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Charla «¿Por qué los animales venenosos no se envenenan a sí mismos? – Rebecca Tarvin» de TED-Ed en español.
Ver la lección completa en https://ed.ted.com/lessons/why-don-t-poisonous-animals-poison-themselves-rebecca-d-tarvin
Miles de especies animales se valen de sustancias químicas tóxicas para defenderse de posibles predadores. Las víboras guardan en sus colmillos componentes coagulantes de la sangre, los escarabajos bombarderos alojan un líquido corrosivo en el abdomen y las medusas poseen tentáculos venenosos en forma de arpón. Rebecca D. Tarvin explica en detalle las estrategias que ayudan a algunos animales a protegerse de sí mismos.
- Autor/a de la charla: Rebecca D Tarvin
- Fecha de grabación: 2018-07-05
- Fecha de publicación: 2018-07-09
- Duración de «¿Por qué los animales venenosos no se envenenan a sí mismos? – Rebecca Tarvin»: 315 segundos
Traducción de «¿Por qué los animales venenosos no se envenenan a sí mismos? – Rebecca Tarvin» en español.
Cierto día, Charles Darwin, siendo aún estudiante en Cambridge y naturalista en formación, observó que debajo de la añosa corteza de un árbol había dos extraños escarabajos.
Tomó uno en cada mano, y luego vio un tercer escarabajo.
Se puso uno de los insectos en la boca para liberar una mano y así poder tomar el nuevo espécimen.
De pronto, sintió que un líquido ardiente y agrio le quemaba la lengua.
Quien lo había agredido fue el escarabajo bombardero.
Es una de las miles de especies del reino animal, que como las ranas, las medusas, las salamandras y las víboras, se valen de sustancias químicas tóxicas para defenderse, en este caso, expulsando un líquido venenoso por las glándulas del abdomen.
Pero ¿cómo es posible que esta sustancia cáustica eyectada a 100 grados Celsius, no dañe al propio escarabajo? De hecho, ¿cómo hacen los animales venenosos en general para sobrevivir a sus propias secreciones? La respuesta es que usan una de estas dos estrategias básicas: almacenando estas sustancias de manera segura o bien haciéndose resistentes a ellas.
Los escarabajos bombarderos usan la primera técnica.
Almacenan los componentes del veneno en dos cámaras separadas.
Ante una amenaza, se abre la válvula que está entre ambas cámaras, las sustancias se mezclan y producen una violenta reacción química, estimulando a las glándulas a expulsar un chorro corrosivo que pasa por una cámara más dura para proteger los tejidos internos del insecto.
De manera similar, las medusas almacenan su veneno de manera segura en estructuras con forma de arpón llamadas «nematocistos».
Y las víboras venenosas almacenan sus componentes de acción coagulante y destructiva en compartimentos especializados de una sola salida: los colmillos, con los cuales penetran en la presa o el predador.
Estos animales también usan la segunda técnica: la resistencia bioquímica.
Las víboras cascabel y otros ofidios fabrican proteínas especiales que se combinan para desactivar los componentes del veneno en la sangre.
En tanto, las ranas dardo venenosas también son resistentes a sus propias toxinas, pero a través de otro mecanismo.
Estos pequeños animales se defienden usando cientos de compuestos de sabor amargo llamados alcaloides, que acumulan al consumir pequeños artrópodos, como las termitas y hormigas.
Uno de sus alcaloides más potentes es la sustancia química epibetadina, la cual se une a los mismos receptores en el cerebro que la nicotina, pero es, como mínimo, diez veces más potente.
Una cantidad apenas superior a un grano de azúcar sería suficiente para matar a una persona.
Entonces, ¿cómo hacen las ranas para no envenenarse a sí mismas? Imaginemos al objetivo molecular de un alcaloide neurotóxico como un candado y al propio alcaloide como la llave.
Cuando la llave tóxica gira dentro de la cerradura, dispara una cascada de señales químicas y eléctricas que pueden causar parálisis, inconsciencia e incluso la muerte.
Pero si cambiamos la forma de la cerradura, la llave no encaja.
En las ranas dardo venenosas y otros animales con defensas neurotóxicas, algunos cambios genéticos alteran la estructura del sitio de unión de los alcaloides e impiden que la neurotoxina provoque sus efectos adversos.
Los animales venenosos no son los únicos que pueden desarrollar esta resistencia: también lo pueden hacer sus predadores y sus presas.
La culebra rayada, que se alimenta de salamandras neurotóxicas, se hizo resistente a las toxinas de la salamandra mediante algunos de los mismos cambios genéticos de la propia salamandra.
Eso significa que solo las salamandras más tóxicas escapan a ser engullidas, y solo las víboras más resistentes sobrevivirán a la comida.
Como resultado, los genes que brindan la mayor resistencia y toxicidad son los que más transmitirán a las siguientes generaciones.
A medida que la toxicidad aumenta, también lo hace la resistencia, desplegando una carrera armamentística que lleva millones de años de evolución.
Este patrón se repite una y otra vez.
Los ratones saltamontes resisten al doloroso veneno del escorpión a través de cambios genéticos en su sistema nervioso.
Los lagartos cornudos consumen hormigas cosechadoras sin problema, pues resisten a los aguijones venenosos con el plasma especializado de su sangre.
Y cuando las babosas de mar comen los nematocistos de las medusas, los desactivan usando los compuestos de sus mucosas y los reprograman para defensa propia.
El escarabajo bombardero no es la excepción: cuando los sapos se los comen, resisten el chorro cáustico que tan desagradable había resultado para Darwin.
Horas después, el sapo expulsa la mayoría de los escarabajos, los cuales salen increíblemente sanos y salvos.
Pero ¿cómo hacen los sapos para sobrevivir a esta experiencia? Eso es aún un misterio.
https://www.ted.com/talks/rebecca_tarvin_why_don_t_poisonous_animals_poison_themselves/