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¿Por qué las víctimas de violencia doméstica no se van? – Charla TEDxRainier

Charla «¿Por qué las víctimas de violencia doméstica no se van?» de TEDxRainier en español.

Leslie Morgan Steiner estaba en un «loco amor», es decir, locamente enamorada de un hombre que abusaba de ella y amenazaba su vida de manera rutinaria. Steiner cuenta la oscura historia de su relación, corrigiendo las ideas erróneas que muchas personas tienen sobre las víctimas de violencia doméstica, y explicando como todos podemos ayudar a romper el silencio. (Filmado en TEDxRainier)

  • Autor/a de la charla: Leslie Morgan Steiner
  • Fecha de grabación: 2012-11-10
  • Fecha de publicación: 2013-01-25
  • Duración de «¿Por qué las víctimas de violencia doméstica no se van?»: 959 segundos

 

Traducción de «¿Por qué las víctimas de violencia doméstica no se van?» en español.

Estoy aquí hoy para hablarles sobre una pregunta inquietante, que tiene una respuesta igualmente inquietante.

Se trata de los secretos de la violencia doméstica, y la pregunta que voy a abordar es la que todos hacen siempre:

¿Por qué ella se queda?

¿Por qué iba alguien a permanecer con un hombre que le pega?

No soy psiquiatra, ni trabajadora social, ni experta en violencia doméstica.

Solo soy una mujer con una historia que contar.

Tenía 22 años.

Acababa de licenciarme en la Universidad de Harvard.

Me había mudado a Nueva York por mi primer trabajo como escritora y editora en la revista Seventeen.

Tenía mi primer apartamento, mi primera tarjetita verde American Express, y tenía un secreto muy grande.

Mi secreto era que muchas, muchas veces, el hombre, que yo creía mi alma gemela, me apuntaba a la cabeza con una pistola, cargada con balas de punta hueca.

El hombre, al que amaba más que a nadie en este mundo, puso una pistola en mi cabeza y amenazó con matarme más veces de las que puedo recordar.

Estoy aquí para contaros la historia de «loco amor», una trampa psicológica, disfrazada de amor, donde caen cada año millones de mujeres, e incluso algunos hombres.

Hasta podría ser su historia.

Yo no parezco una típica superviviente de la violencia doméstica.

Soy licenciada en Inglés de la Universidad de Harvard y tengo un MBA en Marketing de la Wharton Business School.

He pasado la mayor parte de mi carrera trabajando para compañías de la lista «Fortune 500», entre ellas Johnson & Johnson, Leo Burnett y The Washington Post.

Llevo casi 20 años casada con mi segundo marido y tenemos tres niños.

Mi perro es un labrador negro y conduzco una minivan Honda Odyssey.


(Risas)
Así que mi primer mensaje para Uds.

es que la violencia doméstica le puede pasar a cualquiera, todas las razas, todas las religiones, todos los niveles de renta y educación.

Está por todos lados.

Y mi segundo mensaje es que todos piensan que la violencia doméstica pasa a las mujeres, que es un problema de mujeres.

No exactamente.

Más del 85 % de los maltratadores son hombres, y el abuso doméstico solo sucede en relaciones íntimas, interdependientes y de larga duración o, dicho de otra manera, en las familias, el último lugar donde querríamos o esperaríamos encontrar violencia; motivo por el cual, el abuso doméstico resulta tan desconcertante.

Yo misma les habría dicho que sería la última persona en el mundo que se quedaría con un hombre que le pega, y de hecho fui una víctima muy típica debido a mi edad.

Tenía 22 años, y en los EE.

UU.

las mujeres de entre 16 y 24 años de edad tienen tres veces más posibilidades de ser víctimas de violencia doméstica que las de otras edades, y más de 500 mujeres y chicas de esa edad son asesinadas cada año por parejas, novios y maridos abusivos en los EE.

UU.

También fui una víctima típica porque no sabía nada sobre la violencia doméstica, sus señales de advertencia o sus patrones.

Conocí a Conor en una fría y lluviosa noche de enero.

Estaba sentado a mi lado en el metro de Nueva York y empezó a flirtear conmigo.

Me dijo dos cosas.

La primera fue que él también acababa de licenciarse de una universidad de la Ivy League y que trabajaba en un banco muy importante de Wall Street.

Pero lo que más me impresionó en ese primer encuentro fue que era listo y divertido, y que parecía un chico del campo.

Tenía unos mofletes grandes como manzanas, y un pelo rubio trigo, y parecía tan dulce.

Una de las cosas más inteligentes que hizo Conor, desde el principio, fue crear la ilusión de que yo era la componente dominante de la pareja.

Lo hizo sobre todo al principio poniéndome en un pedestal.

Empezamos a salir y le encantaba todo de mí: que era lista, que había ido a Harvard, que ponía pasión en ayudar a chicas adolescentes, y mi trabajo.

Quería saberlo todo sobre mi familia, mi infancia, mis sueños e ilusiones.

Conor creía en mí, como escritora y como mujer, como nadie lo había hecho nunca.

Y además creó entre nosotros una atmósfera mágica de confianza mutua al confesarme su secreto: cuando era pequeño, a partir de los cuatro años, su padrastro había abusado físicamente de él de manera salvaje y repetida, y el abuso había llegado a ser tan brutal, que había tenido que dejar la escuela en octavo, a pesar de ser muy listo, y que había pasado casi 20 años intentando rehacer su vida.

Y era por eso que la licenciatura en esa prestigiosa escuela y el trabajo en Wall Street y su futuro brillante tenían tanta importancia para él.

Si me hubieran dicho que este hombre listo, divertido y sensible, que me adoraba, algún día decidiría si tenía que llevar o no maquillaje, cómo de largas tenían que ser mis faldas, dónde tenía que vivir, qué trabajos aceptar, qué amigos tener y dónde pasar la Navidad, me habría reído en sus caras, porque al principio no se veía ni el más mínimo indicio de violencia, de control o de cólera en Conor.

Yo no sabía que la primera fase en cualquier relación de violencia doméstica es seducir y hechizar a la víctima.

Y tampoco sabía que el segundo paso es aislarla.

Ahora bien, Conor no vino a casa un día a anunciarme: «Oye, sabes, todo ese rollo tipo Romeo y Julieta ha estado genial, pero ahora necesito pasar a la segunda fase donde te aíslo y abuso de ti» —
(Risas)
— «así que necesito sacarte de este apartamento, donde los vecinos pueden escuchar tus gritos, y de esta ciudad, donde tienes amigos, familiares y compañeros de trabajo que pueden ver tus moretones».

Al contrario, Conor volvió a casa un viernes por la tarde y me contó que había dejado su trabajo ese mismo día, el trabajo de sus sueños, y dijo que lo había hecho por mí, porque le había hecho sentir tan seguro y querido que ya no necesitaba ponerse a prueba en Wall Street, y solo quería irse de la ciudad, lejos de su familia abusiva y desestructurada, para mudarse a un pequeño pueblo de New England, donde podía empezar su vida de nuevo junto a mí.

Ahora bien, la última cosa que quería hacer era irme de Nueva York y dejar el trabajo de mis sueños, pero pensé que había que hacer sacrificios por tu pareja, así que acepté, dejé mi trabajo y Conor y yo nos fuimos juntos de Manhattan.

No tenía ni idea de que estaba cayendo en un «loco amor», que estaba entrando de cabeza en una trampa física, financiera y psicológica cuidadosamente preparada.

El siguiente paso en el patrón de violencia doméstica es introducir la amenaza de violencia para ver cómo reacciona ella.

Y aquí es donde entran en escena esas pistolas.

En cuanto nos mudamos a New England —ya saben, ese sitio donde se supone que Conor tenía que sentirse tan seguro— se compró tres pistolas.

Una la tenía en la guantera del coche.

Otra la guardaba debajo de la almohada en nuestra cama y la tercera siempre en su bolsillo.

Y decía que necesitaba esas pistolas a causa del trauma que vivió de pequeño.

Las necesitaba para sentirse seguro.

Pero esas pistolas en realidad eran un mensaje para mí y, aunque nunca me había levantado la mano, mi vida ya estaba en serio peligro, cada minuto de cada día.

El primer ataque físico de Conor ocurrió cinco días antes de nuestra boda.

Eran las 7 de la mañana y aún tenía puesto el camisón.

Estaba delante de la computadora intentando acabar un trabajo freelance, y me desesperé, y Conor utilizó mi cólera como excusa para poner ambas manos alrededor de mi cuello y apretar tan fuerte que no podía ni respirar, ni gritar, y aprovechó esta llave para golpear mi cabeza repetidamente contra la pared.

Cinco días después, cuando los 10 moretones de mi cuello habían desaparecido, me puse el traje de novia de mi madre y me casé con él.

A pesar de lo que había ocurrido, estaba segura de que viviríamos felices para siempre, porque yo le amaba y él también me quería muchísimo.

Y estaba muy, muy arrepentido.

Simplemente se había sentido muy agobiado por la boda y por el hecho de formar una familia conmigo.

Había sido un accidente aislado y nunca más me haría daño.

Pasó dos veces más en nuestra luna de miel.

La primera vez yo estaba conduciendo hacia una playa secreta y me perdí, y él me dio tan fuerte en la cabeza que reboté varias veces contra la ventanilla del coche.

Y luego, un par de días después, conduciendo de vuelta de nuestra luna de miel, se agobió por el tráfico y me tiró una Big Mac fría a la cara.

Conor siguió pegándome una o dos veces por semana durante los siguientes dos años y medio de nuestro matrimonio.

Me equivocaba cuando pensaba que era la única en esta situación.

Una de cada tres mujeres estadounidenses es víctima de violencia doméstica o acoso en algún momento de su vida, y el Centro de Control de Enfermedades informa que cada año 15 millones de niños son maltratados, 15 millones.

Así que, en realidad, tenía muy buena compañía.

Volviendo a mi pregunta:

¿Por qué me quedé?

La respuesta es sencilla.

No sabía que él estaba abusando de mí.

Aunque me apuntara a la cabeza con esas pistolas cargadas, me empujara por las escaleras, amenazara con matar a nuestro perro, quitara la llave del coche mientras yo conducía por la autopista, derramara café sobre mi cabeza mientras me vestía para una entrevista de trabajo, jamás pensé en mí misma como en una esposa maltratada.

Al contrario, yo era una mujer muy fuerte, enamorada de un hombre profundamente atormentado, y era la única persona en el mundo que podía ayudar a Conor a enfrentarse a sus demonios.

La otra pregunta que todo el mundo hace es:

¿Por qué simplemente no se marcha?

¿Por qué no me fui?

Podía haberme ido en cualquier momento.

Para mí esta es la pregunta más triste y dolorosa que hace la gente, porque nosotras, las víctimas, sabemos algo que normalmente Uds.

ignoran: es increíblemente peligroso abandonar a un maltratador.

Porque la última fase en el patrón de violencia doméstica es matarla.

Más del 70% de los asesinatos en casos de violencia doméstica ocurren después de que la víctima haya puesto fin a la relación, después de marcharse, porque entonces el abusador ya no tiene nada que perder.

Otras repercusiones incluyen el acoso permanente, incluso después de que el abusador haya vuelto a casarse, denegación de recursos financieros, y manipulación del sistema judicial de familia para aterrorizar a la víctima y a sus hijos, que normalmente son obligados por los jueces a pasar tiempo no supervisado con el hombre que pegaba a su madre.

Y aún así seguimos preguntando

¿por qué simplemente no se va?

Yo fui capaz de irme, a causa de una última sádica paliza que venció mi negación.

Me di cuenta de que el hombre que amaba tanto, me habría matado si se lo hubiese permitido.

Así que rompí el silencio.

Lo conté a todo el mundo: a la policía, a mis vecinos, a mis amigos y familiares, a completos desconocidos, y estoy aquí hoy porque todos Uds.

me ayudaron.

Tenemos la tendencia a estereotipar a las víctimas como titulares espeluznantes, mujeres autodestructivas, bienes dañados.

La pregunta, «

¿Por qué se queda?

» para algunas personas es una manera de decir «La culpa es suya por quedarse», como si las víctimas eligiéramos intencionalmente enamorarnos de hombres que quieren destruirnos.

Pero desde que publiqué «Loco amor», he escuchado centenares de historias de hombres y mujeres que también escaparon, que aprendieron una lección inestimable de lo que les pasó y que rehicieron sus vidas —vidas alegres y felices— como empleadas, esposas y madres, vidas completamente libres de violencia, como la mía.

Porque resulta que en realidad yo soy una víctima y una superviviente de violencia doméstica muy típica.

Me volví a casar con un hombre tierno y amable y tenemos esos tres niños.

Tengo ese labrador negro y también esa minivan.

Lo que no volveré a tener nunca más, jamás, es una pistola cargada apuntando a mi cabeza en manos de alguien que dice que me quiere.

En este momento, igual están pensando: «¡Hala, eso es fascinante!» o «¡Hala, qué tonta era!», pero todo este tiempo yo en realidad he estado hablando de Uds.

Les aseguro que hay unas cuantas personas, de las que me están escuchando ahora mismo, que están siendo maltratadas o que lo fueron de pequeños o que son abusadores ellos mismos.

El maltrato podría estar afectando a su hija, a su hermana, a su mejor amiga ahora mismo.

Yo fui capaz de poner fin a mi loco amor particular rompiendo el silencio.

Y sigo haciéndolo hoy.

Es mi manera de ayudar a otras víctimas, y es mi última petición hacia Uds.

Hablen de lo que han escuchado aquí.

El abuso prospera solamente en el silencio.

Tienen el poder de acabar con la violencia doméstica simplemente arrojando luz sobre ella.

Las víctimas necesitamos a todo el mundo.

Necesitamos que cada uno de Uds.

entienda los secretos de la violencia doméstica.

Saquen el maltrato a la luz hablando de ello con sus hijos, sus compañeros de trabajo, sus amigos y familiares.

Replanteen su visión de los supervivientes como personas fantásticas y encantadoras, que tienen un futuro pleno.

Reconozcan los signos tempranos de violencia para intervenir conscientemente, para frenar su escalada y mostrar a las víctimas una salida segura.

Juntos podemos convertir nuestras camas, nuestras mesas y nuestras familias en los oasis seguros y pacíficos que deberían ser.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/leslie_morgan_steiner_why_domestic_violence_victims_don_t_leave/

 

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