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Charla «No temamos soñar con el futuro» de TEDWomen 2019 en español.
«El futuro no se predice, se imagina», dice Charlie Jane Anders, escritora de ciencia ficción. En una charla que es en parte sueño y en parte extrapolación basada en la investigación, Anders nos lleva a un alocado y ficticio paseo por las bondades y los desafíos que nos puede deparar el futuro. También nos explica que soñar con posibilidades futuristas y atrevidas nos empodera para construir un mejor mañana.
- Autor/a de la charla: Charlie Jane Anders
- Fecha de grabación: 2019-12-04
- Fecha de publicación: 2020-03-20
- Duración de «No temamos soñar con el futuro»: 715 segundos
Traducción de «No temamos soñar con el futuro» en español.
Todo escritor de ciencia ficción ha inventado una historia que se hizo realidad antes de lo previsto.
Yo he creado muchas historias de ese tipo.
Hace unos años, por ejemplo, escribí una historia en la que el gobierno empieza a usar drones para matar personas.
Al principio me pareció una idea de fuerte impronta futurista, pero cuando la novela se publicó, el gobierno ya estaba usando drones con ese fin.
El mundo está cambiando a gran velocidad, y hay una especie de ciclo que se retroalimenta de manera acelerada donde los cambios tecnológicos y sociales se alimentan recíprocamente.
Cuando era niña en los 80, sabíamos cómo iba a ser el futuro.
Lo concebíamos como una versión de «El juez Dredd» o «Blade Runner».
Sería un mundo de megaciudades de neón y vehículos voladores.
Pero hoy nadie sabe cómo será el mundo, ni siquiera en un par de años, y, además, hay muchas expresiones que acechan en el horizonte.
Desde las catástrofes climáticas hasta el autoritarismo, todos estamos obsesionados con los apocalipsis, aunque, en realidad, el mundo acaba todo el tiempo, y seguimos adelante.
No tengan miedo de pensar en el futuro, de soñar con el futuro, de escribir sobre el futuro.
Para mí, hacerlo fue decididamente liberador y divertido.
Es una manera de vacunarse contra la peor eventualidad en una futura catástrofe.
También es una forma de empoderarse, porque no podemos prepararnos para algo que aún no hemos visualizado.
Pero hay algo que debemos saber: el futuro no se puede predecir.
El futuro se imagina.
Por ello, como escritora de ciencia ficción, de historias ambientadas en años o siglos futuros, he notado que la gente está ansiosa por visualizar un futuro que sea atractivo y también habitable.
Pero para lograrlo, me di cuenta de que no basta con solo investigar.
Lo que hago es más bien una mezcla: sueño activamente, me informo de las últimas tendencias en ciencia y tecnología, y estudio la evolución de la historia humana.
Pienso mucho en la naturaleza humana y en cómo la humanidad reaccionó en el pasado a los grandes cambios, a las convulsiones y las transformaciones.
Y en ese análisis, presto especial atención a los detalles, porque es en los detalles donde vivimos.
Contamos la historia del mundo a través de las herramientas que creamos y de los espacios que habitamos.
En este sentido, es útil conocer algunos términos que los escritores de ciencia ficción utilizan todo el tiempo: «historia futura» y «efectos de segundo orden».
Una historia futura no es más que lo que sugieren esas palabras: una cronología de hechos que aún no han ocurrido.
Como el famoso ciclo de la historia escrito por Robert A.
Heinlein, que incluía una detallada descripción de hechos futuros hasta el año 2100.
O, por caso, en mi última novela, ideé una línea de tiempo muy elaborada que llega hasta el siglo XXXIII y finaliza con el hecho de que la gente se va a vivir a otro planeta.
En cuanto al efecto de segundo orden, se refiere a las consecuencias que surgen como resultado de una nueva tecnología y un gran cambio.
Hay una cita que se suele atribuir al escritor y editor Frederik Pohl, que es: «Una buena historia de ciencia ficción debería ser capaz de predecir no solo la invención del automóvil, sino también el atasco automovilístico».
Y hablando de atascos automovilísticos, he dedicado mucho tiempo a imaginar la ciudad del futuro.
¿Cómo es?
¿Cómo está hecha?
¿Para quiénes?
Imagino una ciudad verde con granjas verticales, con estructuras parcialmente sembradas más que construidas y con pasajes peatonales en lugar de calles, pues ya no se usarán los autos.
Será una ciudad que vive y respira.
Empiezo soñando con las cosas más descabelladas que vienen a mi mente, luego me dedico a investigar y trato de que esas ideas resulten bien creíbles integrando el futurismo urbano con el diseño creativo y la imaginación tecnológica.
Luego trato de visulizar cómo sería vivir en esa ciudad.
En definitiva, mi proceso empieza y termina con la imaginación.
Mi imaginación serían las rodajas de pan que forman el sándwich de mi investigación.
Ahora bien, como novelista, lo primero que hago es ver el mundo a través de los ojos de mis personajes, e intento transitar con ellos sus desafíos personales dentro del espacio que yo he creado.
¿Qué olores perciben?
¿Qué tocan?
¿Cómo es enamorarse en una ciudad inteligente?
¿Qué vemos cuando miramos por la ventana?
¿Depende de cómo el software de la ventana interactúa con nuestro estado de ánimo?
Y, por último, me pregunto cómo podría una buena ciudad del futuro asegurándome que nadie viva en la calle ni se quede fuera del sistema.
Y aquí es cuando interviene la historia futura, porque las ciudades no surgen de un día para el otro, como la maleza.
Se levantan y se transforman.
Llevan las cicatrices y las evidencias de guerras, migraciones, bonanzas económicas, despertares culturales.
Una ciudad del futuro debe tener monumentos, sin duda, pero también debe tener estratos de arquitecturas pasadas, edificios reconvertidos y todas las señales que indiquen cómo llegamos a ese lugar.
Y luego están los efectos de segundo orden.
Por ejemplo,
¿cómo es que las cosas pueden salir mal…
o bien, sin que nadie pueda preverlo?
Es como si las paredes de nuestra casa estuvieran hechas de algún tipo de hongo que puede reproducirse para reparar los daños que haya en ellas, y la gente empieza a comer esas paredes.
(Risas)
A propósito de comida,
¿qué sistema de alcantarillado tendría la ciudad del futuro?
Es una pregunta capciosa, pues no habrá alcantarillas.
El sistema de alcantarillado que hay actualmente en EE.
UU.
es muy raro.
Los residuos fluyen por un túnel, se mezclan con el agua de lluvia y generalmente se descargan en el océano.
Y qué decir del papel higiénico.
Un grupo de expertos en tecnología al mando de Bill Gates están intentando reinventar el retrete, y es muy posible que los baños del futuro resulten totalmente insólitos a alguien del mundo de hoy.
Y,
¿cómo la historia futura, con sus ensayos y errores, puede posibilitarnos un mejor acceso a los sanitarios?
Hay empresas que están trabajando en una especie de varilla limpiadora para sustituir el papel higiénico usando aire comprimido o pulverizadores para higiene personal.
Pero
¿y si estas cosas se parecieran más a una flor que a un aparato tecnológico?
¿Y si un retrete pudiera analizar nuestras heces para darnos información sobre si nuestro microbioma necesita una puesta a punto?
¿Qué pasaría si los ensayos actuales que transforman los desechos en combustible pudieran inventar una batería inteligente y dar electricidad a una casa?
Pero regresemos a la ciudad del futuro.
¿Cómo se transitarán los espacios?
Si no hay calles,
¿cómo podrá la gente ubicarse geográficamente?
Me gusta pensar en un lugar donde los espacios estén, parcialmente, solo en realidad virtual, y quizá se necesite un hardware especial para descubrirlos.
Así, en una de mis novelas, inventé lo que llamo una «interfaz con la nube», que describo como una araña de cromo conectada a la cabeza mediante nodos temporales.
No es esa la imagen, pero es una foto divertida que tomé en un bar.
(Risas)
Y me entusiasmé imaginando bares, restaurantes y cafés que solo se pudieran ver si se usaba el hardware apropiado para ver la realidad aumentada.
Pero, de nuevo, hay efectos de segundo orden: en un mundo creado por la realidad aumentada,
¿cómo serán las nuevas comunidades?
¿Qué nuevos delitos habrá, que nunca habíamos imaginado?
Por ejemplo, supongamos que estoy parada junto a otra persona, y esa persona piensa que estamos en un bar deportivo muy ruidoso, pero yo pienso que estamos en una elegante sala con un cuarteto de cuerdas que habla sobre Baudrillard.
No hay manera de que algo pueda salir mal en ese escenario.
Por el contrario, seguro estará todo bien.
Y luego están las redes sociales.
Imagino horribles escenarios distópicos donde se combinan los cuestionarios en línea, las aplicaciones de citas, los horóscopos, los robots, para arrojarnos en un laberinto cada vez más intrincado de relaciones enfermizas y políticas aún peores.
Pero luego pienso en las conversaciones que mantuve con expertos en inteligencia artificial, quienes siempre dicen que cuanto más se perfecciona la inteligencia artificial, mejores son las conexiones que se pueden hacer.
Por eso, quizá las redes sociales sean mejores en el futuro.
Quizá nos ayuden a construir relaciones más sanas, menos destructivas.
Quizá se inventen dispositivos que propicien la unión y la serendipia.
Realmente creo que será así.
Y me inclino a pensar que si la inteligencia artificial progresa, la gente disfrutará de nuestro extraño drama de relaciones igual que nos obsesionamos con «Las amas de casa reales», de donde sea.
Y, por último, está la medicina.
Pienso mucho en los avances de la medicina genética y en cómo pueden ayudar a quienes padecen cáncer de mama o demencia.
Y quizá, algún día, cumplir 100 años tan solo sea una etapa más en el tránsito hacia dos o tres décadas más de una vida sana y activa.
Quizá el baño del futuro que mencioné ayude a mejorar la salud de muchas personas, sobre todo a quienes viven en lugares que carecen de estos complicados sistemas de alcantarillado que mencioné.
Pero también, como persona transgénero, me pregunto:
¿y si logramos avanzar en el conocimiento del sistema endocrino para ampliar las opciones de las personas trans, de la misma manera en que las hormonas y las cirugías ampliaron las opciones de la generación pasada?
En resumen, estoy aquí, básicamente, para decirles: hablen del futuro como si fuera a ser un mundo de maravillas tecnológicas o bien una especie de barbacoa apocalíptica de excrementos.
(Risas)
Pero lo cierto es que no será ninguna de las dos cosas.
Será un punto intermedio.
Será ambas cosas.
Será todo.
Lo que sí sabemos es que el futuro será increíblemente raro.
Pensemos cuán extraño le resultarían los primeros años del siglo XXI a alguien de principios del siglo XX.
A propósito, tenemos una especie de falacia lógica según la cual creemos que el futuro será una extensión del presente.
Así, la gente del los 80 pensaba que la Unión Soviética existiría al día de hoy.
El futuro será más raro de lo que podremos imaginar.
Pero podemos intentarlo.
Sé que habrá cosas sumamente aterradoras, pero también habrá cosas maravillosas y bendiciones salvadoras.
Y el primer paso para avanzar es dejar volar la imaginación.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/charlie_jane_anders_go_ahead_dream_about_the_future/