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Charla «¿Puede el prejuicio ser bueno?» de TEDSalon NY2014 en español.
A menudo pensamos que el sesgo y el prejuicio están arraigados en la ignorancia. Pero, como intenta mostrar el psicólogo Paul Bloom, el prejuicio suele ser natural, racional… e incluso moral. La clave, dice Bloom, es entender cómo funcionan nuestros propios prejuicios para poder tomar el control cuando se salgan de cauce.
- Autor/a de la charla: Paul Bloom
- Fecha de grabación: 2014-01-15
- Fecha de publicación: 2014-07-03
- Duración de «¿Puede el prejuicio ser bueno?»: 983 segundos
Traducción de «¿Puede el prejuicio ser bueno?» en español.
Al hablar de prejuicios y sesgos, solemos pensar en personas tontas y malvadas, que hacen tonterías y maldades.
Resumió muy bien esta idea el crítico británico William Hazlitt, al escribir: «El prejuicio es hijo de la ignorancia».
Trataré de convencerlos aquí de que esto es un error.
Quiero convencerlos de que el prejuicio y el sesgo son naturales, a menudo racionales, y con frecuencia incluso algo moral, y pienso que una vez que lo entendemos, estamos mejor preparados para darles sentido si se salen de cauce, si tienen consecuencias horribles, estamos mejor preparados para saber qué hacer cuando esto suceda.
Empecemos con los estereotipos.
Me miran, saben mi nombre, conocen algo de mí, y podrían emitir ciertos juicios.
Podrían conjeturar sobre mi origen étnico, mi afiliación política, mis creencias religiosas.
Lo cierto es que estos juicios suelen ser exactos.
Somos muy buenos para esas cosas.
Y somos muy buenos para esas cosas porque la capacidad para estereotipar personas no es una peculiaridad de la mente sino un caso específico de un proceso más general, y es que tenemos experiencia de cosas y personas del mundo real que caen en categorías y podemos usar esa experiencia para hacer generalizaciones sobre nuevos casos de estas categorías.
Todos aquí tenemos mucha experiencia con sillas, manzanas y perros.
Con base en esto uno podría ver ejemplos poco familiares y conjeturar: uno podría sentarse en la silla, podría comer la manzana, el perro ladrará.
Podríamos equivocarnos.
La silla podría romperse si uno se sentara, la manzana podría estar envenenada, el perro podría no ladrar.
De hecho, este es mi perro Tessie, y no ladra.
Pero en su mayor parte, somos buenos para esto.
En general, hacemos buenas conjeturas tanto en esferas sociales como no sociales, y, de no ser así, de no poder hacer conjeturas sobre nuevos casos que encontramos, no habríamos sobrevivido.
De hecho, Hazlitt más adelante en su maravilloso ensayo concede esto.
Escribe: «Sin la ayuda de los prejuicios y las costumbres, ni siquiera podría abrirme camino por la sala; ni saber cómo manejarme en cualquier circunstancia, ni qué sentir en cualquier relación de la vida».
Hablemos del sesgo.
A veces dividimos el mundo en nosotros versus ellos, nuestro grupo versus el resto, y a veces al hacerlo, sabemos que estamos haciendo algo errado, y nos avergüenza un poco.
Pero otras veces estamos orgullosos de eso.
Lo reconocemos abiertamente.
Mi ejemplo favorito de esto es una pregunta que vino del público en el debate republicano anterior a la última elección.
(Vídeo) Anderson Cooper: Vamos a su pregunta, la pregunta en la sala sobre ayuda exterior.
Sí, señora.
Mujer: Los estadounidenses estamos sufriendo en nuestro propio país.
¿Por qué seguimos enviando ayuda al exterior, a otros países, cuando necesitamos toda la ayuda que podamos tener para nosotros?
AC: Gobernador Perry,
¿qué dice?
(Aplausos)
Rick Perry: Totalmente, pienso que…
Paul Bloom: Todos en el escenario están de acuerdo con la premisa de su pregunta, que es, como estadounidenses, deberíamos ocuparnos más de los estadounidenses que de otras personas.
De hecho, en general, las personas se rigen a menudo por sentimientos de solidaridad, lealtad, orgullo, patriotismo, hacia su país o hacia su grupo étnico.
Más allá de la posición política, muchos están orgullosos de ser estadounidense y favorecen a los estadounidenses sobre otras nacionalidades.
Los residentes de otros países sienten lo mismo sobre su nación, y sentimos lo mismo sobre nuestras etnias.
Algunos puede que rechacen esto.
Alguno de Uds.
puede que sea tan cosmopolita que piense que la etnia y la nacionalidad no debería tener influencia moral.
Pero aún sofisticándolo aceptemos que debería haber cierta tendencia hacia el grupo de pertenencia, de familiares y amigos, de los seres íntimos, y así uno hace la distinción entre nosotros y ellos.
Esta distinción es bastante natural y a menudo algo moral, pero puede salir mal, y esto fue parte de la investigación del gran psicólogo social Henri Tajfel.
Tajfel nació en Polonia en 1919.
Partió de allí para hacer la universidad en Francia, porque como judío no podía ir a la universidad en Polonia, y luego se alistó en el Ejército francés en la Segunda Guerra Mundial.
Fue capturado y terminó en un campo de prisioneros de guerra, y fue un momento aterrador para él, porque si se descubría que era judío, podría haber sido trasladado a un campo de concentración, donde muy probablemente no habría sobrevivido.
Y, de hecho, cuando la guerra terminó y quedó en libertad, la mayoría de sus amigos y familiares estaban muertos.
Participó en diferentes actividades.
Ayudó a los huérfanos de guerra.
Pero tenía un interés de larga data en la ciencia del prejuicio.
Entonces cuando surgió una beca prestigiosa británica sobre estereotipos, se postuló, y ganó, y empezó esta carrera increíble.
Empezó su carrera con la idea de que lo que pensaba la mayoría sobre el Holocausto era erróneo.
Mucha gente, la mayoría en esa época, veía al Holocausto como la representación de un defecto trágico alemán, de alguna mancha genética, de una personalidad autoritaria.
Y Tajfel rechazaba esto.
Tajfel decía que el Holocausto es solo una exageración de los procesos psicológicos normales que existen en todos nosotros.
Y para explorar la idea hizo una serie de estudios clásicos con adolescentes británicos.
Y en uno de sus estudios le hizo a los adolescentes británicos todo tipo de preguntas, y con base en sus respuestas dijo: «Mirando tus respuestas, con base en ellas, determiné que te encanta», les dijo, «Kandinsky, te encanta la obra de Kandinsky, o te encanta la obra de Klee».
Era totalmente falso.
Sus respuestas no tenían nada que ver con Kandinsly ni Klee.
Probablemente no conocían a esos artistas.
Simplemente los dividió en forma arbitraria.
Pero encontró que estas categorías importaban, por eso luego al darles dinero a los sujetos, ellos preferían dar el dinero a los miembros de su propio grupo que a los miembros de otro grupo.
Peor aún, les interesaba más establecer una diferencia entre su grupo y otros grupos, y les darían más dinero a su propio grupo si con eso pudieran darle al otro grupo aún menos.
Este sesgo parece surgir muy pronto.
Mi colega y esposa, Karen Wynn, en Yale hizo una serie de estudios con bebés.
Les dio títeres a los bebés, y los títeres tenían ciertas preferencias alimenticias.
A uno de los títeres les gustaban las judías verdes.
Al otro títere le gustaban las galletas.
Estudiaban las preferencias alimenticias de los bebés, y los bebés por lo general preferían las galletas.
La pregunta es:
¿Influía en los bebés la forma de tratar a los títeres?
Influía mucho.
Preferían al títere que tenía los mismos gustos que ellos, y, peor aún, preferían a los títeres que castigaban a los que tenían distintas preferencias alimenticias.
(Risas)
Vemos esta psicología de pertenencia a grupos todo el tiempo.
Lo vemos en los enfrentamientos políticos en grupos con distintas ideologías.
Lo vemos al extremo en casos de guerra, donde a quienes no pertenecen al grupo no solo se les da menos sino que se los deshumaniza, como en la mirada nazi de los judíos como alimañas o piojos, o la mirada de EE.UU.
a los japoneses como ratas.
Los estereotipos también pueden salir mal.
A menudo son racionales y útiles, pero a veces son irracionales, dan la respuesta errónea, y otras veces llevan llanamente a consecuencias inmorales.
Y el caso más estudiado es el de la raza.
Hubo un estudio fascinante antes de las elecciones de 2008 en el que unos psicólogos sociales analizaron el grado de asociación de los candidatos con EE.UU.
y la asociación inconsciente con la bandera de EE.UU.
En uno de sus estudios compararon a Obama y McCain, y hallaron que se piensa que McCain es más estadounidense que Obama, y en cierto punto no es una sorpresa.
McCain es un conocido héroe de guerra, y mucha gente diría explícitamente que tiene una historia más afín a EE.UU.
que Obama.
Pero también compararon a Obama con el PM británico Tony Blair, y hallaron que se piensa que Blair también es más estadounidense que Obama, aunque queda claro que entendían que Blair no es estadunidense.
Respondían, como está claro, por el color de la piel.
Estos estereotipos y sesgos tienen consecuencias en el mundo real, son sutiles y muy importantes.
En un estudio reciente, unos investigadores colocaron anuncios en eBay para vender tarjetas de baloncesto.
Algunas eran sostenidas por manos blancas y otras por manos negras.
Eran las mismas tarjetas de baloncesto.
Las sostenidas por manos negras tuvieron muchas menos ofertas que las sostenidas por manos blancas.
En una investigación de Stanford, unos psicólogos exploraron un caso de personas condenadas por el asesinato de una persona blanca.
Resulta que, manteniendo todo lo demás constante, es mucho más probable ser ejecutado si uno se parece al hombre de la derecha que al hombre de la izquierda, y esto se debe en gran parte a que el hombre de la derecha se parece más al arquetipo negro que al arquetipo afro-estadounidense, y esto supuestamente influye en las decisiones de las personas sobre qué hacer con él.
Y ahora que sabemos esto,
¿cómo combatirlo?
Hay dos vías diferentes.
Una es recurrir a la respuesta emocional de las personas, apelar a la empatía de las personas, y con frecuencia lo hacemos con historias.
Si uno es un padre progresista y quiere animar a sus hijos a creer en los méritos de las familias no tradicionales, les da el libro [«Heather tiene dos mamás»].
Si uno es conservador y tiene otra actitud, les da el libro [«¡Socorro, mamá! ¡Hay progresistas bajo mi cama!»]
(Risas)
En general, las historias pueden convertir a extraños anónimos en personas que importan, y la idea de ocuparnos de las personas cuando nos centramos en ellos como individuos es una idea repetida a lo largo de la historia.
Stalin dijo en forma apócrifa: «Una sola muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística».
Y la Madre Teresa dijo: «Si miro a la masa, nunca voy a actuar.
Si miro a la persona, lo haré».
Los psicólogos han explorado esto.
Por ejemplo, en un estudio, a unas personas se les dio una lista de hechos sobre una crisis, y se analizaba cuánto donaban para resolver la crisis, y a otro grupo no se le dieron hechos sino que se les habló de una persona se les dio un nombre y un rostro, y resultó que donaron mucho más en el último caso.
Pienso que nada de esto es un secreto para quienes se dedican a la caridad.
No se suele abrumar a la gente con datos y estadísticas.
En cambio, se le muestran rostros, se le muestran personas.
Es posible que al extender nuestras simpatías a una persona, pueda difundirse al grupo al que pertenece la persona.
Esta es Harriet Beecher Stowe.
La historia, quizá apócrifa, dice que el presidente Lincoln la invitó a la Casa Blanca en medio de la Guerra Civil y le dijo: «Así que tú eres la damita que empezó esta gran guerra».
Y se refería a «La cabaña del tío Tom».
«La cabaña del tío Tom» no es un gran libro de filosofía ni de teología, quizá ni siquiera de literatura, pero hace un gran trabajo en hacer que la gente se ponga en los zapatos de personas que de otro modo no sería posible, que se pongan en el lugar de los esclavos.
Y eso bien podría haber sido un catalizador de gran cambio social.
Más recientemente, mirando a EE.UU.
en las últimas décadas, hay alguna razón para creer que programas como «El show de Cosby» cambiaron drásticamente las actitudes de EE.UU.
hacia los afro-estadounidenses mientras que «Will y Grace» y «Familia moderna» cambiaron la actitud estadounidense hacia hombres y mujeres homosexuales.
Pienso que no es una exageración decir que el principal catalizador del cambio moral en EE.UU.
ha sido una comedia de situación.
Pero no es todo emociones, y quiero terminar apelando al poder de la razón.
En un momento de su maravilloso libro «Los mejores ángeles de nuestra naturaleza» Steven Pinker dice: el Antiguo Testamento dice «ama a tu prójimo», y el Nuevo Testamento dice «ama a tu enemigo», pero yo no amo a ninguno de los dos, realmente no, pero no quiero matarlos.
Sé que tengo obligaciones para con ellos, pero mis sentimientos morales hacia ellos, mis creencias morales sobre cómo debería comportarme con ellos, no tienen fundamento en el amor.
Tienen un anclaje en la comprensión de los Derechos Humanos, en la creencia de que sus vidas son tan valiosos para ellos como la mía para mí, y para respaldar esto, cuenta una historia del gran filósofo Adam Smith, y quiero contar esa historia también, aunque la adecuaré un poco a los tiempos modernos.
Adam Smith empieza pidiendo que imaginemos la muerte de miles de personas, y que imaginemos que las miles de personas están en un país que no nos resulta familiar.
Podría ser China, o India, o un país de África.
Y Smith pregunta:
¿cómo responderíamos?
Uno diría, bueno está muy mal, y seguiría con la vida habitual.
Si uno leyera The New York Times en línea o algo así, y descubriera esto, de hecho nos pasa todo el tiempo, seguiríamos con nuestras vidas.
Pero imaginemos en cambio, dice Smith, que supiéramos que mañana nos amputarían el dedo meñique.
Smith dice que eso nos afectaría mucho.
No podríamos dormir esa noche pensando en eso.
Esto plantea la pregunta:
¿Sacrificaríamos miles de vidas para salvar nuestro meñique?
Respondan esto en su fuero íntimo, pero Smith dice, absolutamente no, qué pensamiento tan horrible.
Y esto plantea la pregunta, y, como dice Smith, «Si nuestros sentimientos pasivos son casi siempre tan sórdidos y egoístas,
¿cómo es que nuestros principios activos a menudo deberían ser tan generosos y nobles?
» Y la respuesta de Smith es: «Existe la razón, los principios, la conciencia «que nos dice con una voz capaz de asombrar a la más presuntuosa de nuestras pasiones, que no somos más que uno en la multitud, en nada mejores que cualquier persona de la misma».
Y esta última parte es lo que a menudo se describe como el principio de imparcialidad.
Y este principio de imparcialidad se manifiesta en todas las religiones del mundo, en todas las diferentes versiones de la regla dorada, y en todas las filosofías morales del mundo, que difieren en muchos sentidos pero comparten la suposición previa de que debemos juzgar la moralidad desde un punto de vista imparcial.
La mejor articulación de esta mirada para mí no viene de un teólogo ni de un filósofo, sino de Humphrey Bogart al final de «Casablanca».
Les arruinaré el final, le dice a su amada que tienen que separarse por un bien más general, y le dice, no podré hablar con su acento, pero le dice: «No se requiere mucho para entender que los problemas de tres pequeñas personas no equivalen a una colina de frijoles en este mundo loco».
Nuestra razón podría anular nuestras pasiones.
Nuestra razón podría motivarnos a extender nuestra empatía, podría motivarnos a escribir un libro titulado «La cabaña del tío Tom», o a leer un libro como «La cabaña del tío Tom», y nuestra razón puede motivarnos a crear costumbres, tabúes y leyes que nos impidan actuar siguiendo nuestros impulsos cuando, como seres racionales, sentimos que deberíamos limitarnos.
Esto es lo que es una constitución.
Una constitución es algo establecido en el pasado que se aplica en el presente, y que nos dice que sin importar cuánto queramos reelegir a un presidente popular a un tercer término, sin importar cuánto los estadounidenses blancos sientan que quieren reinstaurar la institución de la esclavitud, no pueden hacerlo.
Nos hemos autolimitado.
Y nos autolimitamos en otras formas también.
Sabemos que si se trata de elegir a alguien para un empleo, para un premio, tenemos el fuerte sesgo de la raza, tenemos el sesgo del género, tenemos el sesgo del atractivo, y a veces podríamos decir: «Bueno, debería ser de esta forma».
Pero otras veces decimos: «Esto está mal».
Y para combatirlo no solo ponemos empeño, sino que en cambio establecemos situaciones en las que estas otras fuentes de información no puedan sesgarnos.
Por eso muchas orquestas hacen audiciones de músicos detrás de pantallas, para que la única información que tengan sea la información que creen que debería importar.
Pienso que el prejuicio y el sesgo ilustran una dualidad esencial de la naturaleza humana.
Tenemos intuiciones, instintos, emociones, que afectan nuestros juicios y acciones para bien y para mal, pero también podemos razonar y planificar con inteligencia, y usar esto para, en algunos casos, acelerar y nutrir nuestras emociones, y en otros casos para aplacarlas.
Y de esta forma la razón nos ayuda a crear un mundo mejor.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/paul_bloom_can_prejudice_ever_be_a_good_thing/