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Charla «No sientas lástima por los refugiados, cree en ellos» de TED2017 en español.
«Hemos avanzado en todos los aspectos de nuestras vidas, excepto en nuestra humanidad», dice Luma Mufleh, una inmigrante jordana y musulmana de ascendencia siria que fundó la primera escuela para refugiados reconocida en Estados Unidos. Mufleh comparte historias de esperanza y resistencia y explica cómo ayuda a jóvenes de países en guerra a atravesar el arduo proceso de construir un nuevo hogar. Déjate inspirar con esta potente charla y marca una diferencia personal en la vida de los refugiados
- Autor/a de la charla: Luma Mufleh
- Fecha de grabación: 2017-04-24
- Fecha de publicación: 2017-06-23
- Duración de «No sientas lástima por los refugiados, cree en ellos»: 853 segundos
Traducción de «No sientas lástima por los refugiados, cree en ellos» en español.
Recuerdo cuando me enteré que iba a hablar en una conferencia de TED.
Corrí hacia una de mis aulas a contar a mis alumnos.
«Chicos, ¡adivinen qué! Me pidieron que dé una charla TED».
Su reacción no fue la que esperaba.
Todos se quedaron callados.
«
¿Una charla TED?
¿Como la que nos hizo Ud.
mirar sobre el coraje?
¿O la del científico que hizo esa cosa genial con robots?
» Preguntó Muhammad.
«Sí, como esa».
«Pero, profe, esas personas son importantes e inteligentes».
(Risas)
«Lo sé».
«Pero, profe,
¿por qué va a hablar?
Us.
odia hablar en público».
«Es cierto», admití.
«Pero es importante que hable de nosotros, que hable de sus viajes, de mi viaje.
La gente tiene que saber».
Los estudiantes de la escuela para refugiados que fundé finalizaron con algunas palabras de aliento.
«¡Genial! Más vale que sea buena».
(Risas)
65,3 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares a la fuerza debido a la guerra o persecución.
La mayor parte, 11 millones, son de Siria.
33,952 personas huyen de sus hogares a diario.
La gran mayoría se queda en campos de refugiados, donde las condiciones están lejos de ser humanas.
Estamos participando en la degradación de humanos.
Nunca hemos tenido tantos refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
Les diré por qué este tema es tan importante para mí.
Soy árabe.
Soy inmigrante.
Soy musulmana.
También pasé los últimos 12 años trabajando con refugiados.
Ah, y también soy lesbiana.
Lo que me hace muy popular hoy en día.
(Risas)
Pero soy hija de refugiados.
Mi abuela escapó de Siria en 1964 durante el primer régimen de Asad.
Llevaba tres meses de embarazo cuando preparó una maleta, juntó a sus cinco hijos, y condujo el auto hasta Jordán, sin saber qué futuro depararía a ella y a su familia.
Mi abuelo decidió quedarse, porque creyó que no era para tanto.
La siguió un mes después, luego de que sus hermanos fueran torturados y de que el gobierno tomara su fábrica.
Reconstruyeron sus vidas desde cero y se convirtieron en ciudadanos jordanos independientes y adinerados.
Yo nací en Jordán 11 años después.
Para mi abuela era importante que supiéramos nuestra historia y nuestro viaje.
A los 8 años me llevó a visitar un campo de refugiados por primera vez.
No entendía por qué.
No sabía por qué era tan importante para ella que fuéramos.
Me acuerdo de entrar al campo agarrada de su mano, y que me dijo: «Ve a jugar con los niños» mientras ella visitaba a las mujeres en el campo.
Yo no quería.
Esos niños no eran como yo.
Eran pobres.
Vivían en un campo.
Me negué.
Se arrodilló a mi lado y me dijo con firmeza: «Ve y no vuelvas hasta que hayas jugado.
Nunca pienses que estás por encima de otros o que no tienes nada que aprender de ellos».
Fui a regañadientes.
Nunca quise decepcionar a mi abuela.
Volví unas horas más tarde, después de haber jugado un rato al fútbol con los niños del campo.
Salimos del campo, y yo le estaba contando emocionada que me había divertido y que los niños eran fantásticos.
«¡Haram!», dije en árabe.
«Pobres».
«Haram nosotros», dijo ella, con otro significado de la palabra, que estábamos pecando.
«No sientas lástima por ellos, cree en ellos».
No fue hasta que dejé mi país de origen y fui a EE.
UU.
que entendí el impacto de sus palabras.
Después de terminar la universidad, solicité y se me concedió asilo político, por pertenecer a un cierto grupo social.
Algunos no lo saben, pero aún existe la pena de muerte en algunos países por ser gay.
Tuve que renunciar a mi ciudadanía jordana.
Fue la decisión más difícil de mi vida, pero no tenía otra opción.
El tema es que cuando tienes que elegir entre tu hogar y sobrevivir, la pregunta «
¿De dónde eres?
» cobra una carga.
Una mujer siria que conocí recientemente en un campo en Grecia lo expresó mejor, cuando recordó el momento exacto en que decidió huir de Alepo.
«Miré por la ventana y no había nada.
Todo eran escombros.
No había tiendas, calles, ni escuelas.
No quedaba nada.
Había pasado meses en mi departamento, escuchando las bombas caer y viendo gente morir.
Pero siempre pensé que mejoraría, que nadie me obligaría a irme, nadie podría usurpar mi hogar.
Y no sé por qué fue esa mañana, pero cuando miré hacia afuera, supe que si no me iba, mis tres niños pequeños morirían.
Así que nos fuimos.
Nos fuimos porque tuvimos que hacerlo, no porque quisiéramos.
No teníamos otra opción», dijo.
Es difícil creer que perteneces cuando no tienes un hogar, cuando tu país de origen te rechaza por miedo o persecución, o cuando la ciudad en la que creciste está completamente destruida.
Sentía que no tenía casa.
Ya no era una ciudadana jordana, pero tampoco era estadounidense.
Sentí una especie de soledad que aún me cuesta explicar con palabras.
Después de la universidad, necesité encontrar un hogar.
Fui de estado en estado y finalmente terminé en Carolina del Norte.
Gente bondadosa que me tenía lástima se ofreció a pagarme la renta, o a comprarme comida o un traje para mi nueva entrevista.
Eso solo me hizo sentir más aislada e incapaz.
Solo recién cuando conocí a Sarah, una bautista sureña que me acogió en mi peor estado y me dio empleo, comencé a creer en mí misma.
Sarah tenía una cafetería en las montañas de Carolina del Norte.
Supuse que, por mi educación privilegiada y mi educación elitista, me iba a pedir que administrara el restaurante.
Me equivoqué.
Comencé lavando platos, limpiando baños y manejando la parrilla.
Me dieron una lección de humildad; me mostraron el valor del trabajo duro.
Pero lo más importante es que me sentía valorada y aceptada.
Celebré Navidad con su familia, e intentó hacer ayuno conmigo durante el Ramadán.
Recuerdo que me daba miedo contarle que era lesbiana.
Después de todo, era bautista sureña.
Me senté a su lado en el sillón y le dije: «Sarah, sabes que soy lesbiana,
¿no?
» Nunca olvidaré su respuesta.
«Está bien, cariño.
Tan solo no seas una zorra».
(Risas)
(Aplausos)
Más adelante me mudé a Atlanta, aún intentando encontrar un hogar.
Tres años después, mi viaje tomó un giro inesperado cuando conocí a un grupo de niños refugiados jugando al fútbol.
Doblé mal y llegué a un complejo de departamentos, y vi a estos niños afuera jugando al fútbol.
Estaban jugando descalzos con una pelota de trapo y el arco marcado con piedras.
Me quedé mirándolos una hora y terminé con una sonrisa.
Me recordaban a mi casa.
Me recordaban a mí, que crecí jugando al fútbol en las calles de Jordán con mis hermanos y primos.
Finalmente me uní a ellos.
Tenían sus dudas acerca de dejarme jugar, porque, según ellos, las chicas no saben jugar.
Pero obviamente yo sí sabía.
Les pregunté si alguna vez habían jugado en un equipo.
Dijeron que no, pero que les encantaría.
De a poco los conquisté, y formamos nuestro primer equipo.
Ese grupo me dio un curso intensivo sobre los refugiados, la pobreza y la humanidad.
Tres hermanos de Afganistán, Roohullah, Noorullah y Zabiullah, tuvieron mucho que ver.
Un día llegué tarde al entrenamiento, y encontré la cancha totalmente vacía.
Me preocupé mucho.
A mi equipo le encantaba entrenar.
No era común que faltaran.
Bajé del auto, y salieron dos niños de detrás de un contenedor agitando las manos, desesperados.
«Profe, le pegaron a Rooh.
Lo atacaron.
Estaba lleno de sangre».
«
¿Qué quieres decir con que le pegaron?
» «Vinieron unos chicos malos y le pegaron.
Se fueron todos, tenían miedo».
Nos subimos al auto y fuimos al departamento de Rooh.
Golpeé la puerta y la abrió Noor.
«
¿Dónde está Rooh?
Necesito hablar y ver si está bien».
«Está en su habitación.
No quiere salir».
Golpeé la puerta.
«Rooh, sal.
Tengo que hablar contigo.
Necesito ver si estás bien o si tenemos que ir al hospital».
Salió.
Tenía un corte en la cabeza y el labio partido, y estaba temblando.
Lo revisé y le pedí a los otros que llamaran a su madre, porque tenía que ir al hospital con él.
Llamaron a su madre.
Salió.
Yo le estaba dando la espalda, y comenzó a gritar en persa.
Los chicos se partieron de la risa.
Yo estaba confundida, porque no era nada gracioso.
Me explicaron que ella dijo: «Me dijeron que su profesora era una mujer musulmana».
De atrás, no parecía ninguna de las dos cosas.
(Risas)
Me di vuelta y le dije: «Soy musulmana».
«Ašhadu ʾan lā ʾilāha ʾilla (A)llāh», recitando la declaración de fe musulmana.
Confundida, y tal vez un poco más tranquila, se dio cuenta de que sí, la mujer que aparentaba ser de EE.
UU., sin velo, con pantalones cortos, era musulmana.
Su familia había huido de los talibanes.
Cientos de personas en su aldea fueron asesinados.
Su padre fue tomado por los talibanes, y cuando volvió, unos meses después, ya no era el mismo.
La familia escapó hacia Pakistán, y los dos niños mayores, de 8 y 10 años, vendían alfombras 10 horas al día, para mantener a su familia.
Estaban muy contentos cuando le concedieron reasentarse en EE.
UU.
por pertenecer al afortunado 0,1 % que lo logra.
Se habían ganado la lotería.
Su historia no es única.
Todos los refugiados con los que trabajé tenían una versión similar.
Trabajo con niños que han visto cómo violaban a sus madres, cómo cortaban los dedos a sus padres.
Un niño vio cómo le disparaban a su abuela en la cabeza porque no dejó que los rebeldes se lo lleven para ser soldado.
Sus viajes son terribles.
Pero lo que observo todos los días es esperanza, resistencia, determinación, un amor por la vida, y una apreciación por poder reconstruir sus vidas.
Una noche estaba en la casa de los chicos, cuando llegó su madre de limpiar 18 habitaciones de hotel en un día.
Se sentó y Noor le masajeó los pies, y decía que la cuidaría después de graduarse.
Ella le sonrió del cansancio.
«Dios es bueno.
La vida es buena.
Tenemos suerte de estar aquí».
En los últimos dos años ha aumentado el sentimiento antirefugiados.
Es global.
Los números siguen creciendo porque no hacemos nada para impedirlo ni para frenarlo.
El problema no debería ser que no entren refugiados a nuestros países.
Debería ser no obligarlos a dejar los suyos.
(Aplausos)
Perdón.
(Aplausos)
¿Cuánto más sufrimiento tenemos que soportar?
¿Cuántas personas más deben ser expulsadas de sus hogares para que digamos «¡Basta!»?
¿Cien millones?
No sólo los humillamos, culpamos y rechazamos por atrocidades que no tienen nada que ver con ellos, los traumatizamos más, cuando deberíamos recibirlos felices en nuestros países.
Les quitamos su dignidad y los tratamos como criminales.
Hace unas semanas vino a mi oficina una alumna que es de Irak.
Comenzó a llorar.
«
¿Por qué nos odian?
» «
¿Quién te odia?
» «Todos, todos nos odian porque somos refugiados, porque somos musulmanes».
Antes podía asegurarle a mis alumnos que la mayor parte del mundo no odia a los refugiados.
Pero esta vez no pude.
No le podía explicar por qué alguien intentó sacarle el hiyab a su madre cuando estaban en el supermercado, o por qué un jugador del otro equipo la llamó terrorista y le dijo que vuelva de donde vino.
No le podía asegurar que el mayor sacrificio de su padre, al trabajar como intérprete para los militares de EE.
UU., la haría más respetable como ciudadana estadounidense.
Aceptamos a tan pocos refugiados.
Reasentamos a menos de un 0,1 % Ese 0,1 % nos beneficia más a nosotros que a ellos.
Me desconcierta que la palabra «refugiado» haga referencia a algo sucio, a algo de que avergonzarse.
No tienen nada de que avergonzarse.
Hemos avanzado en todos los aspectos de nuestras vidas, excepto en nuestra humanidad.
65,3 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares por la guerra.
La mayor cantidad en la historia.
Nosotros deberíamos estar avergonzados.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/luma_mufleh_don_t_feel_sorry_for_refugees_believe_in_them/