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Mi madre y su extraña definición de empoderamiento – Charla TEDxCanberra

Charla «Mi madre y su extraña definición de empoderamiento» de TEDxCanberra en español.

Khadija Gbla creció atrapada entre dos definiciones de lo que significa ser una «mujer empoderada». Mientras que su madre sierraleonesa pensaba que circuncidarla (sofocando así su deseo sexual) era la forma más elevada del empoderamiento, su cultura de adolescente en Australia le decía que merecía sentir placer y que lo que le había pasado se llamaba «mutilación genital femenina». En una charla frontal y divertida, Khadija nos cuenta cómo se abrió paso en una «sociedad centrada en el clítoris» y cómo trabaja para asegurarse de que otras mujeres no pasen por lo mismo. (Advertencia: la charla incluye descripciones que podrían impresionarlo.)

  • Autor/a de la charla: Khadija Gbla
  • Fecha de grabación: 2014-10-11
  • Fecha de publicación: 2015-01-29
  • Duración de «Mi madre y su extraña definición de empoderamiento»: 1120 segundos

 

Traducción de «Mi madre y su extraña definición de empoderamiento» en español.

Hola.

Voy a compartir hoy mi recorrido personal por la mutilación genital femenina, MGF.

Siéntanse libres de llorar, reír, cruzar las piernas o de hacer lo que quieran con su cuerpo.

No voy a decir lo que han de hacer.

Nací en Sierra Leona.

¿Alguien vio «Diamante de Sangre»?

Si tienen alguna idea…

No llevo diamantes, por cierto.

Si han oído hablar del ébola, bueno, también es en Sierra Leona.

No tengo ébola.

Están todos a salvo.

No corran a la puerta.

Quédense sentados tranquilos.

Me revisaron antes de venir.

Mi abuelo tenía tres esposas.

No me pregunten por qué un hombre necesita más de una.

Hombres:

¿necesitan más de una esposa?

No creo.

Ahí está.

Estaba buscando un infarto; eso es lo que pienso.

Claro que sí.

Cuando yo tenía 3 años, en 1991, estalló la guerra en Sierra Leona.

Recuerdo perfectamente que una noche me fui a dormir y estaba todo bien.

Al día siguiente, me desperté: caían bombas por todos lados y la gente trataba de matarnos a mí y a mi familia.

Huimos de la guerra y terminamos en Gambia, en África Occidental.

Ahí también hay ébola.

No vayan.

Cuando estábamos ahí como refugiados, no sabíamos qué sería de nosotros.

Mamá solicitó la condición de refugiados.

Es una mujer fantástica, inteligente y tuvimos suerte.

Australia dijo: los aceptamos.

Bien hecho, australianos.

Antes de saber que viajaríamos, mamá llegó un día a casa y dijo: «Nos vamos de vacaciones, un viajecito».

Nos metió en el auto, anduvimos por horas y terminamos en el monte en una zona remota de Gambia.

Ahí encontramos dos chozas.

Una anciana vino hacia nosotros.

Vestía ropa típica.

Era muy vieja.

Habló con mi mamá y regresó a donde estaba.

Luego volvió y se metió en otra choza, alejándose de nosotros.

Me quedé ahí pensando: «Esto es muy confuso.

no sé qué está pasando».

Lo próximo que supe fue que mi mamá me llevó a esa choza.

Me sacó la ropa y luego me sostuvo contra el piso.

Luché y traté de sacármela de encima, pero no pude.

Entonces la anciana vino hacia mí con un cuchillo que se veía oxidado, una navaja bien afilada, anaranjada, que no había visto nunca agua ni luz del sol.

Pensé que me iba a matar, pero no me mató.

Bajó lentamente por mi cuerpo hasta llegar adonde está mi vagina.

Agarró lo que ahora sé que es el clítoris, sacó el cuchillo oxidado y empezó a cortar, poco a poco.

Grité, lloré y le pedí a mi mamá que me liberara para que terminara el dolor, pero lo único que hizo fue decir: «Cállate».

La anciana me cortaba la carne por lo que pareciía una eternidad, y cuando terminó tiró el trozo de carne al piso como si fuera la cosa más asquerosa que hubiera tocado en su vida.

Las dos se retiraron y me dejaron ahí sangrando, llorando, gritando, y confundida por lo que acababa de pasar.

Nunca volvimos a hablar del tema.

Pronto nos iríamos para Australia, precisamente cuando los Juegos Olímpicos de Sidney y todos decían que nos íbamos al fin del mundo, que no había nada más allá de Australia.

Eso nos hacía sentir un poco mejor.

Tardamos 3 días en llegar.

Fuimos a Senegal, luego a Francia, y de ahí a Singapur.

Fuimos al baño a lavarnos las manos.

Estuvimos 15 minutos tratando de abrir la llave así.

Y entonces entró alguien, puso la mano abajo y empezó a salir agua.

Pensamos: «

¿Esto es lo que nos espera?

» En serio.

Llegamos a Adelaida, lugar pequeño…

En verdad, yo diría que literalmente nos arrojaron en Adelaida.

Nos arrojaron ahí.

Estábamos muy agradecidos.

Nos instalamos y nos gustó.

Era como para decir: «Acá estamos, en casa».

Entonces alguien nos llevó a Rundle Mall.

Adelaida tiene un solo centro comercial.

Es bien pequeño.

Había muchos asiáticos.

De golpe mi mamá dijo, entrando en pánico: «Nos trajo al lugar equivocado.

Debe llevarnos de regreso a Australia».

Sí…

Había que explicarle que hay muchos asiáticos en Australia, que estábamos en el lugar correcto.

Así que todo bien.

Entonces mamá tuvo la idea brillante de que yo tenía que ir a una escuela de mujeres porque eran menos racistas.

No sé dónde lo leyó.


(Risas)
Nunca encontré pruebas al respecto hasta el día de hoy.

De 600, yo era la única niña negra allí.

No; era la única, incluso, con algo de piel oscura.

Lo digo: color chocolate.

No había asiáicos; no había indígenas.

Solo algunas chicas bronceadas, que sentían la necesidad de asolearse.

Pero no era como mi chocolate.

Ni parecido.

Acomodarnos en Australia fue bastante difícil, pero se puso peor cuando entré de voluntaria en una organización llamada Salud Femenina Nacional.

y me uní al programa de mutilación genital femenina sin ser consciente de lo que significaba realmente este programa o de que esto tenía algo que ver conmigo.

Pasé meses enseñando a enfermeras y médicos qué es la mutilación genital femenina y dónde se practica: En África, Oriente Medio, Asia, y ahora en Australia, Londres, EE.UU., porque, como sabemos, vivimos en una sociedad multicultural, y quienes emigran traen con ellos su cultura, y suelen tener costumbres culturales con las que podemos no estar de acuerdo, pero las siguen practicando.

Un día estaba mirando el cuadro con los diferentes tipos de mutilación genital femenina, la llamaré MGF para abreviar.

Tipo I es cuando amputan el capuchón.

Tipo II es cuando amputan todo el clítoris y parte de los labios mayores.

Y Tipo III es cuando amputan todo el clítoris y luego te cosen de modo que queda solo un pequeño orificio para orinar y menstruar.

Mis ojos se posaron en la Tipo II.

Antes de esto, tenía como una amnesia.

Tenía tal conmoción y trauma por lo que había pasado que no recordaba nada de lo ocurrido.

Sí, sabía que me había pasado algo malo, pero no tenía recuerdos del suceso.

Sabía que tenía una cicatriz ahí abajo, pero pensaba que todo el mundo la tenía, que a todo el mundo le había pasado.

Pero cuando miré la Tipo II, todo me volvió.

Recordé lo que me habían hecho.

Recordé haber estado en esa choza con la anciana y mi mamá reteniéndome.

Las palabras no pueden expresar el dolor que sentí, la confusión que sentí, porque ese día me di cuenta de que me habían hecho algo terrible, algo que en esta sociedad llaman salvaje: se llamaba mutilación.

Mi mamá había dicho que se llamaba circuncisión, pero acá era mutilación.

Me quedé pensando:

¿Soy mutilada?

Soy una persona mutilada.

Dios mío.

Y entonces apareció la ira.

Era una negra enfurecida.

Claro que sí.

Chiquita, pero muy enojada.

Fui a casa y le dije a mi mamá: «Hiciste algo».

Acusar a tu madre así no es algo muy africano, pero yo estaba preparada para las consecuencias.

«Me hiciste algo a mí».

Y ella: «

¿De qué me estás hablando, Khadija?

Estaba acostumbrada a mandarme callar.

Y yo: «Hace muchos años, tú me circuncidaste.

Me arrancaste algo que me pertenecía».

Dice: «Es cierto.

Lo hice por tu propio bien.

Era lo mejor para ti.

Tu abuela me lo hizo a mí y yo te lo hice a ti.

Eso te hizo mujer».

Y yo:

¿¡Cómo!?

Dice: «Eso te empoderó, Khadija.

¿Te pica ahí abajo?

» Y yo: «No.

¿Por qué habría de picarme ahí abajo?

» Me dice: «Bueno, si no te hubieran circuncidado, te picaría ahí abajo.

A las mujeres que no están circuncidadas les pica todo el tiempo.

Y entonces se la pasan acostándose con cualquiera.

Tú no te vas a andar acostando con nadie.» Yo pensé que su definición de empoderamiento era muy rara.


(Risas)
Así terminó nuestra primera charla.

Volví a la escuela.

Por esa época, estaban las revistas Dolly y Girlfriend.

Siempre estaba la sección prohibida.

¿Alguien las recuerda?

Las partes privadas,

¿sí?

Me encantaba.


(Risas)
El tema es que siempre había un artículo dedicado al placer, a las relaciones y, por supuesto, al sexo.

Pero siempre daban por hecho que uno tenía clítoris y yo sentía que no eran para mí.

No hablaban de personas como yo.

Yo no tengo clítoris.

Veía en la televisión a las mujeres gimiendo: «¡Oh! ¡Oh!» Yo pensaba: esta gente y sus condenados clítoris.


(Risas)

¿Qué se espera que haga con su vida una mujer sin clítoris?

Eso es lo que quiero saber.

Y quiero hacer eso, también: «¡Oh! ¡Oh!», todo completo.

No sucedió.

Entonces volví otra vez a casa y le fije a mi mamá: «Dolly y Girlfiend dicen que merezco sentir placer, que debiera tener orgasmos y que los chicos blancos debieran darse cuenta de cómo hallar el clítoris».

Pareciera que a los hombres blancos les cuesta encontrar el clítoris.


(Risas)
Pero no era yo, era Dolly la que lo decía.

Y se me ocurrió una broma interna, en mi cabeza: «Me voy a casar con un blanco.

No va a tener ese problema conmigo».


(Risas)
Y le dije a mi mamá: «Dolly y Girlfriend dicen que merezco sentir placer.

¿Tienes idea de lo que me sacaste, de lo que me negaste?

Me invadiste en lo más sagrado.

Quiero placer.

Yo también me quiero calentar, maldición».

Y ella me dijo:: «

¿Quiénes son Dolly y Girlfriend?

¿Son tus amigas nuevas, Khadija?

» Y yo: «No son amigas.

Son revistas, mami, revistas».

No lo entendió.

Veníamos de dos mundos distintos.

En su época, la norma era no tener clítoris.

Se celebraba.

Yo era una chica afroaustraliana.

Vivía en una sociedad que daba un valor central al clítoris.

¡Todo giraba en torno al maldito clítoris! ¡Y yo no tenía! Eso me reventaba.

Tras pasar por esa nueva etapa de enojo, dolor y confusión, recuerdo que saqué turno con mi terapeuta.

Sí: una africana que hace terapia.

Ahí tienen.

Y le dije: «Tenía 13.

Era una niña.

Me estaba acomodando al nuevo país.

Me enfrentaba al racismo y la discriminación.

El inglés es mi tercera lengua, y ahí estaba yo.» Le dije: «Siento que no soy una mujer porque a mí me hicieron eso.

Me siento incompleta.

¿Voy a terminar siendo asexuada?

» Porque, por lo que sabía de la MGF, el único objetivo era controlar la sexualidad de las mujeres.

Lo hacen para que no tengamos deseo sexual.

Y dije: «

¿Soy asexual ahora?

¿Voy a pasar el resto de mi vida sin sentir ganas de tener sexo, sin disfrutarlo?

» No pudo contestarme, así quedaron, sin respuesta.

Cuando empecé a tener el período a eso de los 14, me di cuenta de que no eran normales a causa de la MGF.

Eran intensos, largos y muy dolorosos.

Luego me dijeron que tenía fibromas.

Son como pequeñas bolitas que aparecen ahí.

Una tapaba uno de mis ovarios.

Y entonces vinieron las buenas noticias: «No creemos que puedas tener hijos, Khadija».

De nuevo, me volví una negra enfurecida.

Fui a casa y le dije a mi mamá: «Tus actos, tus acciones, no importa cómo los defiendas —porque ella pensaba que fue por amor— lo que hiciste por amor me está dañando, me está lastimando.

¿Qué vas a decir ahora?

» Me dijo: «Hice lo que una madre debía hacer».

Yo esperaba una disculpa, les aclaro.

Luego me casé.

Y otra vez: La MGF es como un regalito que siempre reaparece.

Te das cuenta enseguida.

El sexo era muy doloroso.

Dolía todo el tiempo.

Y entendí lo que me habían dicho: «No puedes tener hijos».

Pensé: «Guau,

¿esta es mi vida?

¿La vida es solo eso?

» Me alegra contarles que hace 5 meses me dijeron que estaba embarazada.


(Aplausos)
Soy yo la chica con suerte.

Hay tantas mujeres en el mundo que han sufrido MGF y tienen infertilidad.

Conozco una niña de 9 años con incontinencia, infecciones continuas, dolor.

Ese es el regalo.

Nunca deja de aparecer.

Afecta todos los aspectos de la vida y esto me pasó porque nací mujer en el lugar equivocado.

Por eso me pasó todo esto.

Transformé toda esa rabia, todo ese dolor, en defensa porque necesitaba que mi dolor sirviera para algo.

Por eso dirijo una organización que se llama «No MGF Australia».

Escucharon bien.

¿Por qué «No MGF Australia»?

La MGF está en Australia.

Hace dos días, tuve que llamar al Servicio de Protección Infantil porque en algún lugar de Australia había una niña de 4 años, de 4 años, cuya madre pensaba practicarle MGF.

La niña va al jardin.

Sí, créanlo: 4 años.

Hace un par de meses conocí a una mujer casada con un malasio.

Un día su esposo llega a la casa y dice que iba a llevar a sus hijas a Malasia para que les corten el clítoris.

Ella dijo: «

¿Por qué?

» Él dijo que era sucio.

Y ella dijo: «Bueno, te casaste conmigo».

Y él: «Ah, son mis creencias culturales».

Tuvieron una larga discusión en la que ella le dijo: «Sobre mi cadáver le harás eso a mis hijas».

Pero, piensen en lo que habría pasado si ella no supiera lo que es la MGF, si nunca hubieran tenido esa charla.

Se habrían llevado a sus hijas a Malasia y habrían vuelto cambiadas para el resto de sus vidas.

¿Saben cuántos millones de dólares nos costaría manejar un asunto como este?

En Australia, tres niñas por día están en riesgo de sufrir MGF.

Este es un problema de Australia.

No es un problema de África.

No es un problema del Oriente Medio.

No es de blancos, no es de negros, no tiene color; es un problema de todos.

La MGF es abuso infantil.

Es violencia contra las mujeres.

Nos está diciendo que las mujeres no tienen derecho al placer sexual.

Nos dice que no tenemos derecho sobre nuestros cuerpos.

Bueno: le digo no a eso.

¿Y saben qué?

Es basura.

Eso es lo que tengo que decir al respecto.


(Aplausos)
Me enorgullece decir que estoy haciendo mi parte para terminar con la MGF.

¿Y ustedes qué van a hacer?

Podría haber una niña en tu aula en riesgo de MGF.

Podría haber una paciente en tu hospital que esté en riesgo de MGF.

Pero esta es la realidad: que incluso en nuestra amada Australia, el lugar más maravilloso del mundo, están abusando de las niñas por razones culturales.

No debiera utilizarse la cultura para defender el abuso infantil.

Espero que cada uno de ustedes vea la MGF como un problema propio.

Háganlo personal.

Podría ser tu hija, tu hermana, tu prima.

No puedo luchar sola contra la MGF.

Lo intentaría, pero no puedo.

Mi pedido es que se sumen.

Firmen mi petición en Change.org.

Escriban Khadija, mi nombre, y aparece.

Fírmenla.

El objetivo es apoyar a las víctimas de MGF de Australia y proteger a las niñas pequeñas que viven aquí para que no les hagan algo tan terrible, porque toda niña tiene derecho al placer.

Toda niña tiene derecho de que le dejen su cuerpo intacto y, demonios, toda niña tiene derecho a su clítoris.

Así que, por favor, ayúdenme a terminar con esto.

Mi cita preferida es: «Todo lo que hace falta para que triunfe el mal es que unos pocos buenos hombres y mujeres no hagan nada».

¿Van a permitir que el mal de la mutilación genital femenina triunfe en Australia?

No creo.

Entonces, ayúdenme a asegurar que esto se termine en esta generación.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/khadija_gbla_my_mother_s_strange_definition_of_empowerment/

 

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