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Por qué las mujeres permanecen en silencio después de un ataque sexual – Charla TEDxRiodelaPlata

Charla «Por qué las mujeres permanecen en silencio después de un ataque sexual» de TEDxRiodelaPlata en español.

¿Por qué las mujeres que sufren un ataque sexual raramente cuentan de sus experiencias? “Porque temen que no les crean,” dice Inés Hercovich. “Porque cuando una mujer cuenta lo que le pasó, dice cosas que no nos imaginamos, que nos perturban, que no esperamos escuchar, que nos asombran.” En esta charla conmovedora, Inés nos relata un ataque sexual para darnos una idea más clara de cómo son estas situaciones — y las decisiones difíciles que las mujeres toman para sobrevivir.

  • Autor/a de la charla: Inés Hercovich
  • Fecha de grabación: 2015-09-24
  • Fecha de publicación: 2017-11-07
  • Duración de «Por qué las mujeres permanecen en silencio después de un ataque sexual»: 1006 segundos

 

Traducción de «Por qué las mujeres permanecen en silencio después de un ataque sexual» en español.

En este lugar, somos aproximadamente 5.000 mujeres.

Mil doscientas cincuenta de nosotras sufrió o va a sufrir en algún momento de su vida un ataque sexual.

Una de cada cuatro.

Solo el 10 % va a hacer la denuncia.

El 90 % restante se refugia en el silencio — una mitad, porque el hecho ocurre en el seno mismo de la familia o con alguien conocido.

Y eso lo hace mucho más difícil de vivir y de contar.

La otra mitad no habla porque temen que no les crean.

Y tienen razón, porque no les creemos.

Hoy quiero contarles por qué pienso yo que no les creemos.

No les creemos porque cuando una mujer cuenta lo que le pasó, dice cosas que no nos imaginamos, que nos perturban, que no esperamos escuchar, que nos asombran.

Nosotros esperamos escuchar historias como esta: «Joven violada en las vías del Ferrocarril Mitre.

Ocurrió en la medianoche cuando volvía a su casa.

La joven contó que un sujeto la asaltó por la espalda, le dijo que no gritara, que tenía un arma, que se quedara quieta.

La violó y luego huyó».

Cuando escuchamos o leemos una noticia así, inmediatamente se nos representa una imagen: el violador, un depravado de clase baja; la víctima, una mujer joven, atractiva.

La imagen no dura más de 10 o 20 segundos y es oscura, es plana.

No hay movimientos, no hay sonidos; es como si no hubiera personas.

Pero cuando una mujer cuenta lo que le pasó, su historia no cabe en 10 o 20 segundos.

El siguiente es el testimonio de una mujer a la que vamos a llamar ‘Ana’, una de las 85 mujeres que yo entrevisté en el transcurso de una investigación que hice sobre la violación sexual.

Dice Ana: «Habíamos ido con las chicas de la oficina al mismo pub que vamos siempre.

Conocimos a unos pibes y yo me enganché con un flaco re piola.

Hablamos un montón.

A eso de las cuatro, les dije a mis amigas que nos fuéramos; ellas quisieron quedarse.

Entonces el flaco me preguntó dónde vivía y me dijo que si me parecía bien, él me acercaba.

Acepté y nos fuimos.

En un semáforo me dijo que yo le gustaba y me tocó la pierna.

A mí no me gusta que un tipo avance así, pero había sido amoroso toda la noche.

Pensé: ‘No puedo ser tan paranoica, por ahí le digo algo y el tipo nada que ver y lo ofendo’.

«Cuando tenía que doblar, siguió de largo.

Pensé que se había equivocado y le dije, ‘¡Te pasaste!’, pero algo feo sentí.

Ahora pienso, ¿por qué no presté atención a lo que sentí? «Cuando paró el auto cerca de la autopista, ahí sí tuve miedo.

Pero me dijo que me quedara tranquila, que yo le gustaba y que no iba a pasar nada si yo no quería; me hablaba bien.

Yo no le decía nada porque me daba miedo que se enojara y todo fuera peor.

Pensé que podía tener un arma en la guantera.

De repente se me tiró encima y me quiso besar.

Le dije: ‘¡No!’; quería empujarlo, pero me tenía en los brazos.

Cuando me solté, traté de abrir la puerta, pero estaba trabada.

Igual, si salía del auto, ¿a dónde iba? «Le dije que él no era la clase de tipo que necesita hacer eso para estar con una mina; que él también me gustaba, pero no de esa manera.

Trataba de calmarlo, le decía cosas lindas de él.

Le hablaba como si yo fuera su hermana mayor.

De repente, me tapó la boca con una mano y con la otra se desabrochó el cinturón.

En ese momento pensé que me podía matar, ahorcar, ¿sabés? Nunca me sentí tan sola, como secuestrada.

Le pedí que acabara rápido y me llevara a mi casa».

¿Qué les pasó escuchando esta historia? Seguramente, les aparecieron varias preguntas.

Por ejemplo, ¿por qué no bajó la ventanilla y pidió auxilio? ¿Por qué no se bajó del auto cuando presintió que algo feo podía pasar? ¿Cómo pudo pedirle que la lleve a la casa? Ahora, cuando no estamos frente a una noticia en los medios, o frente a una historia que una persona como yo les cuenta desde un escenario como este, cuando estamos frente a alguien que conocemos y que nos eligió para confiarnos su historia, lo que le pasó, vamos a tener que escucharla.

Y vamos a escuchar cosas que no vamos a poder entender ni aceptar.

Entonces nos van a aparecer dudas, preguntas, sospechas, y eso nos va a hacer sentir muy mal, culpables.

Entonces para defendernos de esa incomodidad, tenemos un recurso.

Le subimos el volumen a todas esas cosas de la historia que esperábamos escuchar: el revólver en la guantera, las puertas trabadas, el aislamiento del lugar.

Y le bajamos el volumen a todas esas cosas que no esperábamos escuchar y que no queremos escuchar: como por ejemplo, cuando ella le dice que él también le gustaba, o cuando nos cuenta que le hablaba como si fuera la hermana mayor, o que le pidió que la llevara a la casa.

¿Para qué sirve hacer esto? Para creerle, para poder confiar en que realmente ella fue una víctima.

Yo llamo a esto ‘victimización de las víctimas’.

‘Victimización’, porque para poder creer que es inocente, que es una víctima, necesitamos pensarlas inermes, paralizadas, mudas.

Pero hay otro camino para deshacernos de la incomodidad, y que es exactamente el inverso: le subimos el volumen a las cosas que no esperábamos escuchar, como: «Yo le hablé bien», «Le pedí que me lleve a mi casa», «Le pedí que acabara rápido», y se lo bajamos a las cosas que sí esperábamos escuchar — el revólver en la guantera, el aislamiento.

¿Esto para qué sirve? Sirve para que podamos agarrarnos de las dudas, y sentirnos más cómodos con las dudas.

Entonces aparecen nuevas preguntas, por ejemplo: ¿Quién la manda a ir a esos boliches? ¿Vos viste cómo se viste ella y las amigas, no? ¿Las minis, los escotes? ¿Qué esperás? Preguntas que, no son ciertamente preguntas, son más bien juicios, y juicios que terminan en una sentencia: ella se la buscó.

La sentencia se vería corroborada por el hecho de que ella después no cuenta que haya peleado para evitar la violación.

Entonces quiere decir que no resistió; quiere decir que consintió.

Si se la buscó y consintió, ¿de qué violación me hablan? Llamo a esto ‘culpabilización de las víctimas’.

Tanto los argumentos que nos sirven para culpabilizar como para victimizar, los tenemos todos, todos en la cabeza, muy a mano, incluidos víctimas y victimarios.

Tanto es así que cuando Ana llegó a mí, me dijo que no sabía si el testimonio de ella me iba a servir, porque no estaba segura de que lo que le había pasado hubiera sido una violación.

Ana, igual que la mayoría de nosotros, también creía que una violación se parece más a un robo a mano armada, un trámite violento que dura 4 o 5 minutos, y no al chamuyo de un joven agradable que dura toda una noche y que termina en un secuestro.

Cuando sintió miedo a que la maten, sintió miedo a que le dejen marcas y tuvo que entregar su cuerpo para evitarlo, ahí supo que la violación era otra cosa.

Ana no había hablado de esto nunca con nadie.

Podría haber recurrido a la familia, pero no lo hizo.

No lo hizo porque tuvo miedo.

Tuvo miedo de que a la persona que ella hubiera elegido para contarle, le pasara lo mismo que nos pasa a todos, y que es que surgen dudas y sospechas, esas preguntas, cada vez que se habla de un tema como este.

Y si eso hubiera pasado, habría sido tal vez peor que la violación misma.

Podría haber hablado con una amiga, con una hermana, muy difícilmente con la pareja — el menor atisbo de duda en su rostro o en su voz habría sido devastador para ella, y probablemente el final de la relación.

Ana se mantiene en silencio porque íntimamente sabe que nadie, ni todos nosotros, ni su familia, ni los terapeutas, mucho menos la policía o los magistrados, estamos dispuestos a escuchar lo que Ana sí hizo en ese momento.

Primero y principal, Ana dijo «no».

Cuando vio que su ‘no’ era inútil, le habló bien; trató de no exacerbar su violencia, de no darle ideas.

Le habló como si todo lo que estaba pasando en ese momento hubiera sido normal, para no despertar en él el miedo a que ella después lo pudiera denunciar.

Ahora, yo me pregunto y les pregunto: ¿todo eso que hizo ella no es resistir? No; no lo es para todos o casi todos nosotros, probablemente porque no lo es para la ley.

En la mayoría de los países, los códigos siguen pidiendo que la víctima, para probar su inocencia — digo bien: la víctima, para probar su inocencia — presente marcas en el cuerpo que atestigüen que ella sostuvo una lucha ‘tenaz y constante’ con su agresor.

Yo les puedo asegurar que en la mayoría de los casos judiciales, no hay marcas que alcancen.

Yo escuché a muchas mujeres.

Y no escuché a ninguna hablar de sí misma como que hubiera quedado reducida a una cosa, sometida totalmente a la voluntad del otro.

Más bien, las escuché como asombradas y hasta un poco orgullosas de reconocer lo lúcidas que habían estado en ese momento, lo atentas a cada detalle, como si eso les permitiera tener algún control sobre lo que estaba pasando.

Entonces yo pensé: «Claro, lo que las mujeres hacen en estas situaciones es negociar».

Negocian sexo por vida.

Le piden al agresor que termine rápido, para que todo se termine lo antes posible y con el menor costo.

Se someten a la penetración, porque aunque no puedan creerlo, la penetración es lo que más lejos las mantiene de una escena sexual o afectiva.

Se someten a la penetración, porque la penetración duele menos que los besos, las caricias, las palabras suaves.

Ahora, si vamos a seguir esperando que las violaciones sean lo que muy rara vez son: un violador que es un depravado de clase baja, y no un joven universitario o un empresario que salen de levante un viernes o un sábado; si vamos a seguir esperando que las víctimas sean mujeres modositas, recatadas, que se desmayan en la escena, y no mujeres seguras de sí mismas, vamos a seguir sin poder escuchar.

Las mujeres van a seguir sin poder hablar.

Y vamos a seguir siendo todos responsables de ese silencio y de su soledad.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/ines_hercovich_why_women_stay_silent_after_sexual_assault/

 

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