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No preguntes de dónde soy, pregunta dónde soy local – Charla TEDGlobal 2014

Charla «No preguntes de dónde soy, pregunta dónde soy local» de TEDGlobal 2014 en español.

Cuando alguien te pregunta de dónde vienes… ¿a veces no sabes cómo responder? La escritora Taiye Selasi habla en nombre de los «multilocales», personas que se sienten como en casa en el pueblo donde crecieron, la ciudad en que viven ahora y tal vez en otro lugar o dos. «¿Cómo puedo venir de un país?», pregunta. «¿Cómo puede un ser humano provenir de un concepto?»

  • Autor/a de la charla: Taiye Selasi
  • Fecha de grabación: 2014-10-07
  • Fecha de publicación: 2015-09-29
  • Duración de «No preguntes de dónde soy, pregunta dónde soy local»: 991 segundos

 

Traducción de «No preguntes de dónde soy, pregunta dónde soy local» en español.

El año pasado, hice mi primera gira de promoción de libros.

En 13 meses, volé a 14 países y di unas cien charlas.

Cada charla, en cada país, empezaba con una presentación que empezaba con una mentira: «Taiye Selasi viene de Ghana y Nigeria», o «Taiye Selasi viene de Inglaterra o EE.UU.» Cada vez que oía esa presentación sin importar con qué país concluía — Inglaterra, EE.UU., Ghana, Nigeria — pensaba: «Eso no es verdad».

Sí, nací en Inglaterra y me crié en EE.UU.

Mi madre nació en Inglaterra, y se crió en Nigeria, actualmente vive en Ghana.

Mi padre nació en Costa de Oro, una colonia británica, se crió en Ghana, y ha vivido más de 30 años en el Reino de Arabia Saudita.

Por esta razón mis presentadores me llaman también «multinacional».

Pero pensé: «Nike es multinacional, yo soy un ser humano».

Entonces, un buen día, a mitad de la gira, fui a Louisiana, un museo en Dinamarca donde compartí el escenario con el escritor Colum McCann.

Estábamos discutiendo el papel de lo local en la escritura, cuando de repente me di cuenta.

Yo no soy multinacional.

Ni siquiera soy nacional.

¿Cómo puedo venir de una nación?

¿Cómo un ser humano puede venir de un concepto?

Es una pregunta que me había rondado durante dos décadas.

A partir de periódicos, libros de texto, conversaciones, había aprendido a hablar de países como si fueran eternos, singulares, cosas que ocurren naturalmente, pero me pregunté: Decir que vine de un país sugiere que el país era un punto absoluto fijo en el espacio y el tiempo, algo constante,

¿pero lo era?

En mi vida, han desaparecido países, como Checoslovaquia; aparecido, como Timor Oriental, fracasado, como Somalia.

Mis padres vinieron de países que no existían cuando nacieron.

Para mí, un país — eso que podría nacer, morir, expandirse, contraerse — apenas parecía la base para comprender a un ser humano.

Por eso fue un gran alivio descubrir el estado soberano.

Lo que llamamos países en realidad son expresiones de estado soberano, una idea que se puso de moda hace solo 400 años.

Cuando supe esto, en mi maestría en relaciones internacionales, sentí como una ola de alivio.

Era como lo había sospechado.

La historia era verdadera, las culturas eran reales, pero los países eran inventados.

En los siguientes 10 años, busqué redefinirme o desdefinirme, mi mundo, mi trabajo, mi experiencia, más allá de la lógica de estado.

En 2005, escribí un ensayo: «Qué es un afropolitano», esbozando una identidad que privilegiaba la cultura por sobre los países.

Fue emocionante ver cuántas personas se identificaron con mi experiencia, e instructivo ver como muchos otros no aceptaron mi sentido del ser.

«

¿Cómo puede Selasi decirse de Ghana» preguntó una mujer, «si nunca ha conocido las indignidades de viajar al extranjero con un pasaporte ghanés?

» Para ser honesta, sabía de lo que ella hablaba.

Tengo una amiga llamada Layla que nació y se crió en Ghana.

Sus padres son tercera generación de ghaneses de ascendencia libanesa.

Layla, habla twi con fluidez y conoce Accra como la palma de su mano, pero cuando la conocí pensé: «Ella no es de Ghana».

En mi mente era de Líbano, a pesar del hecho de que toda su experiencia formativa ocurrió en las afueras de Accra.

Yo, como mis críticos, imaginaba una Ghana en la que todos los ghaneses eran de tez marrón y nadie tenía pasaporte del Reino Unido.

Caí en la trampa restrictiva que supone el discurso del país de origen: privilegiar una ficción, el país singular, sobre la realidad: la experiencia humana.

Hablando con Colum McCann ese día, finalmente me cayó la ficha.

«Toda experiencia es local», dijo él.

«Toda identidad es experiencia», pensé.

«No soy nacional», proclamé en el escenario.

«Soy local.

Soy multilocal».

Vean, «Taiye Selasi viene de EE.UU.» no es verdad.

No tengo relación con los EE.UU., no con los 50 estados, realmente.

Mi relación es con Brooklin, la ciudad donde crecí; con Nueva York, donde empecé a trabajar; con Lawrenceville, donde pasaba Acción de Gracias.

EE.UU.

es mi hogar no por mi pasaporte o mi acento, sino por estas experiencias muy particulares y los lugares donde ocurren.

A pesar de mi orgullo por la cultura ewe, los Black Stars, y mi amor por la comida ghanesa, nunca he tenido una relación con la República de Ghana, con mayúsculas.

Mi relación es con Accra, donde vive mi madre, a donde voy cada año, con el pequeño jardín de Dzorwulu donde hablo horas con mi padre.

Esos son los lugares que forman mi experiencia.

Mi experiencia es mi origen.

Y si en vez de preguntar «

¿De dónde vienes?

» preguntásemos: «

¿Dónde eres local?

» Esto nos diría mucho más de con quién y cuán similares somos.

Dime que eres de Francia, y

¿qué veo?

,

¿un conjunto de clichés?

¿La historia peligrosa de Adichie, el mito de la nación de Francia?

Dime que eres local de Fez y Paris, aún mejor, Goutte d’Or, y veo un conjunto de experiencias.

Nuestra experiencia es nuestro origen.

¿Dónde eres local?

Les propongo un test de 3 pasos.

Lo llamo las tres «R»: rituales, relaciones, restricciones.

Primero, piensen tres rituales diarios, los que sean: hacer el café, conducir al trabajo, cosechar cultivos, decir sus oraciones.

¿Qué tipo de rituales son?

¿Dónde ocurren?

¿En qué ciudad o ciudades del mundo los comerciantes conocen sus rostros?

De niña, yo tenía rituales suburbanos bastante comunes en Boston, con ajustes a los rituales que mi madre trajo de Londres y Lagos.

Nos quitábamos los zapatos en casa, éramos indefectiblemente educados con nuestros mayores, comíamos comidas picantes cocidas a fuego lento.

En los nevados EE.UU., nuestros rituales eran del Sur global.

La primera vez que fui a Delhi o al sur de Italia, quedé sorprendida e lo familiar que me resultaba.

Los rituales eran familiares.

«R» número uno, los rituales.

Ahora, piensen en sus relaciones, en las personas que dan forma a sus días.

¿Con quiénes hablan al menos una vez por semana, sea cara a cara o por FaceTime?

Sean razonables en su evaluación; No hablo de sus amigos de Facebook.

Hablo de las personas que forman sus experiencias emocionales cada semana.

Mi madre en Accra, mi hermana gemela en Boston, mis mejores amigos en Nueva York: estas relaciones son mi hogar.

«R» número dos, las relaciones.

Somos locales allí donde llevamos nuestros rituales y relaciones, pero cómo experimentamos lo local depende en parte de nuestras restricciones.

Por restricciones me refiero a dónde podemos vivir.

¿Qué pasaporte tenemos?

¿Los limita el racismo, se sienten completamente en casa donde viven?

¿Impide una guerra civil, un gobierno disfuncional, la inflación económica, que vivan en la localidad en la que tuvieron sus rituales de infancia?

Esta es la menos sexy de las R, menos lírica que los rituales y las relaciones, pero la pregunta que nos lleva de «

¿Dónde estás ahora?

» a «

¿Por qué no estás allí?

» Rituales, relaciones, restricciones.

Tomen un trozo de papel y escriban esas tres palabras en tres columnas, luego traten de completar esas columnas con total honestidad.

Una imagen muy diferente de sus vidas en contexto local, de sus identidades como conjunto de experiencias, puede surgir.

Intentémoslo.

Tengo un amigo llamado Olu.

Tiene 35 años.

Sus padres nacieron en Nigeria, fueron a Alemania con una beca.

Olu nació en Nuremberg y vivió allí hasta los 10 años.

Cuando su familia se mudó a Lagos, él estudió en Londres, luego fue a Berlon.

Le encanta ir a Nigeria — el clima, la comida, los amigos — pero detesta la corrupción política de allí.

¿De dónde es Olu?

Tengo otro amigo llamado Udo.

Tiene 35 años.

Udo nació en Córdoba, del centro de Argentina, a donde sus abuelos migraron desde Alemania, ahora Polonia, después de la guerra.

Udo estudió en Buenos Aires, y hace nueve años fue a Berlin.

Le encanta ir a Argentina — el clima, la comida, los amigos — pero detesta la corrupción económica de allí.

¿De dónde es Udo?

Con cabello rubio y ojos azules, Udo podría pasar por alemán, pero tiene un pasaporte argentino y necesita una visa para vivir en Berlin.

Que Udo sea de Argentina tiene mucho que ver con la historia.

Que sea local de Buenos Aires y Berlin, tiene que ver con la vida.

Olu, que parece nigeriano, necesita visa para visitar Nigeria.

Habla yoruba con acento inglés, e inglés con acento alemán.

Dice no ser «realmente nigeriano», niega su experiencia en Lagos, los rituales que practicó al crecer, sus relaciones con la familia y amigos.

Mientras tanto, aunque Lagos es sin duda uno de sus hogares, Olu siempre se siente limitado allí, no solo por el hecho de ser gay.

Tanto él como Udo no pueden, por las condiciones políticas de los países de sus padres, vivir donde ocurren algunos de sus rituales más significativos y sus relaciones.

Decir que Olu es de Nigeria y Udo de Argentina distrae de sus experiencias comunes.

Sus rituales, sus relaciones, y sus restricciones son las mismas.

Claro, cuando preguntamos: «

¿De dónde vienes?

» usamos una especie de atajo.

Es más rápido decir «Nigeria» que «Lagos y Berlín», y como con Google Maps, siempre podemos acercarnos, del país, a la ciudad, al barrio.

Pero esa no es la idea.

La diferencia entre «

¿De dónde vienes?

» y «

¿Dónde eres local?

» no es la especificidad de la respuesta; es la intención de la pregunta.

Reemplazar el lenguaje de la nacionalidad por el de la localidad nos interpela a desplazar el foco hacia donde ocurre la vida real.

Incluso la expresión más gloriosa de pertenencia a un país, la Copa del Mundo, nos da equipos nacionales compuestos en su mayoría de jugadores multilocales.

Como unidad de medida de la experiencia humana, el país casi no funciona.

Por eso Olu dice: «Soy alemán, pero mis padres vienen de Nigeria».

El «pero» en esa oración desmiente la inflexibilidad de las unidades, una entidad fija y una de ficción que chocan una contra la otra.

«Soy local de Lagos y Berlín» sugiere experiencias solapadas, capas que se mezclan, que no pueden negarse ni eliminarse.

Pueden quitarme mi pasaporte, pero no pueden quitarme mi experiencia.

Eso lo llevo conmigo.

Mi origen me acompaña a donde voy.

Para ser clara, no estoy sugiriendo que eliminemos los países.

Hay mucho que decir de la historia nacional, y más del estado soberano.

La cultura existe en la comunidad, y la comunidad en el contexto.

Geografía, tradición, memoria colectiva: estas cosas son importantes.

Lo que yo cuestiono es la primacía.

Todas esas presentaciones en la gira empezaban con referencia a la nación, como si conocer mi país de origen le dijese a mi audiencia quién era.

¿Qué buscamos realmente, entonces, al preguntar a alguien de dónde viene?

¿Y qué vemos realmente en la respuesta?

Esta es una posibilidad: básicamente, los países representan poder.

«

¿De dónde vienes?

» México.

Polonia.

Bangladesh.

Menos poder.

EE.UU.

Alemania.

Japón.

Más poder.

China.

Rusia.

Ambiguo.


(Risas)
Es posible que sin darnos cuenta, estemos jugando un juego de poder, en especial en el contexto de países multiétnicos.

Como todo inmigrante reciente sabe, la pregunta «

¿De dónde vienes?

» o «

¿De dónde eres realmente?

» encubre a menudo «

¿Por qué estás aquí?

» Luego tenemos al erudito William Deresiewicz que escribe de las universidades de elite de EE.UU.: «Los estudiantes piensan que su entorno es diverso si uno viene de Missouri y otro de Pakistán, sin importar que todos los padres sean médicos o banqueros».

Pienso igual que él.

Llamar a un estudiante estadounidense y a otro paquistaní, y luego proclamar triunfalmente la diversidad del cuerpo estudiantil ignora el hecho de que estos estudiantes son locales del mismo medio.

Lo mismo ocurre en el otro extremo del espectro económico.

Un jardinero mexicano en Los Ángeles y un ama de casa nepalí en Nueva Delhi tienen más en común en términos de rituales y restricciones que lo que implica la nacionalidad.

Quizá el problema más grande de venir de países sea el mito de volver a ellos.

A menudo me preguntan si planeo «regresar» a Ghana.

Voy a Accra cada año, pero no puedo «volver» a Ghana.

No porque no haya nacido allí.

Mi padre no puede volver, tampoco.

El país en el que él nació, ese país ya no existe.

No podemos volver a un lugar y encontrarlo exactamente como lo dejamos.

Algo, en algún lugar siempre habrá cambiado; sobre todo, nosotros, las personas.

Finalmente, estamos hablando de la experiencia humana, este asunto notoria y gloriosamente desordenado.

En la escritura creativa, lo local nos habla de la humanidad.

Cuanto más conocemos el contexto de una historia, cuanto más color y textura local tiene, más humano parecen los personajes, más fácil identificarse, no menos.

El mito de la identidad nacional y el vocabulario de la procedencia nos confunde y nos pone en categorías mutuamente excluyentes.

de hecho, todos nosotros somos multi-locales, multi-capa.

Comenzar la conversación reconociendo esta complejidad nos acerca más, pienso, no nos aleja.

Por eso la próxima vez que me presenten, me encantaría oír la verdad: «Taiye Selasi es un ser humano, como todos aquí.

No es una ciudadana del mundo, sino una ciudadana de mundos.

Es local en Nueva York, Roma y Accra».

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/taiye_selasi_don_t_ask_where_i_m_from_ask_where_i_m_a_local/

 

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