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Por qué a tu médico debe importarle la justicia social – Charla TEDMED 2015

Charla «Por qué a tu médico debe importarle la justicia social» de TEDMED 2015 en español.

En Zimbabue, en la década de 1980, Mary Bassett fue testigo de primera mano de la epidemia del SIDA, y ayudó a establecer una clínica para tratar y educar a la población local sobre el virus mortal. Pero mirando hacia atrás, se arrepiente de no haber sonado la alarma sobre el problema real: las desigualdades estructurales embebidas en las organizaciones políticas y económicas del mundo, las desigualdades que hacen a las personas marginadas más vulnerables. Existen los mismos problemas estructurales en Estados Unidos hoy en día y como comisionada de salud de la ciudad de Nueva York, Bassett está utilizando cada oportunidad que tiene para conseguir apoyo para la salud y la equidad y alzar la voz contra el racismo. «No tienen que tener todas las respuestas para exigir un cambio», dice ella. «Solo necesitamos coraje».

  • Autor/a de la charla: Mary Bassett
  • Fecha de grabación: 2015-11-18
  • Fecha de publicación: 2016-02-25
  • Duración de «Por qué a tu médico debe importarle la justicia social»: 829 segundos

 

Traducción de «Por qué a tu médico debe importarle la justicia social» en español.

Cuando me mudé a Harare en 1985, la justicia social era vital para la política nacional de salud de Zimbabue.

El nuevo gobierno emanado de una larga guerra de independencia inmediatamente proclamó una agenda socialista: servicios de atención de la salud, educación primaria se volvió esencialmente libre.

Una expansión masiva de centros de salud rurales para más o menos 80 % de la población a menos de una a dos horas a pie de sus instalaciones, un logro verdaderamente notable.

En 1980, año de la independencia, el 25 % de los niños de Zimbabue estaban completamente inmunizados.

En 1990, apenas una década más tarde, esta proporción se elevó al 80 %.

Me sentí tremendamente privilegiada de ser parte de esta transformación, una revolución.

La emoción, la camaradería, era palpable.

Trabajando lado a lado con brillantes zimbabuenses, científicos, médicos, activistas, me sentía conectada no solo a un movimiento de independencia de África, sino a un movimiento global de salud pública progresiva.

Pero hubo enormes desafíos.

Zimbabue reportó su primer caso de SIDA en 1985, año en que llegué.

Había cuidado pacientes con SIDA en la década de 1980, al hacer mi residencia en el Hospital Harlem, pero no teníamos idea de lo que nos esperaba en África.

La tasa de infección era de alrededor de 2% en mis primeros días allí.

Se elevaría a uno de cada cuatro adultos en el momento en que me fui de Harare 17 años más tarde.

A mediados de la década de 1990, le había dicho a cientos de personas en la plenitud de la vida que eran VIH-positivos.

Vi morir a colegas y amigos, a mis estudiantes y pacientes de hospitales.

En respuesta, mis colegas y yo abrimos una clínica.

Hicimos demostraciones del uso de preservativos.

Hicimos intervenciones de educación en el lugar de trabajo y la escuela.

Investigamos.

Asesoramos a las parejas de los hombres infectados acerca de cómo protegerse a sí mismos.

Trabajamos duro, y en ese momento, creí que estaba haciendo lo mejor posible.

Estaba dando un trato excelente, tal como era.

Pero no estaba haciendo un cambio estructural.

El exsecretario de la ONU, Kofi Annan, ha hablado con franqueza sobre su fracaso personal que llevó al genocidio de Ruanda.

En 1994 era jefe del departamento de mantenimiento de la paz de la ONU.

En un memorial a 10 años del genocidio reflexionó, «creía en ese momento que estaba haciendo todo lo posible, pero después del genocidio me di cuenta que había algo más que podía y debería haber hecho para sonar la alarma y apoyar».

La epidemia del SIDA agarró a la comunidad de la salud desprevenida y hoy, cuando la OMS estima que 39 millones de personas han perdido sus vidas por esta enfermedad, no soy la única en sentir remordimiento y arrepentimiento de no haber hecho antes más.

Pero mientras vivía en Zimbabue, no me veía como activista o política.

Estaba allí por mis conocimientos técnicos, por mi experiencia clínica y en la investigación de epidemiología.

Y en mi mente, mi trabajo consistía en cuidar de los pacientes y hacer investigación para entender los patrones poblacionales de transmisión y esperaba que frenaríamos la propagación del virus.

Sabía que las poblaciones marginadas tenían un riesgo desproporcionado de padecer y morir de SIDA.

Y en las plantaciones de azúcar, que realmente parecían campos feudales, de cualquier empresa moderna, 60% de las mujeres embarazadas eran VIH-positivo.

Trabajé para demostrar que infectarse no era un fracaso moral sino que estaba relacionado con una cultura de la superioridad masculina, de la mano de obra forzada migrante y al colonialismo.

Los blancos en su mayoría no estaban infectados.

Como profesionales de la salud, nuestras herramientas eran terriblemente débiles: implorábamos a la gente que cambiara sus comportamientos individuales, que usara condones, que redujera el número parejas.

Las tasas de infección subieron y cuando el tratamiento estuvo disponible en occidente, el tratamiento que sigue siendo nuestra arma más potente contra el virus, era inasequible para el sector público de África.

Yo no levanté la voz por la desigualdad en el acceso a estos medicamentos que salvan vidas o acerca de los sistemas económicos y políticos subyacentes que elevaban las tasas de infección en grandes sectores de la población.

Racionalicé mi silencio recordándome a mí misma que era un huésped en el país, que al sonar la alarma, me podrían echar que dejaría de hacer un buen trabajo, cuidar de mis pacientes, hacer la investigación que tanto necesita.

Así que no levanté la voz sobre la postura del gobierno en los principios del SIDA.

No alcé voz sobre mis preocupaciones lo suficientemente alto.

Muchos médicos, profesionales de la salud, pueden pensar que no hice nada malo.

Nuestro pacto con nuestros pacientes, el juramento hipocrático y sus variantes, es acerca de la santidad de la relación médico-paciente.

Hice todo lo que pude para todos y cada uno de mis pacientes.

Pero sabía que las epidemias surgen en las fisuras de nuestra sociedad, que refleja no solo la biología, sino algo más importante, patrones de marginación, exclusión, la discriminación racial, de género, sexual, de clase y más.

Era verdad con el SIDA.

Era cierto recientemente sobre el Ébola.

Los antropólogos médicos como Paul Farmer, que trabajó sobre el SIDA en Haití, lo llaman violencia estructural.

Estructural debido a que las desigualdades están incrustadas en la organización política y económica de nuestro mundo social, a menudo en formas que son invisibles a los que tienen el privilegio y el poder; y violencia debido a su impacto, muertes prematuras, sufrimiento, enfermedad, es violencia.

Hacemos poco por nuestros pacientes si no somos capaces de reconocer estas injusticias sociales.

La voz de alarma es el primer paso para hacer un bien en la salud pública, y así es como podemos conseguir apoyo para abrirse paso y crear un cambio real juntos.

Así que en estos días, no me quedo callada.

Levanto la voz sobre muchas cosas, incluso si es incómodo para los oyentes, incluso cuando yo me pueda sentir incómoda.

Y mucho de esto se trata de las diferencias raciales y el racismo institucionalizado, cosas que no se supone que debemos tener en este país aún, ciertamente no en la práctica de la medicina o la salud pública.

Pero lo tenemos, y tenemos que pagar por ello en vidas truncadas.

Es por eso que sueno la alarma sobre el impacto del racismo en la salud en los Estados Unidos, la violencia institucional e interpersonal en curso que la gente de color enfrenta, agravada por nuestro legado trágico de 250 años de esclavitud, 90 años de Jim Crow y 60 años de la igualdad imperfecta, sueno la alarma sobre esto porque es fundamental para hacer bien mi trabajo como comisionada de salud de la ciudad de Nueva York.

En Nueva York, la mortalidad prematura, que es la muerte antes de los 65 años, es 50 % mayor en los hombres de raza negra que en los blancos.

Una mujer negra en 2012 enfrenta más de 10 veces riesgo de muerte relacionada con el parto que una mujer blanca.

Y a pesar de que hemos hecho enormes progresos en la reducción de las tasas de mortalidad infantil, un bebé negro todavía se enfrenta a casi tres veces el riesgo de muerte en su primer año de vida en comparación con un bebé blanco.

Nueva York no es excepcional.

Estas estadísticas son paralelas a las estadísticas que se encuentran en todo EE.UU.

Un análisis reciente del New York Times informa que hay 1,5 millones de hombres de raza negra perdidos en todo el país.

Notaron que más de uno de cada seis hombres negros que hoy debería estar entre las edades de 25 y 54 años han desaparecido de la vida diaria, perdidos, ya sea por la cárcel o la muerte prematura.

Existe una gran injusticia en la violencia cotidiana y desproporcionada que enfrentan los jóvenes negros, el foco de recientes protestas bajo el lema #BlackLivesMatter.

Pero tenemos que recordar que las tasas elevadas y sostenidas y la aparición y la evolución de las condiciones médicas comunes, enfermedades del corazón, cáncer, diabetes, VIH, enfermedades que pueden matar lentamente y en silencio toman aún más vidas negras prematuramente.

A medida que el movimiento #BlackLivesMatter se desarrollaba, me sentía frustrada y enojada de que la comunidad médica haya sido reacia a utilizar la palabra «racismo» en nuestra investigación y nuestro trabajo.

Probablemente han sentido algo cada vez que lo he dicho.

Los estudiantes de medicina simulan estar muertos con sus batas blancas, pero la comunidad médica se ha mantenido en gran medida pasiva mientras la discriminación continúa afectando el perfil de la enfermedad y la mortalidad.

Y me preocupa que la tendencia hacia la medicina personalizada de precisión, que busca rasgos biológicos o genéticos para un mejor tratamiento a la medida, sin darse cuenta puede hacernos perder de vista el panorama general, que es el contexto diario, donde una persona vive, crece, trabaja, ama, que es lo que determina lo más importante de la salud de la población y para muchos de nosotros, mala salud.

Como profesionales de la salud en el trabajo diario, ya sea en la clínica o en la investigación, somos testigos de una gran injusticia: la persona sin hogar que no puede seguir las indicaciones médicas porque tiene prioridades más urgentes; los jóvenes transgénero que están pensando en el suicidio porque nuestra sociedad es tan dura; la madre soltera que se siente que es responsable por la mala salud de su hijo.

Nuestro papel como profesionales de la salud no es solo tratar a nuestros pacientes sino hacer sonar la alarma y abogar por el cambio.

Con razón o no, nuestra posición social nos da a nuestras voces gran credibilidad, y no debemos desperdiciar eso.

Me arrepiento de no hablar en Zimbabue, y me he prometido a mí misma que como comisionada de salud de Nueva York, voy a utilizar todas las oportunidades que tenga para hacer sonar la alarma y conseguir apoyo para la equidad en salud.

Voy a hablar en contra del racismo, y espero que se unan a mí, y me les uniré cuando levanten la voz contra el sexismo o cualquier otra forma de desigualdad.

Es hora de que nos levantemos y hablemos colectivamente acerca de la desigualdad estructural.

No tienen que tener todas las respuestas para exigir cambios.

Solo necesitamos coraje.

La salud de nuestros pacientes, la salud de todos nosotros, depende de ello.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/mary_bassett_why_your_doctor_should_care_about_social_justice/

 

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