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Charla «¿Por qué el cambio climático es una amenaza para los derechos humanos?» de TEDWomen 2015 en español.
El cambio climático es injusto. Mientras que los países ricos pueden luchar contra el aumento del nivel de los océanos y la desaparición de los campos de cultivo, los pueblos pobres de todo el mundo están siendo gravemente afectados — y sus derechos humanos amenazados– por tormentas devastadoras, hambrunas y la pérdida de las tierras. Mary Robinson nos pide unirnos al movimiento por la justicia climática global.
- Autor/a de la charla: Mary Robinson
- Fecha de grabación: 2015-05-28
- Fecha de publicación: 2015-09-23
- Duración de «¿Por qué el cambio climático es una amenaza para los derechos humanos?»: 1307 segundos
Traducción de «¿Por qué el cambio climático es una amenaza para los derechos humanos?» en español.
Una pregunta que siempre me hacen es, cuándo me apasioné por los derechos humanos y la justicia.
Empezó siendo muy joven.
Crecí en el oeste de Irlanda, en medio de cuatro hermanos, dos mayores y dos menores.
Por supuesto que tuve que interesarme por los derechos humanos, la igualdad y la justicia, y ¡a punta de codazos!
(Risas)
Y esas preocupaciones se quedaron conmigo y me guiaron, en especial cuando fui elegida la primera mujer presidenta de Irlanda, de 1990 a 1997.
Dediqué mi mandato a abrir espacios para quienes se sentían marginados en la isla de Irlanda, y a reunir comunidades del norte del país con otras de la República, tratando de construir la paz.
Y como primera presidenta irlandesa fui al Reino Unido a reunirme con la Reina Elizabeth II y también la recibí en mi residencia oficial, que llamamos «Áras an Uachtaráin», la casa presidencial, a miembros de la familia real, y de manera notable, al Príncipe de Gales.
Era consciente de que, durante mi presidencia, Irlanda era un país que empezaba a hacer rápidos progresos económicos.
Éramos un país que se estaba beneficiando de la solidaridad de la Unión Europea.
Y en verdad, en 1973, cuando Irlanda ingresó a la Unión Europea, había partes del país que se consideraban en vía de desarrollo, incluyendo mi amado condado natal, County Mayo.
Envié delegaciones aquí, a los EEUU, a Japón e India, a alentar la inversión que nos ayudara a crear empleos, a expandir nuestra economía, a fortalecer nuestros sistemas de salud y educación— nuestro desarrollo.
Lo que no me tocó hacer como presidente fue comprar tierra en Europa continental a la que los irlandeses pudieran ir cuando la isla se quedara bajo el agua.
En lo que no tuve que pensar, ya bien sea como presidenta o como abogada constitucionalista, fue en las implicaciones para la soberanía del territorio debido al impacto del cambio climático.
Eso es en lo que el Presidente Tong, de la República de Kribati, tiene que pensar cada mañana.
Ha comprado tierra en Fiji como una póliza de seguro, algo que llama «migración con dignidad», porque sabe que su pueblo quizás tenga que abandonar sus islas.
Mientras escuchaba al Presidente Tong describiendo la situación, en verdad sentía que ese era un problema que ningún líder debería enfrentar.
Y mientras lo escuchaba hablar de la agonía de sus problemas, pensé en Eleanor Roosevelt.
Pensé en ella y en el equipo que trabajó con ella en la Comisión de Derechos Humanos, que ella presidió en 1948, y que redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Para ellos hubiera sido inimaginable que todo un país dejara de existir debido al cambio climático producido por la humanidad.
No llegué al tema del cambio climático como científica o abogada ambiental, no me impresionaban particularmente las imágenes de los osos polares o de los glaciales que se derretían.
Llegué por su impacto en la gente y en sus derechos — los derechos a comida, a agua potable, a salud, a educación y a vivienda.
Y lo digo con humildad porque llegué tarde al tema del cambio climático.
Cuando fui al Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos de 1997 a 2002, el cambio climático no ocupaba mi mente.
No recuerdo haber dado ninguna charla sobre el cambio climático.
Sabía que había otra instancia de la ONU, por ejemplo, la Convención sobre Cambio Climático, que se ocupaba del asunto del cambio climático.
Fue más tarde, cuando empecé a trabajar en los países africanos en temas de desarrollo y derechos humanos.
Y todo el tiempo escuchaba esta sentencia taladrante: «Oh, pero las cosas están mucho peor ahora, las cosas están mucho peor».
Y entonces hice una exploración de lo que había detrás de eso: se trataba de cambios en el clima— sacudidas del clima, cambios en el estado del tiempo.
Me reuní con Constance Okollet, quien había formado un grupo de mujeres en Uganda del Este, y me contó que cuando crecía tuvo una vida muy normal en su pueblo y nunca hubo hambrunas, sabían que las estaciones se presentarían tal y como lo decían las predicciones, y sabían cuándo sembrar y cuándo cosechar, así que tenían comida suficiente.
Pero en los últimos años, para cuando tuvimos esta conversación, no tenían nada, solo largos períodos de sequía, seguido de inundaciones repentinas, y luego más sequía.
La escuela fue destruida, se habían quedado sin su sustento, sus cosechas arruinadas.
Formó este grupo de mujeres para mantener a la comunidad unida.
Esta realidad de verdad me impactó, porque, claro está, Constance Okollet no era responsable de las emisiones de gas que estaban causando el problema.
Y ciertamente, me impactó mucho la situación de Malawi en enero de este año.
Hubo una inundación sin precedentes en el país que cubrió cerca de un tercio del país.
más de 300 personas murieron y cientos de miles perdieron su sustento.
La persona promedio de Malawi emite alrededor de 80 kg de CO2 al año.
El ciudadano promedio de los EE.
UU.
emite cerca de 17.5 toneladas métricas.
O sea que, quienes están sufriendo de manera desproporcionada no conducen autos, no tienen electricidad, no son consumidores significativos, pero sienten cada vez más los impactos del cambio climático, cambios que no los dejan determinar cómo cultivar alimentos apropiadamente, y cómo velar por su futuro.
Creo que fue el tamaño de la injusticia lo que más me impactó.
Y sé que no podemos paliar esa injusticia en algo siquiera, porque no vamos en camino a un mundo seguro.
Gobiernos de todo el mundo acordaron en la Conferencia en Copenhague, y lo han repetido en cada conferencia del clima, que tenemos que mantenernos por debajo de los 2 ºC de calentamiento sobre los estándares preindustriales.
Pero vamos camino a los 4 º C.
Así que la existencia futura de nuestro planeta está amenazada.
Y eso me hace pensar que el cambio climático es la amenaza más grande a los derechos humanos en el siglo XXI.
Y eso me llevó a la justicia climática.
La justicia climática responde al argumento moral— a las dos cara del argumento moral— para enfrentar el cambió climático.
Primero que todo, estar del lado de aquéllos que más sufren y están más afectados.
Segundo, asegurarnos que no sean ignorados nuevamente cuando empecemos a movernos y a hacerle frente al cambio climático con acción climática, como lo estamos haciendo.
En la gran desigualdad de nuestro mundo actual es impactante ver cuánta gente es ignorada.
En un mundo de 7200 millones de personas, cerca de 3000 millones son ignoradas.
1300 millones no tienen acceso a la electricidad, e iluminan sus hogares con querosén y velas y ambos son peligrosos.
De hecho, gastan gran parte de sus insignificantes ingresos en ello.
2600 millones de personas cocinan en fogones de carbón, leña o estiércol.
Y esto causa cerca de 4 millones de muertes al año por la inhalación de humo en interiores, y, claro está, la mayoría de los que mueren son mujeres.
Entonces, el nuestro es un mundo muy desigual y debemos dejar de pensar que es «lo normal».
Y no deberíamos subestimar el tamaño y la naturaleza transformadora del cambio que se necesita porque tenemos que llegar a cero emisiones de carbono para el 2050 si hemos de mantenernos por debajo de los 2 ºC de calentamiento.
Y eso significa que tenemos que dejar cerca de 2/3 de los combustibles fósiles donde están, bajo tierra.
Es un cambio muy grande que, obviamente, implica que los países industrializados paren sus emisiones y se vuelvan energéticamente más eficientes, y que cuanto antes cambien a las energías renovables.
Los países en vía de desarrollo y las economías emergentes tienen que enfrentar el reto de crecer sin emisiones, porque deben crecer; hay en ellos gentes muy pobres.
Deben crecer sin emisiones, y he ahí un nuevo problema.
Ciertamente, ningún país del mundo ha crecido sin emisiones.
Todos se han desarrollado con combustibles fósiles, y luego pueden haberse movido hacia la energía renovable.
Se trata de un desafío muy grande que requiere del apoyo total de la comunidad internacional, con el financiamiento, las tecnologías, los sistemas y el soporte necesario, porque ningún país puede hacerse immune a los peligros del cambio climático por sí mismo.
Este es un asunto que requiere de la solidaridad total del género humano.
Solidaridad humana, si se quiere, por interés propio— porque todos estamos en esto, y tenemos que trabajar juntos para asegurarnos de que alcanzaremos cero emisiones de carbono para el 2050.
La buena noticia es que el cambio se está dando, y se está dando muy rápido.
Aquí en California hay un plan ambicioso para reducir las emisiones.
En Hawai se está discutiendo leyes para que el 100 % de la energía sea renovable en el 2045.
Y hay gobiernos con planes ambiciosos en todo el mundo.
En Costa Rica, se han comprometido a ser neutros en carbono para el 2021.
En Etiopía, el compromiso es ser neutros en carbono en el 2027.
Apple ha prometido que sus fábricas usarán energía renovable en China.
Y estamos en una carrera hoy en día por el aprovechamiento energético de la energía de las olas y las mareas, de manera que podamos dejar el carbón donde está, en el suelo.
Y ese cambio es, a la vez, bienvenido y rápido.
Pero no es suficiente.
Y la voluntad política no es todavía suficiente.
Déjenme volver al Presidente Tong y su pueblo en Kiribati.
En realidad, ellos podrían tener una solución y vivir en su isla, pero requeriría mucha voluntad política.
El Presidente Tong me contó acerca de su idea ambiciosa de hacer flotar las islas donde vive su pueblo o de construir unas nuevas.
Esto, por supuesto, está por encima del presupuesto de Kiribati.
Requeriría de una gran solidaridad y apoyo de otros países y requeriría de ideas creativas del tipo de las que se nos ocurren cuando tenemos que poner una estación espacial en el aire.
Pero
¿no sería maravilloso desarrollar esta ingeniería fabulosa y permitirle a un pueblo permanecer en su territorio soberano, y ser parte de la comunidad de naciones?
Es en ese tipo de idea que deberíamos estar pensando.
Sí, los desafíos de la transformación que necesitamos son grandes, pero pueden ser resueltos.
Como pueblo somos muy capaces de resolver problemas juntos.
Fui muy consciente de esto este año cuando participé en la celebración del 70° aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial de 1945.
El año 1945 fue un año extraordinario.
Fue un año en el que el mundo se enfrentó a lo que parecía problemas imposibles de resolver— la devastación de las guerras mundiales, y más por la Segunda Guerra Mundial, la frágil paz que se había alcanzado, la necesidad de una recuperación económica total.
Pero los líderes de aquel entonces no se dejaron intimidar.
Tuvieron la capacidad y el sentido de compromiso a no permitir que el mundo tuviera que volverse a enfrentar a un problema similar.
Y tuvieron que crear estructuras para la paz y la seguridad.
¿Y qué obtuvimos?
¿Qué se logró?
La Carta de las Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods, como suelen llamarse: El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Un Plan Marshall para reconstruir una Europa devastada y unos años más tarde, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El 2015 es un año similar en importancia a 1945, con desafíos y capacidad de solución similares.
Este año habrá dos grandes cumbres: la primera, en septiembre en Nueva York, es la cumbre por las metas del desarrollo sostenible.
Y luego está la cumbre en París, en diciembre, por un acuerdo climático.
Las metas del desarrollo sostenible pretenden ayudar a que los países vivan de manera sustentable, en armonía con la madre tierra, no explotando la tierra y destruyendo ecosistemas, sino más bien en armonía con ella, desarrollándose de manera sostenible.
Las metas del desarrollo sostenible regirán para todos los países a partir de enero de 2016.
El acuerdo climático— un acuerdo climático vinculante— es necesario, porque hay evidencia científica que muestra que vamos camino a un mundo de 4º C y tenemos que cambiar el curso para mantenernos por debajo de los 2ºC.
Tenemos que dar pasos que sean monitoreados y revisados, de modo que podamos incrementar nuestro objetivo de reducir las emisiones y avanzar más rápidamente al uso de las energías renovables, y podamos tener un mundo a salvo.
La realidad es que el problema es demasiado importante para dejárselo a los políticos y a la ONU.
(Risas)
Es un problema de todos nosotros, y es un problema en el que necesitamos tener ímpetu.
La cara del ambientalismo, en verdad, ha cambiado por la dimensión de la justicia.
Es ahora un asunto para organizaciones religiosas, bajo el buen liderazgo del Papa Francisco, e incluso de la Iglesia Anglicana, que se está alejando de los combustibles fósiles.
Es un asunto para la comunidad económica, y la buena noticia es que la comunidad económica está cambiando rápidamente— con la excepción de las industrias de los combustibles fósiles.
(Risas)
Que incluso han empezado a cambiar su lenguaje— aunque levemente.
Pero los negocios no solo se mueven aceleradamente hacia los beneficios de las renovables, sino que presiona a los políticos para que den más señales y así poder moverse todavía más rápido.
Es un asunto de los sindicatos.
Es un asunto de los grupos de mujeres.
Es un asunto de la gente joven.
Me impactó mucho saber que Jibreel Khazan, 1 de los 4 estudiantes de Greeensboro que participó en las protestas sentadas de Woolworth, dijo hace poco que el cambio climático es el momento de «sentarse en la barra» para la gente joven.
El momento de «sentarse en la barra» para la gente joven del siglo XXI— Un verdadero problema de derechos humanos del siglo XXI— porque, según él, es el desafío más grande para la humanidad y la justicia.
Recuerdo mucho la marcha por el clima de septiembre pasado, fue un gran momentum en Nueva York, y en todo el mundo, y tenemos que construir sobre eso.
Marchaba junto al grupo de los «Mayores» y vi una cartel a cierta distancia, pero estábamos tan apretujados— después de todo, 400 000 personas habían salido a las calles de Nueva York— y no pude ni siquiera arrimarme al cartel, me hubiera gustado poder pararme detrás de él porque decía, «¡Abuelas enojadas!»
(Risas)
Eso fue lo que sentí.
Tengo cinco nietos ahora, me siento feliz, como abuela irlandesa, de tener cinco nietos, y pienso en su mundo, y en cómo será cuando lo compartan con casi nueve mil millones en el 2050.
Sabemos que, inevitablemente, se tratará de un mundo limitado por el clima, por las emisiones que ya hemos generado, pero que podría ser mucho más igualitario y más justo, y mucho mejor en términos de salud y de empleo, y en términos de seguridad energética, que el mundo que tenemos hoy, si hemos dado un cambio significativo y a tiempo, hacia la energía renovable, y sin dejar a nadie de lado.
Nadie será dejado de lado.
Y así como hemos estado mirando atrás desde este año, 2015, a 1945— mirando hacia atrás 70 años— me gustaría pensar que ellos mirarán hacia atrás— que ese mundo mirará hacia atrás 35 años más tarde, del 2050 al 2015, y dirán, «
¿No fueron realmente buenos al haber hecho lo que hicieron en el 2015?
» «Agradecemos que hayan tomado decisiones que marcaron la diferencia, y que pusieron al mundo en el sendero correcto, y que nosotros nos podamos beneficiar de ellas hoy».
Que sientan que, de alguna manera, asumimos nuestra responsabilidad, e hicimos lo que se hizo, en términos similares en 1945, que no perdimos la oportunidad, que asumimos nuestra responsabilidad.
De eso es de lo que se trata este año.
Y para mí, alguien a quien admiro mucho, lo definió muy bien con sus palabras.
Fue una mentora, una amiga, que murió demasiado joven, y tenía una personalidad extraordinaria; era una campeona del ambiente: Wangari Maathai.
Wangari una vez dijo, «En el curso de la historia, hay ocasiones en que la humanidad tiene que elevar su nivel de conciencia, alcanzar un nivel moral más alto».
Y eso es lo que tenemos que hacer.
Tenemos que alcanzar un nuevo nivel de conciencia, un nivel moral más alto.
Y lo tenemos que hacer este año en estas dos grandes cumbres.
Y eso no pasará a menos que nos llevemos por el ímpetu con gente de todo el mundo que dice: «Queremos acción ahora, queremos cambiar el curso, queremos un mundo seguro, seguro para generaciones futuras, un mundo seguro para nuestros hijos y nietos, y estamos en esto juntos».
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/mary_robinson_why_climate_change_is_a_threat_to_human_rights/