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Mi afán por desafiar la gravedad – Charla TED2018

Charla «Mi afán por desafiar la gravedad» de TED2018 en español.

En el curso de su intrépida trayectoria, Elizabeth Streb, especialista en acción extrema, ha forzado los límites del cuerpo humano. Atravesó un vidrio roto, se lanzó desde grandes alturas y construyó estructuras para potenciar sus actuaciones. A través de una serie de filmaciones, Streb reflexiona sobre su eterna búsqueda por desafiar la gravedad y volar de la manera en que solo un humano puede hacerlo: dominando el arte del aterrizaje.

  • Autor/a de la charla: Elizabeth Streb
  • Fecha de grabación: 2018-04-10
  • Fecha de publicación: 2018-10-25
  • Duración de «Mi afán por desafiar la gravedad»: 553 segundos

 

Traducción de «Mi afán por desafiar la gravedad» en español.

La verdad,

¿no han soñado con volar alguna vez?

Si es así,

¿por qué los humanos no lo han hecho todavía?

Volar ha sido una obsesión toda mi vida.

Me crie en la costa norte del lago Ontario.

Fui una niña salvaje, siempre detrás de mi padre adoptivo, que era albañil y pescador.

Siempre me fascinó todo lo que tuviera movimiento.

Atrapaba animalitos y los ponía en mi mano para sentir la magia de sus movimientos.

Jugaba con fuego, maravillada y aterrada por su fuerza implacable.

De hecho, incendié sin querer el cobertizo de mi padre…

pero solo una vez.


(Risas)
Esa fue mi primera experiencia con un peligro real: el fuego y mi padre.

A los ocho o nueve años, puse una mosca en un frasco de vidrio.

Luego de observarla, pensé: «Vaya, cambia de dirección en pleno vuelo, traza ángulos agudos y vuela tan rápido que ni se la ve.

¿Por qué no podemos hacerlo nosotros?

«.

Adonde miraba, había algo en movimiento.

Y las cosas se movían siguiendo sus propios ritmos causales, sus propias anatomías mecánicas.

Me quedó claro, y también a Newton, que las cosas se mueven según sean las partes que las conforman: los gusanos se retuercen, las aves vuelan, los canguros saltan.

Y el primer vuelo de un ser humano fue cuando resbaló accidentalmente con la consabida cáscara de banana.

Cuando el suelo ya no está debajo de nosotros, se despliega un mundo maravilloso.

Y yo encontré mi territorio.

Sentí una irrefrenable compulsión, una necesidad primitiva de querer volar como un humano.

Los 10 años siguientes, hice experimentos por mi cuenta, con mi propio cuerpo.

Recorrí EE.

UU.

en mi Honda 350 al estilo de la película «Busco mi destino».

Obtuve un título en danzas modernas, imité a aquella mosca en una caja, me lancé en posición horizontal y atravesé un vidrio.

Quería averiguar algo sobre el vuelo.

A los 27 años, estuve en un altillo infestado de ratas en la ciudad de Nueva York, preparada para lanzarme de una escalera.

Me subí lo más alto que pude y salté.

¡Pam! Aterricé.

Y dolió.


(Risas)
Y se me ocurrió que a nadie le gusta lastimarse, y que quizá aún no nos lanzamos a volar porque seguimos aferrados a la falsa idea de que deberíamos volar como las aves o como las mariposas.

Quizá deberíamos desafiar los preconceptos y hacernos un planteamiento distinto.

Sobre la duración, por ejemplo.

¿Una persona en el aire?

Unos segundos.

¿Las aves y las mariposas?

Minutos, o quizá horas.

¿Y qué hay del miedo?

Considero que el miedo es complejo y personal, que está relacionado con la curiosidad y con no tomárselo tan en serio.

Puede que nos lastimemos un poco, pero no demasiado.

Y redefinamos el dolor.

En lugar de «dolor», digamos «otra sensación interesante y extraña».

Algo por el estilo.

Me di cuenta de que para aprender a volar, hay que aprender a aterrizar.

Uno de mis héroes, Evel Knievel, dijo: «Cualquiera puede saltar con una motocicleta.

El problema empieza cuando intentas aterrizar con ella».


(Risas)
Aterrizar duele.

Pero sentía gran curiosidad.

Pensé: «Bueno,

¿por qué no inventamos una técnica de impacto?

¿Por qué no extendemos nuestra base de apoyo?

«.

Había visto la caída de placas de madera y no les pasó nada.

Entonces puse mi cuerpo en posición recta y me dejé caer hacia atrás…

¡Bam! Sonó muy diferente al «pum» anterior.

Y salí a las calles de Nueva York me acerqué a gente que no conocía, y dije, o en realidad pensé: «Hoy me tiré de espaldas,

¿y tú?

«.

En 1985 hicimos una gira por todo el mundo, o parte, y fundé mi empresa «Streb Extreme Action».

En 2003 nos invitaron a actuar en Kitty Hawk para celebrar el centésimo aniversario del primer vuelo de los hermanos Wright.

Nos hicimos expertos en aterrizajes.

Ahora había que lanzarse al aire.

Y, al igual que ellos, queríamos permanecer más tiempo en el aire.

Comparto estas palabras de Wilbur: «Si buscas seguridad, entonces te conviene sentarte en un banco y observar los pájaros.

Pero si de verdad quieres aprender, debes subirte a una máquina, probarla en la realidad y familiarizarte con los trucos».

¡Ah, las máquinas! Sacó la loca de los artefactos que hay en mí.

Y si realmente queríamos incursionar en espacios poco comunes, esa cáscara de banana que nos confunde, a ese lugar que se sale de nuestra zona de confort en posición vertical, donde nos encontramos con turbulencias inesperadas y nos aceleramos de las formas más extrañas, donde el suelo cambia y desaparece por debajo del cuerpo…

como el compositor cuando intenta tocar una nota demasiado aguda para ser cantada por la voz humana, inventa un piccolo o una flauta, yo decidí inventar mis prototipos de máquinas.

Y si queríamos ir más alto, más rápido o más fuerte, era necesario crear nuestras propias naves espaciales.

Y lo hicimos.

Y, efectivamente, incursionamos en territorios desconocidos, invisibles y peligrosos.

Y eso nos cambió.

Si alguien quiere hacer la prueba, que me avise.


(Risas)
En 2012 llevamos nuestras mejores máquinas a Londres y las pusimos en los lugares más representativos.

Nos subimos al London Eye.

Estuvimos a 135 m de altura.

Y cuando llegamos al punto más alto, liberamos los frenos y caímos 70 m en el radio al que estábamos sujetos.

Ese día llegamos hasta el cielo, estoy convencida de eso.

Y luego dos de mis bailarines bajaron por la parte exterior del City Hall de Londres.

Y cuando estuve allí, a más de 90 m de altura, miré hacia abajo y vi 2000 ojos que me observaban, y vieron lo que siempre ven: el cielo, un ave, un avión…

y a nosotros, un minúsculo punto a esas alturas.

Y me di cuenta de que la acción es para todo el mundo.

Ahora tenemos nuestro propio frasco de vidrio en Williamsburg, Brooklyn.

Se llama SLAM, que significa laboratorio Streb de la mecánica de la acción.

En su momento, fue una fábrica de semillas de mostaza.

Lo diseñé luego de usar una placa de Petri en la que puse Kid Action, Streb Extreme Action y artes circenses, y aprendimos a volar, caer y aterrizar, y así, juntos, creamos la acción extrema.

¿Y saben qué descubrimos?

Que todos pueden participar, cualquiera sea su tamaño, forma, edad, capacidad, de cualquier nacionalidad, raza, clase, género, los tímidos y los intrépidos, los rechazados y los aceptados, los que evitan el riesgo y los que buscan el riesgo.

Estos edificios están en todo el mundo, y cualquiera de ellos puede ser un centro de aprendizaje para volar.

¿Y saben qué?

A las personas no les basta con soñar con volar, ni con vernos volar.

Ellas también quieren hacerlo, y de hecho pueden.

Y con una capacitación básica, aprenden a disfrutar del golpe y del impacto, y supongo que más aún cuando se incorporan.

Descubrí que volar provoca más sonrisas, hace florecer la autoestima y alimenta el coraje.

Y las personas efectivamente aprenden a volar como solo los humanos pueden hacerlo.

Por eso los invito a volar con nosotros.


(Aplausos)
(Música) Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/elizabeth_streb_my_quest_to_defy_gravity_and_fly/

 

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