 5000 personas, me enorgullece declarar: «¡Me encantan las matemáticas!» (Aplausos y vítores)

https://www.ted.com/talks/eddie_woo_how_math_is_our_real_sixth_sense/

 

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