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Charla «¿Por qué nos emociona la música?» de TED en Español en NYC en español.
Si alguna vez se emocionaron escuchando música, ahora van a entender por qué. En su charla en TED en Español, Paolo Bortolameolli comparte el secreto del idioma universal de la música. Este es un secreto que se puede aplicar también a la vida misma.
Paolo Bortolameolli es un conductor de orquesta chileno y actual Director Asistente de la Filarmónica de Los Ángeles.
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- Autor/a de la charla: Paolo Bortolameolli
- Fecha de grabación: 2018-04-26
- Fecha de publicación: 2018-09-24
- Duración de «¿Por qué nos emociona la música?»: 948 segundos
Traducción de «¿Por qué nos emociona la música?» en español.
A los siete años, mi padre me llevó a un concierto de música clásica por primera vez y salí llorando.
Tocaban la Quinta Sinfonía de Beethoven.
(Música)
¿Cómo preparas a un niño antes de que vaya a un concierto de música clásica por primera vez?
Unos días antes, nos sentamos a escuchar una grabación que él tenía.
Y ahí me explicó un par de cosas sencillas, como por ejemplo la insistencia del «ta, ta, ta, tan» a lo largo del primer movimiento.
Pero que, además, regresa más tarde en la sinfonía.
Que esta sinfonía tenía cuatro movimientos.
O que el final de esta sería una victoria.
Una victoria humana, musical, concreta o abstracta.
Que lo que comienza con un insistente y sentencioso llamado, se convierte en un triunfo lleno de validación y optimismo.
Incluso jugábamos a un juego: cada vez que comenzara una sección de la que habíamos hablado, yo apretaría su mano en señal de reconocimiento.
Con esta información llegué al teatro.
Esto, y la natural curiosidad me cargaron de expectativas.
Por una parte estaba tan concentrado disfrutando de la música, pero también de la experiencia de estar ahí: el público atento, la orquesta numerosa, el sonido apasionado…
Todo iba según lo había anticipado, hasta que de pronto ocurre algo increíble.
Algo que hasta el día de hoy considero uno de los momentos musicales más perfectos jamás escritos, un milagro.
La música, hace un rato venía repitiendo un gesto, (Toca el piano)
¿Lo identifican?
Pero además, una sucesión de acordes que me hacían pensar que después de esto, seguramente, vendría esto.
Una suerte de «sentido común musical».
Pero no hay nada milagroso en eso.
Humildemente, esa resolución podría haberla escrito yo, y de paso terminamos el movimiento y dejamos que la gente tosa tranquila y compulsivamente o que revisen su teléfono.
Pero esta música no la escribí yo.
Y Beethoven es Beethoven por algo.
Retrocedamos unos segundos: (Música) Todo esto sigue un patrón, y ya sabemos cómo debería concluir.
¿Y esto?
Esto no me lo esperaba.
Un niño diría: como que te engaña… Esa nota salida de otro universo sonoro sorprende.
La música, el ritmo, late apenas al filo de su extinción.
Pero poco a poco se estabiliza, como dando señales vitales.
De ese impulso brotan los violines y una línea melódica errática, intermitente, insegura incluso, hasta que también encuentra consistencia.
De esa forma la música cautiva nuestra atención.
Es un momento cargado de la promesa de un inminente desenlace.
De ese algo que sabemos que va a ocurrir, que sin darnos cuenta, ya lo esperábamos.
(Música) Después de eso mi padre me miró y me abrazó emocionado.
Yo sollozaba.
Lo mire y le dije: «no sé por qué estoy llorando, si no es tristeza lo que siento».
Ese momento marcó mi vida.
Fue ahí, a los siete años, que decidí dedicar mi vida a la música.
Porque quería recrear ese momento, entenderlo y después compartir y contagiarlo.
Veamos si lo podemos lograr aquí y ahora, yo creo que es contagioso.
Cuando les conté de esta nota inesperada, de esa llave a nuevas opciones que finalmente se transforman en la puerta a este gran triunfo musical, lo que hice fue puntualizar un fenómeno muy simple y al mismo tiempo muy común en la vida misma: las expectativas.
Si el tercer movimiento hubiese efectivamente terminado así, (Toca el piano) nuestra percepción de lo ocurrido se mantendría dentro de ciertos parámetros de expectativas.
Básicamente recibimos lo que esperamos.
La música concluye, el público se acomoda, tose.
(Risas)
Los instrumentistas se relajan un segundo hasta que el director vuelve a levantar las manos en señal de embestida para arremeter con el último movimiento.
Funciona.
La música impacta de todas formas.
Pero no es lo mismo.
Esa transición que escribió Beethoven no solo cumple la función de conectar una música con otra, sino que genera otro tipo de expectativas.
Desde esa nota inesperada, hasta la búsqueda de nueva estabilidad en el ritmo, la melodía, la armonía y esa textura que crece y desemboca en algo mayor.
Pero en el intertanto, nuestra mente reacciona.
Comienza a buscar alternativas, escenarios posibles.
Y Beethoven lo sabe.
Por eso esa disolución y divagar de la música nos confunde.
Y esa confusión genera expectativas que son mezcla de predicción y disposición a seguir siendo sorprendidos ya que la misma música nos demostró que todo es posible.
En un nivel extra musical se parece a mi propia actitud antes y durante el concierto.
La información de mi padre fue un incentivo para llegar al teatro lleno de expectativas.
A reconocer lo que ya sabía, a constatar.
Pero una vez que me sorprendió, ya todo era posible.
El poder evocador de la música proviene en gran medida de su capacidad de generar, prolongar, suspender, o incluso traicionar expectativas.
¿Pero qué esperamos de ella?
¿de la música misma?
Una melodía y un acompañamiento.
Una idea que se presenta, dialoga y encuentra un cierre.
Una nueva idea, más jocosa.
Todo apacible, esperable.
Expectativas cumplidas.
¡Ajá! Giro inesperado.
¡Drama! ¡Opera! No se veía venir.
Porque es más fácil predecir desde la consistencia.
Como en este preludio de Bach.
Estamos diseñados para buscar estabilidad y asegurarnos a una predicción.
Se gatillan asociaciones y la memoria saca conclusiones.
La consistencia nos permite anticipar y acertar.
Y una de las fuentes de placer al escuchar música es cuando nuestras expectativas se cumplen.
Pero,
¿y cuando perdemos el control de la predicción?
¿Cuando no se cumplen?
Gran recurso del romanticismo.
Franz Liszt juega con este sorprender.
Una melodía apasionada, arrebatada, que comienza un viaje.
Pero regresa.
Y ahí, cuando todo parecía ir por el mismo camino, seguro, predecible.
¡Esto! Se abre una puerta, otra alternativa.
Que desestabiliza, pero fascina.
¡Otra más! Fue como encontrar opciones que no se veían posibles.
Y ese desafío a las expectativas nos seduce.
O un contraste.
Mahler sentencia: «Oscura es la vida.
Oscura es la muerte».
Seria y desesperanzada, la música toma un nuevo giro.
Pero además, esta música tiene un dejo de movimiento, de baile, de vals.
Y ¡claro! el estilo, la tradición y la herencia también generan expectativas.
Porque Mahler es heredero de toda una tradición vienesa donde esta música es parte de su ADN.
¿Y del de nosotros?
¿O no se sonrieron algunos al reconocer este vals de Strauss?
Que también está lleno de pequeños juegos de expectativas.
Como estos sutiles cambios en el tempo.
Ese ir y venir, pero que tanta gracia dan.
O sorpresas más radicales.
¡Un nuevo vals! Como les dije, la tradición está en el inconsciente colectivo y a través de gestos como este un dos tres, un dos tres…
podemos reconocer incluso un distorsionado y decadente vals escrito antes de la Primera Guerra Mundial.
¿No es como un fantasmagórico eco de ese vals vienés?
Esas notas, al parecer inconexas, son producto de años de transformación de reglas musicales.
Wagner fue uno que contribuyó, en su caso siendo un gran manipulador de expectativas.
Música sugerente, llena de erotismo donde cada nota, cada sonido se aferra al próximo, se arrastra y se adhiere.
Pero, que cambia permanentemente de dirección.
No todo lo que suena puede ser inesperado.
Un silencio también puede ser provocador y dejar preguntas abiertas.
El ensordecedor silencio…
Debussy y su sensual «Preludio a la siesta de un fauno» y ese sugerente silencio al comienzo.
El silencio, elemento esencial de la música.
Más que ausencia de sonido, es un recurso expresivo fundamental.
Y uno de mis silencios favoritos es ese silencio cómplice.
Cargado de expectativas.
El que ocurre antes de que la música sea.
(Música) Pero también cada nuevo silencio.
Regalando instantes de elucubración.
Siendo parte del discurso y conectando ideas que pueden seguir creciendo.
Contrastes, estabilidad e inestabilidad.
Que, por cierto, la estabilidad del pulso, y cómo lo agrupamos es una reacción instintiva que aparece apenas identificamos regularidad.
Un, dos, un, dos…
Pero,
¿y cuando ya ni siquiera podemos anticipar esta agrupación?
¿Y solo nos queda estar a merced de lo inestable?
Escuchar música muchas veces es como leer una buena novela policial.
De esas en las que dudas hasta del muerto.
(Risas)
Y donde el nudo argumental y el inminente desenlace te hacen más sensible a cómo disminuye el grosor de las páginas.
Expectativas en el peso sobre la punta de tus dedos.
El estado de atención cambia, es activa y aceleradamente especulativo.
Ya no es «si esto, entonces lo otro».
Si no, «y si esto,
¿luego esto?
¿Esto, o lo otro?
» Como todo en la vida, en la naturaleza del arte también está presente esta idea de que hay que esperar lo inesperado.
Pero ojo que lo inesperado no solo tiene ese gustito de la primera vez.
Por algo volvemos a leer un clásico, a ver una película o a escuchar una y otra vez la música que tanto nos gusta.
En parte porque nos gusta experimentar desde la seguridad.
Como un niño que lee el mismo cuento todas las noches desde la tranquilidad de saber cómo termina.
Pero además la relectura, a través de la memoria nos regala otros detalles.
Nos hace poner atención a otros lugares.
A escuchar ya no la melodía, sino el acompañamiento por ejemplo, y descubrir que esa hermosa música había pasado desapercibida aún habiendo estado ahí siempre.
Reconocer, pero también para redescubrir.
Un juego infinito de expectativas.
O la relación entre el intérprete y el oyente, «
¿cómo lo va a hacer?
¡Seguro que distinto a como aprendí en la grabación que conozco!» ¡Pero esa es la gracia! Si la música es un organismo que respira y vive en el instante mismo que suena.
Solo ahí la música es.
Y escucharla en vivo nos permite vivir ese momento lleno de expectativas.
Cuando terminó el concierto, mi papá me llevó a conocer al director.
Yo lo vi y me puse a llorar de nuevo.
(Risas)
Sin decir nada pensaba: ¡tú eres el responsable de estas lágrimas! Él me miró un poco descolocado.
Preguntó si pasaba algo, pues muchas pueden ser las razones del llanto de un niño de siete años.
Mi padre todavía emocionado le hizo un resumen y al entender el impacto que la música había tenido mí el director me abrazó y me dijo: “Bueno, por esto hacemos lo que hacemos”.
Ese día cambio mi vida.
Mis expectativas han sido desde entonces, cambiar las de Uds.
Muchas gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/paolo_bortolameolli_por_que_nos_emociona_la_musica/